Toponimia
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Larrosa es el lugar del valle de Garcipollera más alejado de Castiello de Jaca, y por tanto de la carretera general. Se halla a tan solo ¾ de hora de camino del Santuario de Nta. Sra. de Iguácel, al que estuvo muy ligado históricamente. En efecto, en el capítulo anterior de esta serie, narrábamos como el rey Sancho Ramírez, tras la restauración del Santuario efectuada por el conde Sancho Galíndez y su esposa Urraca (concluída en el 1.072), hacía donación al mismo de la propiedad de Larrosa, que tan solo ocho años después, juntamente con el Santuario y el resto de su patrimonio alodial fue regalado por los condes propietarios al Monasterio de San Juan de la Peña.
Larrosa es hoy otro lugar deshabitado y abandonado en este triste valle de Garcipollera, en el que solamente Villanovilla ha conservado habitantes y tierras, tras la actuación del Patrimonio Forestal del Estado. Por ello, será útil la información que nos proporciona el Madoz relativa al pueblo todavía vivo. Dice así: “Situado en una colina al pie del Pirineo, a la margen izquierda del río Garcipollera (Ijuez), donde disfruta de clima frío pero sano. Tiene 15 casas incluída la consistorial con cárcel, escuela de primeras letras, iglesia parroquial (San Bartolomé), que comprende el anejo de Villanovilla, servida por un cura párroco y un sacristán, y cementerio contiguo a ella, aunque ambos separados del pueblo. En su término y a distancia de ¾ de hora, se halla en un barranco la ermita y coto de Nta. Sra. de Iguacel. El terreno es montuoso, y produce trigo y cebada; cría ganado lanar y cabrío; caza de liebres y perdices, y pesca de truchas. Población, 5 vecinos, 100 almas”.Conviene insistir en la naturaleza montuosa y árida del terreno: los cultivos fundamentales, aparte de algún mínimo huerto, son los propios del secano, trigo y cebada; en igual sentido la ganadería, ovejas y cabras. Con ocasión de constituirse en Entidad Local Menor, según nos cuenta Antonio Eito en Larrosa de Garcipollera, Diario del Altoaragón de 5-4-2.009, obtenía ingresos de los montes Fenero e Iguacel, que compartía con Acín, y el denominado Monte Guané.
La antes mencionada iglesia parroquial de San Bartolomé ha merecido los elogios de muchos autotes, entre ellos José Luis Acín Fanlo: “Por lo que realmente descuella este lugar es por su singular iglesia medieval constituída por una sola nave y su correspondiente ábside semicircular tradicional, definidor del románico, cuyo exterior se culmina –justo encima de la ventana central de doble derrame – por una franja de arquillos de tradición lombarda y, sobre estos, por un friso de baquetones o cilindros rollo, elemento similar al existente en las iglesias de la vecina comarca de Serrablo”.
Vamos ya con el topónimo Larrosa. Para un romanista el análisis y la solución será cosa breve y sencilla: entenderá que ha habido una aglutinación del artículo determinado femenino la a una voz latina tan genuina y escolar como rosa-ae, y se acabó. No es una suposición mía, pues ya entre 1.076 y 1.086 se cita en el Cartulario de Siresa al “senior Sanz de La Ros”; y “el escriba de estas letras, de nombre Aznar”, en el texto esculpido en la piedra de Santa Mª de Iguácel habla de “una villa llamada Rosa”. Por fortuna, otros documentos vendrán en nuestra ayuda para impedir la consagración de otra bobada más. En 1.066 el conde Sancho Ramírez dio a Sancho Galíndez y a su esposa Urraca (los restauradores de Iguázel) la villa Lakarrosa; y en febrero de 1.068 el rey Sancho Ramírez de Aragón confirmó a su aitán Sancho Galíndez la donación de la iglesia de
Larronsa. ¡Bueno!, pues ahora tenemos dos…Una consideración previa, del más elemental sentido común, nos orientará con certeza. Veamos: la lengua ibérica se caracteriza, inmediatamente después de haber afirmado su naturaleza aglutinante, por la enorme fuerza de compresión interna, esto es, por la búsqueda permanente de expedientes o fenómenos que, sin hacer imposible la comprensión del texto, lo reduzcan, “lo compriman”, logren el acortamiento con disminución silábica. Bescós, por ejemplo, es una composición que arranca de bese-gose, tetrasílaba; la elipsis al final del primer término, bes(e)gose, nos deja en tres, y el apócope de la vocal átona final, beskos(e), en dos. De ello resulta que en la composición ibérica que llega a nuestras manos jamás sobra nada; bien al contrario, faltarán habitualmente multitud de fonemas por razones de estructura de la lengua o por normas fonéticas bien contrastadas. En consecuencia, debemos fijarnos en la forma más “larga” (en verdad, la más completa) y, a partir de ella, observar los fenómenos que han concurrido para su reducción. Así pues, en este caso, Lakarrosa.
Lakarrosa es una composición binaria cuyo primer elemento es lakar, áspero, escabroso. El segundo elemento es oso, que al final de palabra adopta frecuentemente la forma osa, y que vale por “muy”, mucho”. La acomodación se efectúa por yuxtaposición necesaria, puesto que la elipsis al final del primer término – laka(r)osa > lak(a)osa – impediría la comprensión. Hay reforzamiento de la vibrante simple. El tránsito de lakarrosa a larrosa es muy simple: caída de oclusiva intervocálica, de modo que la(k)arrosa > la(a)rrosa. En cambio, en Larronsa encontramos un caso de sinonimia parcial: se mantiene el primer elemento lakar, pero el segundo, osa, es sustituído por onsa, hacienda (en extenso, conjunto de terrenos de propiedad y trabajo), de modo que lakar-onsa > la(k)arronsa > larronsa, “la hacienda o el conjunto de terrenos escabrosos”. Dado que la forma que ha llegado hasta nosotros es Larrosa, y que ésta procede de Lakarrosa, su significado es “muy escabroso”, o si se prefiere, “mucha escabrosidad”.
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