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Isuela (32)

Altoaragonesa

El Isuela es el río de la ciudad de Huesca y pertenece a la cuenca del Zinca. Nace en el término de Arguís, en la vertiente Sur de la sierra de Jabierre, y en aquel es represado por el pantano de Arguís, de 3 Hm3 de capacidad y destinado a regadíos. En este primer tramo discurre entre la sierra de Gratal al O y por las de Belarre y El Águila al E; atraviesa Nueno y penetra en La Hoya por Igriés. Recorre el casco urbano de la capital, luego por Monflorite-Lascasas, nuevamente por el término de Huesca, y entrega sus aguas al Flumen, por la orilla izquierda, cerca de Tabernas de Isuela, tras un recorrido de unos 40 kms. Proporciona valiosos riegos (acueducto de Arascués, recientemente restaurado, Acequia Mayor de Huesca y otros), mueve (o movía) diversos molinos harineros, pero su fama y su topónimo están especialmente vinculados a las aguas termales. Hay otro río con idéntico nombre (isotopónimo) en la provincia de Zaragoza, tributario del Aranda, afluente del Jalón. Por otra parte, el Isuala o Balzés, afluente del Alcanadre, pese a la semejanza formal, responde a una descripción muy distinta.

Parece plenamente correcto y aceptable decir (como lo hace la Gran Enciclopedia de España, voz “termas”), que estas son “edificios de baños dotados de salas y piscinas de agua caliente y fría que proliferaron en la antigua Roma”, y que “la práctica del baño diario se enriqueció y desarrolló plenamente en suelo itálico a partir del siglo II a. de C.”. Muy interesante, asimismo, la descripción de las dependencias y servicios de que constaban las grandes termas públicas, la relación de las más grandes y hermosas en Italia y, de la mano de los romanos, en España. Otro tanto respecto de las termas privadas, en uno y otro ámbito, para concluir mencionando el dato de que la primera terma pública y gratuita en Roma fue construída por Agripa (el gran genocida de los cántabros) en el año 25 a. de C. Pero si todo ello se acompaña del más absoluto silencio sobre baños y termas en el mundo ibérico, y se parte además, como lo hace Estrabón (el más sectario y torticero autor que ha conocido la Historia), de juicios y atribuciones tales que “una crueldad y falta de cordura bestiales”, “su vida de bandidaje”, “su trapacería innata y su falta de sencillez”, “son más duros y brutales”, “han perdido la sociabilidad y los sentimientos humanitarios”, “el bandido Viriato” y otras lindezas por el estilo, fácilmente se puede llegar a la conclusión de que aquellos “salvajes” y “bárbaros”, eran, además, sucios y miserables. Y nada más lejos de la realidad.

Este mismo autor no puede por menos de reconocer que “toman baños de vapor que se desprende de piedras candentes”, que “se bañan en agua fría”, y que “utilizan dos veces al día los alipterios” (locales en que se untaban de grasa antes de los ejercicios). Y como ejemplo de vida desordenada aporta un dato que, sin embargo, muestra la pasión por la higiene que sentían los iberos, utilizando el amoniaco procedente de la urea envejecida, decantada y filtrada para la limpieza de boca y dientes: “…con costumbres envilecidas; a no ser que se piense que viven ordenadamente los que se lavan y limpian los dientes, tanto ellos como sus mujeres, con orinas envejecidas en cisternas, como dicen de los cántabros y sus vecinos”. Mencionaremos tan solo su gusto exquisito por el vestido, con “abundante paño…que ahora lo hacen de lana…y en belleza son insuperables. Insuperables también los tejidos ligeros…”; o el sagum , una capa que los romanos tomaron de los iberos; o el tocado y maquillaje femeninos… Pero insistiremos en su inmenso aprecio por las aguas, ya las de fuentes o manantiales, ya, muy especialmente, las termales. Junto a las fuentes vivían las ninfas, espíritus benignos, a veces en gran cantidad, como en Santandreu (Mallorca), topónimo que significa literalmente “gran cantidad de mujeres de agua”, en mallorquín “dones d´aigo”. Y las aguas termales tenían sus dioses menores, algunos de los cuales vienen citados por J. Pellón en su obra Íberos, Espasa-Calpe, pag. 13, con los nombres de Bormanico, Coventina, Edovio y Bandua.

Cuando los romanos, inmorales, soberbios, criminales redomados, tras entrar a sangre y fuego en la Península y derrotar y expulsar a los cartagineses, manifestaron su voluntad de permanencia e imperio, las tierras, pueblos y ciudades pasaron a ser objetivos a someter o destruir; los iberos insumisos enemigos a matar, mutilar o esclavizar; los vencidos “cosas” con las que se podía hacer lo que les viniese en gana: usar, disfrutar, explotar, vender, sacrificar. El principio fundamental de la teoría económica romana fue la rapiña absoluta e ilimitada como medio para sustentar y engrandecer a Roma. Por ello no parece correcto ni aceptable, ni mucho menos interesante e ilustrativo, sino muestra de estúpido papanatismo, seguir el juego de los invasores y sus relatores (Estrabón, Tito Livio, Polibio, Diodoro Sículo, Floro, Tácito, etc.) y cantar las obras y proezas de un pueblo que nos legó, por encima de otras cosas, la esclavitud , el fascismo y la fractura social.

En este contexto general, también las fuentes de aguas medicinales y los baños termales, que tanto habían apreciado y disfrutado los iberos, pasaron a ser “romanos”. Cierto que algunas de estas termas fueron engrandecidas y embellecidas por los romanos para disfrute propio y de sus colaboradores; es posible también que en los más de seis siglos de permanencia romana en la Península y sus aledaños (Baleares, Canarias, Sur y Oeste de Francia…) nuevas termas fueran descubiertas y puestas en aprovechamiento. Pero no debemos olvidar si queremos hacer honor a la verdad que muchísimos baños termales son de origen ibérico. Pudieron coexistir en el tiempo con otras exclusivamente romanas, y para distinguirlas tenemos un magnífico criterio diferenciador: me refiero al topónimo que, si es ibérico y además alude al aprovechamiento termal, pregona rotundamente, sin asomo de duda, que tiene origen y naturaleza autóctona.

Este es el caso de Isuela. Existe un documento, fechado en octubre de 1.170 y otorgado en Fraga por el rey Alfonso II de Aragón, que concede carta de población a la villa de Sariñena a la que da el Fuero de Zaragoza, uno de cuyos párrafos dice así: Similiter dono et concedo vobis quod faciatis acequias quantas plus potueritis in Alcanatre et in Isola. Esta es la forma primitiva iberovasca que no ha sufrido otra modificación que la diptongación de o en ue, tan normal y frecuente. Es una derivación que consta del nombre iz (Isábena, Batisielles, Pareis, etc), agua o aguas, y el sufijo derivativo de nombres locales –ola (Llitarola, Bargüeñola, Buniola, Frígola, Gabitzola, Marola, Pérola, Sarritxola, etc.), lugar de. La acomodación entre ambas formas se efectúa mediante yuxtaposición necesaria, pues un i(z)ola, con elipsis al final del primer término, haría imposible entender la expresión. La traducción del topónimo Isuela es, por consiguiente, “lugar de aguas” o más extensamente, “el lugar donde se toman las aguas”.

Pero, ¿realmente hay baños o lugar de aguas en el Isuela?. La primera noticia procede de un brevísimo texto de la obra Reino de los Mallos, de J. Cabrero y L. J. Cruchaga, pag.36, a propósito de Nueno: “Aún se recuerdan Los Baños, fuente medicinal en el río Isuela con famoso pasado, actualmente perdida la veta debido a obras”. Me voy rápidamente al Madoz, voz Nueno, que debió conocerlos en activo, y no me defrauda: “encuéntrense en él varias fuentes cristalinas, entre las cuales hay 1 en la misma orilla del r. Isuela que es la más abundante, denominada del Valle de Nueno; cuyas aguas son parecidas a las de Panticosa, muy tónicas y astringentes”. Me persono en Nueno y recalo en el Ayuntamiento en busca de más información. Se me atiende muy correctamente y hasta se me facilita un extenso documento sobre restauraciones y obras (acueducto, fuente, molino, ermita) que no me resulta de mayor interés. Cuando ya empiezo a desesperar, el dueño del bar-restaurante “La Olivera”, interesado en mi intento, cordial y amabilísimo, me acompaña hasta un grupo de cinco ancianos que departen tranquilamente sentados a la sombra. Éxito completo, porque, apenas empiezo a hablar, recibo un aluvión de informaciones que intento retener y ordenar: “Sí, había una fuente que salía de la tierra (gesto con las manos indicando que brotaba del suelo hacia arriba) a la orilla del río entre los túneles 4 y 5; decimos que había porque se perdió cuando las obras de la carretera, aunque también debió ayudar alguna riada que arrojó mucha grava, por lo menos hace 60 años; la llamaban Fuente de los Baños y formaba una balsa de tierra bastante grande; yo mismo (asegura uno de ellos) la he visto y me he metido; no se podía beber porque brotaba bastante caliente; decían que tenía propiedades y que era igual que la de Panticosa. Cuentan que un hombre de Santolarieta vino a hospedarse al Molino de Igriés, no porque fuese posada (era un simple molino harinero), sino por su proximidad a la balsa, y que llegó en caballería por estar totalmente impedido; desde el molino subía todas las mañanas a tomar el baño, y al cabo de 15 días pudo regresar a su casa andando. No sería difícil de encontrar empleando maquinaria, pero ya ha habido alguno (referencia a un jubilado de una entidad financiera) que lo intentó y fracasó…”

¡Qué razón tenían los iberos cuando sentenciaban (fragmento de una estatua reproducido por Jürgen Untermann en su Monumenta Linguarum Hispanicarum) que “El abuelo registra la tradición”!.


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