Toponimia
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En torno a la gran metrópolis cordobesa, la confusión, derivada de noticias y tesis muy diferentes y aún contradictorias, se manifiesta en cuestiones tales como la fecha aproximada de su primer poblamiento y al origen, ibero-tartésico, cartaginés, romano…, del mismo. Por lo que respecta a la datación, y a falta de determinaciones concretas que sólo puede proporcionar la arqueología, habremos de movernos en el campo de las elocubraciones más o menos fundamentadas. Las mías, que guardan siempre en la recámara una explicación científica y creo que exacta del topónimo, son las siguientes:
El valle del Betis fue, desde los primeros tiempos del Neolítico, el área de recepción de la intensa corriente migratoria que, procedente del norte de África e integrada por gentes con una lengua perteneciente al tronco bereber, dio lugar al establecimiento del pueblo ibero, esto es, de los norteafricanos que, una vez cruzado el estrecho y establecidos en “la orilla del norte” (Iberia), pasaban a denominarse iberos. Tal corriente viene propiciada por la desertización del Sáhara y la consiguiente presión expansiva hacia el norte (Iberia, Península Itálica, Creta, etc), hacia el este (Egipto y áreas próximas) y hacia el oeste (Canarias fundamentalmente), y se mantiene muy viva entre los milenios X y VI a. de C. Trae consigo la civilización neolítica (agricultura, ganadería, artesanía, asentamiento estable, organización familiar y tribal, las juntas de gobierno y la aparición de las ciudades-estado, el comercio…), y, lo que es fundamental para nuestro trabajo, la creación de los topónimos indispensables para entenderse. Hay testimonios de la civilización neolítica en Iberia que alcanzan el VIII-VII milenio a. de C. Desde el valle del Betis, y a favor de dos grandes riquezas, la del medio y la abundancia de población, se consolida una civilización avanzada que se expande muy pronto por el sur y centro de Portugal (oeste) y por todo el litoral mediterráneo, alcanzando la desembocadura del Ródano,(este).
Pues bien, Córdoba está emplazada en la misma orilla del Betis (derecha, aguas abajo), ocupa el centro de la feraz Campiña Andaluza, y su área inmediata es una de las más ricas de la misma atendida la agricultura y la ganadería. No resulta concebible que esta área permaneciera deshabitada durante mucho tiempo, por lo que no serían sorprendentes los hallazgos arqueológicos correspondientes al VII-VI milenio a. de C. Me parecen muy lógicas e incluso insuficientes las dataciones hechas por Schulten y Tovar para Córdoba en torno a los 3.000 años a. de C. De cualquier modo, hablando de “primitivo poblamiento”, deben quedar excluídos los atribuídos a celtas, cartagineses y romanos.
Nos enfrentamos ya con el topónimo. Por lo dicho hasta aquí y, sobre todo, porque son expresiones estériles en su propia lengua, ni el supuesto cartaginés Kart Iuba ni el romano Corduba, merecen mayor consideración. Parece evidente que ambos pueblos reprodujeron, se sirvieron de un topónimo traído desde la noche de los tiempos, con mayor o menor acierto y fidelidad. Y es que, el topónimo ibérico Korduba resulta ser riguroso y claro tanto por las formas que lo integran (morfología), como por los fenómenos fonéticos que concurren (fonética), como, finalmente, por la exactitud de la descripción (semántica).
Korduba es una composición ibérica cuyo elemento diferenciador es el emplazamiento de la población. El primer elemento es kor (tiene variante or), allí, en, donde. A éste se aglutina ordo, llanura (recordemos Ordesa, Ordolés, Ordikuso, Subordán, etc.); la sutura o enlace es bonita y clara: kor+ordo > k(or)ordo, por haplología (aglutinación especial). En tercer y último lugar, el sustantivo ubal, río, presente asimismo en Salduba (ver Salduie) y Onuba (de próxima publicación). No se trata pues, como suele afirmarse, de un sufijo indoeuropeo ni prerromano, sino de una forma sustantiva. La segunda acomodación sigue la regla general de elipsis al final del primer término: kordo + ubal > kord(o)ubal. Hay enmudecimiento de la consonante final. Para dar la traducción, ya declarada, nos permitimos la licencia de sustituir el término literal “llanura” por el que ha depositado la historia y la cultura: Córdoba significa “en la campiña del río”.
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