A
Lo que va a leer a continuación no se parece en nada a las narraciones de los autores grecorromanos y de los que les siguieron. Y es que el narrador es justamente el contrario. Yo me limito a traducir al castellano la expresión escrita de sus creencias, ideas y sentimientos. Hablan los iberos. Y su voz, apagada 2.000 años atrás, nos va a sonar muy clara, limpia, próxima y hasta entrañable, porque, simplemente, es la de nuestros verdaderos antepasados; y porque, digámoslo ya, crearon y vivieron la más hermosa civilización que ha alentado jamás sobre la faz de La Tierra.
a). El alma.
El ser humano se compone de cuerpo y alma. El cuerpo, desprovisto del alma, es despreciado continuamente: “Esto que es una masa de agua helada…” (Sarcófago de La Vispesa, Binéfar, Museo Arqueológico de Huesca); o bien, “Agua, tan solo agua, vuestro semblante; si enfermáis, cerca, la muerte” (Estela de mármol negra). El alma, en cambio, es la vida: “El alma que es carne viva” (Estela de Tarragona). Se plantea aquí una importante cuestión: si el alma es carne viva, ¿toda la carne viva tiene alma?. Rotundamente no. No tienen alma los animales, aun cuando en ocasiones se les suponga ciertas facultades: “La liebre avisada desconfía de los ronquidos” (Tésera del Castro de las Cogotas, Ávila), e incluso se les atribuya actitudes propias del ser humano: “…el buey pace. Parece triste (por la falta de libertad)” (Escudilla de plata de Tivissa). Y ni siquiera se les reconoce alma, en el sentido estricto que enseguida veremos, a los seres humanos privados de las facultades esenciales, como los hijos que se vuelven sordomudos, que ni oyen, ni hablan ni entienden, que no pueden mostrarse alegres y afectivos, que no pueden desarrollarse ni ser felices, y respecto de los cuales el padre,con inmenso sentido trágico, exclama: “No tienen alma” (Plomo de Torrijo del Campo, Teruel).
Precisamente, en ese sentido estricto, los iberos configuran un núcleo del alma hecho de fervor religioso, amor humano y calor; es el recinto de los sentimientos y anhelos, icluidos los que surgen del rechazo del mal. En la periferia quedan las demás facultades anímicas, el juicio y la memoria, muy importantes pero desprovistas de aquel calor que se identifica con la razón de vivir. Lo anterior es importantísimo, no solo para conocer la civilización ibérica sino también para comprender perfectamente el decurso de nuestra Historia; de aquí que nos detengamos en su exposición.
a.1).Amor
El ibero ama, por encima de todas las cosas, a La Madre, el Ser Supremo, de nombre Ame, Madre, Amea, La Madre, Ama, ídem. A ella se dirige con el tratamiento To (Tú, mujer). He aquí una oración personal y libre contenida en el Plomo de Vall d´Uxó: “Quiero ir al cielo ¡óyeme!, que volvamos a encontrarnos ¡atiéndeme!, quiero contemplarte ¡óyeme!, eternamente ¡atiéndeme!, quiero ocupar mi sitio en la altura ¡óyeme!”. Volveremos a ocuparnes del Dios único de los iberos, La Madre, en el apartado c).
Ya en el plano terrenal, la familia es la institución que cohesiona la sociedad y que se asienta en el amor. El varón, que parece ser el escriba habitual, muestra hacia la mujer respeto, estima y amor apasionado. Ve en la pareja el trasunto de La Madre y aprecia su enorme dignidad personal. Además le resulta indispensable por su trabajo como educadora de los hijos a los que trasmite el más exigente código moral; por su dedicación a la casa, los huertos, los animales domésticos y la ayuda puntual en las labores agrícolas, ganaderas, artesanales. Y sabe que es bella (objeto permanente de la concupiscencia de la horda romana) y valiente, hasta el punto que es capaz de combatir a su lado y entregar la vida sin un lamento. Veamos algunos ejemplos de este amor conyugal: “Muerta la atracción de la pareja, juntos para siempre en la sepultura” (Estela de Cabanes); “Eternamente enamorado” (Anillo de Soses, Lérida); el Plomo de la Serreta de Alcoi contiene una petición a La Madre: “Que cuides… de la pareja”; el Plomo de Castellón, en fin, nos induce a pensar en la felicidad del hogar: “En parte alguna se está como en la cálida cabaña, agradable como ninguna”. Una de las más repudiables ideas emanadas del muro hispano-romano-católico, cuyos ecos atenuados resuenan todavía en nuestra sociedad de hoy, es la desigualdad por razón de sexo (léase inferioridad intrínseca de la mujer).
El amor de la pareja se prolonga, dando nueva vida, en los hijos. Bastaría para evidenciarlo el hondo gemido de dolor del padre que, con cuatro hijos sordomudos, se rebela ante La Madre: “Clamo al cielo, ¿porqué tanto mal?. Sin espíritu, sordomudos… Haz que los niños entiendan las palabras, que se desarrollen con salud. Redime la calamidad, déjales alegres. ¡Ojalá oigan!. Esperamos hasta que el momento llegue, esperamos. Te pedimos gracia para los críos, acaba con la maldición. Que tengamos hijos sanos, con carácter, que tengan la oportunidad de ser felices” (Plomo de Torrijo del Campo, Teruel). Pero es necesario insistir en este punto, tan obvio a la par que actual. Porque una pléyade de autores, estúpidos y malévolos, han llegado, en su sectarismo cultural e histórico, a hundir todo posible aprecio del mundo ibero con la tesis del infanticidio. Los hijos son deseados: “Danos muchos hijos”, se pide a La Madre en el Plomo de Solaig, y en parecidos términos en el de Pech Mahó (Francia): “Danos vástagos para el futuro”. Los hijos son mimados y, en aquella primitiva sociedad, no faltan las cunas (véase el topónimo Cala Güia, con perfecta forma de cuna – en ibérico guia vale por cuna- en Toponimia balear), ni los biberones (véase Cala Tuent, con perfecta forma de biberón -en ibérico tu(tu) jente significa biberón de bebé- asimismo en Toponimia balear), ni las muñecas (véase Fonchanina, con perfecto perfil de una montaña que sugiere una muñeca – en ibérico pontxa nini a vale por la muñeca de la niña- en Toponimia altoaragonesa). Hasta el hijo que muere recién nacido es enterrado amorosamente junto al muro exterior de la casa, para ser recordado siempre, al tiempo que se graba en una placa de mármol negro: “Vivió un instante” (Lápida de Alcalá de Chibert).
La familia ibérica era bastante extensa. Junto a la pareja y los hijos, en primer lugar los abuelos. Éstos, ya débiles y condicionados – “Nadie te dominará tanto como lo hace la vejez” (Vaso de plata en forma de embudo de Tivissa)- gozan de gran respeto y afecto. Y así son llamados a formar parte de La Junta o consejo de ilustres y ancianos que gobierna cada mini-estado o ciudad-estado. Además encarnan la memoria y el saber colectivo, como veremos más adelante. Y como seguimos moviéndonos en el campo del sentimiento afectivo, del núcleo del alma, aparecen los hermanos: “Guiarás los pasos del hermano” (Plomo de Pech Mahó, Francia), aunque parece probable que “hermano” sea aquí sinónimo de prójimo. Y para la familia en su conjunto, he aquí la súplica a La Madre en este mismo Plomo: “Que la escasez permita el sustento de la familia”. La desaparición de un miembro de ésta es acogida con dolor y turbación: “Espíritu benigno que nos gratificaba, la fuerza del agua y el vino” (Estela de Benasal); y se manifiesta en el “luto” (voz ibérica), del que tenemos amplios detalles.
Próximos al núcleo del amor, los círculos de la amitad y la solidaridad. “Que hagamos amigos”, nueva súplica a La Madre en el Plomo de la Serreta de Alcoi; “Que disminuya mi soledad”, en el Caudete de las Fuentes; “La soledad”, escuetamente, en el recipiente de arcilla gris de Ullsstret. El pueblo o conjunto de vecinos aparece en este último texto: “Que cuides de la población”; la participación en el orden social en el Plomo de Vall d´Uxó: “Quiero intentar que se impidan las afrentas”; el trabajo comunal y la confraternización en el de Castellón: “Las gentes del valle se afanan. En (el descanso de) las comidas confraternizan fácilmente”. Abundan las peticiones de ayuda y socorro, las obras públicas, las comitivas en los funerales, las súplicas colectivas a La Madre, las fiestas y la alegría en bailes, libaciones y banquetes…
a.2). Juicio.
El entendimiento, el juicio, la inteligencia, el sentido común son elementos esenciales en la idiosincrasia del pueblo ibero. Alcanza manifestaciones sublimes en todo su pensamiento, en especial en las sentencias, en las que se decanta y brilla como un corolario de sus planteamientos de base. Dedicaremos un apartado completo al pensamiento, por lo que aquí me limitaré a dar sus declaraciones generales: “Mi fortuna es más el juicio que el trigo sin juicio” (Inscripción de Iglesuela de la Sangre, Sagunto); “Que el buen juicio pueda mostrarse perfectamente” (Plomo de Caudete de las Fuentes); “Que actuemos con calma”, “que seamos tranquilos y firmes”, “líbranos de seguir las lisonjas”, “de la jactancia”, “que tengamos mucha prudencia en el modo de hablar”, súplicas incluidas todas en el Plomo de la Serreta de Alcoi; “Líbrame …de que se altere la calma del entendimiento”, “de la ciudad de engaños mil” (Plomo de Vall d´Uxó); “Dame prudencia en el obrar”, “imploro para mí la prudencia” (Caudete de las Fuentes). Al margen de la Epigrafía, tan solo dos ejemplos: 1. Biriato lucha con toda su alma (valentía, inteligencia, sacrificio) contra La Bestia romana para conseguir la paz y una vida con dignidad; y, precisamente espera el momento propicio, cuando la tiene vencida y a sus pies, para ofrecer la paz más razonable. 2: La etnia de los cempsos (kempsos o kaempsos), una de las más notorias dentro de la antigua Iberia, deriva su nombre de kapa sensu oso > kap(a)sens(u)os(o) y kaempsos, “los varones de juicio perfecto”.
a.3). Memoria y tradición.
Estrabón, hablando de los turdetanos o tartesos, nos da en su Geografia, 3, 1, 6, la siguiente noticia: “Tienen fama de ser los más cultos de los iberos, poseen una gramática y tienen escritos de mucha antigüedad, así como poemas y leyes en verso, que ellos dicen que tienen 6.ooo años”. Esta cifra ha resultado increíble para muchos autores, pero no hay razón alguna para dudar de la afirmación “tienen escritos de mucha antigüedad”. Autores de la solvencia de Gómez Moreno fechan los textos epigráficos tartésicos en 2.ooo años antes de C. En todo caso (no es nuestro objetivo entrar en esa polémica), tampoco se debe dudar de la afirmación de que poseen… poemas y leyes en verso, de la que se sigue la eficacia de la tradición. Nada sorprendente si tenemos en cuenta que el pueblo vasco, en circunstancias culturales, sociales y políticas muy adversas, ha sido capaz de trasmitirnos por tradición oral todo un sistema lingüístico, el vasco antiguo, en todo lo sustancial idéntico a la lengua ibérica.
Pero también en la Epigrafía hallamos constantes testimonios de la importancia que tiene y el amor con que se cuida la tradición. El fragmento de estatua (la cabeza que falta debió de, sin duda, representar a un anciano) contiene en el pecho una declaración terminante: “El abuelo registra la tradición”. El saber popular, trasmitido por tradición, apunta, con ocasión de las riadas, en el Plomo nº 2 de Javier Velaza: “Antiguamente, los rebaños avisaban de la violencia de la riada súbita, si era baja o, si por el contrario, daría lugar a lamentaciones”. Con finalidad didáctica, se graban multitud de manifestaciones del saber popular: la Estela de Abobada contiene un croquis de cómo debe organizarse la cámara sepulcral y sus aledaños; el Bronce de Kortona instruye de cómo debe construirse un cabestrante con gran potencia de elevación de pesos; los Proyectos de ciudad de Andión (Mendigorría) y Caminreal plantean cómo construir una ciudad; la costumbre se menciona por dos veces en el Plomo de Pech Mahó (Francia): “Moverse subiendo (progresar) según costumbre” y “que tire también de mí el progreso de costumbre”. Y otras muchas muy diversas: instrucciones para la siembre y defensa de los sembrados en la Tésera de La Mano, funerales con hachas encendidas en Pech Mahó, lo que se toma (come o bebe) principalmente. Siempre la venerable tradición como punto de partida hacia el progreso…
b). La otra vida.
En el núcleo del alma, que es el amor, en trono preferente, el amor a La Madre; en círculos concéntricos, el juicio, que es luz, y la memoria que brilla como un tesoro. Con fe y amor, un impulso racional pero a la vez incontenible, lleva al alma a buscar la unión perfecta con la divinidad. Sobre este plano espiritual inciden y seccionan otros dos materiales e insoslayables:
1. La realidad vital que conlleva calamidades sin cuento: hambrunas, sequías, vientos abrasadores, riadas, incendios, pestes, fieras, enfermedades, accidentes…; la necesidad de un trabajo y, por ende, de una fatiga que llega a matar; las grandes penas, la escasez, la aflicción.
2. La muerte. Está presente permanentemente y afecta a todos los seres vivos. El propio hombre mata y sabe que hay un fin ineluctable, también para él.
Cuanto mayor sea la angustia y la aflicción, mayor es el anhelo, el convencimiento, la necesidad de la otra vida. La solución, el corolario que se sigue no puede ser otro que la inmortalidad del alma. Y modelado de consuno por la fe y la razón, en forma bellísima, se explicita en el siguiente texto epigráfico, esencial dentro de la civilización ibérica: “La dicha se ha prometido a cada uno de los muertos: solamente para las almas de los difuntos buenos será realidad” (Estela de Ourique I, Portugal).
Muy pronto veremos en qué consiste esa dicha prometida. Pero ese texto deja abierta una cuestión fundamental: ¿qué ocurre con las almas de los difuntos “no buenos”?. No hay en toda la cultura ibérica (historia, epigrafía, onomástica, toponimia, escultura, pintura…) una sola mención al infierno. Y es que la idea de un alma sometida eternamente a la tortura mil veces peor que la muerte (simple extinción de la vida terrenal con la separación de alma y cuerpo), implica la creencia en un dios vengativo, inmisericorde, terrible, al que, no obstante, debemos amar. La dicha prometida es, para los iberos, equivalente a la inmortalidad del alma: solamente las almas encontradas buenas acceden a la inmortalidad, todas las almas que han ganado en vida su inmortalidad son dichosas. Resulta pues que las almas son potencialmente inmortales, todas pueden, por igual, acceder a la otra vida; pero, como dice paladinamente la Estela de Ourique, solamente para algunas será realidad. Las demás, no pasando el juicio de La Madre, serán como trémulas llamas apagadas eternamente por el mismo soplo que, si en la cración les infundió vida, ahora son extinguidas para siempre. Brilla en todo momento la justicia amorosa de La Madre, nunca la venganza o el odio de que es incapaz.
Sobre todo lo que antecede y muchos otros extremos relacionados, disponemos de un gran número de textos epigráficos que expondremos ordenadamente:
b.1). Fugacidad de la vida. Un pie, calzado con una bota de bronce, representa el “paso” del hombre y el texto no puede ser más profundo y expresivo: “Pasan los hombres”. La estela de Ourique III (que éstudiaremos más adelante al tratar de la libertad) contiene la reflexión del ser humano ante la pila crematoria. La fragilidad, la continua exposición al fin de nuestros días, en la Estela de mármol negra, ya mencionada: “Agua, tan solo agua, vuestra lividez; si enfermáis, cerca la muerte”; o, el también mencionado, “Vivió un instante”, ante la muerte del recien nacido.
b.2). La muerte. La separación de alma y cuerpo es, ante todo, una “detención”, que se produce inopinadamente: “Ciertamente me detuve cuando menos lo esperaba, cansado y rendido en un riguroso lienzo. La muerte se apoderó de mí” (Inscripción del Castillo de Sagunto”). Se insiste en la idea: “Ciertamente se detuvo cuando menos lo esperaba. La vida segada por la hoz. El alma que es carne viva” (Estela “bilingüe” de Tarragona). La muerte es “La ráfaga profunda de desgracia súbita”, según la Cartela de mármol negro de Alcalá de Chibert. Y la muerte lo trunca todo: “El tiempo de resentimientos se acabó” (Estela del Museo de Sagunto).
b.3). Abandono. En el plano material, la muerte supone el abandono doloroso de bienes, ilusiones, trabajos, relaciones… “Tener más, gozar, matar cuervos: se acabó” (Inscripción ibérica de Iglesuela del Cid, Teruel). La estela de la calle S. Román (Barcelona) abunda en la misma idea: “La presunción muerta, las pretensiones agotadas, de repente”. Toda una trayectoria vital, la “gloria” que puede alcanzar en vida, desaparece: “La gloria acaba cerca de la puerta (del juicio o paso a la otra vida). El tiempo de las ramas de acebo y de los resentimientos se terminaron para mí” (Facsímil Untermann). El trabajador esforzado, el que vivió dedicado enteramente a su profesión, también ha de dejarlo todo: “En este lugar el difunto abandona el rebaño al destino” (Plato de plata de Abengibre, Albacete).
b.4). Panegíricos. Si en vida el ser humano presenta ante La Madre su ex-voto para que le reconozca en el momento del juicio, tras la muerte son sus allegados quienes lo ensalzan para alcanzar la otra vida: “Era un difunto tan santo que procuró, en verdad, hacerse y ser igual…” (Estela de Ourique II). “El que estuvo siempre lleno de mucho fervor” (Estela de Más de Carbó, Benassal). Y más extensamente: “Fue justamente como la manifestación espiritual de una ráfaga, en especial el bálsamo que calmaba el llanto y el dolor de la parte más sensible; que se postró en la cama, espíritu benigno que nos gratificaba, la fuerza del agua y el vino” (Estela del Valle de Ourique, Portugal).
b.5). El juicio. La Madre amantísima, la que lo ve todo y conoce hasta nuestros más íntimos pensamientos, nos espera ante la puerta que da paso al refugio, a la otra vida. El ibero contempla el paso con temor: “La clave del paso esforzado o fatigoso”, se lee en una placa de piedra arenisca tallada en forma de clave de un arco, hallada en el Castro de El Castillo, en el término de El Pedregal, Guadalajara. Sumamente gráfica la Estela funeraria de Cretas (Teruel), en la que junto a la inscripción se dibuja una puerta cerrada y cruzada con barras más una serie de piedras puntiagudas (púas de erizo) que obstaculizan gravemente la entrada: “El pórtico hacia el refugio”, reza la inscripción.
b.6). El Refugio. La Madre ha decidido que aquella alma merece pasar al refugio de paz y bienestar para siempre. En este caso, no sopla para apagar aquella llamita de amor que ella misma encendió. Y se produce el encuentro. La literatura es en este punto muy abundante: “Está en el refugio para siempre” (Lápida mortuoria de Canet II). “Hasta el otoño de la vida, actividad en ebullición; después, noche tranquila de paz y bienestar” (Estela de Ourique IV). “Los campos de siembra que esperen; los cuervos sino que también; las cosas ruines salgan de inmediato del entorno: el aposento de La Madre es lo más deseable. Vivo para siempre” (Estela de Fraga, Huesca). Pero quizá sea, por encima de las manifestaciones escritas (hay muchas otras), la efigie de la llamada Dama de Baza, lo más expresivo y valioso de toda la civilización ibérica. La tal dama, no bien interpretada, es en verdad La Madre, que sostiene amorosamente en su mano izquierda el alma de la difunta, a la que acaba de acoger, representada por un pajarillo. La Madre fue hallada en su Refugio de Paz y Bienestar, Bake on tei, y el conjunto constituye sin duda el monumento más antiguo y valioso de toda la civilización ibérica, desde su remoto origen hasta hoy.
c). La Madre.
No podemos seguir adelante sin tratar frontalmente del tema religioso por excelencia, tantas veces aludido: el Ser Supremo, La Madre. Procuraremos no caer en demasiadas repeticiones.
c.1). Unicidad.
Los iberos tenían una religión cerrada y fervorosamente monoteista. Otra vez - ya son muchas y surgirán incesantemente- he de salir al paso de afirmaciones infundadas, emanadas de la propia ignorancia y de la falta de prudencia, del inmenso galimatías en el que se debaten los más conspicuos tratadistas, del guión prefigurado del salvajismo ibérico con el que casa tan bien la imagen de los adoradores de cualquier cosa, los sacrificios humanos, las orgías, las supersticiones… La Madre, que sugiere tan paladinamente la idea de origen y creación, no tiene dioses emparentados ni subordinados, no forma parte de ningún Olimpo, ni mucho menos cuenta con divinidades opuestas o rivales. No voy a repetir aquí lo que hay tras la cita del dios Neitín, Netón, Neto o Netou, al que ya he dedicado un capítulo (ver Teonimia, dentro de la sección Onomástica de esta obra); y, compelido a la iconoclastia, habré de tratar simismo de Endobeles, Endobelico o Endobélico; de las mal llamadas “Damas oferentes”, etc. Por otra parte, y sin entender en absoluto que el pueblo ibero hace de la libertad, propia y ajena, norma esencial de convivencia, de que es hospitalario y pacífico, se supone que se convierten en adoradores de los dioses griegos, fenicios, cartagineses y romanos, tan distintos y aún opuestos a La Madre, cuando, en realidad, el culto a esos dioses quedó reservado a los pueblos que visitaban la Península con objetivos bien distintos. En este punto, la confusión y el error impera gravemente en algunas obras como, por ejemplo, Religiones, ritos y creencias, de José Mª Blázquez, Biblioteca Nueva, Madrid 2.001. Sí merecen, en cambio, un comentario algunos seres imaginarios que pululan en el mundo de la imaginación o de la fantasía y de los cuales tenemos noticia directa, ya sea en el campo de la epigrafía, ya en el de la tradición o de la leyenda. Mairi, por ejemplo, es “un genio dotado de fuerzas colosales”, según José Miguel de Barandiarán, obra citada; y éste “genio” aparece mencionado en el Colgante geométrico procedente de Bareia (yacimiento de La Custodia, Viana, Navarra), en el que se dice: “la energía de Vds. es para mí lo mismo que un Mairi para nuestro ánimo”. ¿Es esto un dios?. El topónimo mallorquín Santandreu (za-anta-andere-ur) significa “gran cantidad de mujeres de agua (dones d´aigo)”; y Andritxol (andra-itxas-ola) vale por “lugar de mujeres del mar (sirenas)”, al igual que las lamias o lamiñas vascas. Estas y similares expansiones de la fantasía ¿pueden elevarse al rango de divinidades hasta el punto de romper el carácter monoteista de la religión?. ¿Acaso el monoteismo cristiano no convive, con distinto grado de credibilidad personal, con las ideas de ángeles y demonios, magos y brujas, gigantes y cíclopes?.
c.2). Omnipotencia.
El ibero está convencido de que La Madre lo puede todo y, en consecuencia, le formula una inacabable serie de peticiones y súplicas. Generalmente, las graba en unas láminas de plomo que enrolla y deposita en “el vaso de súplicas a Tí”, ire unzi tira > iunstir, documentos que han llegado en crecido número hasta nosotros y que tienen un inmenso valor para el conocimiento de la civilización ibérica. Son tantas y tan variadas estas súplicas o demandas que para exponerlas, siquiera en parte,las clasificamos en los apartados siguientes:
1. Bajas y hasta groseras: Que corra el agua precisa para limpiar las inmundicias; igualmente la fetidez; que queden preñadas muchas cerdas; los machos cabríos ineptos para engendrar; sin suciedad en la morada (Plomo de Pech Mahó). Los montones de heces; la escoria del lugar; que los animales críen grandemente; que tengamos suficientes terneras y bueyes (Plomo de la Serreta de Alcoi). Que los cuervos desaparezcan; que las cerdas entren en celo (Plomo de Solaig), etc.
2. Necesidades materiales: Que maduren los granos de las espigas de trigo; que no tenga escasez de agua; espanta la sequía; abundancia de lluvias; la cólera del agua del mar (Pech Mahó). Que cuides de los huertos; que no falle el trigo; igualmente los dátiles; del alimento; que la corriente de agua acabe por volver a la par; sin falta de tempero; de los graneros; que la corriente de agua discurra mansamente (Serreta de Alcoi). Que las heladas no mermen las mieses; líbranos de las riadas; excelente capullos de seda (Vall d´Uxó), etc.
3. Morales e intelectuales: Que no caigamos en la envidia salvaje; diligencia en el trabajo; sin muchas inquietudes; que nos tengamos rencor; ímpetu en el trabajo; escasas enfermedades; apártame de la ira; castiga la envidia venenosa; que pueda dormir fácilmente (Pech Mahó). Que nos libres de sufrimientos y penas; que el honor se convierta en vela resplandeciente; que nos libres del cansancio que mata; de la debilidad; que actuemos desganadamente; líbranos de seguir las lisonjas; del peligro de la jactancia; mucha prudencia en el hablar (Serreta de Alcoi). Quiero sobre las pasiones la ira del látigo (Vall d´Uxó). Que disminuya mi soledad (Caudete de las Fuentes), etc.
4. Trascendentales. Acoge cariñosamente nuestra veneración; guiarás los pasos del hermano; que sean acogidos todos los muertos; el honor; que aumente mi valor en el momento de la muerte (Pech Mahó). El camino justo; el perdón; el don de la verdad; danos muchos hijos (Solaig). Libérame de ambiciones y vanidades; de que yo sea seco y arisco; de la holgazanería de la ciudad de engaños mil; quiero ir al cielo; que volvamos a encontrarnos; quiero contemplarte eternamente; quiero ocupar mi sitio en las alturas (Vall d´Uxó),etc.
c.3). Justicia. La Madre, que está presente en todas partes (omnipresencia), lo sabe todo pues conoce hasta nuestros más íntimos pensamientos (omnisciencia), lo que constituye la condición necesaria para el ejercicio de la justicia. La Justicia es, junto a los anteriores, atributo esencial de La Madre, hasta el punto que determina absolutamente la vida de los iberos. Éstos han sido creados libres, se les ha dado unas pautas de conducta o código moral (ver letra B de esta sección) que pueden seguir o no. No obstante, tienen dentro de sí, estas dos certidumbres: que han de morir, primero, y que han de salvar, después, el paso estrecho y dificultoso, el juicio de La Madre, que les dé acceso a la otra vida. Resuenan aquí, claras y tonantes, las palabras de la Estela de Ourique I: “La dicha se ha prometido a cada uno de los muertos; solamente para las almas de los difuntos buenos será realidad”. Amor a La Madre- código moral- libertad- responsabilidad y, quizá, la otra vida: he aquí el esquema vital, sencillo y diáfano, de nuestros antepasados.
c.4). Relación con La Madre. Tiene dos notas esenciales: directa y racional.
c.4.1. Directa. La Madre está aquí, en todas partes, incluso dentro de mí. Lo sabe todo, me conoce íntimamente. Tiene buena disposición hacia mí; me ama. No tengo que explicarle nada. Sólo tengo que pedirle que “muestre su buena disposición” y esperar. ¿Qué sentido tiene el que, soslayándola, acuda a un tercero con mis penas y anhelos, con mis pecados y miserias, con mi debilidad, y lo erija en un intermediario imperfecto a la par que supérfluo?. No se encuentra en esa relación atisbo alguno de ministro, sacerdote, teólogo o autoridad externa, aparato o tinglado interpuesto. La voluntad de La Madre es paladinamente clara y no necesita de interpretación alguna: in claris non fit interpretatio. La fe, la conciencia, la libertad y responsabilidad de nuestros antepasados quedaron a salvo de elaboraciones doctrinales, dogmas, misterios, ritos y obligaciones sobrevenidas que tienden, como todo poder artificial, al sometimiento y la explotación. Todo sobra cuando el alma se postra ante La Madre y exhala su aliento que vale por “perdón, dame fuerza para no volver a caer, te amo”.
La epigrafía confirma hasta la saciedad esta relación tan directa e íntima. Más de un centenar de súplicas a La Madre, tan variadas como hemos visto, se introducen como “demandas a Tí”; se inician con verbos en imperativo: quiero, dame, muéstrame, guíame, aparta, haz que… Incluso cuando aparece una cierta práctica ritual, el oficiante es el propio suplicante: “Ante el altar, tumbado sobre mi espalda…” (Plomo de Caudete de las Fuentes). Y cuando la demanda es colectiva, de toda una población por ejemplo, los vecinos graban cuidadosamente las peticiones en una lámina de plomo, la enrrollan cuidadosamente, la introducen en el “vaso de nuestras súplicas a Tí” (Iunstir), depositan el recipiente en manos de una joven hermosa y bien engalanada (señal de respeto a la dignidad de La Madre) que será la “Dama suplicante” de nuestra arqueología, tontamente motejada de “dama oferente”.
c.4.2. Racional. El Ser Supremo, que es tantas cosas, no puede, sin embargo, ser incoherente. Por incoherencia se entiende, según la RAE, la falta de actitud lógica y consecuente con una posición anterior. Esa falta procederá de error (ignorancia) o dolo (intención maligna) y ni uno ni otro pueden ser atribuidos a La Madre. Con el rasero de la coherencia, utilizado a modo de raedera, desprenderíamos del plano religioso una ingente masa de apósitos y miasmas que ensucian y ocultan la verdad. No es es éste el lugar oportuno ni es tampoco nuestra intención poner a remojo la inmensa metástasis de error y dolo que, general, maligna y artificiosa, ha sojuzgado el corazón y la mente (el alma) del ser humano. Me ceñiré, pues, al estricto campo de la relación del hombre con La Madre.
Ésta lo tiene todo, ha creado el mundo y el universo y tiene su pleno dominio. Los bienes materiales allegados por el hombre, por muy ufano que pueda mostrarse, son una miseria, no pueden constituirse en objeto de deseo: La Madre no quiere nuestros dádivas interesadas, no se vende ni se deja ganar con contribuciones ni presentes materiales. En coherencia plena, lo que La Madre desea es nuestra fe, nuestro amor y nuestras buenas obras. El “sacrificio” material, como muestra de amor y reconocimiento, es puro invento, porque ¿qué mayor sacrificio puede exigirse al ser humano que trabaja y se fatiga hasta la muerte, que sufre toda clase de penalidades y privaciones, que vive preso del temor al mañana para sí y para los suyos, y que, sin embargo, es capaz de “mantenerse en pie” (Plomo de la Serreta de Alcoi) siguiendo los dictados de su código moral?. En consecuencia, se dirige a La Madre presentándole los objetos más puros, más bellos que encuentra en el mundo, con independencia de su valor económico: “Considero que mereces los más hermosos renuevos” (Plomo de Caudete de las Fuentes); “para Tí yemas de árbol y pimpollos”; “con yemas de árbol y renuevos”; “Quiero del bosque de la colina las yemas de árbol más tiernas; quiero coger las bellotas de las ramas; el muérdago que, en exceso, mata en ocasiones; y el agua que se filtra en la caverna” (Plomo de Vall d´Uxó). Reparemos en la delicadeza del sentimiento, en la pureza, en la honda veneración que late en estas ofrendas: “Encuéntrame enteramente agradable para Tí” (Caudete de las Fuentes). También en el aprecio de la vida nueva, del amor renovado implícito en las yemas, los renuevos, los pimpollos. Ésto último es muy coherente con el hondo aprecio que el ibero tiene por todo lo joven, por la juventud: “Hacerse grande, conforme; madurar, un asco: más vale pollo que gallina” (Tésera nº 4 de la Colección Turiel). Inmenso respeto y amor hacia la mujer, alta consideración de los ancianos, preferencia por la juventud…, ¿en verdad hemos progresado tanto?.
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