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25 de noviembre de 2.012

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CATALUÑA (I). Sentimientos.

Nací en 1.937 en un pueblo de la Ribagorza aragonesa, en el que se habla un dialecto muy vinculado a la lengua catalana. El que después sería mi padre era, en el primer cuarto del siglo XX, el hijo menor de un comerciante local; mi abuelo envió a su hijo, joven todavía, a trabajar como dependiente a un importante almacén de tejidos y confecciones de Barcelona donde, además de aprender el oficio, asistía, terminado el trabajo diario, a las clases de una academia de contabilidad y teneduría de libros. Más tarde, cumplió el servicio militar participando en la Guerra de África: unas fotos, una cartilla militar con un montón de hojas manuscritas con apretada tinta negra en las que se repite constantemente la frase “haciendo fuego sobre el enemigo”, y dos medallas individuales constituyen los recuerdos más antiguos y entrañables de mi progenitor. Después, licenciado, regresó al pueblo para ejercer su oficio y contrajo matrimonio con la que sería mi madre; tuvieron tres hijos, dos hermanas mayores y yo mismo. Mi padre murió a final de la Guerra civil, cuando yo tenía 15 meses de edad. La lucha de mi madre, viuda de un republicano, “rojo”, para sacar adelante a una familia con tres huérfanos a su cargo, en un ambiente de desaforado fascismo, fue heroica. Entre otros mil recuerdos de mi niñez, figuran los nombres de proveedores tales que Almacenes Jorba, Fabra y Coats, Viuda Tolrá, Almacenes Santacreu, Casa Rull…; y mi primer periódico, a finales de los años cuarenta, que yo leía con fruición, La Vanguardia de Barcelona…

Andando el tiempo, mis dos hermanas se casaron en Barcelona. Hoy, ambas son viudas, catalanas y con muchos hijos, sobrinos míos, catalanes. Yo derivé hacia poniente, casándome en 1.968 con una navarra; hemos tenido cuatro hijos, inicialmente navarros, pero dos de ellos, se han casado en Barcelona con un catalán y una catalana respectivamente. Hoy todos son catalanes, al igual que mis dos nietos. Sí, ciertamente, aragoneses, catalanes, navarros…, pero por encima de ello, sentimiento, amor, cariño, solidaridad, familia… ¿Cree Vd., lector amigo, que estos sentimientos han sido tenidos en cuenta recientemente por el soberanismo catalán?. El asunto podría parecer nimio, insignificante, sólo personal: Pero si consideramos, como debe hacerse, que varios cientos de miles de catalanes tienen raíces, de primera, segunda o tercera generación, aragonesas y, con ello, un inmenso cúmulo de sentimientos y de afectos entrecruzados, los postulados soberanistas multiplican las afecciones y el dolor. Y si, como también debe hacerse, consideramos situaciones análogas respecto a Baleares, Valencia, Andalucía, etc, llegamos a configuran un inmenso núcleo de varios millones de catalanes ante el drama separatista.

Creo que la no valoración de estos sentimientos, además de hablar fuerte y claro de la superficialidad e incluso de la estupidez de ciertos dirigintes, es uno de los grandes errores de políticos que no sirven, que no están a la altura que demanda el pueblo catalán. Quizá continúe…

 


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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