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Cerretanos

Etnonimia

 Los historiadores patrios, cuando tratan de los habitantes prerromanos de Iberia o Ispania, suelen señalar sobre la piel de toro unos espacios a los que se aplica el nombre del “pueblo” que, se supone, lo habitó: lusitanos, vacceos, vetones, arévacos, edetanos, contestanos, carpetanos, oretanos, turdetanos, etc. Nadie se atreve a señalar los límites de sus territorios, porque las noticias son insuficientes o erróneas, y porque, con seguridad, muchos otros pueblos ignotos se intercalaban entre los nombrados; ni a señalar categóricamente la etnia a la que pertenecían y ello, no porque dentro de cada pueblo existieran varias distintas, sino porque no se distinguía en nada substancial de la de sus vecinos; ni a describir con alguna garantía la cultura que poseían, si ibérica o celta, creándose (sacándola de muy poco) la entelequia de los pueblos celtíberos, los cuales, como ya hemos demostrado ampliamente, hablaban y escribían en una purísima lengua ibérica. Añadamos un nuevo argumento fundamental: tales pueblos no poseyeron jamás una organización política o administrativa, ni estable ni accidental (lo que no obsta a las movilizaciones amplias en casos de calamidad o guerra) común a todas las ciudades, poblaciones o pueblos de cualquier tamaño, aldeas, villas, casas o lugares de residencia; en cambio, sí la poseía cada ciudad con sus anejos, cada pueblo grande con sus adjuntos más pequeños y con sus aldeas. La configuración actual en base a municipios exclusivamente capitalinos o con una capital –mayor o menor- con uno o más anejos, estuvo plenamente vigente en la España prerromana. Los testimonios son numerosísimos y avientan cualquier asomo de duda: el órgano rector, así llamado por los propios iberos, era La Junta, siempre colegiada y compuesta por los ancianos (primacía de la edad y la experiencia pues “el abuelo registra la tradición”, según declara el fragmento de estatua descrito por Jürgen Untermann (1), página 620) o por los notables (primacía del mérito). Un ejemplo perfecto (pues, además, es muy breve) lo constituye el texto del objeto claviforme, colección Turiel nº 13, tratado por Martín Almagro-Gorbea (2), que dice así: “La Junta recta parece difícil: indicios de riadas (obras públicas), amonestar las infracciones (administración de justicia), defectos de las personas (enseñanza, asesoramiento, ayuda)”.

Todo lo anterior es igualmente aplicable a los pueblos prerromanos del norte de Iberia: galaicos, astures, cántabros, vascones, yacetanos, cerretanos, ilergetes, layetanos, indigetes, ilercabones, etc. Por ejemplo, al hablar de los cántabros, Plinio el Viejo (3) dice lo siguiente: “Siguen la región de los cántabros con nueve pueblos, el río Sauga y el Puerto de la Victoria de los Juliobrigenses; a cuarenta mil pasos de aquí están las fuentes del Ebro; el puerto Blendio, los orgenomescos pertenecientes a los cántabros, Veseyasueca, puerto de éstos…”. También por esta zona van apareciendo nuevos pueblos interpuestos: bárdulos, caristios, autrigones, túrmogos, berones, belos, titos, lusones, sedetanos, olcades… Planteemos ya la cuestión: si estos llamados “pueblos” prerromanos no tienen un territorio bien definido, ni poseen diferencias étnicas relevantes, ni culturas contrapuestas, ni organización político-administrativa general para todos sus lugares y habitantes, ¿qué son en realidad?. La respuesta más clara la daremos por vía comparativa: ¿qué son los maragatos, o los ampurdaneses, manchegos, montañeses de Santander o los riojanos antes del Estado de las Autonomías?. La comprobación rigurosa de que tales denominaciones no responden a ningún criterio fundamental se hace mediante el análisis lingüístico de las mismas. Así, los baliarides (baleáricos) son “los que se valen (viven) de los corderos”; los indigetes, “los que siegan montones de hierba que se guarda en silos”; los bastetanos, “los que revientan de trabajo a los burros”, etc.

Tenemos bastante información sobre los cerretanos. Estrabón (4) nos dice: “Del propio Pyrene… en cuanto a la zona central, configura valles con buenas condiciones de habitabilidad. Los ocupan en su mayor parte los cerretanos, de raza ibérica, entre los cuales se preparan excelentes jamones que rivalizan con los de Cibira y proporcionan no pocos ingresos a sus gentes”. Ninguna duda sobre la identidad ibérica de los cerretanos pues, además, como explica Francisco Marco Simón (5), “eran iberos, extremo confirmado por las inscripciones rupestres – de fecha avanzada; ss II-I a.e. – de la Cerdaña, que recibe de ellos su nombre”. Julio Rodríguez González (6) nos relata la lucha de Roma contra los cerretanos y su sometimiento final: Durante el Segundo Triunvirato, Octaviano unificó el mando de las provincias Citerior y Ulterior en la persona del procónsul Domicio Calvino y “nada más asumir el mando, Calvino tuvo problemas en una región que no los había dado desde hacía mucho tiempo, la zona pirenaica entre las actuales provincias de Huesca y Lérida, donde habitaba la tribu ibérica de los cerretanos, un pueblo de menor nivel cultural que otros ibéricos que le rodeaban. No sabemos el porqué de la sublevación …, aunque cabe la posibilidad de que no fuese totalmente una sublevación, sino que también fuese una guerra de conquista de los últimos valles aún no sometidos de los montes Pyrenaei centro-orientales. El gobernador envió contra los indígenas un contingente militar, compuesto de un número indeterminado de soldados, muchos de los cuales es probable que fuesen auxiliares hispanos, pues cuando los cerretanos los emboscaron y derrotaron, los supervivientes se pasaron a los vencedores. Enterado el procónsul, tomó en persona el mando de sus restantes tropas (también en número desconocido)… Estableció su base probablemente en Osca, lo que indicaría que la zona de operaciones estaría en los Pyrenaei centrales, y lo primero que hizo fue conseguir cercar a los que se habían pasado al enemigo y proceder a su diezmo. Una vez restaurada la disciplina, Calvino atacó a los cerretanos, los venció y pacificó la comarca, sin que las fuentes nos informen en este caso de represalias. La victoria debió de ser grande, pues a su regreso a Roma Calvino celebró un triunfo”. 

Hemos visto a los cerretanos por tierras de la Cerdaña; después, combatidos por Calvino en las comarcas orientales de Huesca (Sobrabe y Ribagorza) y occidentales de Lérida (L´Alta Ribagorça, Pallars, L´Urgell, La Cerdaña). Muchos otros autores abundan en esta última idea: Guillermo Fatás. Juan Santos Yanguas (7), José R. Pellón (8), Martín Almagro y tres más (9), F. Villar y B.M. Prósper, etc. Pero ya Plinio el Viejo (10) escribía: “Después de éstos, yendo hacia el interior en el orden en que se los nombrará, al pie del Pirineo, los ausetanos, los jacetanos y a lo largo del Pirineo, los cerretanos y finalmente los vascones”. Y abundando en este desplazamiento hacia el Oeste, “las fuentes musulmanas y cristianas de los ss. VIII a XI mencionan a los cerretanos en los valles occidentales de Aragón y orientales de Navarra…” (F. Marco Simón, op. cit.). Si, por una parte, la denominación del “pueblo” cerretano no supone (como en todos los demás casos) una identificación esencial (etnia, cultura, unidad política-social) y, además le vemos danzar desde el Pirineo oriental al occidental, debemos preguntarnos: ¿Existió realmente este “pueblo”, con toda la vaguedad que el entrecomillado conlleva, o fue una simple entelequia?. Ya hemos adelantado la solución: debemos analizar el término (etnónimo) cerretano.

 Una buena parte de los etnónimos ibéricos terminan en –anus o –ani, sufijo latino de filiación u origen que se aplica a un nombre o composición preexistente, normalmente de origen ibérico. Se contraponen a otra serie, menos numerosa, en la que terminan con el sufijo ibérico –te o –de. En “cerretano” estamos en el primer supuesto y, por consiguiente, zerreta-ani valdrá por “los habitantes de Zerreta”. Este nombre es una derivación ibérica formada por zerra, sierra, cordillera, montaña, más el pluralizante –eta. El enlace se efectúa con elipsis al final del primer término: zerr(a)eta. El significado de zerreta será por tanto “las montañas”, o bien, utilizando el singular colectivo, La Montaña. He aquí la piedra maestra que hace cuadrar todos los desajustes anteriores: los cerretanos son los habitantes de La Montaña o, si se quiere, “los montañeses”, apelativo idóneo, aún hoy en día, para todo habitante del Pirenneo, oriental, central u occidental.

 

  1. Jürgen Untermann, Monumenta linguarun hispanicarum, Wiesbaden 1.990.
  2. Martín Almagro Gorbea, Epigrafía prerromana, Madrid 2.003.
  3. Plinio el Viejo, Historia Natural, libro IV, 20, 34.      
  4. Estrabón, Geografía, libro III, 4,
  5. F. Marco Simón, La emergencia de los pueblos pirenaicos antiguos, Navarra 1961-1.998.
  6. F. Rodríguez González, La resistencia hispana contra Roma, Madrid 2.010.
  7. J. Santos Yanguas, Los pueblos de la España antigua, Madrid 1.999.
  8. J.R. Pellón, Íberos, Espasa, Madrid 2.001.
  9. Almagro, Arteaga, Blech y Schubart, Protohistoria de la Península ibérica, Barna. 2.009.
  10. Plinio el Viejo, Historia Natural, III, 3, 19-22.
  11. Francisco Villar y Blanca Prósper, Vascos, celtas e indoeuropeos, Salamanca 2.005.

 


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