Toponimia
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D. Ramón Menéndez Pidal fue considerado en su tiempo como la máxima autoridad en lengua castellana. Catedrático de Filología en la Universidad de Madrid, Director de la Real Academia Española, autor de una obra inmensa, en la que títulos como Gramática Histórica, Flor nueva de romances viejos o El Cid Campeador han conseguido (y no es fácil) desde la erudición alcanzar gran notoriedad. En estas obras, especialmente en la primera, he bebido con fruición e, inevitablemente, surge el agradecimiento, la admiración y un gran respeto. Pero (siempre hay un “pero” incluso con los grandes autores) con Menéndez Pidal, al igual que con Antonio Tovar, Rufino J. Cuervo, Joan Corominas, etc., sucede algo que para mí resulta muy triste: su obra, a pesar de su inmensidad y trascendencia, resulta ser como un hemistiquio, como la mitad de un verso, y el conjunto aparece incompleto, dañado irreparablemente. Para quienes siguen mi obra con habitualidad, ya saben, a buen seguro, cual es el hemistiquio olvidado: la lengua , la cultura, la civilización ibérica. Este tema, de ser desarrolado aquí, por su enorme amplitud, relegaría el objeto de mi presente trabajo, quedaría desbordado, arrinconado en su mínima importancia. Por ello, presentaré el estudio del topónimo Murcia como un ejemplo, entre otros mil, de los demoledores efectos de aquel olvido, tan enorme y pernicioso.
Tengo en mis manos un librito de la Colección Austral (Editorial Espasa-Calpe S.A.), nº 1.312 de la misma, en la que, bajo el título general de Estudios de Lingüística, se agrupan diversos trabajos de Menéndez Pidal, entre los que me centraré en el denominado “Murcia y Mortera: dos topónimos hidrográficos”. Se inicia el estudio con una fuerte llamada de atención: “El nombre de Murcia es el mayor tormento de los etimólogos”. Y a continuación, de modo sistemático y claro, va cubriendo los diversos pasos que conducen a su conclusión final. El acierto está presente en muchos de ellos, incluso brilla en la selección de lo que vengo llamando el “elemento diferenciador”. ¿Qué falla en este estudio?. El estudio etimológico, el análisis morfológico, la explicación de la naturaleza de la lengua en que se expresa, las normas que la rigen y los fenómenos fonéticos presentes; en resumen, el olvido o desconocimiento de la lengua ibérica. Pero avancemos, como hace el autor, ordenadamente.
1. Exposición de los diversos posicionamientos anteriores. “Francisco Cascales en sus Discursos históricos de Murcia, 1.621, piensa en identificar la ciudad del Segura con la antigua Murgis, cosa por demás imposible, o en referirla a la Venus Myrtia que pudo dar nombre a la ciudad por la gran abundancia de murtas o mirtos que hay en las riberas del río. Miguel Casiri echó mano del árabe murci, puente, etimología apoyada por Rodrigo Amador de los Ríos… Miguel Cortés López en su Diccionario geográfico, 1.836, sabe como cosa muy cierta y clara que el río Segura, antiguamente llamado Táder, recibió un muro de contención por obra de los cartagineses, el cual de llamarse Murus Tader pasó a Mur-Tad y “suavizándose” este nombre se dijo Murcia. Modernamente estas inepcias vienen a ser sustituidas por una etimología asentada en fundamentos históricos y hoy recibida generalmente; Murcia no figura en ningún autor de la Antigüedad, es ciudad musulmana nueva, fundada por el emir Abderrahman II en 831, natural es que tenga nombre árabe, y Miguel Asín, en su Contribución a la toponimia árabe en España, 1.940, interpreta como forma particular árabe mursiya, significando “afincada, fija, firme”.
2. Elemento diferenciador. “Pero un motivo de duda fue para mí el ver ese nombre de Murcia usado en otro pueblo que no es de presumir que sea de origen árabe: Castrillo de Murcia en el partido de Castrogeriz (Burgos); y después el ver usado el mismo nombre como calificativo del sustantivo “agua”: Aiguamurcia en la provincia de Tarragona, nombre que se contrapone al de Aiguaviva, pueblo próximo a Aiguamurcia en la misma provincia…, existiendo otro Aiguaviva en la provincia de Gerona, y otros Aiguaviva en Soria y Teruel. Esta contraposición es más expresiva en los países vecinos: en Portugal…, en Francia… Aiguamurcia es pues… agua perezosa, quieta, detenida”. Dos consecuencias de lo anterior: “no es de presumir que sea de origen árabe”, en primer lugar, y la errónea identificación de la voz ibérica “aigua”, corriente de agua, con la latina acqua, agua, según hemos demostrado largamente en el estudio de topónimos tales como Aiguatorta, Aiguapasa, Aiguacari, Aigüisi, etc.
3. Comprobación sobre el terreno. “En cuanto a la ciudad de Murcia sabido es que el río Segura, que riega su territorio en la manera del Nilo en Egipto, según dice un geógrafo árabe, forma un valle pantanoso, de que son testigos los arrozales de Calasparra; la desecación actual del suelo de la ciudad se debe al malecón que sirve de paseo y a los trabajos de canalización en las acequias de riego. Aun así, tristemente famosas son las fiebres palúdicas que en la huerta murciana dominan, y las inundaciones del Segura, ese Nilo no sujeto a periodicidad; todo el subsuelo de Murcia es fangoso y a los 20 metros de profundidad el fango es más fluido que a los 10″. Observemos en esta comprobación que, en Murcia, lo definitorio y permanente no son las riadas, ni siquiera las inundaciones, sino la humedad abundante, el suelo pantanoso que se pretende controlar, el subsuelo fangoso. Salvada la diferencia entre la naturaleza del suelo (arcilloso en Murcia, de arenas y cantos rodados en Villanúa- Bellanuga), hay un perfecto paralelismo en la descripción de estos lugares: la filtración de las aguas del río inmediato (Segura en un caso, Aragón en el otro) que determina la pronta aparición del agua en el subsuelo.
4. Etimología. Desechado el origen árabe del topónimo Murcia, Menéndes Pidal pone sus ojos, ¡cómo no!, en la única fuente próxima que conoce, el latín. Primer error. Del latín extrae una voz parecida, semejante, el “adjetivo sustantivado murcidus”. Segundo error. Y, en correlación con estas afirmaciones, concluye que “la fundación de Abderrahman II tomó el nombre romano que tenía el poblado preexistente, insignificante hasta entonces”. Nuevo y definitivo error.
Murcia es un topónimo ibérico de absoluta claridad morfológica y propiedad descriptiva. Contiene además un signo de iberismo incuestionable, cual es el valor siempre protético de la m- inicial. Con la mayor concisión, he aquí nuestro análisis morfológico y fonético:
a). M- inicial protética. Topónimo a analizar: Urcia.
b). Primer elemento de la composición: ur, agua.
c). Segundo elemento de la composición: zia, acción de beber, de absorber como el junco, empapar, humedecer.
d). La acomodación o sutura ur-zia se efectúa con yuxtaposición necesaria, pues la elipsis al final del primer término, u(r)zia, haría incomprensible la composición.
Murcia significa “el agua que empapa o humedece”. Y, obviamente, como corresponde a un área ibérica tan antigua y caracterizada, aquel poblado preexistente y hasta insignificante antes mencionado, fue un primitivo poblamiento ibérico.
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