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Obarra (205)

Altoaragonesa

“El origen de Obarra se pierde en la lejanía de muchos siglos. Nadie sabe, ni de quién, ni cómo surgió Obarra. Una versión adulterada ponía en manos del conde Bernardo de Ribagorza la fundación de este monasterio. Tal versión debe ser rechazada. Obarra contaba con un largo recorrido histórico cuando Bernardo lo conoció. El prócer ribagorzano, es cierto, lo restauró muy a fondo, hasta parecer que lo fundaba de nuevo, designándolo como santuario nacional y lugar de enterramiento de su familia… Respecto al cuándo de su fundación, afirma Zurita que Obarra era monasterio benedictino ya antes de la entrada de los moros en España (años 710-714). Algunos autores desmienten a Zurita convencidos de que las fuentes que manejó el severo cronista aragonés no eran de fiar… Indicios de sus antecedentes visigóticos reaparecen en las obras de restauración llevadas a cabo recientemente. Se trata de dos capiteles ornando la entrada primitiva a la iglesia de Santa María más otros cuatro que, a modo de mensulitas, sostienen arquillos decorativos sobre columnas adosadas del interior del ruedo absidal de la nave central. Tales piezas estuvieron ocultas hasta las recientes restauraciones; unos al tapiar la puerta primitiva y otros al instalar el retablo mayor de la iglesia allá por el siglo XVI, convirtiendo en sacristía el semicírculo del ábside central” (Obarra, Manuel Iglesias Costa, Inst. de Estudios Pirenaicos, Jaca 1.975).

A diferencia de lo que sucediera con Taberna, del monasterio de Obarra ha quedado un rico cartulario que fue estudiado en su día por el profesor Angel Martín Duque, y publicado con el nombre de Colección diplomática de Obarra, CSIC, Zaragoza 1.965. De esta amplísima documentación extraemos, para lo que nos interesa, lo siguiente: Documento del año 963, por el que D. Bernardo y Dña. Toda hacen donación a Obarra de cuatro pageses de remensa, “IIII capdemasos in castro et villa de Fantoua”. Los payeses de remensa eran, en principio, hombres libres, estaban un escalón por encima de los siervos o esclavos. Se llamaban así porque eran cultivadores de fundos ajenos, a los que estaban adscritos de por vida, de modo que si el señor enajenaba el fundo los payeses de remensa entraban en la dependencia del nuevo señor, y esta adscripción o vinculación tan solo podía romperse si el payés pagaba al señor una cierta cantidad llamada remensa (del latín redimentia). Ni que decir tiene que la imposibilidad de pagar la remensa era general y que de ello se seguía una situación muy próxima a la esclavitud. Pero estos payeses no eran los únicos hombres libres oprimidos y destinados al “valle de lágrimas “ terrenal inventado por la Santa Iglesia: “Hubo todavía en la España visigótica trabajadores por cuenta ajena –jornaleros, braceros, asalariados de todas clases- que constituyeron el nivel más humilde de los hombres libres de aquella sociedad. Por debajo de ellos en el plano jurídico –aunque no siempre desde el punto de vista real- existía una masa de personas, conocidas genéricamente como “semilibres”, un apelativo que, pese a su ambigüedad no resulta impropio. Eran individuos que, sin ser siervos en la acepción clásica del término, tampoco eran plenamente libres, y tenían su libertad limitada por condicionamientos derivados de aquel orden social” (José Orlandis, La vida en España en tiempos de los godos). A esta masa formada por “los trabajadores por cuenta ajena” (los payeses de remensa, en puridad, también lo eran), hay que sumar otra masa no menos numerosa: los siervos o esclavos, considerados como “cosas” ya desde la dominación romana, de las que se puede usar, abusar y disfrutar, y, por supuesto, matar sin motivo, condición o impedimento. Hay quien se afana en llamarles siervos en lugar de esclavos, de distinguir entre los siervos de palacio (que podían llegar a tener sus propios esclavos), los de la Iglesia que podían recibir mejor trato y los llamados “idóneos”, muy valiosos por sus aptitudes. Pero lo cierto y verdad es que una gran mayoría de la población carecía de los derechos más básicos, vivía miserablemente y estaba condenada a esperarlo todo de la otra vida… Y todo ello en una sociedad dominada por el fervor, por el fanatismo religioso. Cabe preguntarse: ¿Cómo pudo la Iglesia Católica comulgar con esa estructura social, disfrutar de ella y propagarla?. ¿Acaso el cristianismo no es una religión de humildad, de justicia, de paz y amor?. ¿Cómo es posible que pudiera levantarse semejante superchería y mantenerse triunfante durante 1.500 años?

El primero de los documentos del Cartulario antes citado es de marzo de 1.002 y se expresa así: … in monasterio qui nunchupatur Uuarra… El de Alaón es más antiguo, se inicia ya entre 806 y 814 (documento del Conde Bigón), y en otro de 22 de mayo 874 se contiene la primera mención, siquiera indirecta de Obarra: se rata de una donación al abad Frugel y al monasterio de Alaón de una viña que …et est prope vinea de vos ipsos monachos, de occidente sunt vineas Salamoni et de monachis de Uvarra… En fechas posteriores al 1002 las menciones son frecuentísimas y las grafías muy variadas: Huuarra, Ouarra, Ouuarra, Ubarra, Uubarra, Uuarra, Uuara… Dos notas nos ayudarán a aclarar este aparente galimatías: en primer lugar, el signo u en posición interior ante a representa una oclusiva bilabial sonora, esto es, b o v, de modo que las lecturas de las formas antedichas sería respectivamente Huvarra, Ovarra, Ouvarra, Uubarra, Uvarra y Uvara; en segundo lugar que el fenómeno no encierra especial trascendencia, pues como ya exponía Mitxelena, “la posición inicial es siempre la más inestable”, y mucho más cuando tal posición viene ocupada por una vocal.

Podríamos dejar limitado el problema a una simple disyuntiva, Ubarra/Obarra, con una especie de solución de compromiso entre ambas, Oubarra. El análisis morfológico de ambas formas y la determinación consiguiente del contenido, esto es, la descripción que hacen del lugar, habrán de inclinarnos por una u otra. Una primera afirmación valiosa es la de que Obarra o Ubarra es una composición o aglutinación de formas, ya que, si buscamos una forma simple, nos encontramos con que obara, en lengua iberovasca, significa “jornal”, y ubarra, en la misma lengua, “gusano que se emplea como cebo en la pesca”, con imposibilidad manifiesta en ambos casos de configurar una descripción del lugar. Buscando ya la composición, se advierte claramente un primer elemento que ha sufrido elipsis al final y del que nos queda ob- o ub- y una segunda parte que puede ser la voz arra o bien una composición de arri+a > arr(i)a. Siguiendo el método de eliminación, no existe una forma adecuada a la descripción que empiece por ub-: en efecto, no puede ser ubal, que vale por “correa, honda”; ni ubar, “agua de riadas”; ni ubi, “vado”, ni alguna otra que, siendo formalmente aptas como las anteriores, se revelan inadecuadas en lo semántico. Nos vemos obligados a quedarnos con una raíz ob- , que puede proceder de estas dos formas: obi, concavidad, hondonada; o bien, obo, circular, círculo. Detengámonos un momento para comprobar que son muchísimos los nombres cuya o- inicial han pasado a u- , tal como vimos en su día en Orrea-Urrea, Orós-Urós, Odina-Udina, Ordiceto-Urdiceto, etc., por lo que podemos concluir que la alternancia Obarra-Ubarra resulta completamente normal.

Pasemos ya al planteamiento final. Obarra es una composición de la lengua ibérica cuyo primer elemento puede ser: a) obi, concavidad; b) obo, circular. Y cuyo segundo elemento es: a) arra, valle; b) arri+a > arra, la… de piedra. La primera de las combinaciones posibles, obi +arra (valle), debe ser descartada pues encierra una tautología, “la concavidad del valle”. La segunda combinación, obi+arra (la… de piedra), merece una mayor consideración pues, además de la perfección formal, obi+arri+a > ob(i)arr(i)a = obarra, la descripción es exacta; hay, en efecto una hondonada o concavidad que se observa desde la misma carretera, en el fondo de la cual las diversas edificaciones (monasterio, palacio abacial, ermita de San Pablo, edificación junto al río Isábena…) se distribuyen en un llano rodeado de soberbios roquedos, especialmente los que conforman el congosto de Obarra. De hecho, en un primer trabajo de análisis, que data de trece años atrás, fue ésta la interpretación ofrecida. Pero la consideración posterior de la hermosísima voz obo, círculo (étimo de las voces castellanas oval y ovoideo), así como de arra, valle (variante de aran), me lleva a formular una segunda interpretación. Tiene idéntica perfección formal, obo+arra > ob(o)arra = obarra, y la descripción resulta sorprendentemente adecuada a la realidad: Obarra se manifiesta como un círculo limitado por el río y las formaciones rocosas que lo circundan. Además, la descripción tiene como un plus de particularidad, de diferenciación, por lo que decido darle preferencia: Obarra significa “el valle circular”. Como en todos los casos ya vistos, el topónimo es anterior al monasterio.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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