Toponimia
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“Sevilla (sevillano, hispalense, hispliense, hispaleto, romulense, itálico). Ciudad andaluza, capital de Andalucía, a orillas del Guadalquivir. Aparece su nombre en el siglo I a. de C. en griego y en latín. En el Itinerario de Antonino se le llama Hispalis y también en el Anónimo de Rávena, en los escritos de Julio César, Plinio, Estrabón, Pomponio Mela. Fue ciudad importante del mundo antiguo, y su nombre grecolatino fue adaptación de un topónimo prerromano desconocido …” (Diccionario de topónimos españoles y sus gentilicios, de Pancracio Celdrán). Digamos simplemente, por el momento, que tal topónimo prerromano no tiene nada de desconocido, como explicaremos en este trabajo.
“De origen incierto, algunos historiadores sostienen que tiene su origen en una población fundada por los tartesios en el siglo VIII a. de C. a orillas del río Guadalquivir, llamada Ispal. Otras interpretaciones la identifican con la legendaria Tharsis, mientras que otras versiones de carácter mitológico atribuyen su fundación a Hércules. Tierra de gran riqueza mineral, los tartesios obtuvieron de ella minerales (oro, plata y cobre), gracias a los cuales pudieron comerciar con otros pueblos de la ribera mediterránea, a los que adquirían productos de lujo –procedentes del Mediterráneo oriental -; ese contacto, por otra parte, les permitió conocer nuevas técnicas para mejorar las explotaciones de vid, olivo y cereales, de vital importancia para la sostenibilidad socioeconómica de Tartessos. Paulatinamente estas tierras fueron colonizadas primero por los fenicios y griegos y, posteriormente, por los cartagineses. La cultura tartesia, que vivió su etapa de mayor esplendor bajo el reinado de Argantonio (h. 620-540 a. de C.) fue quedando gradualmente diluida bajo el yugo cartaginés, aunque su herencia pudo ser recogida por los turdetanos, pueblo autóctono descendiente de los primeros. En el año 206 a. de C., tropas romanas mandadas por Publio Cornelio Escipión el Africano derrotaron a Asdrúbal en Ilippa Magna (Alcalá del Río, Sevilla), lo que puso fin al dominio cartaginés de Hispania …, vivió la sublevación turdetana contra el pretor Claudio Nerón (195 a. de C.), sofocada por el cónsul Marco Porcio Catón en Iliturgi…
Aunque el territorio ya estuvo habitado durante el Paleolítico y el Neolítico, los primeros asentamientos estables deben remontarse a los ss. IX y VIII a. C., concretamente a la civilización tartesia. De los poblados de aquella época apenas queda nada visible, excepto algunos restos hallados en diversas prospecciones arqueológicas…” (Gran Enciclopedia de España).
Al estudiar el topónimo Ispalis hemos conseguido determinar que correspondía a una parte de la ciudad ibero-tartésica de Sebilla (ispas-lisa, “la costa llana”, o bien, ispas-ili, “la costa de la ciudad”; que esta costa o puerto (en las inmediaciones de los Reales Alcázares y del Patio de Banderas) tuvo una importancia excepcional derivada del ingente caudal de mercancías (aceite, cereales, vino, minerales, productos artesanos…) que se exportaban como de las importaciones y movimiento de personas. Es más que probable que, al igual que sucedía con el puerto de Gádir, se formara un barrio comercial y de servicios muy diversos de gran actividad, y con gentes de la más variada procedencia y catadura. La fama de este puerto fue grande, tanto que dejó en la sombra a la propia ciudad de Sebilla que se extendía a continuación del puerto y más al interior. Aquí vivían los agricultores, ganaderos, mineros, transportistas, artesanos …, también con actividad intensa, aunque menos notoria, rutinaria.
Es momento ya de hablar de La Campiña, comarca natural que ocupa gran extensión en la provincia de Sevilla al igual que en las de Jaén, Córdoba y Cádiz, Por encima de las terrazas aluviales, relativamente estrechas, del río Guadalquivir, la conforman unas inmensas llanuras en las que la horizontalidad del terreno y su dubitativa escorrentía han favorecido la formación de pequeños complejos endorreicos; el río, tras bañar Sevilla, toma dirección sur en busca de Las Marismas. La Campiña que posee “suelos profundos y blandos, los bujeos negros y arcillosos y los albarizos calizos y blanquecinos, favorece la amplia extensión tradicional de los cereales, en especial del trigo, y del olivo, que ocupan la mayoría de las tierras de cultivo…”. Pero, en época prerromana, cuando la presión poblacional y, sobre todo, la exportación no demandaban tanto cultivo, ni los sistemas de riego eran tan completos, grandes áreas de ella tenían carácter ganadero que, ni mucho menos, ha desaparecido. Aún hoy en día, “todo ello (la abundante producción agrícola) complementado con una ganadería intensiva (bovino y porcino)”, y en ciertas áreas “rebaños de vacas, yeguas y toros de lidia”, así como “ovino y porcino ibérico”. Sabemos asimismo que las explotaciones de ovino estaban acompañadas siempre de un número variable de cabezas de caprino. En resumen, vacuno (vacas y toros), de cerda, cabrío (mixto con ovino) y caballar (yeguas),
El topónimo Sebilla es una composición de la lengua ibérica o tartésica que, dicho sea de paso, no tienen ninguna diferencia sustancial entre sí, como quieren muchos autores que no han entendido ni una ni otra. Consta de un primer elemento muy familiar para nosotros pues aparece repetidamente: se trata de ze (vasco antiguo tze), montón, gran cantidad, abundancia de. Tiene variante za, tan común o más que la anterior, y ambas formas pueden aparecer como prefijo (Sesuans, Secastilla, Seira…) o como sufijo (Bilsé, Sarbisé…). El segundo elemento es el sustantivo billa, “ganado vacuno, de cerda, cabrío, caballar”. Observemos la exacta correspondencia con la riqueza ganadera de La Campiña que hemos expuesto. ¿Casualidad?, por supuesto que no, pero no perderemos un segundo más en ello. El valor exacto de billa no aparece individualizado en el Diccionario Retana de Autoridades, sino formando composiciones, de las que escogemos las dos siguientes:
-Bilagende o Bilagente, en la que el segundo elemento, gente, incorpora la idea de grupo o agrupación, como por ejemplo, “humanidad” o “grupo de mujeres”. Dado que esta misma idea de agrupación o cantidad está explícita en el primer elemento ze, billa se libera de la terminación gente por innecesaria y redundante.
-Bilaldatu, mudar de pelo el ganado, en la que el verbo aldatu vale por cambiar, mudar, con lo que queda bila con significado exclusivo de “ganado”.
Todas las formas citadas con bila tienen su correspondiente con billa (procesos constantes de palatalización o de reforzamiento propios de la lengua ibérica). La acomodación ze + billa se efectúa por yuxtaposición necesaria: un z(e)billa sería impronunciable y, además, de imposible interpretación. Demos, por último, la traducción obvia de Sebilla (con b para los puristas): “gran cantidad de ganado vacuno, de cerda, cabrío, caballar …”.
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