Toponimia
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Al menos 22 empresas de Estepa (Sevilla) anuncian sus reconocidas elaboraciones de exquisitos dulces: polvorones, mantecados, mazapanes, bombones, dulces de navidad, dulces selectos, dulces artesanos de calidad… Ni que decir tiene que se trata generalmente de empresas con una larga tradición que, a veces, se manifesta con una frase lapidaria: “de toda la vida”. Ahora bien, esa notable antigüedad, ¿arranca quizá del influjo francés de comienzos del XIX con su fallida invasión?, ¿o parte de los trabajos artesanales, casi místicos, de algún monasterio medieval, visigótico incluso?, ¿ o cabe colgarlo una vez más en las amplísimas espaldas de los moros?, ¿o podríamos, por una vez, pensar en nuestros antepasados, los primeros seres civilizados que llegaron a Iberia o Ispania varios miles de años antes de Cristo?. Iberos, tartesios, turdetanos… Quizá el análisis lingüístico del topónimo Estepa y la identificación de la lengua utilizada nos conduzca al conocimiento, a un ventanuco de luz mínimo, pero enormemente significativo.
Hay bastante unanimidad en identificar la ciudad de Estepa con la Astapa ibérica, a la que se refiere ampliamente Apiano, Historia romana, Sobre Iberia, 33, en los términos siguientes: “Astapa era una ciudad que, siempre y en bloque, había permanecido fiel a los cartagineses, en esta ocasión en que Marcio tenía establecido el cerco en torno a ellos, convencidos plenamente de que si los romanos los apresaban los iban a reducir a la esclavitud, reunieron todos sus enseres en la plaza pública y tras apilarles alrededor troncos de madera, hicieron subir sobre la pila a los niños y mujeres. Tomaron juramento, a cincuenta hombre notables de entre ellos, de que cuando la ciudad fuera apresada, matarían a las mujeres y a los niños, prenderían fuego a la pila y se degollarían a sí mismos. Los astapenses, poniendo a los dioses por testigos de estas cosas, se lanzaron a la carrera contra Marcio, que no sospechaba nada, por lo que hicieron replegarse a sus tropas ligeras y a la caballería. E incluso, una vez que estuvo dispuesta la legión con sus armas, las tropas de los astapenses eran, con mucho, las más destacadas por combatir a la desesperada, pero, no obstante, se impusieron los romanos por el número, ya que por el valor no fueron inferiores en absoluto los de Astapa. Y cuando todos estuvieron muertos, los cincuenta que quedaban degollaron a las mujeres y a los niños, prendieron el fuego y se arrojaron a sí mismos a él, dejando a los enemigos una victoria sin provecho. Marcio, sobrecogido por el valor de los de Astapa, no cometió ningun acto de violencia contra sus casas”.
De este grandioso y trágico episodio de las guerras ibéricas contra los romanos, debemos extraer una serie de lecciones indispensables para conocer el sentido de la historia desde sus albores, en Iberia y aún en toda la cuenca mediterránea. La primera es el inmenso amor de los iberos a la libertad, sin la cual no hay vida propia ni digna; en contraposición, la tremeda soberbia romana, germen del fascismo, con sus añadidos de injusticia, crueldad, esclavitud, rapiña; la firmeza indescriptible de los iberos consecuentes hasta el sacrificio con sus principios de libertad, dignidad, igualdad, justicia, amor y trabajo; el verdadero origen de Las Dos Españas: iberos íntegros, por un lado, frente a hispanorromanos colaboracionistas y traidores; el triunfo de los corruptos (desigualdad, opresión, esclavitud e hipocresía) que ha informado el devenir de la Historia de España hasta los tiempos más recientes. Son tan esenciales estas lecciones que, sin ellas, ni siquiera puede afrontarse con un mínimo de garantías una labor, en principio puramente científica, tan indispensable como el conocimento de la lengua y pensamiento de nuestros antepasados, de la civilización ibérica.
Volviendo al topónimo Estepa, se ha querido ver relación asimismo con el Ostippo mencionado por otros autores latinos. Tal relación debe ser descartada pues no pasa de cierta semejanza formal, voces trisílabas e idénticas consonantes; pero el vocalismo es totalmente distinto y, sobre todo, Ostippo es otra composición ibérica sumamente regular y expresiva, cuyo contenido nada tiene que ver con Estepa o Astapa.
No cabe duda alguna de la gran atracción y gusto que nuestros antepasados iberos tenían hacia alimentos dulces y “golosos”. Los textos epigráficos, correctamente interpretados, lo manifiestas una vez y otra. Así, la mal llamada Tésera de Arekorata nos habla de “las frutas secas compuestas o confitadas”; en el conocido y debatido Bronce de Luzaga -un absoluto misterio hasta ahora- se dice que “se toman … alimentos golosos anhelados” y, muy especialmente, el Vaso de plata de la aldea de El Alcornocal (Córdoba) nada menos que contiene una receta para la elaboración de uno de ellos. Tal vaso o tazón, que va acompañado de otro de menor tañano, contiene la inscripción que traducida dice así: “Cierta cantidad de anís, miel, cuatro panecillos, cuatro guindas”. La lógica artesanal nos induce a creer que en el vaso grande se contenía la miel; el anís en el pequeño; que los cuatro panecillos serían previamente emborrachados con leche o simplemente “odorados” con anís, después recubiertos de miel y, finalmente, adornados con su guinda correspondiente.
¿Son los dulces de Estepa (Sevilla) el trasunto actual de los dulces ibéricos?. Aunque sea arriesgado afirmalo, creemos que, en parte (a falta de chocolate, azucar refinada, algunas esencias) sí. Hay bastante más que indicios. El topónimo Estepa es una composición de la lengua ibérica cuyo primer elemento es ezti, dulce, tanto como adjetivo como sustantivo. A él se aglutina el verbo, epai, variante de ebai, cortar o cortado. El enlace muestra elipsis al final del primer término, ezt(i)epai. Se observa la caída de la vocal átona final, eztepa(i), así como la pronunciación fricativo-apicoalveolar de la interdental sorda /z/. En conclusión, Estepa significa “dulces cortados”.
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