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Torrolisa (174)

Altoaragonesa

Es posible que muchos de mis lectores, buenos conocedores del Alto Aragón, se sientan extrañados ante la forma del topónimo escogida en el encabezamiento: sí, es cierto, me estoy refiriendo al lugar que “todo el mundo” (cartografía oficial y comercial, con alguna plausible excepción, administraciones, autores y castellanoparlantes en general y, no digamos, la Iglesia), conoce con la forma de Torrelisa. Torrolisa, bellísimo topónimo ibérico, es un ejemplo sencillo y claro de la manipulación de nuestra lengua ancestral, de la reluctancia ya milenaria hacia las formas reputadas por los hispanorromanos de bárbaras, paganas, groseras, que van en contra de la “docta romanidad”. Y que, sin embargo, se ha elevado hasta la altura de hito cultural, de civilización auténtica y primitiva, tan solo al alcance de unos cuantos naturales del país que la siguen conservando y utilizando en su forma originaria. La tentación de romper una lanza a favor de esa cultura no contaminada a lo largo de varios milenios, de valorar y ensalzar los frutos de una hermosa tradición, resulta para mí demasiado fuerte, irresistible, aunque, una vez más, los resultados sean muy escasos o inapreciables.

A la salida de Araguás, dejo a la izquierda la ruta señalizada hacia San Loríén y Ceresa y tomo, por la derecha la que se dirige a El Pueyo de Araguás; pronto, por el lado izquierdo, sale un ramal que nos dejará, en primera instancia, en Torrolisa. Dejo el coche a un lado de la carretera y me introduzco por la calle que parece ser única. Me acompaña un perro negro, sin collar ni bozal, que se muestra muy amigable y necesitado de compañía, que no me abandonará hasta que, un rato después, me vea subir al vehículo y alejarme… De Torrolisa dice Adolfo Castán, Lugares del Alto Aragón, lo siguiente: “Lugar de 20 habitantes; a 890 m de altitud. Tenía 68 habitantes en 1.900. Núcleo ubicado en la carretera que une Arro y Laspuña. Se menciona en 1.094. Hábitat de llanura, bajo los escarpes meridionales de Peña Montañesa. Construcciones nucleadas por una calle descendente que al este se explaya creando la plaza Mayor; de la plaza arranca un pasadizo abovedado seguido de vial estrecho que conduce a la iglesia. Casa Betato tiene puerta adintelada con cruz, los bajos de bóveda, ventana con escudo y vano fechado en 1.694; casa El Herrero decora su ventana con tres cabezas bajo el alféizar y placa: “DOMINGO MORERAS AÑO 1.685”. La parroquial de San Pedro fue rehabilitada en 1.983, apareciendo un ábside románico; en el siglo XVII se habían añadido dos capillas, torre, transformando la cabecera y puerta bajo atrio en los pies – fecha de 1.674 en un sillar-“. Madoz, Diccionario Geográfico Estadístico Histórico 1.845-1.850, empieza por hablar de Torrelisa o Torrolisa, y entre otras cosas nos cuenta: “Situado al pie de un pequeño monte; su clima es frío pero sano. Tiene siete casas; iglesia parroquial (San Pedro Advíncula), matriz de las aldeas de Soto y S. Lorién, servida por un cura de ingreso y provisión del ordinario; 2 ermitas, una en la aldea de Soto (San Silvestre), y otra en la de S. Lorien (San Lorenzo); cementerio, y medianas aguas potables. …En el término se encuentran vestigios de una población antigua, llamada San Vicien. El terreno es muy pedregoso, de mala calidad y de secano. Los caminos dirigen a los puntos limítrofes; la correspondencia se recibe de Aínsa. Producción: trigo, vino, aceite, judías, patatas y pastos, todo ello en corta cantidad; cría ganado vacuno, lanar, cabrío y de cerda, y caza de perdices, conejos y liebres. Población: 43 vecinos y 96 almas”. De esta descripción, retendremos dos detalles: la dualidad Torrelisa o Torrolisa y la producción de aceite.

Intentemos fijar la forma del topónimo. “En noviembre de 1.094 Pedro I de Aragón dio a los monasterios de Obarra y San Victorián la parroquia y villa que se llamaba Torres” (Ubieto Arteta, Colección diplomática de Pedro I. Parece que el escriba, ante la multitud de formas (que veremos a continuación) hubiera “tirado por el camino de en medio” y se apartara de problemas limitándose a lo que parecía indiscutible. En la obra Focs y Morabatins de Ribagorza (1.381-1.385) no se hace mención al lugar por ser de señorío abacial. En 1.495 y en 1.566 era del abadiado de San Victorián. Nos apoyaremos ahora en el trabajo de Francisco Salamero Reymundo Relación de documentos inéditos sobre el Real Monasterio de S. Victorián:

1. Documento nº 23: “Lugares igual que ahora, Fosado, Torrelisa y Estivilla”.

2. Documento nº 36: Proceso de aprehensión de los cinco lugares de Fosado, Los Molinos, Toledo, Charo y “Torre de Lissa”.

3. Documento nº 42: “…en los pueblos de los Molinos, Torredelisa…”

4. Documento nº 42: “…que los Lugares de los Molinos, Torredelisa…”

5. Documento nº 42: “…estos confrontan con los de Torredelisa, y Fosado…”

En conclusión, frente a la popular Torrolisa, recogida por Madoz, y que ha llegado hasta hoy en el habla de los naturales del país y en las obras de los autores más preocupados por la autenticidad, (como por ejemplo, los de la obrita La Fueva y Peña Montañesa, Prames) nos topamos con Torres, Torre de Lissa, Torredelisa y Torrelisa. ¿Dónde está la verdad?.

Que la comarca de Sobrarbe (no tanto Las Valles) es zona productora de aceite de oliva es un hecho notorio. Que la comarca de Sobrarbe ha perdido dos terceras partes de población en las ocho últimas décadas, también. Que, por último, hay una estrechísima vinculación entre la despoblación y el abandono de la producción aceitera (arranque de árboles, corte o, simplemente, desatención total hasta el punto de no recogerse la cosecha), también. La consecuencia es obvia: zonas y lugares que contaban con un censo poblacional importante, como por ejemplo del de 1.857, y que obtenían una estimable producción aceitera que cubría el consumo interno y permitía la venta de excedentes, hoy en día apenas cuentan con un puñado de árboles. Tal es el caso de Torrolisa. En la obra Comarca del Sobrarbe, dentro del apartado Los Municipios – redactado por Severino Pallaruelo Campo – y más en concreto El Pueyo de Araguás, se lee: “Desde las orillas del Cinca – a poco más de 500 m de altitud – hasta las cumbres de Peña Montañesa – a casi 2.300 m – el término de El Pueyo de Araguás pasa con rapidez de las carrascas y viñas del llano a los lapiaces cortantes de la alta montaña caliza donde sólo algunos ejemplares de pino negro logran sobrevivir en condiciones extremas. En la parte más baja, donde crecen el cereal, la vid y el olivo, se encuentra la capital municipal, El Pueyo, …. , y todavía en tierra de olivos, se alzan Araguás, Torrelisa, San Lorién, El Soto y La Pardina”.

Ya disponemos de todos los mimbre precisos para hacer el cesto. Tan solo nos falta el arrazón de cestiá, trozo de madera con el que se obligaba al mimbre a pasar, y que debemos aportar nosotros. Por si fuera poco, disponemos de una construcción paralela en el topónimo Torrobato (torre obi ato, “la torre de la concavidad de los rebaños”). La voz ibérica torre (tiene variante dorre, nueva proclama de iberismo pues en esta lengua to/do son equivalentes y ambas sílabas se escriben con un mismo signo) significa residencia noble o principal, y a ella nos hemos referido en extenso en varias ocasiones (como, por ejemplo, en nuestro trabajo Los errores de la R.A.E. de la Lengua, publicado en el número extraordinario de Fiestas de S. Lorenzo 2.010 del DIARIO DEL ALTOARAGON). Tiene forma tan acusada que admite sin dificultad de entendimiento la elipsis al final del primer término, torr(e). Si a ella viene a aglutinarse un segundo término que empieza por consonante (torre ziurtate, torre baroin…), la acomodación se realiza por yuxtaposición necesaria (Torreziutat, Torrebaró) pues la elipsis daría lugar a grupos consonánticos imposibles: -rrz-, -rrb-. Pero si el segundo término empieza por vocal, la elipsis al final del primero no presenta dificultad alguna: torr(e)obi > torrob(i)ato y torrobato. Esto mismo sucede en Torrolisa, donde el segundo término es la voz ibérica oli, aceite, étimo de olio y olivo. Así pues, torr(e)oli. Finalmente, el tercer elemento de la composición es el sufijo tza (ibérico za, por no tener esta lengua la consonante doble tz), de uso constante en toponimia, y que vale por montón, gran cantidad, abundancia de. En resumen, torre-oli-za > torr(e)oliza, y por pronunciación fricativa apicoalveolar de la fricativa interdental sorda /z/, Torrolisa. Su significado, ya desmenuzado, “la torre del aceite en abundancia o en gran cantidad”.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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