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Poliñino – 334

Altoaragonesa

He aquí un lugar que tiene un nombre con dos variantes perfectamente acreditadas, Poliñino y Poleñino. Copiamos de Antonio Ubieto Arteta, Los pueblos y los despoblados: “Poliñino, en 1.609 y entre 1.713 y 1.797. Poleñino, en 1.495 y 1.646”. La primera cita data de enero-febrero de 1.104, en la concordia realizada por el obispo de Huesca y el abad de Montearagón. La primera de las formas, Poliñino, entraña una cierta dificultad en la pronunciación que muy pronto se resolvió mediante la desasimilación vocálica po-li-ñi a po-le-ñi. Sin embargo, ambas han llegado vivas hasta hoy y lo compruebo hablando con las gentes del lugar: mientras la forma “fácil”, Poleñino, impera en el ayuntamiento, en la documentación oficial y aún en la dicción normal de las gentes, la “difícil” es conocida y subsiste grabada en la propia estación de ferrocarril. Yo he optado por la menos usual, pese a su dificultad, porque, como veremos, responde mejor a la etimología del topónimo; pero no adelantemos acontecimientos …

Yo sé que he conseguido descifrar la lengua ibérica, aunque por el momento no pase de tener un nutrido grupo de personas que agradecen mi trabajo y se interesan por él; el “muro”, el frente hispano-romano-católico, realmente ridículo, se resiste a desaparecer. Pero, lo realmente importante es que aquel logro, unido al análisis de muchos miles de topónimos y de varios cientos de textos epigráficos, me permite avanzar más y más en el conocimiento de una civilización –la nuestra, la ibérica- realmente modélica y no superada, ni siquiera por el cristianismo, en el orden moral y social. Y esto, pese a los infundios y montañas de basura que han reportado el engaño y desconocimiento para una inmensa mayoría de las gentes, estudiosas o no.

Sin embargo, la lengua ibérica nos depara a cada momento grandes sorpresas, impensables si seguimos las orientaciones y burdas mixtificaciones de la doctrina tradicional en nuestro país. Y Poliñino va a ser un nuevo ejemplo. Porque, ¿cabe imaginar a aquellos antepasados nuestros, los iberos, tan salvajes, brutales, ladrones, sucios y un largo etcétera de piropos semejantes, maravillados ante la belleza de las flores, cultivadores y amantes de las mismas, hasta el punto de dar nombre a un pueblo por su abundancia, variedad y hermosura?. A lo largo de mi ya extensa obra hemos visto cómo los iberos acertaban a escoger un “criterio identificador”, una nota sobresaliente, para identificar primero y describir después el lugar o pueblo que habitaban. Tales criterios o notas son variadísimos, aunque muchos de ellos se repiten constantemente. Así:

- el emplazamiento del lugar: Ayerbe, “el pueblo que está en la parte baja”; Bidrier, “en el medio de dos caminos”, Gratal, “la peña de la atalaya” …

- sus características físicas: Lumbierre, “naturalmente oscuro”; Deiá, “la bella”…

- la naturaleza de los suelos: Marcén, “todo arena”; Araguás, “tierra dulce, ligera, suelta” …

- árboles y bosques: Basops, “árboles corpulentos”; Abi, “la espesura”…

- productos y cosechas: Barbuñales, “el trigo barbudo nutriente”; Castillazuelo, “la clase de judías de agujero”…

- frutas: Fabana, “la que tiene manzanas”; Perarruga, “las peras de agua”…

- fauna doméstica: Betato, “todo rebaños”; Pollensa, “la que tiene mayor multitud de cerdos”…

- fauna salvaje: Osso de Zinca, “lobos”; Gatobes, “gatos salvajes de rayas atigradas”…

- productos artesanos: Callén, “el que tiene más esparto” ; Ligüerri, “el lino rojo” o “los linares”.

- semejanzas e imaginación: Ansils, “la cabra muerta en la cima”; Brocoló, “el carnero joven”…

Quiero contestar a la pregunta que me formulaba en el párrafo anterior. Sí, los iberos poseían una honda espiritualidad, capaz de apreciar la belleza y de mucho más. He aquí algunas de sus manifestaciones:

-Libertad: “Con el aro de hierro que le sujeta al yugo, el buey pace. Parece triste. Lanza un gran mugido. Hasta el agua dulce encuentra salada”.

-Igualdad: “Un difunto tan santo que procuró en verdad hacerse y ser igual. Decimos que lo intentó como persona alguna”.

-Rectitud: “La dicha ha sido prometida a cada uno de los muertos; solamente para las almas de los difuntos buenos será realidad”.

-Felicidad: “Buscaré la alegría de la vida en el hálito del interior mío”.

-Valor: “El cobarde que huye sucumbe”.

-Sensatez: “Mi fortuna es más el juicio que el trigo sin juicio”.

-Profundidad: “El torpe poda las hojas”.

-Vida interior: “Profundo es el río que hay en mí”.

-Delicadeza (obsequios a La Madre): “Quiero del bosque de la colina las yemas de árbol más tiernas; quiero coger las bellotas de las ramas; el muérdago que, en exceso, mata en ocasiones; y el agua que se filtra en la caverna”.

-Humildad: “Del humilde fluye apariencia de niño”.

-Honor: “Que el honor se convierta en vela resplandeciente”.

Suplican que les sea concedido “el don de la verdad”, encontrar “el camino justo”, poseer “la prudencia en el hablar”, evitar que “yo sea seco y arisco”, “líbrame de las lisonjas” … Con tal espíritu, las yemas, los brotes y renuevos, las flores, agradan y se valoran, forman parte del entorno habitual de los iberos. Tendremos ocasión de analizar topónimos con lore, flor.

Apenas llegado a Poliñino, primera sorpresa agradable: el estrecho puente sobre el Flumen cuenta, por ambos costados, con unas hermosas azaleas, arbusto y arbolillo que se repetirá en diversos parajes, con insistencia. Sobrepasado el puente, por el lado izquierdo, una especie de estrecho parterre con flores de diversas clases. Tampoco faltas flores y arbustos en la plaza Mayor o de la iglesia, ni junto al edificio municipal o Casa de la Villa. Pero enseguida reparo en que hay una especie de uso o costumbre netamente popular, muy extendida y, al parecer, arraigada. En las ventanas de las casas, la mayoría tienen macetas en el alféizar de la ventana; también es frecuente que la puerta de entrada esté flanqueada por dos o más tiestos, y se llega incluso a formar una línea continua de ellos a lo largo de toda la acera; he visto cómo las pequeñas o medianas macetas se agrandan para contener arbustos de diversas especies de coníferas, que obligan a circular por la calzada. Pero son las explicaciones de las gentes las que dan verosimilitud a mi tesis. Aquí, en Poleñino, siempre, de toda la vida ha habido una gran afición a las flores, muy en especial por parte de las mujeres de mayor edad y no tanto de las jóvenes; pero a una observación mía sobre el fin de la juventud, me responden con alegría que “después, les entra la afición”. Aparte de lo que he visto, me cuentan que, para la fiesta mayor, la iglesia se llena de flores pues cada una lleva la mejor de sus macetas. Más aún: las “cuadras o patios” están llenos de flores que “parecen andaluces”. Y hasta algún varón (su madre está hospitalizada) ha de regarlas casi todos los días y no parece que le suponga mayor sacrificio. Si como parece lógico suponer el poblamiento ibérico de Poliñino se produjo, como atestiguan restos arqueológicos por toda la zona monegrina, en el IV milenio a. de C. e incluso con anterioridad, y a ese primer poblamiento se le dio nombre “floral”, hemos tendido hasta la actualidad un larguísimo arco que abarca más de cinco milenios…

Poliñino es una composición ibérica de tres elementos que sólo requieren algún leve comentario. El primero es polit, bonito, bien conocido y vivo en euskera. Sigue nini, raíz presente en voces como niniko, botón o yema de flor, cáliz de la flor; niñiriku, yema, bulbillo; ninika, cáliz de la flor, etc. Por último, or, donde, en el lugar. El enlace o sutura polit-nini muestra elipsis al final del primer término, poli(t)nini. El segundo enlace polinini-or sigue la misma regla de aglutinación, polinin(i)or. Dos fenómenos fonéticos bien frecuentes y contrastados: el primero, palatalización de n ante i > poliñinor; el segundo, la constante caída de /r/ en posición final, poliñino(r). Ya estamos en condiciones de dar la traducción final de Poliñino: “donde las bonitas yemas o cálices de flores”.

 


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