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Yo he descifrado la lengua ibérica. La tarea estaba finalizada ya en 2.006, cuando concluí mi voluminoso trabajo Nosotros los iberos. Interpretación de la lengua ibérica. Durante un año intenté darlo a conocer pero coseché excusas y negativas, palpé la desconfianza: el Gobierno de Navarra y su institución Príncipe de Viana, el Instituto de Estudios Altoaragoneses (IEA), el CSIC, la Real Academia de la Lengua Vasca (Euskaltzaindia), Eusko Ikaskuntza… Para todos, en el fondo, mis dos gruesas carpetas de folios, ordenados en una larga Introducción (Romanos, Iberos, Las Dos Españas, Interpretación de la Lengua Ibérica), más 123 (1,2,3…) capítulos en los que se analizaban con detenimiento (escaneo del texto, trascripción, fijación de la secuencia, análisis morfológico, análisis fonético, lectura y traducción) otros tantos textos epigráficos ibéricos, más unas Conclusiones, resultaron ser demasiado densas. Nadie fue capaz o, al menos, mostró voluntad de leerlos con detenimiento, valorarlos debidamente y emitir un juicio. La desconfianza (el autor casi desconocido y ni siquiera licenciado en Filología), el peso de una larguísima tradición según la cual la lengua ibérica admite la trascripción al alfabeto latino pero, después, no se puede descifrar; el temor en algún caso a ver pinchado el gigantesco globo nacionalista y exclusivista; la comodidad del “no” o de la torpe excusa frente al compromiso… Se dio alguna situación muy especial: mi interlocutor, “el alto cargo”, acababa de descender del monte Tabor. Sí, es bastante frecuente que cuando alguien es llamado a desempeñar un cargo de relativa importancia, el designado emprende ipso facto la ascensión al Tabor; allí se transfigura, ilumina, medra y embellece; aprende a mirar por encima del hombro a la mayoría de los mortales, y si alguno de estos pretende saber más que él – el elegido, el mejor posible, el que tanto hubo de esperar para ver reconocidos sus inmensos méritos- se siente atacado, ofendido en su dignidad.
No obstante, en este último lustro he seguido trabajando intensamente. Por lo que respecta a la Sección 3ª de este blog (la segunda recoge la mencionada Epigrafía ibérica), he alcanzado los 344 topónimos en la serie Toponimia Altoaragonesa (251 trabajos en el Dominical del DIARIO DEL ALTO ARAGÓN), he revisado mi obra Baliaride (con 345 topónimos mallorquines), he iniciado las subsecciones Toponimia navarra y Toponimia ibérica (ésta a modo de cajón de sastre). En la Sección 4ª, con el nombre de Onomástica, agrupo los trabajos de Antroponimia, Etnonimia (nombres de pueblos) y Teonimia. El conocimiento de la Epigrafía proporciona una amplísima información sobre la civilización ibérica en todas sus manifestaciones, recogidas en la Sección 5ª. Por último, terminé recientemente y entregué a la editorial una extensa obra, Diccionario del habla de Campo (Huesca), con frases hechas y etimologías, que ya inicié en mi primera juventud y al que he puesto fin 60 años después; el último aspecto, el etimológico, referido ahora al castellano, me permite, en la Sección 6ª, corregir los errores de la R. Academia Española de la Lengua, así como suplir los muchos orígenes “desconocidos” o “inciertos” que aparecen en su Diccionario. Espero que este blog, que me permitirá dar a conocer mi trabajo en cualquiera de aquellos campos y en el momento elegido, resulte muy valioso para los interesados en estos temas, especialistas o no.
Volviendo a mi afirmación inicial, el descifre de la lengua ibérica constituye, en mi opinión, un logro científico de primera magnitud, que resalta más al contemplar las toneladas de papel impreso con ideas erráticas o, directamente, equivocadas, en ocasiones hasta el ridículo. No me detendré en este punto pero sí, en cambio, en su inmensa fertilidad cultural, pues ilumina campos y materias tales como:
- El conocimiento de la maravillosa civilización ibérica, en la que un código moral, emanado de una religión monoteísta y sobrenatural a la par que racional y simple, no ha sido jamás igualado, ni siquiera por el cristianismo mientras mantuvo vivas las esencias de su doctrina (siglos I a VI), antes de su corrupción (en España, año 589, Tercer Concilio de Toledo).
- El choque violentísimo de dos civilizaciones antagónicas, la ibérica y la romana, con el triunfo final de la fuerza hispanorromana (romanos más iberos colaboracionistas).
- El verdadero legado de Roma en Ispania y en todo el mundo romano, consistente, sobre todo, en la opresión y el fascismo.
- El verdadero origen de Las Dos Españas.
- La explicación del “cuadrado lingüístico”, formado por un lado horizontal que une el punto A (lengua ibérica) con el B (lengua etrusca), de color rojo por la hermandad de sangre y origen; sigue un lado vertical que une el punto B con el C (lengua latina), de color verde por el tránsito fluido de una a otra; el tercer lado, horizontal y paralelo al primero, que une el C con el D (castellano y demás lenguas romances), de color negro, aludiendo a la soberbia, la inmoralidad, la injusticia, la rapiña, la esclavitud, la opresión y el fascismo que Roma instauró en toda la Península; por último, el cuarto lado, AD, que representa la pervivencia del ibérico en el castellano y otros idiomas romances, de color amarillo, que no falta nunca en nuestros símbolos. Este lado falta (en ocasiones, también el AB) en la visión de la Real Academia y en la de los más conspicuos tratadistas, que dejan el cuadrado reducido a una simple línea quebrada.
- El impulso definitivo para la ciencia etimológica que adquiere seriedad y hondura.
- El rescate de la Toponimia como ciencia, hoy llevada al descrédito y hasta el ridículo constante por los seguidores del método formal, comparativo o de emparejamiento de cromos.
- La solución al controvertido y antiquísimo problema del vasco-iberismo.
- La interpretación de la lengua etrusca.
- La demostración de la racionalidad y necesidad de la convivencia de todos los pueblos ibéricos en un Estado federal, sobre la base de la lealtad institucional, tan alejado del independentismo hiriente, nocivo e injustificable, como del centralismo imbuido de nacional-catolicismo.
Por último, ante el hecho consumado del descifre, cabe formular dos preguntas:
a). Cómo se hace.
b). Cómo lo he hecho.
Respuesta a la pregunta a). En los apartados que conforman esta Sección 1ª, daré las normas e ideas concisas y claras para que cualquier persona pueda llegar a operar como yo mismo lo vengo haciendo. En este punto, y referido a “cualquier persona”, una afirmación que resultará controvertida y que parecerá chocante: tendrán mayor facilidad de comprensión aquellas personas cultas y habituadas a ejercitar la racionalidad, el sentido común si se quiere, pero que no sean “técnicas en lingüística” (licenciados en Filología, por ejemplo) puesto que en estos técnicos un método estúpido y pernicioso ha dañado su capacidad de entendimiento. Será casi milagroso que puedan abdicar de lo que constituye la esencia de su saber: la búsqueda de semejanzas, parecidos y comparaciones que les anega en una toponimia vacía, ligera y falsa que impera por doquier; que les lleva a encontrar las etimologías más disparatadas, o a acometer los más patéticos intentos de análisis de los textos epigráficos. Se comprenderá el fundamento de mi axioma “semejanza igual a error” y, asimismo, mi constante petición de que se suspendan los estudios de Filología al menos en ocho de sus especialidades, se indemnice a los alumnos y se recicle a los profesores. En los mencionados apartados de esta Sección, explicaré la naturaleza de la lengua, las normas que regulan la aglutinación, el principio informador que la rige absolutamente, los fenómenos fonéticos en que se manifiesta tal principio, el método reconstructivo, la lectura final, la traducción, el léxico. Sin perjuicio de la concisión y claridad, aún insistiendo en ellas, daré un limitado número de ejemplos que, en cada caso, evidencien el proceso. Se trata, por consiguiente, de que cada trabajo interpretativo y explicativo en cualquier campo (epigráfico, toponímico, onomástico, etimológico) quede refrendado, autenticado por la aplicación de dichas normas.
Respuesta a la pregunta b). El camino corto, ancho y seguro para acceder a la lengua ibérica es la Toponimia. En 1.997 tomé la decisión (consumada dos años más tarde) de jubilarme, dejando la dirección de mi última S.A., e inicié la preparación de mi futuro en todos los órdenes. En el ocupacional no tuve duda alguna: siempre, desde los 10 años de edad, había sentido interés por los temas lingüísticos, nacido de la plena inmersión en mi dialecto natal, el ribagorzano, lengua de transición al catalán y sumamente vinculada a éste. Mis estudios de grado medio (Bachiller superior y PREU, más los de Magisterio en la Escuela Normal de Huesca) se saldaron con un crecido número de matrículas de honor en lengua castellana y literatura, pero también en latín, griego y francés. Desde hace muchísimos años he tenido a mi lado una Gramática catalana (Badía Margarit, 1.962) y un diccionario de esta lengua. Veo ahora que tuve una formación lingüística que, si bien no muy profunda, era bastante sólida y completa. Mis primeros trabajos juveniles se centraron en la recogida de voces de aquel dialecto propio; después su dominio hablado y escrito y, simultáneamente, la búsqueda de la explicación científica que arrumbara el doloroso remoquete de “lengua basta, patués, mezcla de lenguas, modo de hablar de gentes ignorantes y zafias”. Las hondas satisfacciones, las alegrías fueron continuas; pronto se asentó la idea obsesiva de conservar, de recuperar incluso, una valiosísima manifestación cultural como aquella. Y todo ello, durante décadas, se ha plasmado en una obra ya mencionada, el Diccionario del habla de Campo, con frases hechas y etimologías, a la que había precedido (1.994) una gramática, El ribagorzano dende Campo, y un librito de poemas en este dialecto, Benas, trallo y fuellas, editado por el Consello d´a Fabla Aragonesa (1.984). En este campo, sobresalían las mayúsculas de topónimos herméticos a la par que hermosos, como Llert, Biescras, Santamuera, Turbón…, que constituían un desafío, una llamada que no pude desoír, y llegué a la Toponimia…
Del año 2.000 data mi primera obra sobre toponimia ibérica, El misterio de la Ribagorza. Orígenes, historia y cultura a través de la toponimia, actualmente agotada. Es claramente una obra de iniciación en la que, más que errores, se advierten carencias, áreas confusas, hallazgos casi sobre la marcha; la reescribiría con gusto aunque quizá asea preferible que quede así pues muestra un estadio interesante en el proceso de averiguación. Una gran mejora se observa en la segunda de mis obras, De Ribagorza a Tartesos. Topónimos, toponimia y lengua iberovasca (2.002); podría decirse que lucen más las enseñanzas de Resurrección Mª de Azkue en su Morfología, 3 volúmenes (1.923, 1924 y 1.925), editada por Euskaltzaindia, o las del mismo autor en su Diccionario Vasco-Español-Francés; o las de Luis de Mitxelena en su Fonética histórica vasca; de multitud de trabajos aparecidos en los números de Fontes Linguae Vasconum, el Diccionario Retana de Autoridades del Euskera, o de muchísimas otras obras y trabajos; pero, sobre todo, el cuerpo doctrinal lo conforman las inducciones y deducciones propias hasta alcanzar la normalización. Cuando en 2.004 aparece mi tercer libro de toponimia, Baliaride. Toponimia, lengua y cultura ibéricas en Les Illes, el proceso está prácticamente acabado y me siento en condiciones de dar el gran paso hacia la Epigrafía (2.004-2.006), con el resultado ya mencionado.
Con todo, ya mi primera obra de toponimia arranca de un acierto inicial trascendente: el topónimo ibérico es descriptivo, es “un retazo de la conversación”. Dicho en extenso, el topónimo consta de dos elementos, forma y contenido, a los que se corresponden exactamente sus dos funciones: la identificativa y la descriptiva. Surge de aquí la imperativa necesidad de comprobar sobre el terreno la interpretación hallada “en laboratorio”. Hemos llegado a la toponimia real o descriptiva, en confrontación irreconciliable con la formal, esclava del parecido, semejanza o aspecto externo, o lo que es lo mismo, del método comparativo o de “emparejamiento de cromos”; y de esta confrontación surge mi heterodoxia. Peo no quiero perder mi línea argumental. Si tras la interpretación en laboratorio, la comprobación sobre el terreno resulta positiva, esplendente incluso, además del éxito puntual obtendremos, sobre todo, un nuevo conglomerado de conocimientos útiles para seguir adelante. Insisto sobre este punto, clave en el conjunto de mi obra.
Los topónimos ibéricos son mayoritariamente (en torno al 80 %) composiciones; hay asimismo un buen número de derivaciones (raíz + afijo), quizá un 15 %, y el resto formas simples. Así pues, en el 95 % de los casos recolectaremos, al menos, los siguientes frutos:
- Mediante el análisis morfológico identificaremos las dos o más formas concurrentes (he llegado a encontrar hasta siete en un mismo nombre) que pasarán a engrosar un léxico ibérico en constante crecimiento.
- La presencia de dos formas, en composición o derivación, da lugar a una unión, enlace, sutura o acomodación; si tres formas, dos enlaces; si cuatro, tres acomodaciones y así sucesivamente. La observación de cómo se efectúa caso por caso nos da una normativa general, clara y constante, propia de un verdadero sistema lingüístico.
- La observación de cada topónimo en particular, abstracción hecha de todos los demás, nos lleva a detectar una serie de fenómenos fonéticos que surgen siempre en situaciones morfológicas semejantes; tomamos nota de ellos y esperamos su repetición más o menos frecuente, para elevarlos a categoría de normas estructurales integradas en el sistema. Este punto, tan esencial, explica la configuración final del nombre (como ha llegado hasta hoy o como aparece en la documentación histórica); por otra parte, nos otorga licencia para establecerlo en supuestos idénticos. Lo desarrollaremos más adelante.
- Asimismo, de importancia capital. Cada nombre de lugar que llega a nosotros muestra acomodaciones y fenómenos fonéticos que, sin entrar ahora en mayores detalles, presenta un número de sílabas o golpes de voz siempre inferior al que resulta de las formas iniciales completas y yuxtapuestas. Es inevitable admitir que la lengua ibérica está regida por una tremenda fuerza de compresión interna que conduce siempre al acortamiento con disminución silábica.
- Ante esta realidad incuestionable, debemos acudir necesariamente al método reconstructivo que nos llevará a una lectura completa de las formas que intervienen, a partir de la cual se llega sin mayor dificultad a la traducción o explicación cabal del contenido o descripción.
- Todo lo anterior es válido para la Toponimia que –recordemos- es la vía más corta, ancha y segura para acceder al desciframiento de la lengua ibérica. Pero es el mismo camino que nos explicará cada texto epigráfico. En estos, una serie de párrafos encadenados serán sometidos a los mismos principios y normas; contaremos, además, con una importantísima ayuda adicional: el contexto.
Dado que todos y cada uno de los puntos anteriores serán desmenuzados en los apartados siguientes de esta Sección 1ª, detenemos aquí la introducción.
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