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C. Libertad

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Sin libertad no hay vida propia. La voluntad, facultad esencial del alma, queda constreñida por las voluntades ajenas, y vacía, pues carece de la capacidad de elección. La falta de libertad impide la dignidad personal y el ser humano queda reducido a un mero instrumento de la voluntad ajena, a una simple cosa rebelde y peligrosa a la que hay que sojuzgar y vigilar. Si la imposición del dictado ajeno se acompaña, como suele suceder, de la desigualdad, la injusticia, el sectarismo, la ambición, la corrupción, la soberbia del dueño de nuestros destinos, la vida del ser humano viene a caer en el barro de la insatisfacción permanente, del resentimiento y de la amargura. Luchar por la libertad, resistir, no abdicar de nuestros derechos como personas, se convierte así en una necesidad vital. Pero luchar por la libertad es tarea difícil, dura, constante, y exige, además, no caer en la tentación del panem et circenses que, con formas y señuelos renovados y actualizados, nos rodea por doquier. Esta sociedad en que alentamos debería avergonzarse de sí misma y, sin embargo, aspiramos a participar más y más en ella. Sé que cuanto antecede son obviedades, pero también estoy seguro de que no son antiguallas y, quisiera equivacarme pero me temo que no es así, que nuevos “dictados”, nuevos dictadores, si bien impersonales y ocultos en buena parte, tienden a esclavizarnos de nuevo, a privarnos sutilmente de nuestra libertad y dignidad. Yo no soy profeta pero sí observador, y aún me quedan intactas las facultades de pensar y de expresar las ideas.

 En esta circunstancia, volver los ojos hacia el mundo ibero, hacia su sentido y vida en libertad, constituye el más delicado de los bálsamos, una evasión, pero también una maravillosa lección sobre el camino a seguir. Analizaremos su libertad en diversos aspectos y en apartados distintos para su exposición sistemática: en relación con la fé, con sus obras y con el gobierno u organización política. Pero quiero traer aquí una especie de declaración general, que alumbrará todos nuestros pasos posteriores. Está grabada en la llamada escudilla o pátera de plata de Tivissa (Tarragona) y dice así:

Pok  udi  idi  baz / sano  in / girinz-to / ur  geza  edi  gezal.

que traducida al castellano significa:

Con el aro de hierro que le sujeta al yugo, el buey pace. Parece triste. Lanza un gran mujido: hasta el agua dulce encuentra salada. 

 

a). Libertad y fé. El ibero, como ya hemos expuesto en el apartado “A. Religión”, manifiesta una gran fé y amor a La Madre. En un panegírico leíamos “el que estuvo siempre lleno de mucho fervor”. Amor, fervor religioso sí, pero siempre individual. No hay sacerdotes permanentes, ni sacerdotisas ni obispos, no existe la organización eclesiástica y, con ésta la Autoridad; no hay iluminados ni intérpretes exclusivos de la voluntad divina, y con ello, el adoctrinamiento y el dogmatismo. Nadie podrá coaccionar, atemorizar, ni abrir un supuesto valle de lágrimas. La Junta de Gobierno de cada comunidad nada tiene que ver con la fé y el cumplimiento del código moral; sería impensable algo así como “el brazo armado de la cristiandad”, la evangelización y la guerra santa, la Santa Inquisición y los autos de fé. Cada ser humano tiene abierta una cuenta con La Madre, directa e íntima, y responderá del saldo. Habrá personas con conciencia muy viva y despierta, al tiempo que otras mostrarán despego, olvido, ligereza. ¿Y qué sucede en esta vida con los ateos, con los agnósticos o con los que desconocen  simplemente aquel código moral?. Nada, absolutamente nada, pues usan explícita o implícitamente de un derecho substancial de la condición humana, la libertad con responsabilidad.

Hay un texto epigráfico que corrobora plenamente todo lo anterior. Está escrito en una lápida que distingue la sepultura de una persona conocida, de una de tantas, que no siente temor alguno en publicar su posicionamiento religioso ante su familia y allegados, ante su comunidad. La tal lápida, conocida como Inscripción de Ourique III, constituye una espléndida manifestación de la duda, del escepticismo, quizá del descreimiento absoluto, y dice así:

Ona  abe: keota.

que traducida al castellano significa:

He aquí el destino del hombre: humo.

 

b). Libertad y obras.

En el orden moral, se marcan perfectamente las tres etapas que conducen a las malas obras, a los pecados, si se quiere. En primer lugar, la tentación, el deseo de posesión, de disfrute o el simple impulso hacia el mal. A la tentación se hace referencia expresa en el Plomo de Vall d´Uxó en el que se pide a La Madre “líbrame de la holgazanería de la ciudad de tentaciones mil” y, más adelante, “de que las cosas de la ciudad me subyuguen”. Ante la tentación, la segunda fase: la constatación de la debilidad del ser humano: “somos de ánimo vacilante y turbio, nos corrompemos…”, según se lee en la ya estudiada y magnífica tésera de Uxama; y la frecuente demanda de que “nos libres de la debilidad”, de “seguir las lisonjas”, de “que seamos tranquilos y firmes” (Plomo de la Serreta de Alcoi); o bien, “que no caigamos en la envidia salvaje”, o “castiga la envidia venenosa” (Plomo de Pech Mahó”); contra la tentación caliente, contra la pasión, se impetra la ayuda de La Madre: “quiero sobre las pasiones la ira del látigo”. Por último, tercera fase, la caída: el “gozador de la pasión lividinosa” aparece muy activo en el Plomo de Ullastret (1.967), que nos habla de “muchas, muchas penetraciones” sobre un lecho hecho de ramas, de la vista turbia, de la “berga”, del “gusto”, de “los que se mueren de placer”, para rematar la escena con recriminaciones, consejos y remordimientos (ver “Sexo” en esta misma sección); de igual modo, el borracho, “con un vaso de más en la mano”, es motejado de “buey cebón, buitre de la noche” y ridiculizado en otro mágnífico texto, el Plomo nº 1 de Javier Velaza.

En el orden jurídico, la represión de los delitos presenta unas cortapisas que a nosotros, en una sociedad en la que las cárceles están llenas pese a un sentimiento general de impunidad, se nos antojan débiles e insuficientes. La parodoja crece cuando afirmamos que se da una judicialización excesiva. La pieza maestra que hace cuadrar todo este galimatías radica en la pérdida individual y social del sentido moral de la vida. Si consiguiéramos reformar nuestros comportamientos con criterios morales (justicia, educación, solidaridad, respeto…), y si después la censura social fuese operativa y dura, ni habría tanta criminalidad, ni judicialización, ni sentimiento de impunidad, ni tanta población penada. El modelo ibérico lo estudiamos en extenso en el apartado siguiente.

 

c). Libertad y gobierno. Alguien que, como yo, haya nacido en la Comunidad Autónoma de Aragón, vivirá a la sombra de ¡seis!, nada menos que seis, instituciones, entidades o corporaciones de derecho público: La Unión Europea, cuyas directivas, tan abundantes, concretas y operativas, inciden cada vez más en nuestra vida, pero que resultan nimias si las comparamos a sus “dictados” (órdenes, presiones, amenazas…); UE a la que, sin embargo, no sabemos odiar ya que tenemos la sensación de que también ella es arrastrada por un viento abrasador (léase ambición) que reseca la tierra y al común de los mortales, depositando el agua de la vida en unas nubes cada vez más ricas e infladas, intangibles, insaciables, amenazantes, que serían el séptimo poder si tuvieran rostro. Después, el Estado español, ya gobernado por quienes, inanes y sin fuerzas ni inteligencia, han pretendido conservar un residuo de humanidad, o bien, por quienes, aduciendo la necesidad, servirán a pies juntillas al Séptimo Poder. Sigue, de mayor a menor, la Comunidad Autónoma, triste remedo -hasta en el nombre- de lo que debiera ser un Estado Federal. Luego, la hoy perfectamente prescindible Diputación Provincial, que se antoja inútil en la era de la informática, de la reglamentación, de la eficacia. El quinto lugar lo ocupa la Comarca, que ha nacido desnaturalizada, fuente de gasto, con cargos y sillas tan supérfluos como insostenibles, rellenada de competencias hurtadas a los municipios o a la Comunidad autónoma. Por último, el Municipio, necesario en sus justos términos, que debe ser potenciado, tras un proceso de concentración (los hay con 39 habitantes) que reduzca su número a la tercera parte. Este inmenso aparato se nutre, exprimiéndolo, del trabajo de los humildes, de la gente de a pie, que no sabe ni puede hurtarse a la fuerza absorbente que llega hasta la nube innominada (mercado, globalización, oligarquía, plutocracia…), con el efecto cierto y evidente de coartarla y reducir a casi nada (aún queda el panem et circenses, cuyo máximo exponente son, en este momento, los Barça – Real Madrid) la libertad del individuo.

En el mundo ibero, de seis uno; solamente se admite el más reducido y próximo, quizá porque nuestros antepasados deseaban conocer personalmente a los depositarios de la autoridad, elegirlos y juzgarlos permanentemente. Por razones obvias no existía Europa, de la que ni siquiera se poseía la mera idea geogáfica. Tampoco surgió potente el sentimiento nacional ni se sintió la necesidad de darle personalidad jurídica estructurando un estado, lo cual no constituyó obstáculo para una convivencia sin barreras y para una colaboración intensa: así, vemos, por ejemplo, cuadrillas de trabajadores especializados que se mueven prestando sus servicios allí donde son requeridos (“somos los que levantan las vigas que atraviesan de parte a parte”); o comeciantes que siguen largas rutas (“los comerciantes del río”); o representantes o asentadores de productos derivados de la agricultura, la minería, la artesanía; o ganaderos en régimen de trashumancia en largos desplazamientos; o pueblos enteros dedicados a la producción y venta de bienes útiles a terceros (tanino, seda, barreras para el ganado, objetos metálicos…). Porque lo que sí late y con gran fuerza es la conciencia de una unidad de origen, cultural (lengua), religión e idiosincrasia. Es precisamente en los momentos de dificultad máxima, en especial en la lucha contra La Bestia romana, cuando aflora la solidaridad y la unión por una causa común, como queda patente en las impresionantes cabalgadas de Biriato, desde la sierra de La Estrella por toda la Lusitania y La Bética, hasta Sagunto y La Sedetania, reconocido y seguido hasta la muerte como caudillo y conductor, pero jamás aceptado como rey.

A los “pueblos” de Iberia se les suele asignar un ámbito territorial comparable al de las regiones o Autonomías actuales. Pero, correctamente analizados sus nombres, salta a la vista que el hecho diferenciador es nimio, casi folklórico, en todas las ocasiones: unos son “los que viven en las montañas”, otros “los que se valen de los carneros”, otros los que visten “sayos cortos”, o “los que revientan a los burros de fatiga”, “los que consumen manteca de carnero”, “los que siegan y guardan en silos”, etc., pero siempre,con ligeras alteraciones por influencias extrañas, con una lengua y mentalidad homogéneas. Nada que decir respecto a Diputaciones y comarcas, modernas y artificiales y,por ello, impensables para nuestros antepasados. 

Llegamos al fin a la única entidad colectiva, con funciones de ordenación y represión que admitieron los iberos. Se trata de la Junta de Gobierno de cada ciudad o agrupación de poblaciones. Cumple funciones que, en lo esencial, abarcan estos tres campos: obras y servicios públicos, por una parte; consejo, educación y resolución de incidencias; correccción y castigo cuando procedan. “La (misión de la) Junta de Gobierno no es fácil”, se nos dice, y no son raras las ocasiones en que se producen críticas y hasta rebeldía, como si esta mínima y necesaria situación de desigualdad resultase también molesta, antinatural. Parece como si el ibero considerara que su código moral y los remordimientos que le envía La Madre, amén de la constante representación del juicio final que le espera, constituyen la guía primera y fundamental de sus actos, como si no se mostrara proclive a ceder más parcelas de su libertad casi omnímoda, si bien, la necesidad de “corregir los defectos de las personas” le compeliera a aceptar este yugo que, sin embargo, a nosotros se nos antoja tan débil y llevadero. En conclusión, código moral, conciencia si se quiere, remordimientos y temor al juicio final como guía primera; “correccción de defectos” por la Junta de Gobierno, mucho después. Realmente Iberia fue la patria de la libertad… hasta la llegada del imperialismo romano.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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