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B.- Naturaleza de la lengua.

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 Podemos estar de acuerdo en que la lengua ibérica es por naturaleza aglutinante, afirmación generalmente compartida. Pero, ¿qué más?, ¿en qué consiste la aglutinación?, ¿está sometida a reglas o normas?, ¿hasta qué limites?. Antes de seguir formulando preguntas y en aras de una claridad expositiva que resultará más inmediata y operativa, hagamos que el lector participe ya desde el inicio en una parte sustancial de la solución, para lo que daremos respuesta concisa a las   preguntas anteriores: La aglutinación es la unión íntima y reglada de dos o más formas, buscando siempre el acortamiento con disminución silábica, y sin otro límite que la inteligibilidad del texto. Releído y asumido este concepto de aglutinación, pasemos a profundizar más en sus características, fines y efectos.

Para delimitar más el concepto de aglutinación, digamos que “lengua aglutinante” es la que se contrapone a “lengua de flexión”. Si valoramos el hecho de que los idiomas modernos son lenguas de flexión, es fácil predicar que una aglutinante es más “antigua”. Pero esto, siendo cierto, requiere alguna matización. Una  lengua aglutinante, como la ibérica, de la que cabe hablar de su antigüedad e, incluso, de su rigidez, no dejaba de ser una lengua viva en permanente evolución: en ella aparecerán muy pronto algunas manifestaciones de flexión y, de haber continuado el proceso, bien se pudo llegar a un punto en que la naturaleza de la lengua fuese mixta, o que pudiera aseverarse que si bien antiguamente era aglutinante ya no lo es hoy. De aquí surgen algunas consideraciones:

-          Una lengua de flexión no es otra cosa que la manifestación actual de una lengua aglutinante que evolucionó completamente.

-          Carece, por ende, de sentido decir que la manifestación actual es más moderna, o que la aglutinante es más antigua, cuando se trata en realidad de una misma lengua.

-          Pueden existir lenguas aglutinantes que hayan visto interrumpido su camino hacia la flexión.

-          Dentro de una misma lengua, ya sea de flexión, ya mixta, ya aglutinante, podrán apreciarse estadios muy distintos: un topónimo del V milenio a. de C. puede mostrar una nota de arcaísmo ya superada en un texto epigráfico del siglo III a. de C.

Ahora ya nos es posible afinar un poquito más. La ibérica es una lengua aglutinante que no evolucionó completamente. Es ciertamente más antigua que las lenguas de flexión puesto que quedó inmovilizada en un estadio muy primitivo. Una inmensa conmoción militar, social, política y poblacional determinó la interrupción de su camino. No sólo en el binomio toponimia/epigrafía se aprecian diferencias evolutivas: también dentro de la propia epigrafía; y si damos entrada en este cuadro a las creaciones toponímicas del euskera moderno, asimismo la toponimia nos presenta estadios muy diferenciados de evolución.

En las lenguas de flexión, determinadas formas –nombres, pronombres, artículos y adjetivos-  reflejan los accidentes gramaticales de género, número y caso: existe la declinación, tales formas se declinan. Otra forma variable, importantísima, como el verbo, refleja los accidentes de modo, tiempo, número y persona: existe la conjugación, los verbos se conjugan. Las diversas posiciones de estas formas variables se construyen mediante las desinencias. Ya hemos llegado al punto deseado: ¿hay desinencias en las lenguas aglutinantes?. La respuesta parece que habría de ser negativa si la lengua fuese aglutinante con toda puridad. Pero, como ya hemos anticipado, éste no es el caso de la ibérica: su proceso evolutivo se cercenó, pero ya poseía en el momento final multitud de muestras de flexión, de verdaderas desinencias. Dicho de otro modo, encontramos formas nominales declinadas, a la par que verbos, al menos parcialmente, conjugados.

Por su utilidad, frecuencia y trascendencia en la caracterización de la lengua ibérica debemos detenernos en la declinación de los pronombres personales/posesivos. Éstos últimos, en razón del contexto, cumplen en ocasiones función de determinante (adjetivo) posesivo. Partimos de la forma propia del nominativo para añadir a continuación las de sus derivados casuales:

Primera persona del singular:

Ni: yo.

            Ni  naro  on: Yo abundante y bueno (Vaso Letrero de Campelo III).

            Ni  lau: Yo (mismo) cuatro (Bronce de Torrijo del Campo).

            Ni  arse-ar: Yo soy de Arse (Colgante de plomo de Luis Silgo).

Eni: me, a mí, para mí.

            Boto  taxu  eni  ai: Con yemas y renuevos ¡óyeme! (Plomo de Val d´Uxó).

            Eni  ekeri  in  dua: A mí como suelen hacerlo los rayos de sol (Inscrip. ib. de Sagunto).

            Era  epan  eni: El tiempo se acabó para mí (Facsímil Untermann).

Nire: de mí, mío, para mí.

            Neite  ailiz  nire: Ojalá fuese el fin mío (Plomo de Val d´Uxó).

            Ez  ur  ezine  nire: No escasez de agua para mí (Plomo de Pech Mahó).

Nere: de mí, mí.

            Nere  il  dun: La muerte se apoderó de mí (Lápida del Castillo de Sagunto).

            Nere  siats: Mi fortuna… (Inscripción de Iglesuela de la Sangre).

Nikez: conmigo.

            Gane  nikez  kikua  oren: Llevo conmigo la acechanza de las horas (Vaso de Kastilo).

Niau: para mí, yo mismo.

           Uen eni niau gun: el ánimo de ustedes para mí.

 

Segunda persona del singular:

I,  ik: tú.

            Ik  epe: Tú dices cuando (Pesa de telar de Tarragona).

Ire, iri: a ti, te.

            Ire  unzi  tira: A Ti el vaso de nuestras súplicas (Plomos de La Serreta de Alcoi, de Solaig,

                                     de Val d´Uxó, Caudete de las Fuentes, Ullastret).

            Baitez  ire bai  gaai: Nadie te domina tanto… (Vaso de plata de Tivissa).

Ere: a ti.

            Eizi  tira  ere  gan; Dejamos las peticiones elevadas a Ti (Plomo de Pech Mahó).

 

Tercera persona singular o plural:

Ber, bere, beren, belen: su, suyo, sus, de ellos.

            Belen  tar: Sus grandes penas (Plomo de Solaig).

 

Primera persona del plural:

Gu: nosotros, a nosotros, nos.

            Tara  gu  ai: Nosotros lamentamos una gran pena (Bronce de Botorrita nº 3)

            Arek areki orati gu bost: Aquellas cosas que nosotros producimos en gran cantidad

                                                        (Bronce de Luzaga).

            Ale  aki  gu: El grano se nos agotó (Bloque de piedra del cerro de La Bámbola, Bílbilis)

Guek: nosotros.

            Esken  ni  oka  guek: Mendigos, yo, vosotros, nosotros… (Gran Bronce de Botorrita).

Gure: nuestro, nuestra.

            Gure  sar: Nuestra entrada (Estela de Abobada, Portugal).

Gere: de nosotros, nuestro.

            Gur  kaesa  gere: Acoge cariñosamente nuestra veneración (Plomo de Pech Mahó).

Gerez: sobre nosotros.

            Sesu gerez-dura an: Que el sosiego actúe sobre nosotros (Plomo de La Serreta de Alcoi).

Gukez: para nosotros, a nosotros, nos.

            Mauma on na gukez onik in: Espíritu benigno que nos gratifica (Estela Valle Ourique).

 

Segunda persona del plural:

Zu: vosotros, usted, vos.

            Ere zu: También vosotros (Plomo de Ullastret, 1.967).

Zere: de usted, de vosotros.

            Zere  aika  ala: La voluntad de Usted (La Madre) se eleve todo lo posible (Pl. Serr. Alcoi).

            Zere  ueldu: Vuestra lividez (Estela de mármol negro)

Uen: de ustedes.

            Uen eni niau gun: La energía de ustedes para mí… (Colgante de Bareia, Viana, Navarra).

 

En cuanto a los verbos, junto a las formas nominales (infinitivo, indeterminado, agente de tercer grado, gerundio), son muy frecuentes e importantes (especialmente tratándose del auxiliar izan) las formas personales. Simplemente dejamos constancia de este hecho pues sus manifestaciones son constantes y su exposición resultaría excesivamente larga. En conclusión, la lengua ibérica es aglutinante, si bien muestra abundantes elementos de flexión.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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