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Sasé (223)

Altoaragonesa

Cuando, al tratar de Jánobas (nº 218 de esta serie), afirmaba que “todas las plumas, afiladas y sensibles a la vez, del Alto Aragón han clamado contra esta sinrazón”, tenía en mente, entre otros, a Fernando Biarge. He leído con fruición recientemente, mejor aún, he vivido con él, al aire de sus descripciones, sentimientos y rebeldía incontrolable, un libro en verdad maravilloso, Sobrarbe, letra menuda. Si Vd. lector amigo, se siente reconfortado ante la belleza más limpia y natural, olvídese de la polémica permanente, sectaria y estéril que nos agobia desde todos los medios, de la pasión futbolera exacerbada, de la gangrena de la corrupción casi siempre oculta pero presentida, de las mil y una miserias de esta sociedad que “debería avergonzarse de sí misma”; y sumérjase en la realidad de un medio duro y difícil como La Solana de Burgasé, en el que unos centenares de seres humanos muy sencillos, auténticos héroes de la Humanidad, lucharon día a día y desde tiempo inmemorial, para ganar el sustento propio y de sus familias, transformar el medio, vivir en paz, buscar la felicidad. La descripción que hace el autor del inmenso esfuerzo para el abancalamiento de las laderas, del trazado de las vías pecuarias tan útiles como hermosas, de las casonas y edificios auxiliares… ganan nuestra admiración definitivamente. Tanto trabajo proporcionó autosuficiencia y vida digna: según me informan en Fiscal, un año, los vecinos de La Solana y del contiguo Valle de Vió llevaron a la feria 35.000 cabezas de ganado lanar. Pero todo esto, de modo incomprensible e ignominioso, de pronto, se vino abajo. Veamos como lo relata Fernando Biarge:

“Y hoy, desde hace ya algunos años, de forma increíble, todo este paisaje, pura esencia del aprovechamiento tradicional de la pendiente, ha desaparecido. Como si lo hubieran escondido, como si se le hubiera colocado un biombo. Como si al hombre moderno le hubiera dado rubor contemplar la impronta de su trabajo milenario y le hubiera echado por encima el paño de la vergüenza, en forma de pinos, para tapar tristezas. El 28 de diciembre de 1.961 se publicó la extensa relación de afectados por la construcción del pantano de Jánobas. Lo que hoy, mundo de eufemismos, llamaríamos efectos colaterales, hizo que los primeros influenciados, de forma directa e irreversible, fueran los habitantes del conjunto de pueblos de La Solana. El 6 de julio de 1.961 el Ministerio de Agricultura había declarado “la utilidad pública, necesidad y urgencia de ocupación, a efectos de su repoblación forestal, del perímetro denominado cuenca del pantano de Jánobas”. Esta declaración suponía la obligatoriedad de repoblar con árboles la notable cifra de 2.376 hectáreas, más 875 de pastizales, en los términos municipales de Fiscal, Burgasé, Albella-Jánobas, Boltaña y Fanlo, debido a que “los arrastres y corrimientos que se producen en estos terrenos aportan materiales sólidos a los torrentes afluentes del río Ara en la zona ocupada por el embalse de Jánobas”. Se plantaron miles de pinos, en buena medida aprovechando el terreno horizontal , bien femado y preparado, de los bancales. Y ello conllevó la total despoblación del territorio, el hundimiento de la sociedad tradicional que lo soportaba, con un efecto que la desmoronó de golpe, con afección de cataclismo, seguro que con categoría de varios grados en la escala de Richter. Los pinos, al crecer, fila sobre fila, aprovechando la impresionante escalera abancalada, han cubierto toda su superficie, uniformando de verde oscuro la ladera, ya sin relieves ni referencias. Sobrarbe ha ganado un bosque y perdido un gran paisaje, no dudo al decirlo, uno de sus mejores paisajes humanizados. Todo un desvarío de poder y prepotencia”.

Si como lector las obras de Fernando Biarge me proporcionan una honda satisfacción, como estudioso de la toponimia me resultan de una enorme utilidad. Y es que tiene la rara virtud de acertar en sus descripciones con aquellas notas que mejor definen un lugar o medio determinado; son explicaciones vivas, cálidas, de una hondura excepcional, quizá porque sabe centrarse en aquello que es propio, casi privativo. En una palabra, y en mi argot toponímico, es un “buscador excepcional de elementos característicos o diferenciadores”. Y como quiera que, por mi parte, empiezo haciendo el análisis lingüístico “en laboratorio”, es casi seguro que el resultado de éste va a tener refrendo en aquellas descripciones y explicaciones. En cuanto a Sasé y Gere son premonitorias estas palabras: “Y con todo y ser este un paisaje agrícola, tan singular como excepcional, debemos reconocer que el hombre de La Solana ha sido, ante todo, ganadero. El ganado en general y el ovino en particular han dejado en todo este territorio su huella indeleble”. Y más adelante, en una licencia, en un flashback para el que solicita permiso, sobre un espectacular desfile de ovejas, la cuestión se torna inquietante: “Se cuentan los minutos y se intenta dar una cifra aproximada, pero, al final, la mente sólo recoge “muchos”, “un montón”, “una verdadera multitud, ¿centenares?, ¿miles?”.

Buena descripción de Sasé en Lugares del Alto Aragón, de Adolfo Castán: “Lugar despoblado –década 1.960- propiedad de la DGA; a 1.204 m de altitud. Tenía 104 habitantes en 1.900. Acceso por pista desde la N-260. En 1.250 formaba parte del Honor de La Solana. El centro de Sasé lo acota la espléndida iglesia de San Juan, románica en origen y ampliada en los siglos XVI-XVIII; al lado, la plaza y una fuente seca abovedada. Las construcciones, individualizadas, se alejan sin formar agrupaciones, exceptuando las viviendas que perfilan la bellísima calle de San Juan, conformada en el siglo XVIII. Variedad arquitectónica popular de los siglos XVI al XX, cantidad de elementos tradicionales, masiva ornamentación en vanos y virginidad en la utilización de materiales constructivos, convertían a Sasé en la población más sobresaliente del Pirineo oscense, digna de convertirse en un “pueblo museo”. Así pensábamos en los años 1.980, cuando levantamos planos de buena parte de sus construcciones y filmamos en super-8 un largo documento gráfico. Ahora casi nada es recuperable, Sasé se ha hundido y no está el dintel de casa Vallés, el escudo de casa Chacinto o el fascinante vano geminado de casa Ambrosio. Perdura la portada de casa Ambrosio -1.690- y las de Antonio, Chusé, Périz, El Herrero, todas de 1.781. Extraordinario conjunto de bordas a su alrededor. Ruinas de la ermita de Santa Marina –siglo XVII-. Despoblado de Lurín. En 1.996 un grupo de personas constituyen la asociación Colores y se instalan en Sasé; en octubre del 97 son desalojados por la fuerza pública; en 2.008 siguen viviendo y la escuela de color rosa se ha desplomado”.

A mediados del siglo XIX, Pascual Madoz nos daba algunos datos interesantes sobre Sasé, en buena parte ya conocidos: “…Ayuntamiento del Valle de Solana, cuya capital reside en Burgasé. Situada en llano, en la falda de unos elevados montes; su clima es frío pero sano. Tiene 14 casas; iglesia parroquial (San Juan Bautista) matriz de Muro, servida por un cura de primer ascenso y patronato particular, y una fuente de buenas aguas. Confina con Fanlo, el anejo Ginuavel y Asín de Broto. El terreno es de secano y mala calidad. Los caminos se dirigen a los pueblos limítrofes: recibe la correspondencia de Boltaña. Produce trigo y pastos; cría ganado lanar, caza de perdices y liebres, y pesca de truchas y barbos. Población, 14 vecinos, 58 almas”. Un informante me habla de su cabaña ganadera: poco antes de su destrucción contaba con 1.500 ovejas y 200 cabras. El cura, hombre instruido, recibía el “Siglo Futuro”. La población emigró mayormente a Barcelona y Zaragoza, alguno a Barbastro… Seguro que los redactores de “Siglo Futuro” no pudieron prever el cataclismo que los nuevos tiempos le deparaban a Sasé…

Sasé es un topónimo hermético para los formalistas a la vez que diáfano y cabal para nosotros. Recogemos el fruto de un largo trabajo anterior bien hecho. Sin ir más lejos, en el número anterior a éste, dedicado a Sanarta, nos hemos extendido sobre la naturaleza, grafía y significado de la forma ibérica za (variante tza en vasco antiguo). Digamos solamente, evitando repeticiones, que significa montón de, gran cantidad, abundancia de, mucho. ¿Recuerdan el flashback de Fernando Biarge?. Por otra parte, este topónimo se inserta en una serie de combinaciones con formas similares que llegan a descripciones idénticas: Sena (de xe+na) valía por “el que tiene ganado lanar”; Sesa (xe+za) era “ganado lanar en abundancia”; Sesé (ze+xe), “gran cantidad de ganado lanar… ¿Y Sasé?. La voz dalaxe, ganado lanar, la hemos estudiado en Dalofra (dalaxe oparoa), “ganado lanar en abundancia”; tiene una variante contracta, daxe, con el mismo significado, que estudiamos en Bardaxín < (i)bar+daxe+in), “el valle que cría ganado lanar” y, más contracta todavía, xe, ganado lanar, en Sena (vid. arriba) y Sesé (idem). En consecuencia, Sasé es una composición ibérica formada por za+xe, y significa literal y ordenadamente “gran cantidad de ganado lanar”. Y en el más próximo horizonte de La Solana asoman Burgasé, Gere, Giral, Ginuabel… Al menos nos ha quedado la toponimia…


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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