Toponimia
Inicio > Toponimia > Altoaragonesa > Sena (35)
Iniciamos hoy el estudio de una serie de topónimos unidos por una característica común muy diferenciadora y, como veremos, sumamente significativa. Son los terminados en –ena. Los hay en Los Monearos (Sena, Sijena o Xixena, Sariñena, Orillena, Persiñena, todos oscenses, y Leciñena en Zaragoza), pero también en otras comarcas de Aragón (Ontiñena, Cariñena, Báguena, Burbáguena…). La difusión de la lengua ibérica por toda la Península hace que surjan nuevos ejemplos en otras áreas bien alejadas (Sena de Luna en León, Lucena, Baena, Marchena, etc.), si bien, la proverbial complejidad de la lengua ibérica, con composiciones y derivaciones por doquier, nos lleva a formular una reserva previa muy importante: no todas las terminaciones –ena responderán a una misma estructura formal y, por ello, semántica, por lo que, sin generalizaciones anticipadas que nos puedan conducir a graves errores, deberemos esperar al análisis individual de cada uno de aquellos.
Sí podemos adelantar que hay uniformidad en ambos aspectos en los topónimos monegrinos; más aún, que tal terminación, compleja, pues se trata de una composición de formas instrumentales (no sustantivas), debería escribirse –enna, si bien el grupo nn se ha reducido por simplificación en todos los casos. En efecto, el pronombre relativo n toma frecuentemente la forma na al final de composición, y los casos en que hemos observado esta variante son muy numerosos: Jordana, Boscana, Jana, Malabeina, Patana, Pina, Regana, Rotana, Siurana, Aixana, Taberna, Tana, Paderna, Montaniana, Soriana, Miniada, Piniana, etc. Como hemos expuesto en multitud de ocasiones, este pronombre se traduce por “el que”, “la que” o “lo que” más la tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo auxiliar izan (ser, estar, tener, soler, haber, parecer…), da, que habitualmente permanece elíptica, pero que figura explícita algunas veces (recordemos, por ejemplo, Subor-da-n). Por consiguiente, y referida a una población, será “la que tiene” (o es, está, suele, parece…).
“El grado supremo de comparación, el verdadero superlativo, se indica con el sufijo –en” (R. Mª de Akkue, Morfología, 1.923, pag. 219. El Dic. Retana dice: “-en: Sufijo de comparación. Andiena, el más grande. Goizen, más temprano (que nunca)”. Tampoco para nosotros resulta nuevo o desconocido: Argentor (argi-en-toro), “la punta más luminosa o brillante”; Guiñén (ginar-en), “la más mollosa”; Perpunient (pedar-puni-en-te), “cuestas muy pendientes del mayor castigo”; Pollensa (bola-en-ti-a), “la que tiene mayor multitud de cerdos”; Regana (gara-en-na), “la que tiene más altura”, etc. Este sufijo de un nombre por ahora indeterminado y que ocupará el primer lugar de la composición, antepuesto al pronombre relativo –na, forma aquel –enna que, ahora, ya podemos traducir: “la que tiene más…”. Hermosa forma de describir un lugar, presumiendo de algo que se posee en mayor cantidad que nadie. Si tenemos en cuenta que muchos de estos topónimos se sitúan a muy poca distancia unos de otros, parece como si hubiese existido simultaneidad en los poblamientos de todos ellos y hasta una cierta concertación, según la cual cada uno se arroga una superioridad o punto fuerte.
Volvemos los ojos hacia el topónimo Sena. En nuestro afán de explicar la terminación –enna, común a este grupo de topónimos monegrinos, no hemos advertido que tal terminación casi completa el nombre, lo cual sería un contrasentido. En verdad, aquel “nombre por ahora indeterminado que ocupa el primer lugar de la composición” no aporta otra cosa que la s inicial. Pero no existe en esta lengua un nombre que se componga de una consonante sola, por lo que, al menos, debemos suponer la presencia de una vocal, ya antepuesta a la consonante (con lo que se habría producido la aféresis de dicha vocal, adoptando la grafía (e)s, como en el texto epigrafíco ibérico slanilge que debe leerse (e)z lan il-ge), ya posterior aunque desaparecida por obra de la regla general de acomodación de elipsis al final del primer término. La posibilidad primera, la aféresis, debemos descartarla por inusitada pues tan solo la podemos contemplar (eso sí, repetidas veces en otros tantos textos epigráficos) en la construcción mencionada con el adverbio de negación ez, no; y por semántica (“la que tiene más…no”) es inaceptable. La posibilidad segunda, la elipsis al final del primer término, va contra la esencia de la lengua que busca, como no puede ser menos, la comunicación inteligente. Supongamos que ese sustantivo inicial es so (soo), prado, con lo que la descripción sería “la que tiene más prados”. Pero si fuese zi (si), bellotas, la elipsis daría una misma forma, Sena, para ambas descripciones, introduciendo la confusión y la falta de inteligibilidad. En conclusión, no procede la elipsis como regla de acomodación, sino la yuxtaposición necesaria, con resultado Soena en el ejemplo, a pesar del hiato. Ahora bien, si no hay aféresis porque es inusitada, y no hay elipsis porque no procede, ¿qué … ha ocurrido aquí?. Calma y sentido común. Si no puede haber aféresis, pues conforme, no la hay y s es la inicial del nombre que buscamos; si no puede haber elipsis, pues conforme, no la hay y se es el nombre buscado. ¿Pero no habíamos quedado que esta e es la inicial del comparativo –en?. Sí, pero no. La explicación es sencilla y refulgente: el nombre es se y el sufijo –en, con lo que la derivación, al no poder darse la elipsis, sería seen y el topónimo Seena; pero el uso posterior ha producido la simplificación por confusión, eliminando una de ellas, no sabemos cual ni importa, porque lo fundamental es que la subsistente pertenece por igual a ambas formas. Hemos resuelto la aparente imposibilidad y, además, identificado el primer elemento que es se. ¿O no?.
Intentemos ahora descubrir el motivo de orgullo de los senenses al modo tradicional, esto es, personándonos en el lugar, viendo y, sobre todo, oyendo. Pueden presumir de su magnífica iglesia parroquial de La Asunción, gótico tardío, con su torre centrada en la fachada principal, apoyada sobre pórtico de entrada. O del Ayuntamiento renacentista, Monumento Histórico Nacional en 1.977 y Bien de Interés Cultural en 1.984, con planta baja porticada y tercera recorrida por galería de arcos de medio punto. O del antiguo edificio de las Carmelitas Descalzas, siglo XVI, fachada de ladrillo y planta baja porticada con seis pilares de piedra, hoy dedicado a usos socio-culturales y declarado asimismo Bien de Interés Cultural en 1.984. O de su famoso Dance que ejecutan los danzantes el 2 de octubre, quizá el más antiguo de Los Monegros pues parece remontarse al siglo XVI, aunque no se excluye una antigüedad mayor, siendo de destacar las figuras del rabadán y del mayoral, por lo que luego diremos. Pero me temo que todo lo anterior no nos ha de servir para desentrañar el significado del topónimo Sena que ya contaba en el siglo XVI con una antigüedad de al menos 45 siglos (alrededor del 3.000 a. de C.). Ni, por otros motivos (no casan con la idea de “el que tiene más…”), los interesantísimos yacimientos arqueológicos de las edades del Bronce y del Hierro, como el de Las Valletas, con poblado y necrópolis. Todo parece indicar que debemos buscar entre los productos de la tierra o en la actividad, favorecida por el medio, de sus habitantes. Y aquí es donde vamos a encontrar el éxito y la solución al problema.
La economía monegrina se mantuvo prácticamente invariable hasta el siglo XIX, sobre los ejes de la agricultura y ganadería con diversos complementos. El predominio del cereal de secano (trigo y avena, sistema de “año y vez”) se acentúa con la disminución o abandono de la viticultura, de la oleicultura, del azafrán, de la barrilla, del albardín o falso esparto; la silvicultura en sus diversos aspectos (madera para la construcción, leña para el hogar, carbón vegetal, etc.) también entra en declive, sobre todo por el aumento de la presión demográfica. Pero es la ganadería, ovino en especial, la que reclama nuestra atención. En un proceso decreciente y constante, se suceden una serie de hechos y circunstancias negativas: la desamortización de montes comunes y de propios que pasaron en buena parte a propiedad privada y a ser roturados muy sustancialmente; la mecanización (arados-vertederas, segadoras, atadoras); la creación del Servicio Nacional del Trigo, a partir de 1.939 y la difusión del tractor en los años cincuenta. Últimamente, la competencia de grandes importaciones de corderos a bajo precio y de regular calidad, el encarecimiento de los piensos mientras se mantienen estables los de la carne, y la escasez de nuevas vocaciones hacia la profesión más antigua, noble y hermosa del mundo, está acabando con los pastores-ganaderos.
Pese a todo en Sena aún queda un censo de unas 4.400 cabezas de ganado lanar, repartido entre siete u ocho animosos ganaderos que se saben continuadores de un género de vida ancestral. Adquirieron uno o más “cuartillos” (parcelas de 2,5 Has. de los montes comunes), destinan a pastos parte de sus propiedades y aprovechan las abundantes rastrojeras. Poco que ver con el esplendor que tuvo la actividad antes del siglo XIX y desde la Edad de Bronce, cuando a la cabaña propia se unía, en invierno, la que bajaba de los pueblos de la montaña,
Xe significa “ganado lanar”. Lo vimos en dalaxe cuando estudiamos el topónimo Dalofra, y en daxe al estudiar Bardaxin. Pero el alfabeto ibérico carecía del signo x y su sonido fricativo prepalatal sordo es el resultado de la palatalización de s, fricativo apicoalveolar sordo. En conclusión, la composición xe-en-na > Sena, y significa, como hemos apuntado, “la que tiene más ganado lanar”.
Entradas relacionadas
Desarrollo: Interesa.es
© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es