Epigrafía
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En el capítulo que lleva por título “La estela de Abobada” decíamos que “adivinar la naturaleza y función de un objeto que contiene una inscripción ibérica sin entender el mensaje escrito, constituye un ejercicio de funambilismo intelectual que suele dar con el artista por los suelos”, y aducíamos, entre otros ejemplos, el muy notorio de las llamadas “téseras de hospitalidad”. No hay, en efecto, en toda la epigrafía ibérica, ni tan siquiera una sola tésera de hospitalidad, a pesar de que muchos de los más conspicuos y empingorotados representantes de la lingüística patria las hayan encontrado y hasta traducido por cientos. Ya hemos visto como un grupo muy nutrido de ellas son, materialmente, colgantes, con los que tanto gustaban adornarse nuestros antepasados iberos y, por su contenido, sentencias. lemas, refranes o manifestaciones del pensamiento y del saber popular. Otro grupo, no menos numeroso, del que estudiaremos varios ejemplos en los capítulos siguientes, son, asimismo por su contenido, documentos o señas de identidad, expresivos del origen, lugar de nacimiento o de residencia del grupo o del individuo que las portan.
Para que un dislate tan grave, en magnitud y cantidad, han tenido que confluir una serie de factores como los siguientes:
1. La ignorancia más absoluta sobre el origen, naturaleza y manifestaciones de nuestra lengua primigenia.
2. Un grado de osadía intolerable, que no se puede justificar, en modo alguno, por el deseo de mostrar un conocimiento que no se posee, por muy exigible que resulte en un catedrático, profesor o docente.
3. Un enojoso entreguismo a la lingüística, y a la cultura en general, ajena, propia de los colonizadores y conquistadores, tan diferentes (cuando no enemigos y destructores) de la propia.
4. Un ánimo y una práctica “copiandi” tan generalizada como empobrecedora.
Alguien, sin mayor averiguación, identificó los colgantes ibéricos con los pactos de hospitalidad romanos, con lo que se daba “científicamente” salida a un problema, al tiempo que se abría un campo para teorizar y sentar cátedra, tesis que, por lo útil, ganó rápidamente adeptos. Y como la coincidencia en el error también fortalece, asistimos al levantamiento del “muro” de la pseudo-ciencia, inatacable, soberbio e indispensable para mantener el “status”. Ya metidos en el análisis de lo ininteligible, se observa que, en muchas téseras, se repite la palabra final KAR, la cual no podrá resistirse a las excelencias del método comparativo formal y, en efecto, provistos del cromo , que leemos siempre CAR (alguien debería haber recordado que es igualmente válida la lectura GAR), nos lanzamos al ancho mundo en busca de otro cromo parecido en la forma y cuyo sentido convenga a la hospitalidad, amistad o alianza que parece residir en la entraña de estas téseras. Y aquí los hados se muestran propicios al abnegado investigador que, tras largas vacilaciones, se posa cual inspirada abeja en “karuo (que) es tomada por Hoz y Meid como el genitivo de un nombre karuom , que podría significar “amistad” por analogía con sus cognados irlandeses y galeses” , según nos dice Leonard A. Curchin en su trabajo Semantic Alternatives in the Celtiberian bronze tablet from Luzaga, en Actas del VII Coloquio sobre lenguas y cultura paleohispánicas. Por su parte, la Epigrafía prerromana, ingente obra del Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia, de Martín Almagro Gorbea, dice en la página 382: “Kar es una palabra bien documentada en Celtibérico, que debe significar hospitium (Untermann), pacto (Wodtko) o “tésera de hospitalidad”(Ballester), aunque también se ha considerado como una abreviación (Untermann, Wodtko), bien de karuo o de la palabra karaka, con el significado de “tésera” o de “pacto de hospitalidad”, pues aparece habitualmente en este tipo de documentos, generalmente al final del texto y concordando siempre con un adjetivo femenino de valor toponímico”. Por último, J. Pellón, en su ya mencionada obra Íberos, página 633, recopila el sentir general de la doctrina (lo que nos exime de seguir copiando otras muchas argumentaciones en igual sentido), y dice: “Piezas de madera, bronce u otro metal utilizadas por los celtas y celtíberos de Iberia para documentar un pacto. Aunque el idioma utilizado era el celta, el texto estaba escrito en alfabeto íbero, posteriormente, en latín… Es probable que “tésera de hospitalidad” se expresara en celtíbero como karuo kortika, de tal forma que kar o car haría referencia a la palabra “tésera”. El texto de la tésera en forma de mano que aparece en la figura (es la que se analiza en el capítulo •Moralina”) menciona la ciudad celtíbera de Kontrebia belaiska: lubos alisokum aualo ke kontebias belaiskas; su traducción sería:Lobo, de los Alisos, hijo de Avalo, de Kontrebia Belaiska”. Y uno, entre la más negra desesperación y la burla sangrienta, no puede reprimir una exclamación: ¡ Olé ¡. ¡ Viva la gracia y el salero!.
(Un inciso, a propósito de “burla”. Es ésta una palabra cuya etimología ha resultado siempre inextricable para los prudentes. Esta imposibilidad es una consecuencia, entre el millón largo que se sigue, del olvido o rechazo de todo lo ibérico o autóctono, desde que triunfó e imperó en Iberia, a partir del III Concilio de Toledo, el poder absoluto románico-católico. Por burla entendemos la acción y efecto de burlar, y ésta, en sentido propio, vale por frustrar, superar, desvanecer las esperanzas, previsiones o cautelas de otro. Es la acepción originaria que luce, por ejemplo, en “El burlador de Sevilla”, de la que se siguió burla como sinónimo de chanza o guasa. Pues bien, desechando para siempre el impertinente latinajo burrula, y acudiendo nuevamente a la fuente caudalosa y pura de la lengua iberovasca, la etimología verdadera es sencilla y segura. Procede del verbo buru(tu), superar, conseguir, cumplir, llevar a efecto; al infinitivo buru se une –la, sufijo agente de verbos infinitivos primitivos, sufijo que, asimismo, es un elemento de la conjugación que indica el gerundio. Por ello, buru-la significa “que burla”, “burlador” o “burlando”. La enorme fuerza de compresión interna de la lengua iberovasca se manifiesta aquí, fielmente, propiciando la caída de la segunda /u/, y con ello el acortamiento silábico, utilizando el expediente de elipsis al final del primer término, bur(u)-la, o bien la haplología: bur(u)la).
Pero volvamos al inmenso cenagal de las tessera hospitalis y sus salpicaduras. En él observamos:
1. Se identifica como romano, con la ligereza habitual, un elemento cultural ibérico, como son los colgantes y téseras con sentencias, señas de identidad o de pertenencia a colectivos.
2. En consecuencia, se empobrece, por despojo u ocultación, a la cultura ibérica, abriendo el campo para que prospere la falacia del salvajismo.
3. Una voz genuinamente ibérica como gara, 1ª persona del plural del presente de indicativo (nor) del verbo izan (ser, estar, tener…), tan fundamental y común, es hurtada, asimismo, a la lengua y cultura ibéricas.
4. Se utiliza el estúpido y nocivo método comparativo para decidir sobre el origen y significado de la voz gara.
5. Una especie de “azar condicionado” hace que “el cromo-pareja” de gara sea hallado en el ámbito irlandés y gaélico (otras veces es en latino, fránquico, alto alemán, sorotáptico, uralo-altaico…), con lo que se implanta un galimatías inabordable, en sustitución y con sacrificio de la lengua ibérica.
6. Con este argumento y otros parecidos se inventa el inmenso infundio de las lenguas celtíberas o célticas en la Península, constriñendo al máximo el ámbito de difusión de la ibérica.
7. Reducido en el espacio (costa mediterránea oriental), en el tiempo (se inicia sobre el siglo VII a. de C.) y en su acerbo (lengua, religión, economía, arte…), el mundo ibérico es un simple episodio limitado, primitivo y salvaje, destinado a ser absorbido por una “civilización superior”, con lo que se oculta y tergiversa, no sólo el primer poblamiento de Iberia o Ispania, sino el origen, las raíces y la idiosincrasia de todos los españoles.
8. La ignorancia más supina sobre la naturaleza y régimen de la lengua ibérica, unido a un atrevimiento sin límites, conduce a una caterva de afirmaciones y tesis que la mixtifican y ensombrecen hasta extremos escandalosos.
9. Es inaceptable y ridículo, soslayar la interpretación de la lengua ibérica inventando antropónimos (como “Lobo, de los Alisos, hijo de Avalo, de Kontrebia Belaiska”), donde hay, en realidad, expresión clara y ajustada de acciones y pensamientos (“En lo posible, preparar las tierras de sembradío depositando la semilla profundamente. Aun falto de sueño, vigilar con un arco que alcance a los grajos”).
10. Esta situación es insostenible. No puede continuar. El Ministerio de Educación y Ciencia debe tomar cartas en el asunto. La verdadera historia y cultura de España ha de surgir a la superficie. Es un derecho, no sólo de los estudiantes de Historia o de Filología, sino de todos los españoles.
Conozcamos ya, por vez primera, el contenido de una tésera de identidad. Juan José Salas Abengoechea, en su trabajo Cuestiones relacionadas con la etnia histórica de los vascones, pags. 97-98,(integrado en el libro Los pueblos prerromanos del Norte de Hispania, ya citado), dice: “ en el territorio de la ciudad de Gracchurris, que históricamente pertenece a los celtíberos y que, además, está inmerso en un contexto de cultura material celtibérica, se ha encontrado un grafito cerámico con la leyenda l.u.e.i.k.a.r, posible nombre de persona. Este texto ofrece más elementos de comparación con el ibérico que con el celtíbero. Por el contrario, del término municipal de Viana (Navarra), aguas del Ebro arriba por su orilla derecha, en una zona posiblemente berona, proceden cuatro téseras de hospitalidad redactadas en lengua celtíbera”. En tan breve texto aparecen casi todos los demonios tradicionales: la contraposición entre lo celtíbero y lo vasco, la lengua celtíbera, las téseras de hospitalidad, los nombres de varón. Viendo el alfabeto que se usa en las monedas de Gracurris (a falta del grafito), el texto sería el reproducido al inicio.
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