Toponimia
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Si es cierto, como venimos afirmando, que la ibérica y el vasco antiguo son una y la misma lengua, que entre ellas hay identidad absoluta, una consecuencia – de entre el infinito numero que de esa afirmación se sigue – se expone muy brevemente de esta manera: Los topónimos vasco-navarros que, como el que aquí nos ocupa, tienen una naturaleza lingüística incuestionablemente vascona, se compondrán (como ya dijimos en su momento son, generalmente, composiciones y derivaciones) de formas – sustantivos, pronombres, artículos, adjetivos, verbos, adverbios, preposiciones, conjunciones y, muy especialmente, afijos – que estarán asimismo presentes en:
- los textos epigráficos ibéricos
- los topónimos propios de cualquier rincón de Iberia, incluidas las Baleares, Canarias, Oeste y Sur de Francia, etc.
- las inmisiones de la lengua ibérica en textos romances muy posteriores, como por ejemplo el Llibre del Repartiment de Mallorca, de Jaime I el Conquistador.
Sé muy bien que esa “consecuencia” de aquella identidad lingüística levantará ampollas, una vez más. Cuando en casi 500 años de estudio, desde Lucio Marineo Sículo – 1.460 a 1.533 – hasta nuestros días, en el inmenso galimatías lingüístico de la España antigua apenas hemos sobrepasado la contraposición entre la España del ili frente a la España del briga, mi afirmación anterior habrá de producir a buen seguro o escepticismo, o simple incredulidad, o esta misma acompañada de irritación. Y es que puede parecer muy fuerte afirmar que todo el mundo ha tenido ante sus narices el léxico completo del vasco antiguo extendido por toda la Península y áreas adyacentes sin que nadie se haya percatado de ello, o bien, habiéndose percatado no se ha sabido demostrar (fracaso de la tesis vascoiberista). En este punto me limitaré a exponer las dos causas fundamentales por las que tal desaguisado sigue vigente, fuerte y orondo:
- La naturaleza aglutinante de la lengua ibérica y vasca (iberovasca) impone como norma general para la unión o acomodación de formas la elipsis al final del primer término; a ello debemos sumar los efectos de la enorme fuerza de compresión interna siempre en pos del acortamiento con disminución silábica, con una serie de fenómenos fonéticos perfectamente conocidos (numerus clausus) que dan por resultado una expresión o párrafo tan comprimido que resulta irreconocible en sus partes (formas). Pensemos, por ejemplo, en un kasta+ilar+zolo > Kast(a)ila(r)zolo > Castillazuelo.
- Los efectos devastadores del método comparativo o de emparejamiento de cromos que, ante una forma desconocida e inexplicada, acude a otra bien conocida (en principio del latín, pero no hay reparo alguno en acudir al griego, sánscrito, celta, gaélico, árabe, fránquico, alto alemán, uralo altaico, etc.) siempre que exista semejanza, apariencia, aspecto conveniente. De ese modo, en el ejemplo anterior, los canjeadores de cromos ven en Castillazuelo un diminutivo del latín castellum, es decir, una especie de “castillejo”, cuando en realidad significa “la clase de judías de agujero”, y demuestra que en el IV milenio a. de C. las palabras “vascas” kasta, ilar y zolo se usaban en el Somontano de Barbastro (Huesca), no por vascas sino por ibéricas.
Larrondo es un topónimo vasconavarro por los cuatro costados: montañés, del valle de Belagua, en el que hasta la fonética es sugerente. Pues bien, consta de un nombre y un adjetivo. El nombre es larre o larra, pastizal. Ciñéndome a mi obra ya publicada (tanta para facilitar la comprobación como para no “destripar” la ya preparada), encontramos esta forma en los topónimos siguientes:
Lalarri (Pineta) > larra+larri > la(rra)larri, “el pastizal extenso”.
Lárrede (Alto Gállego) > larre+eder > larr(e)ede(r), “el pastizal hermoso”.
Larrés (Alto Gállego) > larre+eze > larr(e)ez(e) y larrés, “el pastizal verde”. También, Larramona, Belarra, etc.
El segundo elemento, adjetivo, que se une a larre es ondo, bueno. Entre varias demostraciones posibles preferimos la de la magnífica casa de posesión de Son Brondo, en S. Joan de Sineu (Mallorca), antiquísima, fuerte, rica, sustentadora de un linaje de rancia prosapia. Brondo procede de borda+ondo, que muestra elipsis al final del primer término en la unión o acomodación: bord(a)ondo. A partir de aquí la lección magistral de Mitxelena, Fonética histórica vasca, pág. 367: “Cuando el segmento sonante + oclusiva va ante una sonante, la oclusiva cae en compuestos”, y lo explica con el ejemplo izeRDi-Leka (en mayúsculas el segmento RD y la sonante L), en el que, tras la elipsis al final del primer término izerd(i)leka, cae la oclusiva dando izerleka. El paralelismo con boRDaoNdo es perfecto: bord(a)ondo y bor(d)ondo. Pero aún sigue activa la fuerza de compresión de la lengua ibérica: en borondo nos topamos con una oclusiva (b), ante vocal (o), a la que sigue r e igual vocal, que se resuelve con la síncopa de la primera vocal, b(o)rondo. He aquí pues que, ya en el período pretalayótico, voces ibéricas como borda y ondo tenían implantación en Mallorca. Véase mi obra Baliaride. Toponimia, lengua y cultura ibéricas en Les Illes, El Tall Editorial, Palma 2004.
Sólo nos queda comprobar sobre el terreno la interpretación halada. Acompañamos al autor de la web mendiak.net en su larga ascensión (algo más de tres horas), que parte de La Tejería (justo en el cruce de Zuriza de la carretera Izaba-Arette). Sigue siempre marcas y postes amarillos y blancos, discurre en buena parte entre pinares, encuentra varias campas con bordas derruídas y alguna en uso, acompaña la descripción con un buen número de fotografías en las que busco y encuentro un suelo de hierbas altas y frescas, incluso en la cima tendida, inmenso pastizal, del Larrondo. No hay duda: larre+ondo > larr(e)ondo (elipsis al final del primer término), significa literalmente “el pastizal bueno”.
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