Toponimia
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No cabe duda alguna que, desde un punto de vista de identificación y demarcación de un territorio, los hidrónimos Aragón, Aragón Subordán y Aragón Beral cumplen su cometido a la perfección respecto del ámbito del minúsculo condado independiente que se asentó en las cuencas de estos ríos; todo ello lucirá con esplendente claridad cuando estudiemos el topónimo Aragón. Sus habitantes eran los iberos de Iaka (iacetanos), los cuales, haciendo honor a la proclama, mitad orgullosa mitad petulante, contenida en este topónimo (a la vez que etnónimo), no pudieron soportar el dominio de los invasores musulmanes por mucho tiempo; también esto último quedará de manifiesto cuando analicemos el nombre propio Jaca. Pero si nos ceñimos, como debe hacerse en un estudio toponímico, a las funciones identificativa y descriptiva del hidrónimo, lo cierto y verdad es que el término Subordán, por sí solo, las cumple a la perfección, sin necesidad de antecedente ni aditamento alguno, por lo que, en adelante, para referirnos al río de Aguas Tuertas (Aiguatorta, hablando con precisión), Guarrinza, Oza, Siresa y Echo, hablaremos simplemente de Subordán. Y, una vez conocido su significado, su contenido, lo haremos con un placer añadido, pues encierra una gran belleza, metáfora incluída…
El nacimiento del Subordán tiene bastante que ver con el barranco de Rueda, que drena el Rincón de la Roya, y con las aguas de La Fontaza. Unidas, el incipiente río toma dirección N-NO y salva penosamente la cubeta de Aiguatorta y, tras el Achar de este nombre, ahora hacia el NO, pasa por Guarrinza y llega hasta La Mina. Aquí traza un arco, primero hacia el O, luego al SO y, por último, hacia el S; justamente en el vértice de este arco recibe el tributo de los barrancos “das Foyas”, desde el NE, y de Acherito, por el NO. Más al S, contribuye a la belleza de unos de los parajes más hermosos del Pirenneo cual es La Selva de Oza; sufre como pocos en las angosturas de la Boca del Infierno y pasa por debajo del Puente de Santa Ana, arranque de la vía a Gabardito. Más desahogado llega a Siresa, junto a la cual recibe las aguas de la Bal d´Espital y, enseguida, Echo. Aguas abajo, por la derecha, carece de afluentes de importancia pues su cuenca discurre muy próxima a la del Beral, y desde la divisoria al cauce la distancia es mínima. En cambio, por la izquierda, aún recibirá, entre otros, el barranco de Romaziete, que viene de Urdués, y, sobre todo, el río Osia que llega desde Jasa y Aragüés del Puerto.
La parte superior del río, entre el nacimiento y la Selva de Oza, es sumamente notable también por la gran presencia de monumentos funerarios del período Neolítico. Preponderan los dólmenes pero también hallamos cromlechs y túmulos, y su crecido número sería ampliamente superado si se pudieran contabilizar también los ya desaparecidos o los que, a buen seguro, seguirían surgiendo tras una busca cuidadosa. Podemos citar, ya en la Selva de Oza, los del camping, del Puente de Troncos y casa cuartel de Carabineros; los de La Mina, del Arroyo, de las Fitas, del Mallo Blanco, de Acherito, de Ferrerías, de Aiguatorta, del Puerto del Palo, túmulo del Salto, etc. Prescindiendo de leyendas y fantasías sobre cántabros y reinas moras, es evidente que el poblamiento de la zona se remonta, al menos, a unos 5.000 años antes de Cristo, y ello a causa de la abundancia de agua, refugios, leña, pastos y caza, que proporcionaban en conjunto un hábitat muy apetecible.
Al estudiar el hidrónimo Beral poníamos de relieve la circunstancia de que nuestros primeros antepasados civilizados, los iberos, solían encontrar el “hecho diferenciador”, recogido en la forma y contenido del nombre, en los primeros tramos del río, y citábamos los ejemplos del Ésera, Isábena, los Nogueras, el Zinca, el Gállego, y, añadimos ahora, el Beral. ¿Será también el caso del Subordán?. Lo cierto es que la espectacular concurrencia de monumentos funerarios que acabamos de describir parece, a primera vista, que puede ser un buen “hecho diferenciador”. Pero deberemos desecharlo de inmediato porque, en el tortuoso y sutil camino de la interpretación de la lengua ibérica, el único y seguro asidero con que contamos es el sentido común. A ello aludíamos, en una frase que pudiera resultar un tanto críptica o drástica, ya en el capítulo I (“La lengua ibérica”) de mi obra, todavía inédita, Nosotros,los iberos. Interpretación de la lengua ibérica, y que, espero, aquí y ahora, resulte más clara y moderada. Decía literalmente que “el estudioso debe acercarse a la tarea (de interpretación) con:
-la disposición para realizar un intenso ejercicio de sentido común
-el propósito firme de no servirse de las ideas, métodos y logros de la Toponimia”.
Pues bien, el sentido común dicta que tales monumentos funerarios, obra de los primeros pobladores civilizados, fueron posteriores en el tiempo al conocimiento del río de su territorio de adopción, por lo que un elemento tan importante como el curso de agua debió de permanecer innominado durante años, quizá muchos, lo que no es verosímil; más aún, tales monumentos, tan excepcionales y valiosos para nosotros, siete mil años más tarde, para ellos no tenían tal carácter, pues eran obra propia y los levantaban con asiduidad y plena normalidad: no tenían, por consiguiente, valor de “hecho diferenciador”. Debemos, pues, buscar por otro lado.
Cuando el Subordán, apenas nacido, toma aquella dirección N-NO penetra en un paraje bien conocido con el nombre de Aiguatorta, y mal conocido, por manipulado y ridículo, por Aguas Tuertas. Se trata de una cubeta formada por las glaciaciones y hielos del cuaternario, en la que el desnivel para la corriente de agua es mínimo, lo que la obliga a describir amplios, hermosos y regulares meandros, que parecen estar trazados con sujeción a un eje de simetría. Es una disposición muy similar a la que toma el río o torrente de San Nicolau en el parque nacional de San Mauricio y Aiguatorta (en lengua catalana, tras la manipulación y el ridículo, “Aigüestortes”) y, hasta cierto punto, a la que sufre el Ésera en el Plan d´Estañ. Aquí, en la Aiguatorta jacetana, la situación es más espectacular, por el número de meandros (diez al menos), el enlace perfecto entre ellos hasta dibujar nítidamente una figura, y porque las aguas presentan una tonalidad rojiza que hace que esa figura resalte claramente en mitad de la herbosa y despejada pradera circundante.
Subordán es una hermosísima composición de la lengua ibérica o iberovasca, integrada por tres elementos, aunque quizá sea más exacto afirmar que consta de dos formas simples y una construcción de verbo auxiliar más pronombre relativo. El primero de esos elementos es el sustantivo sube, serpiente, culebra, voz genuinamente ibérica pues está presente en algún texto epigráfico, y, a la vez, genuinamente vasca, pues se conocen con ese valor suge y sube, si bien en el euskera moderno ha prevalecido la primera de las variantes. Por esto, cuando un autor afirma que “el Subordán serpentea…” no sabe hasta qué punto está hablando con propiedad. El segundo elemento es el también sustantivo ordo, prado, pradera, más usual si cabe que la anterior, tanto que en esta corta, por el momento, serie de Toponimia altoaragonesa ya hemos tenido ocasión de analizarlo en los topónimos Ordesa y Ordicuso, y de contemplarlo en Ordiso, Ordobés y algún otro. Por último, la construcción de verbo auxiliar más relativo que requiere alguna explicación adicional. El pronombre relativo n, generalmente al final de la composición, se traduce por “el que, la que o lo que” más la cópula, tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo auxiliar izan (ser, estar, tener, soler, parecer…), cópula que es da (es, está, tiene, suele, parece…) y que se encuentra generalmente elíptica; pongamos sólo dos ejemplos entre los cientos posibles: Sarrón (tza-arro-n, “el que tiene gran cantidad de barrancos”) y Bisaurín (bizar-auri-n, “el que tiene unas barbas muy amarillas”). En ocasiones, este pronombre relativo a final de composición suele tomar la forma na; por ejemplo, Tana (ata-na, “la que es paso o puerta”). Pero, si bien raramente, la forma da no queda elíptica sino que aparece expresa, con lo que resultan las construcciones dan y dana respectivamente. Dice a propósito el Dic. Retana: “dan: forma verbal de izan acompañada del relativo –n. Dana: a) “el que es”.- b) “todo, lit., lo que es”. Recordemos un ejemplo de esta construcción, tomado de mi obra Baliaride: Jordana (jori-da-na, “ la que es abundante en frutos y cosechas”).
Las dos acomodaciones o suturas a que dan lugar estos tres vocablos son todo un paradigma de regularidad. Sub(e)-ordo presenta elipsis al final del primer término: Subordo. La segunda acomodación ordo-dan, nos muestra también elipsis al final del primer término, ord(o)-dan, lo que, a su vez, produce un encuentro de consonantes iguales que se simplifica por confusión: ord-dan = or(d)dan. En resumen, sube-ordo-dan = sub(e)or(do)dan = Subordán
Apenas hace falta explicitar la traducción. Literalmente sería “el que es una serpiente de pradera”. Utilizando la acepción “parece” que también es propia del izan, y liberándonos del pie forzado de la literalidad, la traducción propia de Subordán es la siguiente: “el que parece una serpiente en la pradera”.
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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es