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Gabasa (53)

Altoaragonesa

La epéntesis de consonante es un fenómeno fonético que consiste en la aparición inopinada de una consonante en el interior de una palabra sin que aporte modificación semántica alguna. Cuando esta aparición se efectúa al principio de una palabra que tenía vocal inicial, se llama prótesis. Aún cuando ambas modalidades respondan a una unidad conceptual, las diferencias entre ambas son muy notorias: la epéntesis se da muy raramente (se aducen casos en los que no existe tal aparición sino presencia de un elemento morfológico incomprendido), y su función principal consiste en la destrucción de violentos hiatos, con lo que se suaviza la pronunciación; ejemplo, Lo-b-arre por Loarre. En cambio, la prótesis es frecuentísima e, incluso, dentro de la aleatoriedad marcadísima que informa toda esta cuestión, es posible fijar alguna norma. Así, siempre que encontremos una voz con m inicial, podemos asegurar que esta nasal bilabial es protética, puesto que la lengua iberovasca no conocía tal consonante en posición inicial. Con menor grado de fijeza, la b se significa como consonante protética en múltiples ocasiones: ante iza, caza, en B-isarracons o B-isacarli; ante iza, agua, en B-isaurri, B-isalibons y B-isaldric (Las Vilas de Turbón); e incluso, cuando la voz tiene m protética y cuenta con otra nasal muy próxima en el interior, sustituye la m por b, como en M-orneta > B-orneta (desasimilación de nasalidad). Las consonantes protéticas por excelencia son m, b, g.

Pero con la prótesis de consonante no acaban, ni mucho menos las alteraciones habituales al principio de palabra. El “frente descubierto” (“hueco a rellenar” según Mitxelena) que se da en estos vocablos con vocal inicial, presenta con mucha frecuencia la solución inversa, esto es, la aféresis o pérdida de la vocal inicial silábica. Largamente estudiada por mí, me limitaré a recordar los muchos capítulos que a ella he dedicado. Así, Turbón, de (i)tur-ibon; Turpí, de (i)tur-ipide; Turbiné, de (i)tur-ibi-in-er; Turets, de (i)tur-etze; Turlas, de (i)tur-lasa; Tumeneia, de (i)tur-men-egia; Bargüeña, de (i)bar-guen-a; Bargüeñola, de (i)bar-guen-ola; Lumbierres, de (i)lun-berez; Taberna, de (a)ta-ber-na; Tana, de (a)ta-na; Talapí, de (a)tal-apita, y muchos otros. La aféresis de vocal inicial está tan arraigada que se produce aún cuando esta vocal forme parte de una sílaba inversa, como es el caso del adverbio de negación ez, que se transforma en (e)s, y formando con ello un extraño grupo consonántico inicial, según se manifiesta en varios textos epigráficos ibéricos, de los que tan solo recordaremos aquí aquel slanilge (ez-lan-il-ge, “no trabaja sin morir”) que algún profesor interpreta como “la ciudad de Slania”.

Más aún: una serie de fenómenos fonéticos importantes y variados siguen haciendo diana en el principio de palabra. Vamos a citar tres, ya conocidos por mis lectores, pero quedan otros muchos. El primero, la R inicial metatética (recordemos Rapún, Robres) parece un ejercicio de prestidigitación, en el que, en nuestras narices, se nos hurta la letra o sílaba inicial que se sustituye por una R extraída del interior. El segundo, la f procedente de p, amplía, como el anterior, el campo de la lengua ibérica (por ejemplo, pula > phula >fula) y rompe infundios simplificadores. El tercero, la ambivalencia oclusiva sonora/sorda de las letras silábicas ibéricas, quince en total, que nos lleva a que una voz, por ejemplo balgar, terreno costanero según el Dic. Retana, tenga una variante palgar (vid. Pallaruelo), e incluso balkar (vid. Balcarca) con el mismo significado. Todo lo dicho hasta aquí respecto de la prótesis, de la aféresis de vocal inicial (silábica o no), de la R inicial metatética, de la f procedente de p, de la ambivalencia oclusivas sordas/sonoras, y otros fenómenos puntuales, configura un auténtico campo de minas al principio de palabra o de composición, en el que el analista desorientado saltará por los aires al primer paso (como le sucede a Joan Corominas al analizar Gabás y Gabasa), lo que contribuye en buena medida a que la lengua ibérica haya permanecido indescifrada hasta hoy.

Gabasa es un pueblecito literano encuadrado hoy en el municipio de Peralta-Calasán. Su topónimo se inscribe en una amplia familia: Gabás (Ribagorza y Pallars Sobirá), Gabarret (despoblado de Ribagorza y congosto en el Isábana), Gabarra (Coll de Nargó, Urgell), Gabarresa (afluente del Llobregat), Gabá (Barcelona), una larga serie de Gaba, Gabe o Gabette en el Pirenneo francés… El vínculo entre todos ellos es la voz gaba, cuyo análisis adquiere el mayor interés, y dar con el elemento diferenciador común a todos ellos requiere una búsqueda bastante compleja. En primer lugar, la línea seguida por Corominas y los autores del Onomasticon Cataloniae que aceptan la semejanza formal de Gabás-Gabasa con el vasco gabe, pobre, y hasta intentan explicar su contenido: “Los tres lugares son elevados y muy pobres o casi privados de vegetación”. ¡Dios mío, qué forma de hacer Toponimia!. Si pobreza se toma como falta de recursos económicos, no será aplicable, por ejemplo, a Gabá (Barcelona); resultaría impertinente en el congosto de Gabarret, en Gabarresa, en la Gabe de Pau…, pues equivaldría a decir que un glaciar es estéril o sordo. Si se trata de privación o falta de vegetación, ahí está Gabás (Bisaurri), con sus prados, setos o barreras, sus inmensos bosques, su montaña Xeri en la que pacían libremente las piaras de cerdos y, en conjunto, su importante riqueza ganadera; o el propio barranco de Gabasa, verdadera maravilla por su flora especial. No conocen los fundamentos de la lengua ibérica, ni menos sus fenómenos fonéticos, ni, en concreto, la prótesis de consonante, y, metidos en el campo de operaciones, les ha explotado una mina.

Hay una segunda línea de investigación: gaba o gabe fruto de la prótesis de g ante aba o abe. Pero aba puede valer por “panal de miel” y, aún cuando en algunos de los lugares comprendidos en esta familia hay miel y se ha recolectado en cierta cantidad, ni se obtiene en los demás ni la cantidad ha sido nunca significativa; por consiguiente, vía muerta. Otro tanto cabe decir de la prótesis ante abe, árbol, que no conviene a la mayoría y que carece de fuerza para constituir un elemento diferenciador. Por fin, aba o abe, boca o garganta, requiere consideración especial. La imagen de “garganta de piedra” está muy presente en quienes conocemos la montaña y los cursos de agua descendentes: Bentamillo, La Espllugueta, Entrepuentes, Las Mosqueras y Olbena en el Ésera; Gabarret en el Isábana; Escales y Monrebei en el Noguera Ribagorzana, Las Devotas, Mascún, El Infierno, etc. en otros puntos. Véase la serie de gargantas que con el nombre genérico de “gabe” señala Fernando Biarge en su obre Valle de Tena en la vertiente norte del Pirenneo francés. Quiero traer aquí la descripción que de una de ellas, La Gave de Gavarnie, reproduce Raymon Escholier, en su delicioso librito Mes Pyrinées, recogiendo palabras de Ramond de Charbonnieres, que traduzco: “Aquí todo son pedazos y estos pedazos son enormes. Un desprendimiento inmenso de bloques de granito, confusamente apiñados, desciende de lo alto de los montes hasta lo más profundo del valle, monumento terrible a la caída de una montaña casi entera. Allá se encuentran masas de 10.000 ó 100.000 pies cúbicos, amontonadas, suspendidas las unas sobre las otras como los menudos guijarros de nuestros torrentes. La Gave, comprimida, empujada, dividida por estas ruinas que toda su furia no puede apartar, se escapa bramando y añade al horror de éste el tumulto de sus cataratas y el tronar de sus caudales”.

En cuanto al pueblecito de Gabasa, Madoz nos decía que “que se halla situado en la profundidad de un barranco”. Más concretamente, Eladio Romero, op. cit. pag. 112, apunta que “en el pueblo destaca el estrecho barranco o congosto de La Pont, abierto por uno de los tributarios del Sosa”. Este barranco suele denominarse asimismo “la Sosa de Gabasa”. En la obrita La Litera, CAI-Prames, pag. 90 leemos: “En las inmediaciones de Gabasa está la cueva de los Moros, importante yacimiento arqueológico del Paleolítico Medio, en el que han aparecido abundantes restos fósiles; un molar de neandertal es el resto humano fósil más antiguo de Aragón. Al este de la localidad se ha habilitado un tramo del barranco como sendero de corto recorrido, pero de una gran belleza, con un salto de agua, interesante y frondosa vegetación propia de un clima más frío y un pequeño estanque artificial que alimentaba uno de los antiguos molinos harineros del pueblo, el de Madart”.

Gabasa es una derivación formada por la raíz g-aba, garganta o congosto, y el sufijo (antigua raíz degenerada) tza, que vale por montón, gran cantidad, abundancia de. La acomodación o sutura se produce por yuxtaposición necesaria. No procede, por tanto, la compleja explicación inventada por los autores del Onomasticon, quienes afirman la existencia, tras gabe, de un imaginario sufijo –az, seguido del artículo vasco a. La traducción no puede ser más sencilla: “gran cantidad de gargantas”.

Añadiremos para terminar que Gabasa-Gabás es un nuevo ejemplo de isotoponimia, con la única y simple diferenciación de que en el segundo se da la caída de la vocal átona final, lo que no ocurre en el primero.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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