Toponimia
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El que en una serie de Toponimia ibérica aparezca el nombre y mapa de una de Las Islas Afortunadas puede producir, al menos, cierta inquietud y, confieso, no totalmente infundada. Porque, como he explicado repetidas veces, “lo ibérico” no es un concepto étnico sino geográfico: hace 9.000 años (en el 7.000 a. de C.) un norteafricano que al amanecer de un día cualquiera no había tenido jamás ninguna relación con Iberia, unas horas más tarde, tras una corta travesía que le dejaba asentado en “la orilla del Norte”, esto es, en Iberia, había pasado a ser ibero. Ese mismo día, un hermano suyo que se decidía a hacer una travesía algo más larga hacia occidente y arribaba, por ejemplo, a Lanzarote, no podía ser considerado, en puridad, un ibero. Pero uno y otro compartían una misma civilización y, muy en particular, una misma lengua, y sus obras y frutos iban a tener una evidente comunidad de origen. Soy consciente de que estoy refiriendo el primitivo y auténtico nexo de unión de las Islas Canarias a la “nación de naciones”, al Estado plurinacional que es España, aunque la materialización política de aquella unión se alcanzara muchos milenios más tarde mediante uno de los episodios más trágicos y vergonzantes de nuestra historia. Sólo el conocimiento y valoración de nuestra maravillosa civilización ibérica, compartida por todos los pueblos de España, constituye el nexo de unión indestructible y fecundo para la armónica convivencia. Cualquier pueblo de Iberia (en sentido amplio), como por ejemplo el vasco, que quiera conocer su origen, buscar sus raíces primeras, llegará ineluctablemente al mundo ibérico y allí nos encontraremos todos.
También soy consciente de que estas ideas suscitarán rechazo frontal, visceral en muy amplios sectores. Pero no quiero entrar en una diatriba que sería inacabable y probablemente estéril. Poseo el conocimiento suficiente de la lengua ibérica y quiero centrarme en la exposición de sus manifestaciones en las Islas Canarias, como ya lo hice en Las Baleares. He decidido empezar por Tenerife, a sabiendas de que un topónimo, por sí solo, prueba muy poco. ¿Y si fueran 3, ó 30, ó 300?.
Pido a mis lectores que observen detenidamente el mapa de Tenerife. En la parte superior derecha hay una prominencia a modo de península. ¿No ven en ella la forma perfectamente dibujada del dedo pulgar o “gordo” de una mano cerrada?. Por la costa norte, desde la Caleta de la Negra hasta la Punta Hidalgo se alarga la falange, y por la costa sur abarca desde Candelaria hasta Sta. Cruz de Tenerife; volviendo a la costa norte, desde la Punta Hidalgo hasta la Punta Anaga, la falangeta, y por la sur, desde Sta. Cruz hasta el encuentro con la Punta Anaga. El resto de la isla de Tenerife, detrás del istmo que une la Caleta de la Negra con Candelaria, se extiende como una especie de soporte o asiento del dedo “gordo”.
Tenerife es una composición ternaria (tres elementos) de la lengua ibérica. El primero de ellos es el sustantivo ten, estabilidad, equilibrio, asiento. El segundo es eri, dedo. El enlace se efectúa por yuxtaposición necesaria, pues la elipsis al final del primer término, te(n), haría imposible, teeri > teri, la inteligibilidad del texto. Por último, iphete, grueso, gordo, que se une al anterior con elipsis al final del primer término por encuentro de vocales iguales: tener(i)iphete. Observemos que iphete nos muestra la fase intermedia de la oclusiva bilabial sorda /p/, que es la aspirada /ph/ en su camino hacia la fricativa /f/, de la que tantos ejemplos tenemos en toponimia. En la construcción tenerifete se produce caíada de la vocal átona final, tenerifet(e), y posterior enmudecimiento de la consonante última. Tenerife, por morfología y fonética, equivale a “el asiento del dedo gordo o pulgar”, y la fidelidad de la descripción salta a la vista.
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