Epigrafía



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Refugio – III (32)

Textos epigráficos

 

Es innecesario insistir en que la aportación de la Lingüística ibérica al conocimiento de nuestra Historia ha sido, no solamente nula en averiguaciones, comprobaciones, afirmaciones o narraciones constructivas y sensatas, sino gravemente perturbadora del quehacer de otras ciencias, como la Arqueología. Quizá la desmesurada implantación artificial del celtismo y su desbordamiento por la mayor parte de Iberia sea el ejemplo más notorio: Toponimia supuestamente céltica por doquier y, el summum, la invención de lenguas célticas, nacidas desde la ignorancia más absoluta de la lengua ibérica y el atrevimiento menos científico, son cataclismos insalvables para cualquier investigación rigurosa. La interpretación que hace Untermann, por ejemplo, de la inscripción de Iglesuela del Cid, de la que sabemos que “esta piedra se halló en un sepulcro” y que dice gugelaguni (el lugar de nuestro aposento), como “ de Kukela (nombre del donante) a …ku (terminación del nombre del difunto) con la partícula encíclica mi con significado posesivo”; o la explicación del topónimo Felanitx que dan Corominas-Mascaró en el volumen I del Onomasticon Cataloniae (véase Felanitx en mi obra Baliaride); o la “lengua céltica” del Gran Plomo de Kontrebia Belaiska, son, entre varios miles más, manifestaciones de un estado de cosas absolutamente insoportable.

En parte debido a ello, surgió en Arqueología la tendencia positivista, de la que dicen Arturo Ruiz y Manuel Molinos en su obra Los Iberos, Crítica, Barcelona 1.995, pag. 21: “Sobre la base de que basta reunir una cantidad suficiente de hechos bien documentados para que surja por sí misma la ciencia de la historia, los arqueólogos de lo ibérico, a partir de finales de los años cincuenta, han dispuesto, consciente o inconscientemente, este supuesto, para negar la validez de la teoría en la historia y crear un concepto de historia blanca e inocente que huyera del fracaso del historicismo clásico y de la fuerte ideologización que caracteriza la arqueología en la década de los cuarenta. Apoyado en los tecnócratas españoles de los cincuenta, el positivismo acabó por consolidarse, negando toda posibilidad de hacer valoraciones históricas, basándose en que no había datos suficientes para plantear conclusiones”.

Pero, si hasta hoy, la Toponimia y la Epigrafía prerromana se han revelado como inútiles y falsas en su papel de ciencias auxiliares de la Historia, la Arqueología, valiosísima, es por sí sola insuficiente. Por muy perfecta que sea la técnica de excavación (descripción del lugar, área donde se plantearán los cortes estratigráficos, descripción de éstos, descripción de cada uno de los objetos conseguidos, paralelos de estos objetos en otras estratigrafías y conclusión cronológica), sus determinaciones serán como segmentos de línea recta inscritos al azar en un inmenso plano sin límites ni orientación. Nuevas averiguaciones concomitantes con las anteriores dibujarán, en todo caso, figuras geométricas más o menos complejas pero siempre neutras y desorientadas. Porque, aun cuando el escepticismo sea grande y justificado, el arqueólogo precisa de ciertas determinaciones “históricas” para explicar consecuente y racionalmente su trabajo. Un ejemplo: un arqueólogo puede consumir toda una vida larga e intensa de trabajo científico sin que del mismo se deduzca incontrovertiblemente el origen norteafricano del pueblo ibero. Este conocimiento le será dado por el estudio riguroso (fuerza de compresión interna de la lengua ibérica, teoría de la composición, fenómenos de acomodación o sutura, noticias tomadas de textos históricos, etc) de los topónimos Iberia e Ispania (ayudados, para este último, por los de Ispaster e Ispalis), tal como hacemos nosotros en el título preliminar de nuestra obra Baliaride.

Más aún: ni siquiera podrá completar el conocimiento del conjunto excavado, por muy riguroso, acertado y preciso que sea su trabajo, y ello por la inevitable integración en dicho conjunto de elementos consumibles, deteriorables o inaprensibles. Un nuevo ejemplo “iluminará” la cuestión: Pensemos en el magnífico enterramiento de la cámara de Tuya (Jaén), a la que se accede por una puerta de 1,74 x 0,64 metros, único foco de luz para todo el interior, que se divide en tres naves: la central, a continuación de esta puerta, que se prolonga hasta el fondo durante 4,55 metros; en este fondo hay un nicho volado a modo de repisa, y por debajo de éste y por los laterales de la nave, un banco corrido que termina al llegar a las dos puertas que dan acceso a las naves laterales. Estas se hallan divididas en dos compartimientos cada una de ellas: el del fondo contiene, en ambos casos, un nuevo nicho, y la nave lateral derecha tiene, además, otro nicho en el lado derecho. Todo el conjunto esta cubierto con grandes losas atravesadas de lado a lado, sólidas y herméticas. La luz, ya tenue al fondo de la nave central, tiene escasa intensidad, por indirecta, en el primer compartimiento de las laterales, y los del fondo son realmente lóbregos. Dado el uso repetido (al menos cuatro enterramientos, si no hubo reutilización) que se deduce de esta pluralidad y de la presencia del banco corrido, ¿se movían nuestros antepasados en la oscuridad?, ¿eran las ceremonias realmente oscurantistas?.

La Epigrafía rigurosa aclarará, nunca mejor dicho, esta cuestión con seguridad absoluta. Lejos de allí, pero en el mismo contexto poblacional y cultural, Estácio da Veiga presentó, en l.891, sus hallazgos en la necrópolis de Fonte Velha, en Bensafrim (Sur de Portugal), entre los cuales se encontraba la estela funeraria llamada “de Bensafrim” cuyo dibujo hemos reproducido al inicio:

A). Transcripción.

S-U-DU(TU)-U-I-R-O-A-M-A-R-O-N-A-BA(PA)-GE(KE)-O-N-DE(TE)-I

B). Secuencia.

SUTUUIROAMARONABAKEONTEI

C). Lectura.

Sutu u(i) iro amar ona bake ontei.

D). Análisis morfológico.

Sutu: adj.: encendido, ardiente.

ui: n.: pez, substancia resinosa.

iro: n.: yesca interior del árbol, a diferencia de ardai, ardagai o ireska, que es “yesca de la corteza”.

amar: adj. numeral: diez.

ona: loc. adv. de lugar: he aquí, en este lugar.

bake: n.: (variante pake), paz.

ontei: n.: bienestar, Se trata, en realidad, de la composición on-tei (bien o bueno-lugar donde se está), y por consiguiente, “lugar donde se está bien”, “lugar de bienestar” o, simplemente como en este caso, “bienestar”. Recordemos esta misma composición en la estela de Abobada, y volveremos a topar con ella en varias ocasiones más.

E). Análisis fonético.

1. En la composición sutu-ui, pese al encuentro de vocales iguales, no hay elisión para no dificultar el entendimiento por separado de ambas voces.

2. Sí la hay, y bien hermosa, en ui-iro, ya que uiro (literalmente yesca interior resinosa o tea resinosa interior) debió de ser una construcción habitual y perfectamente identificada.

3. Iro-amar, ama(r)-ona y bake-ontei obligarían, de darse la elipsis, a la destrucción de los tres hiatos formados, con resultados (iramar,amona,bakontei) oscuros si no imposibles.

4. Por último, la elipsis en ona-bake, que daría on-bake, provocaría la sustitución de ona (he aquí, en este lugar) por on (bien, bueno).

F). Traducción literal y propia.

“Diez yescas interiores resinosas encendidas en este lugar de paz y bienestar”.

“Diez antorchas encendidas en este lugar de paz y bienestar”.

Conclusión.- La Toponimia real y la Epigrafía rigurosa y sensata están llamadas a marchar junto a la Arqueología (y otras ciencias), en ayuda y beneficio mutuo y, en definitiva, a cumplir su importantísima función de ciencias auxiliares de la Historia.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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