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Ráfales – 381 b

Altoaragonesa

De Rafales (escrito así, sin tilde, y por tanto como palabra llana) dice Pascual Madoz en su Diccionario geográfico estadístico histórico, escrito entre 1.845 y 1.850, lo siguiente: “Coto redondo en la provincia de Huesca, partido judicial de Fraga, término y jurisdicción de Esplús. Se extiende en una llanura y es cultivado por los vecinos de este lugar y del de Binéfar. El terreno es excelente para trigo pero hay poco roturado, por lo cual abunda en esparto y yerbas de pasto que consumen los ganados de Cataluña en la temporada de invierno; cría caza de liebres; se ven en él las ruinas de un antiguo castillo, y a ½ hora distancia hay un pozo, célebre por sus ricas y abundantes aguas, que jamás han escaseado aún en años de gran sequía, al cual se baja por una magnífica escalera ancha de 16 palmos. Población: 1 vecino, 6 almas. Contribución: 318 reales, 40 maravedíes”. No nos dice Madoz quien era el propietario de ese coto redondo, pero hay abundante información –y varios estudios- que ponen de relieve su vinculación al estamento nobiliario desde tiempos muy antiguos y, más concretamente, a los Duques de Villahermosa. Aparece repetidamente mencionado como Rafals, Raphals, Rafales (ver, por ejemplo, la obra de Francisco Castillón Cortada El Castillo de Monzón).

Hoy en día, Ráfales (voz esdrújula que se ha impuesto aunque sin ningún fundamento etimológico, como veremos) no es un coto redondo sino la agrupación de una serie de fincas agrícolas, con viviendas para colonos, naves de maquinaria, silos, etc. Saliendo de Esplús, dejo la carretera general girando a la izquierda y llego a la primera explotación, de nombre Mapsa; siempre buscando una información concreta sobre el “célebre pozo”, continúo transitando por vías “blancas” hacia Rolzasa y La Clamor de Ráfales. Aún quedan Egasa, Las Pueblas, La Bochosa, Santa Mª del Pilar… Por doquier, largos puentes móviles para el riego por aspersión, con aguas del río Ésera que el Canal de Zaidín (importante vena del Canal de Aragón y Cataluña) distribuye y fecunda. Pero el pozo no existe actualmente o, al menos, “no se puede ver”, según me dice un informante, porque fue enterrado largo tiempo atrás. Siento una gran frustración, no tanto por la desaparición del valioso pozo como por la pérdida de un elemento ibérico que dio nombre a todos estos parajes.

Ráfales no procede del árabe rafal, parador, alquería, masía, tal como expone Antonio Ubieto Arteta en su obra Los pueblos y los despoblados, etimología que, sin embargo, ha sido generalmente aceptada. Es demasiado genérica y podría aplicarse a miles de fincas y lugares de España. En cambio, aquel “coto redondo” tenía un elemento diferenciador muy propio y significativo, el pozo de ricas y abundantes aguas que no faltaban nunca. Y si este elemento está recogido en el topónimo ibérico Ráfales, no puede haber duda sobre la verdadera etimología. Vamos a ello: la lengua ibérica disponía de la voz para (paratu), de la que derivan parada, parador, paradero, etc., con significado primero de “lugar”. La oclusiva sorda /p/ pasa, a través de la aspirada /ph/ a phara y fara. El paso siguiente y definitivo, tan frecuente y por ello seguro, es la metátesis silábica que lleva desde fara hasta rafa. Solamente en lo que llevamos publicado de esta serie aparecen 22 topónimos ibéricos con /R/inicial metatética. Más exactamente, traigo a colación el topónimo mallorquín Cala Rafaubetx, el lugar algo pálido o descolorido, con un arco rocoso blanquecino. Volviendo a Ráfales, a la voz Rafa- se yuxtapone leze, sima o pozo. La composición Rafaleze pierde la vocal átona final, Rafalez(e), y la fricativa interdental sorda pasa a pronunciarse como apicoalveolar, esto es, Rafales. El significado de Rafales (mejor que Ráfales) es bien claro: “El lugar de la sima o pozo”.

 


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