Toponimia
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Algunas consideraciones previas nos ayudarán a introducirnos con seguridad en el análisis de este topónimo. Debemos determinar, primeramente, qué lugar está descrito en su contenido, ya que, por una parte, tenemos el pueblo de Loarre y, por otra, el castillo del mismo nombre. La cuestión se resuelve con relativa facilidad, pues Cristóbal Guitart Aparicio, Castillos de Aragón I, Librería General, Zaragoza 1.976, pag. 166, nos dice, siguiendo a otros autores, que “al este y sur del castillo encontramos el amplio espacio cercado, hoy yermo, donde se asentó la primitiva villa de Loarre”; y citando a D. Antonio Durán Gudiol añade que “este espacio interior (unos 10.000 m2) no era el clásico albácar (recinto murado en el exterior de una fortaleza) que acompañaba a las fortalezas importantes, sino el asentamiento de la villa medieval hasta que se trasladó al llano … En 1.505 se trasladó la parroquia a la villa nueva que se había formado al pie de la sierra ( y que tomó el nombre del castillo, añadimos nosotros), por lo que el abandono del castillo fue completo”. En conclusión, Loarre describe el lugar en que se emplazó el castillo y, a este efecto, la villa carece de relevancia.
La segunda consideración versa sobre los orígenes de esta impresionante fortaleza, o si se quiere, sobre la fecha de su construcción. Los autores (Chamoso Lamas, Canellas- Sanvicente, Durán,etc.) suelen establecerla en el reinado de Sancho Garcés III “El Mayor”, rey de Navarra (1.000-1.035), si bien limitada a la primera fase. En efecto, cabe señalar que hubo dos fases principales. Según Canellas-Sanvicente (citados también por C.Guitart), “Loarre fue, en su origen, un reducto situado sobre la cima rocosa y del cual existen, además de las murallas, tres construcciones importantes: la torre del Homenaje, otra torre más pequeña (la de la Reina) y una capilla, núcleo que existía desde la primera mitad del siglo XI y que posee ciertas trazas de mozarabismo, relacionándose a una época anterior”. A una fase posterior corresponde el “Mirador de la Reina” que, según Guitart, “es una modificación del muro sur del primitivo castillo, a continuación de la capilla, perforado por tres ventanas semicirculares, la central mucho mayor y moldurada, pero las laterales parecen de la obra primitiva, abocinadas y con dovelas… La pieza más justamente celebrada es el edificio de dos plantas que constituye la fachada principal del castillo y aloja en su planta superior la Capilla Real. Es lo principal de la ampliación de Sancho Ramírez…”. Este rey (1.064-1.094), nieto de Sancho el Mayor y segundo rey de Aragón, conocía y hablaba el vascuence, al igual que su abuelo y la hueste navarro-aragonesa que le acompañaba. Las preguntas son: ¿fueron estos conquistadores cristianos los que, al erigir y ampliar la fortaleza, le dieron el nombre de Loarre?, ¿es Loarre un topónimo medieval vasco-navarro-aragonés?. Con toda seguridad, no; es muy anterior. Y esto por dos razones fundamentales que exponemos muy brevemente. Una: los riscos de Loarre estuvieron ocupados por el ser humano desde la más remota antigüedad, ya que, como escribe Chamoso Lamas, “no es difícil reconocer en el castillo restos de construcción rudimentaria indígena que sustentan otros de conocido sello romano, los cuales fueron aprovechados por los dominadores musulmanes…”. Dos: el topónimo Loarre no hace referencia alguna a la obra defensiva y sí a la naturaleza del lugar anterior a cualquier construcción. Loarre es un topónimo ibérico.
Tercera y última de estas consideraciones. El topónimo aparece en la documentación histórica con un considerable número de variantes: en 30 de septiembre de 1.087, “ducit de Luar ad Saragoça”; en septiembre de 1091, “in locum vel kastrum que vocitant Luar; septiembre de 1.099, “senior Fortunio Lopiz in Luarr”; julio de 1.110, “Pere Petit in Loarre”; en mayo de 1.122, “Pere Petit in Boleia et in Luar”; 1.134, “et de Loarre in iuso”; marzo de 1.133, “Pere Petit in Boleia et in Loar”; febrero de 1.127, “Pere Petit in Luarre”; 5 de febrero de 1.129, “Per Petit in Loarre”; octubre 1.162, “don Arpa in Loarre”; marzo de 1.170, “Arpa in Lodarre”; mayo de 1.170, “Arpa in Loarr”; octubre de 1.170, “Arpa in Loarr”; octubre de 1.218, “et don Petro de Agones señor in Loar”. De todas éstas, debemos seleccionar la primitiva de la que derivan las demás. Para ello, es preciso identificar los fenómenos fonéticos, usuales y totalmente reconocidos, que han determinado cada variación. Tal forma primitiva resulta ser Loarre (que es, además, la que ha subsistido), y las derivaciones se explican así:
- Lodarre y Lobarre (ésta última usual y popular hoy en día), por ruptura del violento hiato –oa- mediante epéntesis de una oclusiva (d,b), tal como sucede en Nobals por Noals, Alagón por Alaón, Ragons por Raons y otros.
- Loarr, por pérdida de la vocal átona final, con infinidad de ejemplos.
- Loar, con lenición de /R/ respecto de la anterior.
- Luarre, con cerramiento de o en u, tal como vimos en Boleia-Buleia.
- Luarr, como Loarr.
- Luar, como Loar.
“Enclavado en un entorno inexpugnable sobre un impresionante roquedal y dominando los llanos de La Sotonera, se levanta una de las principales fortalezas románicas europeas”, Huesca, guía turística del Altoaragón, Ed. Pirineo, pag. 238. Chueca Goitia (citado por Guitart) dice: “Parece imposible que en un lugar tan escarpado quepa tanta monumentalidad”. Julián Gállego (idem): “Arquitectura de fuerza cósmica capaz de confundirse con la cordillera…¿Es el castillo un brote natural, una secreción de la piedra?. Guitart, obra citada, afirma por su parte: “…es preciso deslindar el castillo propiamente dicho, que ocupa plenamente un enhiesto peñasco…”. D. José Cardús Llanas, Turismo altoaragonés, Zaragoza 1.969, finalmente: “Una vez remontada la primera colina, la de Novalla, el aspecto del castillo de Loarre es estremecedor…Lo que mayormente absorbe la fijeza del caminante es ver con todo detalle las rocas que emergen entre el castillo propiamente dicho y el cinturón de la muralla exterior…”. Impresionante, estremecedor, sobrecogedor…tanto da. Recuerdo mi primera impresión cuando, siendo estudiante del curso Preuniversitario en el I.E.M. Ramón y Cajal, tomé parte en una excursión a Loarre bajo la “férrea disciplina” impuesta por D. Joaquín Sánchez Tovar, aquel entrañable profesor. He regresado hace unos días, especialmente, para contemplar la verticalidad, altura y dureza de los muros naturales …, y para reencontrar retazos de un pasado muy lejano, gozosos o dolientes, míos, pero perdidos en el torrente de la vida, rápido, cambiante, artero, nunca domeñado.
Loarre es un topónimo muy fácil (perdón) de interpretar. Pese a ser una composición, ésta resulta ser muy sencilla: un adjetivo y un nombre. Además, el adjetivo nos es conocido pues, tanto por la forma como por el significado y objeto calificado, es idéntico al que vimos en el número anterior dedicado a Riglos. Ni siquiera la aglutinación de ambas formas nos muestra una común y vulgar elipsis al final del primer término. ¿Aburrido?. No, claro y hasta deslumbrante, aleccionador. El primer elemento de la composición es el adjetivo lo, sobrecogedor, presente en rigo-lo-olz, y procedente del verbo lo(tu), sobrecoger, paralizar. Actúa como determinante del nombre arresi, que el Dic. Retana define como “muralla”, o mejor “trinchera natural de peñas en los montes”. Tiene variante arrasi. Hacemos notar la propiedad del término para describir el paraje que nos ocupa antes de la construcción del castillo.
Hemos explicado en multitud de ocasiones que la norma fundamental de la aglutinación es la elipsis al final del primer término. Pero no siempre es posible, ya que podría conducir a la desaparición de ese primer término, a la formación de grupos consonánticos imposibles o, lo que es más frecuente e importante, a la no inteligibilidad del texto. Para todos estos casos es válida la segunda de aquellas normas fundamentales, la yuxtaposición necesaria, que consiste en la simple unión de ambas voces sin modificación alguna en ninguna de ellas. Este es el caso de Loarre: lo-arresi se unen a pesar de la formación del odioso hiato dando loarre(si), ya que l(o)arre(si) produciría confusión, en este caso con larre o larra, prado. Hay caída de vocal átona final y posterior enmudecimiento de /s/. Dado que esta consonante se conserva generalmente en posición final, no sería extraña una forma Loarres, con /s/ etimológica y no paragógica (como por ejemplo en Laguarres).
Con lo dicho hasta aquí, la traducción está prácticamente hecha. Loarre significa literalmente “la trinchera natural de peñas sobrecogedora”, o si se prefiere, más libremente, “la impresionante muralla natural”. Y ello movió, sin duda, a nuestros antepasados iberos a construir el primitivo oppidum o recinto fortificado.
Campo,15 de agosto de 2.007.- A Daniel.
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