Epigrafía
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Si colgante es “joya que pende o cuelga”, una buena parte de las mal llamadas téseras de hospitalidad ibéricas habrán de ser denominadas, en adelante, colgantes, aunque el carácter de joya requiera alguna matización. Definidas, en lo esencial, por la presencia de uno o dos orificios destinados a dar paso al hilo o cordel de sujeción, la materia de que se componen no es habitualmente “preciosa” pues generalmente son de bronce, en ocasiones de plomo y, raramente, de plata, si bien parece seguro que los inmensos transportes de metales y objetos preciosos fletados por los romanos, (ladrones febriles poseídos por la avaricia y el salvajismo), incluirían todas las elaboradas con oro y plata que pudieron alcanzar. Pero, junto a la materia, la forma artística y, casi siempre, el texto grabado (hay algunas anepígrafas) les confieren auténtico valor de joyas.
Así pues, el término colgante debe quedar inscrito entre los soportes epigráficos ibéricos, junto al de plomo, vaso, pátera, lápida, estela, pondus, etc. Y, hecho esto, es del mayor interés analizar su contenido para determinar, en consecuencia la naturaleza del documento, es decir, justamente al revés de lo que se ha venido haciendo hasta hoy en Epigrafía ibérica: suponer una cierta naturaleza para, después, interpretar el texto en función de aquella. Para proceder de este modo se requiere, obviamente, el conocimiento de la lengua ibérica, pero también el de su cultura y, muy especialmente, la justa valoración de ésta. Y si ello no ha sido posible hasta el momento, sí lo es arrancar la costra de inmundicia que sobre el pueblo y la sociedad ibera depositaron los historiadores de los vencedores, que, si para iniciar la segunda guerra púnica y justificar su presencia en Ispania necesitaron inventar un cassus belli (la destrucción de Sagunto y la vulneración del Tratado del Ebro), para justificar la conquista y genocidio posteriores inventaron el mito del salvajismo de los iberos.
Leeremos sus propias narraciones en las que aparecen nuestros antepasados esperando o pidiendo al cielo la oportuna lluvia que cree la sazón precisa, arar y sembrar a la profundidad adecuada para que cuervos y otros pajarracos no perjudiquen su labor, vigilar los sembrados desde la madrugada hasta el anochecer provistos de arcos y flechas o de hondas, segar y recoger las mieses… Y así en mil y una tareas más vinculadas a la agricultura, la ganadería, la pesca, la recolección de frutos espontáneos, la caza, la industria (cerámica, molinos, tornos, metalurgia, minería, conservera…). No faltan ciertamente los episodios de hondo dramatismo (el llamado Bronce de Torrijo del Campo, en Teruel, por ejemplo, es espeluznante, merecedor de cualquier premio literario), o de situaciones límite (como la que relata el llamado Bloque del Cerro de la Bámbola, en Bilbilis). Pero, en general, nuestros antepasados, con esfuerzo y tesón alcanzaron un nivel de vida que parece suficiente y, en muchas ocasiones, holgado. Sin embargo este desarrollo material no se compadece en absoluto con la profundidad de pensamiento, la sensibilidad, la crítica moralizante, la fraternidad, la religiosidad y la acrisolada dignidad personal que muestran en todo momento.
Los iberos gustaban de confeccionar artísticamente estos colgantes y de grabar después, al dorso de los mismos, una sentencia, principio filosófico o moral, una especie de lema o consigna personal que les diferenciara de algún modo entre sus vecinos a la par que pregonara sus ideas, gustos o actitudes. Es indudable que su sentencia o lema gozaba de sus preferencias, ya por ser obra del que la exhibía, ya por haberla adoptado entre todas las aprendidas o conocidas. Y tanto el contenido de la sentencia o lema como el gusto de portarla y pregonarla, hablan bien a las claras de su gran humanidad y del grado de civilización alcanzado. Esta es la naturaleza del colgante que vamos a analizar a continuación, y que se reproduce y describe (aunque no se interpreta) en el amplísimo trabajo La Custodia, Viana, Vareia de los Berones, de Juan Cruz Labeaga Mendiola, en Arqueología Navarra/14,Gobierno de Navarra, Pamplona 1.999-2.000.
El texto es de una simplicidad y claridad deslumbrantes, pero ello solamente se observa si se hace la transcripción correctamente. Tiene una pequeña triquiñuela (a las que tan aficionados eran nuestros antepasados) y que consiste en lo siguiente: en una línea horizontal aparecen seis signos ibéricos (leyendo normalmente de izquierda a derecha), luego los tres puntos verticales que habitualmente son de separación y, por último, otros cuatro signos ibéricos. Pues bien, tanto si empezamos a leer por la izquierda como si lo hacemos por la derecha, el resultado es un desastre, porque (aquí está la treta) hay que iniciar la lectura por el centro: desde aquí hacia la derecha y, después, nuevamente al centro y hacia la izquierda. Procediendo de este modo, resultará una oración simple enunciativa, afirmativa y transitiva que consta de sujeto, verbo transitivo y complemento directo.
A). Transcrpción.
1. Z-A-GA(KA)-Z
2. M-O-A
3. O-R-S
B). Secuencia.
1. Zakaz
2. moa
3. ors
C). Lectura.
1. Zakaz. En el DRALV zakatz (consonante doble tz, localismo vasco).
2. moa
3. ors(to).
D). Análisis morfológico.
Zakaz (variantes zakar, sakas): adj. nominalizado: el torpe.
moa: v.podar: poda. El DRALV presenta la voz moarratu formada por la raíz moa, podar, el sufijo –arra equivalente al latino re, y la desinencia de infinitivo –tu.
orsto: n.: hojas.
E). Análisis fonético.
1. Zakaz y sakas constituyen un ejemplo entre mil más de la falta de fijeza en la pronunciación de /z/,que se traslada a la escritura y que se inscribe plenamente en la formación de los dialectos.
2. moa es la forma simple y originaria de moarratu, podar. Esta aparición de raíces “limpias” cumpliendo funciones que en una lengua moderna o modernizada (como el euskera) exigirían manifestaciones de flexión (declinación y conjugación), es, por una parte, habitual, y por otra, prueba que la Epigrafía ibérica manifiesta un estado todavía muy primitivo de la lengua iberovasca.
3. ors parece ser la forma primitiva de orsto, hojas, sobre la cual se habría incorporado un sufijo tan usual y variable ( en otro tiempo, y ora aumentativo, ora diminutivo) como –to. Pero no cabe desechar la vía inversa: que un primitivo orsto hubiera pasado a ors mediante: a, caída de la vocal átona final; b, posterior simplificación del grupo consonántico –rst = rs(t).
F). Traducción literal y propia.
El torpe poda las hojas.
Esta sentencia tiene dos niveles de significación. En el primero, se contiene una muestra de sagacidad y de conocimiento de la naturaleza: una rama joven, bien unida al tronco, producirá nuevas hojas, con lo que la situación volverá a ser la misma; y una muestra de acierto y ponderación al calificar la tarea y al autor: torpeza, hombre torpe que realiza tareas inútiles. Pero hay otro nivel de conocimiento más profundo, filosófico, porque el escriba distingue perfectamente entre la causa y el efecto, entre lo necesario y lo contingente, entre la substancia y el accidente. Y nos enseña que los problemas y las dificultades deben ser acometidas de raíz, en sus causas primeras, sin detenernos en la mera hojarasca o apariencia externa. Vaya,vaya con los berones…
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