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Olbena – 303

Altoaragonesa

 

Olbena es una antiquísima población ribagorzana. Lo primero, por la Cueva del Moro, con cerámica impresa del Neolítico y restos de la época romana y medieval; por su topónimo ibérico bien característico, por la disposición de las viviendas y calles sobre el terreno y, finalmente, por la arquitectura medieval que ha llegado hasta hoy: restos (pocos) de un castillo, ermita románica del siglo XII, puente del Diablo y puente del Congosto. Lo de ribagorzana hay que recordarlo tras la división comarcal de Aragón que la ha situado en la comarca de Somontano de Barbastro; pero fue reconquistada por gentes ribagorzanas mandadas por el rey Sancho Ramírez entre los años 1.076 y 1.095 (1.076 toma del castro Muñones junto a Secastilla, 1.084 toma de Secantilla, 1.087 de Estada, 1.089 de Estadilla y 1.095 de Nabal, Paúl, Salinas, Hoz de Barbastro y Artasona). Además formó parte de la Ribagorza permanentemente: Sobrecullida de Ribagorza (1.495), Vereda de Ribagorza (1.646) y Corregimiento de Benabarre (1.711-1.833).

 

Aparece citada en el documento nº 416 de la Colección diplomática de la Catedral de Huesca, de D. Antonio Durán Gudiol, que carece de fecha pero que, por tratarse del testamento de la condesa “dompna Tota”, puede situarse entre el 1.009 (inicio del mandato de Guillermo Isárnez) y el 1.020. En él se lee: Ego Ato de Olbena presbiter et scriptor quod audivi et vidi…Reparemos en la grafía correcta ya a principios del siglo XI, olvidada después y sustituida por Olvena, todo un pregón de ignorancia.

 

De “Olvena” dice Adolfo Castán, Lugares del Alto Aragón, lo siguiente: “Lugar de 77 habitantes con municipio propio; a 522 m de altitud. Tenía 453 habitantes en 1.900. Comunicación por la carretera de Barbastro a Graus. Se cita en 1.219. Localidad encumbrada sobre el cauce del río Ésera, ocupando una vaguada, una llamativa depresión cercada por barreras calcáreas que caen a plomo hasta las aguas del río. En la hondonada se ajustan al escaso espacio las viviendas que distribuye la calle Mayor, larguísima, en continuo ascenso y con un paso cubierto adintelado. Materiales propios de la comarca: piedra, adobe y ladrillo. Entre sus inmuebles despunta casa Marro, de cuerpo verticalista y galería de ventanas bajo el alero. La parroquial de La Purificación es del gótico aragonés, siglo XVI: nave de testero plano con bóveda estrellada, capillas de escaso fondo, puerta adovelada al fondo de atrio y torre de un cuerpo. En cota destacada se alzó el castillo y la ermita románica del Santo Cristo –s. XII-, que perdió el ábside semicircular en el siglo XVIII; la nave cierra con medio cañón, abriendo puerta adovelada; aunque el templo es incierto que formara parte del recinto militar, guarda dos saeteras con esviaje en el hastial de poniente. Los restos del castillo se han diluido en la cima del cerro; en la misma punta se percibe un hundimiento rectangular y al este una estancia de obra con pavimento de argamasa. En posición espectacular, el puente de la Sierra desplaza un arco de 12,90 m de luz y hasta 2,38 m de tablero, incluidos pretiles que son obra añadida; podría ser de los siglos XVI-XVII. El puente del Diablo estaba cerrado por razones de seguridad en 1.542, sustituyéndole en el paso una barca; arco apuntado de 18 m de luz y 3,04 de anchura de tablero; algunas de sus dovelas alinean dos piezas, como en La Paúl o en Besians; tímpanos perforados; puede ser obra medieval pues su deterioro en el siglo XVI implica uso prolongado y está en zona de paso desde época romana –Labitolosa-. El contexto arqueológico de la Cueva del Moro abarca desde el Neolítico -4.600 a. de C.- y Edad del Bronce -1.500 a. de C.-, a horizontes romano y medieval. Notables construcciones colgadas sobre el río Ésera; aprovechan covachas de escasa profundidad a los que se acopló un muro de cierre; frente a uno de ellos observamos abundantísima cerámica gris medieval”.

 

Resulta obligado reparar en el emplazamiento del lugar, en esa “vaguada, una llamativa depresión cercada por barreras calcáreas que caen a plomo hasta las aguas del río”. El mismo autor, A. Castán, en una obra anterior que lleva por título Geografía de Aragón, 6 vol., Guara Editorial, lo describía en similares términos: “Casco urbano ocupando una vaguada amplia; es una extraña y llamativa depresión cercada por barreras calcáreas; tan solo al norte contactará de forma inmediata con espacios llanos, pues al resto de los puntos cardinales esperan vertiginosos canales o empinadísimas pendientes”. Por su parte, Comarca de Somontano de Barbastro, pág. 320, se expresa así: “Su emplazamiento a 522 m de altitud es uno de los más espectaculares de la comarca por la impresionante verticalidad de las paredes calcáreas del congosto de Olvena y solo al norte conecta con un espacio llano”. Todo ello supone –o debe suponer- para el estudioso de la Toponimia real, un fuerte aldabonazo: si los topónimos ibéricos son descriptivos, por una parte, y nos hallamos, por otra, ante un hecho tan característico, espectacular incluso, es muy probable que nuestros antepasados, conscientes de ello, lo elevaran a la categoría de elemento diferenciador; o dicho de otro modo, la descripción del lugar de Olbena se centró, hace 7.000 años, en ese emplazamiento tan especial.

 

Es necesario en este punto hacer una breve referencia a la obra de Alfonso Urkidi Toponímico Iztegitxua, que nos sirvió de base para la redacción de un capítulo completo de mi libro De Ribagorza a Tartesos. En la introducción de ese capítulo, en el que estudiaba también Olbena, me mostraba sumamente crítico: “merece- decía- un extenso comentario tanto por su originalidad como por su incontinencia desbordada. Contiene una larga relación de raíces, siempre nombres, pertenecientes al mundo físico (orografía, hidrografía) sin presencia alguna del mundo animado, vegetal o animal. Se presentan como reales y operativas sin explicación ni fundamento alguno y, en una primera visión, bien pudieran parecer arbitrarias; pero de inmediato se descubre que, del análisis de miles de topónimos, el autor llega a la deducción de su valor. Son muy breves, generalmente monosilábicas, e informadas por un sistema fonético de procedencias consonánticas y sustituciones vocálicas que nos lleva a que una idea, por ejemplo “cumbre”, pueda expresarse y representarse a la vez con las raíces an, añ, aro, aru, bar, par, bari, ver, din, en, eñ, er, eri, ero, eru, gain, gal, kal, gaiñ, kaiñ, kain, garai, karai, gen, ger, gerr, gia, koa, goa, goien, koien, goiñ, koiñ, goiti, koiti, gon, kon, gua, kua, gue, kue, guren, kuren, in, iñ, jan, jun, man, on, oñ, txan, zen, tzen, zin, tzin, tzon, tzun, un, xan, zan, zen, zin y zun”. Mi crítica, tras años de trabajo y miles de análisis, se ha incrementado hasta el punto de desechar por completo el valor de la obra, que se fundamenta:

a). En que una misma raíz tenga multitud de valores. Por ejemplo, “ol” vale por cauce, cañada, lecho, álveo y vaguada.

b). Que una misma idea se exprese con infinidad de raíces, como hemos visto con “cumbre”.

c). Que una misma raíz tenga gran número de variantes. Por ejemplo, de “be” < fe, pe, ber, bin, biñ, pin, piñ, bon, pon, boñ, etc.

En conclusión, en manos de Urkidi un topónimo tetrasílabo es como una mano de naipes en la que cada uno de ellos es un comodín, de modo que no resulta difícil llegar a la descripción más adecuada seleccionando formas y valores (pero sólo en los topónimos del medio físico y con sustantivos exclusivamente). Según esto, Olbena se podía traducir como “la vaguada del tozal”.

 

Vayamos a la lengua ibérica cuya interpretación, naturaleza, régimen y léxico están ampliamente expuestos en la sección 1ª, “Lengua ibérica”, de mi blog www.iberiasegunmascaray.es. Esta lengua contaba con la voz olbeia, en la que la vocal final es claramente el artículo determinada a; en consecuencia, olbeia vale por “el zaguán” y olbei por zaguán. Según la RAE, zaguán es “espacio cubierto situado dentro de una casa, que sirve de entrada a ella y que está inmediato a la puerta de la calle. La idea esencial que late en zaguán es la de paso o vía de entrada, flanqueado por muros o paredes que lo delimitan o constriñen. Menos esencial es el hecho de que se halle cubierto o no por obra humana o por disposición de la naturaleza. En el caso que nos ocupa, la villa de Olbena, existe el paso constreñido por paredones calcáreos, con suficiente amplitud –si bien la justa- para que en él se alojen las casas del lugar. Muy difícil de determinar es si el antes mencionado “paso cubierto adintelado” es una simple circunstancia moderna o si trae memoria de una realidad inmemorial.

 

A olbei, zaguán, se aglutina el pronombre relativo na (forma propia de n al final de composición), con el valor conocido de “el que es” o “el que tiene”. La acomodación o sutura se efectúa mediante elipsis al final del primer término: olbe(i)na. La traducción literal y propia a la vez de Olbena es “la que es un zaguán”.

 


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