Toponimia
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Los trabajos de Toponimia que siguen a esta Introducción son muy distintos a cualesquiera otros que haya podido ojear, leer detenidamente o, incluso, escribir. La novedad de los planteamientos de partida, la aparente complejidad y la audacia de las interpretaciones podrían llevarle, ciertamente, a la sorpresa, la incredulidad y, en algún momento, a la irritación. Por todo ello, creo indispensable proporcionar al lector unos presupuestos que informan toda la obra, ya históricos, ya lingüísticos, ya culturales. Los enumero a continuación con la concisión indispensable para hacerlos comprensibles:
1. La lengua ibérica se entiende perfectamente. Esta lengua, en la que están redactados los más de 2.000 textos epigráficos (Epigrafía ibérica) que han sido hallados hasta el momento, así como las inmisiones en obras históricas (Glosas Emilianenses , Llibre del Repartiment de Mallorca…), y, especialmente, el inmenso número de topónimos extendidos por toda Iberia y parte de Francia, me es conocida en cuanto a su naturaleza, estructura y régimen, y, sobre todo, al léxico, gracias a la tradición amorosamente conservada del pueblo vasco y al análisis propio.
2. La tesis iberovasca siempre fue cierta aunque sus defensores no supieron probarla. Faltó alcanzar la profundidad de conocimiento precisa para probar la identidad absoluta entre la lengua ibérica y el llamado vasco antiguo. Un ejemplo del problema constante y no solucionado hasta el momento: en el vaso de Lliria “El caballo” aparece un párrafo que puesto en alfabeto latino dice BASERTE. Esta “forma” no tiene explicación alguna en el mejor diccionario del vasco antiguo porque, en realidad, es todo un párrafo, basa eta erten, “salvaje y atrevido”. Igualmente en Toponimia: un nombre como Montañana es la aglutinación de hasta seis elementos, M- protética + on (buena) + da (es) + n (la que) + ia (bonita) + na (la que es), “la que es buena y bonita”, bien lejos de aquel supuesto ciudadano Montanus de la toponimia formal.
3. La ibérica es una lengua aglutinante. La aglutinación es la unión íntima y reglada de dos o más formas, buscando siempre el acortamiento con disminución silábica, y sin otro límite que la inteligibilidad del texto. No obstante, muestra abundantes ejemplos de flexión, en especial con el verbo auxiliar izan y los pronombres personales/posesivos. La invasión romana, tan nefasta en todos los órdenes, también yuguló el normal desenvolvimiento de la lengua hacia un sistema de flexión.
4. La aglutinación está sometida a normas rígidas sin cuyo conocimiento es imposible descifrar la lengua ibérica. Existe una norma fundamental, la elipsis al final del primer término y, con carácter supletorio,cuando aquella no es posible, se da la yuxtaposición necesaria. Hay enlaces o acomodaciones especiales.
5. La lengua ibérica está regida por una enorme fuerza de compresión interna. Se manifiesta de forma constante mediante una serie bien determinada de fenómenos fonéticos de elisión, además de la elipsis al final del primer término. Hay, asimismo, otros fenómenos de simple alteración.
6. Exige la aplicación del método reconstructivo. Tras las manifestaciones de aquella fuerza de compresión interna, “lo que queda” es un conjunto de sílabas y fonemas pertenecientes a distintas formas aglutinadas; en él “no sobra nada” y cada elemento, además de tener un valor propio, “sugiere” los elididos. La imagen perfecta es la de un alimento deshidratado que ha de ser devuelto a su “lectura” original, esto es, a la secuencia de formas completas y separadas, antesala de la traducción. Lo expuesto en este número y en los tres anteriores aparece ampliamente desarrollado en la sección Lengua ibérica (partados B, C, D, E y F).
7. Desde un punto de vista lingüístico, los celtíberos son una pura entelequia. Si consideramos iberos a los pueblos que hablaban la lengua ibérica, los llamados belos, titos, lusones, pelendones, arévacos, olcades, berones y túrmogos (habitantes de las tierras accidentadas del Sistema Ibérico y de su entorno) lo son en el mismo grado que los llamados ibero-levantinos. Otro tanto puede decirse de los carpetanos, oretanos, vetones, vaceos, tartesos, … Esta afirmación queda plenamente probada con la interpretación de los textos epigráficos de las diversas áreas y, por supuesto, por la Toponimia.
8. Los iberos procedían del norte de África. Esto debe ya constituirse en verdad indiscutida, una vez hecho el análisis riguroso de los macrotopónimos Iberia e Ispania. Véase en esta misma sección la subsección Toponimia ibérica (general). La interpretación resultante, además, da sentido al párrafo de Estrabón que nos dice que “los (autores) contemporáneos… dicen que Iberia e Hispania son sinónimos”. Hay muchísimas pruebas complementarias.
9. Se extendieron por toda la Península ibérica hasta el último confín. También por las islas Baleares y Canarias, por el oeste de Francia hasta la península de Bretaña y por el sureste hasta la desembocadura del Ródano. Mientras que la Toponimia delimita bastante bien esta extensa área, la Epigrafía, en cambio, no se ha manifestado hasta el momento por el centro y norte de Portugal, Galicia y la cornisa cantábrica, coincidiendo probablemente con el área de ocupación de los celtas en el entorno del año 1.000 a. de C. Los iberos fueron empujados hacia el interior, pero los celtas respetaron mayoritariamente la toponimia preexistente (como después harían los romanos, visigodos y árabes); no poseían la escritura ni una civilización avanzada y fueron culturizados por los iberos.
10. El concepto “ibero” no tiene origen étnico sino geográfico. Los iberos pertenecían a diversas etnias encuadradas en el tronco bereber, y cuando deciden desplazarse hacia el norte, atravesando el mar y asentándose en “la orilla del norte”, esto es, en Iberia, comienzan a denominarse iberos o habitantes de Iberia. Siguen una ruta antiquísima que se remonta a la noche de los tiempos, desde luego a más de 100.000 años de antigüedad, y que se mantiene viva aún hoy en día.
11. Los iberos fueron los primeros habitantes civilizados de la Península. Esta es la gran diferencia con los primitivos hombres del Paleolítico: pulimentaban la piedra (aunque seguían tallándola en muchas ocasiones) y se habían convertido en agricultores, ganaderos y artesanos (aunque seguían auxiliándose de la caza, la pesca y la recolección de frutos y bienes naturales). Pero la esencia de la revolución neolítica reside en la adopción de la forma de vida sedentaria: nace el derecho de propiedad individual o comunitaria, se asientan y fortalecen las relaciones familiares y sociales (aldea, pueblo, tribu), aparecen las prácticas solidarias de ayuda mutua y defensa común, el comercio… Muy importante para nosotros: nuestros antepasados del Neolítico, ya sedentarios, necesitan, para poder entenderse, poner nombre a todos los lugares conocidos, describiéndolos con la máxima concisión y precisión, repitiendo siempre la misma descripción, “fosilizando” el párrafo conciso que identifica y a la vez descibe al lugar: he aquí el topónimo.
12. El topónimo ibérico es un retazo de la conversación y cumple siempre dos funciones: identificativa y descriptiva. A ellas se corresponden los dos elementos del topónimo: la forma y el contenido. La forma es generalmente una composición, esto es, el resultado de la aglutinación de dos o más formas; algunas veces se trata de derivaciones (raíz y afijo) y, muchas menos, de formas simples.
13. La creación del topónimo supone un ejercicio inteligente y realista de elección: el elemento identificador.El contenido del topónimo, ante la imposibilidad de dar una descripción completa del lugar (que sería incmpatible con la fluidez necesaria del lenguaje oral), se conforma mediante la elección de la nota o elemento más característico y propio del lugar, al que llamaremos “elemento diferenciador”. Son muy variados y puede recaer dobre la situación o emplazamiento, la naturaleza y calidad del terreno, la abundancia de árboles y vegetales, de animales determinados, fuerza de ríos, torrentes, glaciares, fenómenos físicos característicos, penosidad o fatiga, belleza del medio o del lugar, imágenes sugeridas,etc.
14. La toponimia real o descriptiva exige siempre la comprobación sobre el terreno de la interpretación hallada. Supuesto el conocimiento profundo de la naturaleza, estructura y régimen de la lengua, la presencia y comprobación sobre el terreno de la interpretación “en laboratorio”, constituye la garantía final del acierto en el resultado final.
15. La toponimia real se contrapone a la formal. Es la única científica. La formal,basada en el método comparativo o de “emparejamiento de cromos” es vacía, ligera y falsa. Conduce a inmensos dislates que trascienden a la historia y la cultura, creando un enorme galimatías, con aberraciones sin cuento. Es, sin embargo, la que domina absolutamente en nuestro panorama científico (?) y tiene raíces tan hondas que es capaz, al menos hasta el momento, de cerrar el paso a la concepción verdadera, simplemente, ignorándola.
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