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Ordesa (11)

Altoaragonesa

Un Real Decreto de fecha 16 de agosto de 1.918 creaba el Parque Nacional de Ordesa, con una extensión de 2.066 Has. Tan solo unos días antes, el legislador había hecho lo propio con el Parque Nacional de Covadonga, de modo que, por antigüedad, el de Ordesa es el segundo de los españoles. Pero en 1.982, Ley 52 de 13 de julio, se reclasifica y adecúa a la vigente Ley de Espacios Naturales, pasa a denominarse Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, y ve aumentada su extensión hasta las 15.608 Has. El nuevo parque se estructura en torno al macizo del Monte Perdido y se extiende por los cuatro valles circundantes: Ordesa, Añisclo, Escuain y Pineta, si bien éste último solamente afectado en su cabecera. Tiene una Zona de Protección, más extensa que el propio Parque, y una Zona Periférica de mantenimiento, fomento, ordenación de actividades tradicionales, cultura, etc. Este conjunto (Parque, más protección e influencia) abarca la totalidad de los términos municipales de Bielsa, Fanlo, Puértolas, Tella-Sin, Torla y Broto (éste último sólo en la Zona Periférica). Es interesante saber que, por el Norte, la frontera, en esta ocasión, une al de Ordesa y Monte Perdido con el francés Parque Nacional de los Pirineos. De tal unión resulta un amplísimo espacio protegido, lo que facilita la actuación y multiplica su eficacia.

Podría pensarse, a la vista de las fechas de reconocimiento del valor de Ordesa, que anteriormente era ignorado o despreciado, pero esto no ha sido cierto en ningún momento, ya desde el inicio de la civilización ibérica. En efecto y para tiempos relativamente recientes, contamos con el testimonio del Diccionario de Madoz (1.850-1.855), el cual, a propósito del río Ara, dice: “ El río Ordesa se le une a media legua de distancia de Torla, viene del punto más elevado del Pirineo, seis horas más arriba que el Ara, conocido con el nombre de Las Tres Sorores, punto muy visitado todos los años por los estrangeros, dirigiéndose de E a O…”. Un inciso: En la España decimonónica, la visita, la atención, el más mínimo interés de franceses, alemanes o ingleses, principalmente, hacia nosotros constituía un timbre de gloria, un motivo para alimentar el orgullo de un país vencido, pobre, ignorante, fanático y miserable; un país que, desde el Tercer Concilio de Toledo en el año 589 (fecha en que se evidenció la coyunda Iglesia-Estado), había conocido la más profunda fractura social, la desigualdad, el sometimiento, la injusticia, la explotación, la contraposición de “las dos Españas”, Señores y Siervos, que aún seguiría, con abundantes convulsiones, hasta la muerte del Dictador y la promulgación de la Constitución de 1.978. Poco importaba que algunos de aquellos “estrangeros” dieran una visión de España sumamente irreal, folklórica y hasta esperpéntica, que se plasmara en auténticos bodrios, no por ello menos notorios, como Los cuentos de la Alhambra, de Washington Irving. E importa poco porque, junto a ellos, hubo también hombres inteligentes y cultos que supieron apreciar y amar las bellezas naturales de nuestro país (Ramond, Russell, Casterets, Schrader…), y, concretamente en Ordesa, Lucien Briet. Y miles de años antes, en fecha muy difícil de determinar en este ámbito del más alto Pirenneo (¿5.000 años a. de C.?), los iberos traen la cultura neolítica, se asientan sobre el terreno, toman conciencia del mismo, describen cada lugar o paraje en su propia lengua y crean la Toponimia; y al hacerlo con el valle de Ordesa, traen a la descripción lo que para ello es más sobresaliente y útil.

Hoy en día contamos con una información exhaustiva y fácilmente accesible sobre el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, desde la formación geológica y sus particularidades hasta la última florecilla de su espectacular flora. Por ello, y porque “lo mío” es la Toponimia, me limitaré a citar algunas fuentes de información que resultarán valiosas para quienes la deseen. En primer lugar, una deliciosa obrita, Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, de Fernando Biarge y Jean-Paul Pontroué, con prólogo de Aurelio Biarge, 1.985. Luego, el nº 1 de la colección RUTASCAI, con igual título que la anterior, editado por CAI, con diseño, coordinación y realización de PRAMES. De ámbito comarcal, Sobrarbe, Ordesa y Monte Perdido, de Joaquín Guerrero, edición de Albada y A.M.A. Ibón, Zaragoza 1.999. En el mismo ámbito, Sobrarbe, sendas, pueblos, naturaleza, de Carlos Tarazona Grasa, Editorial Pirineo, Zaragoza 1.996. También de Fernando Biarge y J.P. Pontroué, Cañones, gargantas y barrancos del Alto Aragón, edición de F. Biarge, Huesca 1.986. De ámbito superior (Huesca, Aragón, Pirineos, España, Parques nacionales) son muy numerosas las obras que dedican extensas descripciones y comentarios a Ordesa; además, es justo reconocer la utilidad de las páginas web, tan disponibles y fáciles de consultar. Pues bien, si tuviésemos que hallar el denominador común a todas estas obras y sus descripciones, a buen seguro que lo encontraríamos en la belleza y lo bello, tanto como elemento substancial como calificativo recurrente. Por las mismas razones expuestas al inicio de este párrafo, tampoco he de entrar en impresiones y sentimientos. Pero sí quiero poner aquí un breve retazo de belleza, copiando unas palabras de mi admirado y querido amigo Aurelio Biarge, contenidas en el prólogo antes mencionado:” Prueba en el bosque el fruto prohibido del silencio. Recuesta tus ojos en la húmeda horizontal de las praderas. Bebe en la discreta fuente del olvido, despide la tristeza y deja que las frustraciones se alejen flotando por el río…”.

Los autores, en general, suelen estructurar sus descripciones de Ordesa como si de una exposición de cuadros se tratara: Centro de Visitantes, La Pradera, Camino de Turieto Bajo, Circo de Carriata, Faja de las Flores, Circo de Cotatuero, Faja de Pelay, Miradores de las Cutas, Cascadas de Arripas, de las Cuevas y del Estrecho, Bosque de las Hayas, Gradas de Soaso, Cascada de la Cola de Caballo, Circo de Góriz, Monte Perdido, Gruta de Casteret y Brecha de Rolando (accesibles desde el refugio de Góriz). Elevados macizos, glaciares y valles en forma de U, montañas talladas, ibones y cuevas heladas, ríos de aguas limpias, cascadas y gradas, bosques, praderas, flores, fauna y flora variadísima… Todo esto no cabe en un topónimo como Ordesa. Como siempre, el primer hombre civilizado de Iberia o Ispania , el ibero, el que trajo la gran revolución neolítica, se estableció permanentemente sobre el terreno y tomó conciencia y propiedad del mismo, y, para entenderse, necesitó dar nombre, anominar, cada lugar o paraje. Para ello, era preciso escoger la nota o elemento que resultaba primordial a sus ojos e intereses, y después nombrarla con exactitud y concisión en su lengua propia. Así pues, ¿ cuál sería la nota o elemento contenida en el topónimo descriptivo Ordesa?.

En la respuesta brillará, como siempre, el inmenso sentido común y el realismo propio de nuestros auténticos antepasados, los iberos. Eran éstos agricultores y, fundamentalmente, ganaderos. La Toponimia  así  nos  lo viene certificando constantemente. El predominio de la ganadería era mucho más acusado en las zonas de alta montaña (entorno de Ordesa, con el Valle de Broto y el lugar de Torla), tanto por la abundancia de pastos como por la extrema dificultad y esfuerzo que suponían las escasas tierras de labor, ya en estrechos e inclinados bancales, ya en las pequeñas e inseguras parcelas cultivables a las orillas del río. Sobre estas bases, el que los lugareños de Torla encontraran junto al río Araxas, en lo que hoy es entrada al Parque, una extensa, fresca y llana pradera, supuso, sin duda, además de un deleite para la vista, un rico y utilísimo pastizal de verano. Y es La Pradera, en efecto, la nota o elemento escogido para la descripción que dio nombre a todo el valle. Claro está que los iberos la contemplaron en toda su integridad y belleza, no menoscabada por dos fundamentalismos (ideas o principios inicialmente justos cuya rigurosa imposición y taxativa observancia los convierte en abusivos y odiosos) tales que:

1º. El derecho de todos al disfrute de la naturaleza, para lo cual ha habido que mutilar la pradera con dos amplias avenidas para el tránsito de vehículos, y con multitud de plazas de aparcamiento a derecha e izquierda de cada una de ellas.

2º.  Un estúpido, por exagerado, respeto a los árboles que desde los ribazos del lado izquierdo, en sentido de entrada, arraigan aquí y allá, extendiéndose  y menguando aún más el elemento esencial del Parque.

Ordesa es una composición de la lengua iberovasca integrada por un nombre, un adjetivo y el artículo determinado, en posición final. El nombre, muy usado  y bien conocido tanto en toponimia como en lengua común, es ordo, prado o pradera; el adjetivo calificativo, asimismo de la mayor frecuencia, es eze, verde; y por último, el artículo a, el, la, lo. El enlace o acomodación de estas tres formas es absolutamente regular: ordo-eze se unen con elipsis al final del primer término, ord(o)eze, al igual que el segundo con el tercero, ez(e)a. En conclusión, ordo-eze-a = ord(o)-ez(e)-a = Ordesa, “la pradera verde”.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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