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Junzano (92)

Altoaragonesa

Los bienes y productos que un lugar determinado es capaz de proporcionar a sus moradores es, con toda seguridad, el argumento por excelencia, el hecho escogido entre otros posibles para llenar de contenido al topónimo, es decir, para configurar el “hecho diferenciador”. Estos bienes son unas veces absolutamente naturales, en el sentido de que el medio los proporciona espontáneamente, sin intervención del hombre; otras, en cambio, es el ser humano el que aprovecha las condiciones del medio para obtenerlos en cantidad y calidad importantes. Un rápido vistazo a los capítulos anteriores de esta serie hace evidente la afirmación inicial, de modo que encontramos coliflores en Azlor, helechos en Yésero, endrinas en Chimillas, avena en Pallaruelo, ganado lanar en Sena, barrilla en Sijena, panizo en Sariñena, cerdos de engorde en Ontiñena, vacuno de vientre en Chalamera, mieses en Ballobar, trigo en Selgua, ganado lanar en Bardaxín, peras de agua en Perarruga, judías en Castillazuelo, bellotas en Lezina, helechos en Chistau, terneros en Orós. Iniciamos hoy, con este capítulo, un nutrido grupo de topónimos terminados en ano, voz ibérica que significa alimento para el ganado, de lo que resultan unas composiciones, de la misma índole descriptiva que las citadas, en las que el primer elemento (el que antecede a ano) nos irá aportando nuevos bienes y productos destinados directamente al sostenimiento de la principal fuente de riqueza para el pueblo ibero, la ganadería. Es curioso observar cómo la mayor parte de ellos se concentran en un ámbito espacial del Altoaragón muy reducido: Ponzano, Junzano, Panzano, Morrano, Coscullano, Loporzano…, lo cual no obsta a que, aunque más espaciadamente, aparezcan nuevos ejemplos en ámbitos bien alejados, como espero tener la ocasión de demostrar.

Todos mis lectores, incluso los menos asiduos, habrán comprobado hasta la saciedad dos de mis tesis fundamentales: una, la lengua ibérica, presente en Toponimia y Epigrafía, se entiende perfectamente; dos, la ibérica y el vasco antiguo son una y la misma lengua, razón por la cual suelo utilizar la denominación de “lengua iberovasca”, con lo que doy cabida al reconocimiento y gratitud impagables hacia el pueblo vasco por su maravillosa, casi milagrosa, labor de conservación. Sin embargo, estas tesis gozan de escaso predicamento y, por ignorancia o malicia (que de todo hay en la viña del Señor) seguimos sumergidos en el barro del error, de la mentira, de la inopia, tanto da que sean auspiciadas por nacionalismos excluyentes y alucinados, como por doctos hispanorromanos, catolicistas y eruditos de carril. Olvidándome ya de todos ellos, quiero proponer a los lectores libres de prejuicios el siguiente ejercicio de verificación. Hemos dicho que el elemento final de las composiciones mencionadas, ano, significa “alimento para el ganado”, y que la forma o forma que le anteceden designan una clase específica de alimento. Podríamos aceptar la incidencia de la casualidad en algún caso, y que la coherencia observada (por ejemplo, “forrajes alimento para el ganado”) fuese fruto del azar de modo excepcional; pero no es posible reputar como resultados casuales o fortuitos todas y cada una de dichas composiciones. Estas, una a una, señalan un producto destinado a la alimentación animal como norma, sin excepción alguna. Pero hay mucho más: si siguiendo los dictados de la Toponimia real (la que obliga a comprobar sobre el terreno la interpretación hallada) nos personamos en el lugar designado, siempre, en todos los casos, el producto alimenticio es muy conocido, se cría la especie de ganado que lo consume y se tiene conciencia de su utilidad desde tiempo inmemorial. En este capítulo van los dos primeros ejemplos.

Situados en la N-240 a su paso por Angüés en dirección a Huesca, tomamos a la derecha el desvío señalizado Monasterio de Casbas o Aguas; a tan solo dos kms., nuevo desvío a la derecha con indicador Junzano, a 3 kms. “Lugar de 38 habitantes, 509 m de altitud. Representativa de modelos y materiales del Somontano es casa Calve -1.792 -. Parroquial de La Transfiguración –siglo XVI -. Ermitas de Nta. Sra. de Torruéllolas – s. XVIII- y Saliellas –s. XII, con despoblado medieval y necrópolis excavada en arenisca. Puente de probable trazado medieval, camino –antiguo- de Abiego” (Comarca de la Hoya de Huesca, pag. 345). Digamos que pertenece al municipio de Casbas, al que se unió en 1.960-70. Aparece mencionado por vez primera en 1.104 (Cartulario de Montearagón nº 38). Proceso demográfico muy regresivo, ya que alcanzó los 298 habitantes en 1.857, frente a los 93 de 1.970 y los 38 actuales. La excelsa ciencia toponímica española afirma que Junzano procede del nombre romano de persona Junius. Sólo un reparo: para completar la brillantísima, erudita y ardua explicación: podían haber pensado asimismo en el ano, con lo que el topónimo íntegro, en todas sus partes, valdría por “el culo de Junius”. En perfecto paralelismo, Panzano: cuando un ratito más tarde visito este último lugar, me topo en el atrio de su iglesia con esta impagable lección del más acendrado saber patrio, honra y gloria de nuestras letras: “El nombre de esta localidad es de ascendencia romana, posiblemente relacionado con una persona llamada Pansa, que poseería en este lugar alguna casa de campo”. En consecuencia, Panzano valdrá por “el culo de Pansa”. Sí, sí, sí, lector, así está nuestra ciencia en el siglo XXI…

Voy a Junzano a preguntar por la juncia, que es una planta silvestre de nombre científico Cyperus flavescens (hay otras variedades, Cyperus fuscus y Cyperus longus) de la familia de las Cyperáceas. En Ribagorza la llamamos “chunza” y mis amigos pastores me informan ampliamente sobre ella. La dificultad en Junzano radica en encontrar el informador idóneo: hay un silencio total y ausencia de personas; al fin, oigo un rumor de conversación y me acerco hasta un edificio en cuya planta baja trabajan dos hombres; no saben nada de esta planta pero, con esa amabilidad propia de las gentes de la tierra baja (que tanto nos sorprende y gratifica a los adustos y antipáticos montañeses) me encaminan hacia la casa de un ganadero que tiene 400 ovejas; no hay suerte: las puertas, ventanas y balcones están sólida y herméticamente cerrados y sólo dos escandalosos perros responden a mi intento. También los ladridos han llegado a los oídos de aquellos dos trabajadores que, comprendiendo la situación, han detenido a un agricultor que circulaba con su tractor. Este, al pie de su máquina con el motor en marcha, me espera sonriente: él ya no tiene ovejas pero en su casa tuvieron 40 cuando en el pueblo había un pastor comunal, que recogía los pequeños hatos de los vecinos y los llevaba al monte, servicio por el que recibía la comida gratis en las casas de los propietarios en un número de días fijado en proporción al número de cabezas; tenía, además, ovejas propias. En Junzano a la juncia la llaman “junqueta” y hay mucha, especialmente en las proximidades del barranco, pues parece que la planta gusta de ambientes frescos o húmedos; es un verdadera golosina para las ovejas que la dejan “pelada”; recuerda mi informante que le decían al pastor: “Llévalas al barranco que hay mucha junqueta y se hartarán”.

Juncia en lengua ibérica se dice juntzi. La elipsis al final del primer término y la simplificación del grupo consonántico ntz hace que jun(t)z(i)-ano > junzano. Observemos el verdadero étimo del castellano juncia, que no es la voz latina juncea, semejante al junco, como dice Corominas, sino el ibérico juntzi-a, “la juncia”. El significado de Junzano, por tanto, “la juncia alimento del ganado” o simplemente “la juncia del ganado”.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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