Toponimia
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Cuando llego a Robres tengo la convicción vehemente de que me voy a topar con otra hazaña más del método comparativo, puesto que la semejanza entre el nombre de este lugar y los robles, Quercus robur, rubra, coccinea, etc., es tan manifiesta que habrá echado raíces en el saber popular. Así es, en efecto, e incluso se apoya la tesis en aquello de que “cuando el descubrimiento de América hacían falta muchísimos barcos, y para construirlos hubo que talar enteramente inmensos bosques, siendo uno de ellos el robledal que cubría casi por completo el término municipal”. A partir de aquí, cualquier explicación científica en contrario parece improcedente, además de ininteligible para el lego, mientras que el iniciado, más receptivo, prefiere quedarse con la explicación que da “todo el mundo” y que además “resulta muy clara”. Por ello, lección aprendida, hace mucho tiempo que he desistido del convencimiento, me centro en el propio análisis y en la comprobación sobre el terreno de la interpretación hallada, acudo al lector, y se acabó.
El topónimo Robres es de rara belleza y de altísimo interés. Su estudio nos va a permitir caminar las dos primeras etapas de la mano del lector; después nos obligará a hablar de la religiosidad de los iberos, compendio anticipado de todas las esencias más puras del cristianismo pero sin Iglesia-tinglado; leeremos algunos textos epigráficos pertinentes y hermosos y, finalmente, visitaremos un asentamiento ibero de la Edad del Hierro. Ante programa tan sugerente, dejemos los circunloquios y entremos ya en materia.
Mis lectores saben muy bien a que me refiero cuando hablo de un topónimo ibérico con /R/ inicial metatética, ya que hemos dado largas explicaciones al tratar, primero de Rapún, y después de Riglos. Dejemos, pues, finiquitada esta primera etapa. La segunda ha de consistir, necesariamente, en la averiguación de la palabra que ha experimentado esta metátesis. La sílaba –bres proclama que ha habido una síncopa de vocal tras oclusiva /b/, seguida dicha vocal de /r/ y de igual vocal; por consiguiente, la vocal sincopada ha sido la /e/, lo que nos remite a una forma anterior Roberes, y que esto es una suposición con todas las garantías queda demostrado por los cientos de ejemplos que podemos aportar y, en este caso, por la documentación histórica, pues el 4 de diciembre de 1.097 se cita al señor Fortín Sánchez en “Roveres” (Antonio Ubieta Arteta, Colección diplomática de Pedro I, nº 41, pag. 269). Si robe es el resultado de la metátesis silábica, la forma inicial no modificada debe ser bero. ¡Eureka!, ¡pero si ya conocemos la voz bero!. Al estudiar el topónimo Río Bero decíamos que significaba “abrigo, resguardo, refugio”. ¡Alto ahí!, Hemos mencionado la palabra “refugio” y ello, en el mundo ibérico, exige que nos detengamos, incluso que hagamos una genuflexión.
Los iberos sentían un profundísimo amor y respeto hacia la Diosa Madre, a la que llaman Ama. De ella proceden todos los seres de la creación; está presente en todas partes, con súbitas apariciones; lo ve y lo sabe todo y ha grabado en el alma humana unos principios (justicia, respeto a los derechos ajenos, solidaridad, humildad, paz, honor, veracidad, trabajo, etc.) que conforman un completo código moral. El hombre es libérrimo para observarlo o no, pero cuando lo infringe La Madre puede enviarle ocasionalmente castigos físicos pero sobre todo le envía el remordimiento. La conciencia está viva en todos los iberos y es la voz de aquella la que habla en este texto epigráfico : “Tenemos tendencia a la mentira y la equivocación, somos de naturaleza vacilante y turbia, sacamos faltas, de ánimo tembloroso, nos corrompemos, vivimos con arrogancia, esperando alcanzar la fama, con apariencia de glotones, y gozadores de la pasión libidinosa” (1). Pero hay mucho más: La Madre nos espera, al final de nuestros días, en su aposento, Ama-tei, el aposento de La Madre (2), que es un “un lugar de paz y bienestar”, bake on tei (3); “la noche tranquila de paz y bienestar”, zaro naro bake on tei (4). Es como el cielo para los cristianos, es el destino anhelado para el alma humana: “Quiero ir al cielo ¡óyeme!, que nos volvamos a encontrar ¡atiéndeme!, quiero contemplarte ¡óyeme!, eternamente ¡atiéndeme!, quiero ocupar mi sitio en la altura ¡óyeme!” (5). Pero este deseo se ve truncado en muchas ocasiones: “La dicha se ha prometido a cada uno de los muertos: solamente para las almas de los difuntos buenos será realidad”(6). Y es que las almas de todos los difuntos, buenos y malos, deben acceder al refugio a través de un “pórtico” o “paso” que no es sino una metáfora del juicio, en el que La Madre mostrará amor pero también justicia; de aquí que una estela funeraria represente dicho paso cerrado con cadenas y erizado de lanzas, mientras la inscripción (7) reza así:”El pórtico hacia el refugio”. En una piedra en forma de clave se dice (8): “La clave del paso esforzado o fatigoso”. Las lápidas sepulcrales muestran, a menudo, una gran confianza: Tras haber compartido toda una vida de amor, los esposos están “juntos para siempre en el refugio” (9), y brilla especialmente cuando se afirma categóricamente que “está en el refugio para siempre”(10). Creo que será conveniente recordar que todos estos textos se escribieron varios o muchos siglos antes del nacimiento de Cristo.
La Arqueología ibérica tengo para mí que está sólo en sus comienzos. Ha de alcanzar muchos más éxitos que cobrarán mayor brillo cuando sean correctamente interpretados e integrados en una cultura ancestral y maravillosa. Contamos con un excepcional ejemplo al respecto: la tumba nº 155 de la necrópolis del Cerro del Santuario, en Baza, en la que en un refugio perfecto y completo, de reducidas dimensiones, apareció en lugar preferente la estatua sedente de La Madre, lujosamente ataviada, policromada, con una oquedad en la espalda que sirve de urna para contener las cenizas de la difunta, una joven de 25 años. Ésta había conseguido traspasar el pórtico o paso dificultoso, y su alma, representada por un pajarillo, ha sido acogida amorosamente por la Suprema Deidad que la sostiene en su mano izquierda. La Dama de Baza es una representación de La Madre, la tumba es el su aposento y el “refugio” para los mortales, “la noche tranquila de paz y bienestar”, y el conjunto es el monumento más antiguo, significativo, profundo y valioso de la cultura española. ¡Qué contraste entre el valor y mérito de este monumento esencial y la astracanada del Valle de los Caídos!.
También Robres tiene su refugio. Un camino no apto para coches (al menos para el mío) conduce al cerro de El Castellazo en el que observamos dos círculos defensivos, natural el uno y de piedras superpuestas el superior. Encerraba un oppidum o población fortificada en el que se han hallado restos, útiles y cerámica del campaniense, y cuenta con una necrópolis tubular de urnas, de las que hay ejemplares en el Museo Provincial de Huesca. Puede corresponder a la Edad del Hierro. El conjunto está protegido por una barrera fácilmente superable que parece más eficaz contra los animales. La distancia a Robres no es muy considerable, unos cinco kms. aproximadamente, por lo que bien podemos decir que está cerca de o al lado de.
Es tiempo de concluir el análisis morfológico y fonético del topónimo Robres, así como de dar su traducción al castellano. Tras el primer elemento ya estudiado bero, refugio, que por metátesis ha pasado a robe, nos encontramos con la voz iberovasca eretz, que significa cerca de o al lado de. Sabemos que en lengua ibérica no aparecían las consonantes dobles ts, tx, tz, (tampoco la h) que debemos considerar particularidades dialectales del vascuence; como lo es asimismo la forma verbal egin, que en ibérico es, con toda fijeza, in; de aquí que la forma ibérica sería erez, y, fonéticamente, eres. Con este adverbio de lugar nos hemos encontrado en repetidas ocasiones, tales como los topónimos mallorquines Porreres (porro-eretz, al lado de la cuesta), Mosqueres (m-ozka-eretz, al lado de la brecha) y Banieres (panin-eretz, al lado del torrente).
La acomodación robe-eres se efectúa con elipsis al final del primer término, con encuentro de vocales iguales: rob(e)eres. Como ya dijimos más arriba, la forma sobrevenida e histórica Roberes sufre la síncopa de vocal e, tras la oclusiva b, seguida de r y de igual vocal (e), con lo que llegamos a rob(e)res – Robres.
La secuencia histórica (es más antiguo el oppidum que el lugar de Robres), nos obliga a suponer que el poblamiento ibérico del cerro de El Castellazo se trasladó, por razones prácticas, a un lugar cercano al que se dio el nombre de Robres, porque está “cerca o al lado del refugio”.
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