Toponimia
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En el número anterior de esta serie, el 4, dedicado al pico Lakartxela, exponíamos una de las vías de ascensión al mismo, la cual contaba con un paso previo por la Peña Ezkieta. No vamos a relatarla de nuevo para evitar repeticiones, pero sí apuntaremos algunos detalles de interés. La Peña Ezkieta se sitúa muy próxima al pico Lakartxela, un poco al sur y bastante más al oeste; tiene otra línea de aproximación muy clara por el valle de Mintxate, y corona a los 1.627 m. de altitud. Pese a parecer reiterativos, vamos a insertar de nuevo un párrafo que allí subrayábamos por ser de importancia capital para la interpretación de ambos topónimos, Lakartxela y Ezkieta; decíamos que “ascendemos directamente hacia el macizo de Keleta, Sacro y Ezkieta por un pequeño barranco; saliendo del mismo y abandonando definitivamente cualquier forma de vida arbórea…”.
Por otra parte, presentábamos al topónimo Ezkieta (juntamente con Lakartxela) como un ejemplo acabado de los desastres de la toponimia formal o de emparejamiento de cromos (la que, por otra parte, es la absolutamente común y dominante en la “ciencia patria”), que desatiende al contenido (segundo elemento, tras la forma) y establece una descripción del lugar (segunda función del topónimo tras la identificativa) desconectada de la realidad. En ocasiones la descripción ofrecida es tan esperpéntica, su falsedad tan evidente, que uno tiene la sensación abrumadora de la enorme fuerza del método comparativo y de la inutilidad de cuanto, en su contra, se diga o haga. En el caso de Ezkieta el esfuerzo de los formalistas es mínimo: tanto ezki, álamo, tilo, chopo, como –eta, sufijo locativo o pluralizante, son formas muy comunes y conocidas, su enlace perfecto y, en cuanto al significado, tiene toda la coherencia del mundo, “lugar de tilos”. El problema está en que la descripción, pese a su perfección formal, es escandalosamente falsa; que, una vez más, queda demostrado que el análisis morfológico y el fonético, siendo necesarios, no son suficientes, pues la descripción resulta incompatible con la realidad del terreno, por lo que procede buscar otra vía interpretativa (siempre será posible) o mostrar prudencia y callar. ¿Acaso se puede admitir que la Peña Ezkieta sea un lugar de tilos, álamos, chopos, cuando el terreno nos muestra una naturaleza árida y escabrosa incapaz de permitir cualquier forma de vida arbórea?.
Hecha la denuncia, me corresponde ahora mostrar otra vía interpretativa, la propia de la toponimia científica, la toponimia real. El adverbio de negación ez suele ocupar la posición inicial en los “retazos de la conversación” que son los topónimos, al igual que sucede en las sentencias y párrafos de los textos epigráficos ibéricos. En éste último orden de cosas, recordemos la mal llamada “Tésera de Slania”, respecto de la cual, a la ignorancia general, absoluta y constante de la lengua ibérica, se ha unido un atrevimiento interpretativo que resulta indignante y escandaloso: en verdad, consta de dos párrafos, el primero de los cuales dice “Aemen ti okoz”, y el segundo (con el ez inicial) “ez lan il-ge”; la traducción ordenada de ambos es “He aquí el hocico de un cerdo: no trabaja sin morir”. Los ejemplos toponímicos serían incontables y, con tan solo los contenidos en mi serie Toponimia altoaragonesa, podemos formar la siguiente relación:
Estada < ez da ata. Estadilla < ez da ato ele a. Estarrún < ez da arrunt. Espierlo < ez bier erlo. Espierba < ez bier bera. Escarra < ez garraz. Escarrilla < ez garraz ili a. Espigantosa < ez bigantxa otzaz. Espulla < ez bulla. Estani y Estañ < ez dan ibi. Por otra parte, apenas iniciada esta serie de Toponimia Navarra y (amén de Ezkieta) ya nos topamos “en los primeros encuentros” con Ezkaurri < ez gau urri y con Eska < ez gai. Lllegamos al núcleo de nuestra interpretación: la consonante /z/ es propiamente una fricativa-interdental-sorda que, en multitud de ocasiones toma sonido fricativo-apicoalveolar-sordo (Ezka o Eska); pero en todo caso esta /z/ sigue siendo una consonante sorda y continua que produce un fenómeno fonético bien conocido, cual es el ensordecimiento de la oclusiva sonora que sigue a continuación. Reparemos en todos los ejemplos toponímicos de más arriba y comprobemos como, ordenadamente, d > t, d > t, d > t, b > p, b > p, g > k, g > k, b > p, b > p, d > t. Por consiguiente, si nos hallamos ante un topónimo como Ezkieta en el que a la /z/ de ez sigue una oclusiva sorda /k/, estamos obligados a pensar en la correspondiente oclusiva sonora, esto es, la velar /g/. El paso es de gigante pues se nos abre de pronto la solución del análisis morfológico, en la que brilla el primer elemento, el adverbio de negación ez; a éste viene a aglutinarse el sustantivo gia, renuevo, brote, mediante elipsis al final del primer término; y, por último, el sufijo locativo –eta, lugar de. Recopilando: ez-gia-eta > ezki(a)eta = Ezkieta, con una espléndida morfología y fonética, pero, sobre todo, con una descripción fiel, exacta como siempre, propia de la idiosincrasia de nuestros antepasados iberos: “lugar de no brotes o renuevos”, o si se prefiere, “sin brotes o renuevos”. Confróntese con ésta la solución de la toponimia formal: “lugar de tilos” y, Vd. mismo, lector amigo, decida.
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