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Cotiella (125)

Altoaragonesa

Cotiella, juntamente con las sierras de Chía y Ferrera, forma una unidad geológica inmersa en el gran manto de corrimiento de Gavarnie, que presenta un desplazamiento hacia el sur, en relación con el Pirineo axial, desplazamiento que es en Cotiella de 40 kms. Los materiales son en su mayor parte de calizas y margas, sobre los que la erosión fluvial ha abierto valles y pequeños barrancos. Pero es el glaciarismo el fenómeno más importante por las huellas que ha dejado: depósitos morreicos en el valle de Chistau y en Chía; circos glaciares como los de Armeña y Ereta de las Brujas, e ibones como los de Basa de la Mora y Armeña. Todo el macizo está circundado por el sistema Ésera-Zinca, que conecta, en el noreste, en el Collado de Coronas, y en el sur, en el Collado de Cullibert. En aquel collado nace el barranco de La Cruz, que se une al de La Sentina y llega al Zinqueta, junto a Plan; este río marca el límite norte hasta confluir en el Zinca; descendemos hasta el Irués, junto a Badain, y por su cauce y por el de la Garona de los Molinos ascendemos al collado de Cullibert; en la cara Este de esta divisoria de aguas, L´Aigüeta de Biu baja hasta el Ésera; si remontamos por este río un corto trecho, encontramos al sur de Seira la desembocadura de L´Aigüeta de Barbaruens y, a contracorriente de ésta, regresamos al collado de Coronas.

Son varias las vías de aproximación y ascensión hasta la cumbre del Cotiella (2.912 m). La más conocida por mí parte de Campo a Biu de Foradada y collado de Cullibert. Luego, sendero por el barranco de los Neis al Trozuelo de Arriba. Continuando por la cresta, el Cotielleta (2.711 m), collado de Cotiella (2.650), alcanzar el lomo Sur y ascender a la cima. Desde Barbaruens, pista a la ermita de S. Cristóbal, desvío al Salto de Gargalluso, collado del ibón de Armeña, ibón de Armeña (1.846 m); subir al SO por el flanco O del circo de Armeña, debajo de los murallones en la base de Las Coronas, hasta llegar a la base de Piedra Blanca; seguir al S hasta la base del collado de Cotiella y ascender a él (2.650); desde aquí, igual que la ruta anterior. Partiendo ahora del “canto´l Zinqueta”, otras dos rutas. La primera sale de Sarabillo por la pista al collado de Santa Isabel, sendero hasta los pastos de Entremón, faldear en dirección al Collado Sur de Cotiella, ascender por pequeña canal hasta el llano del Collado Sur y. por la ladera, en dirección N, coronar el pico. La segunda, desde Plan, hasta el ibón de Plan, collado de la Ribereta, hoya o depresión de la Ereta de las Brujas; se puede atacar por fuerte pendiente de derrubios el Collado de las Brujas y seguir hasta el pico, o en dirección S llegar a La Colladeta y al Pico (orientaciones contenidas en el librito Cotiella de Editorial Alpina).

Nos interesa especialmente conocer el aspecto general del macizo y la impresión que su enorme personalidad produce en quienes lo recorren. Por orden cronológico, citaremos en primer lugar a Jaime Fabrés, autor de un trabajo titulado Cotiella, montaña ignorada, del que se hace eco Fernando Biarge en Grandes picos del Pirineo Central. Decía así Jaime Fabrés en 1.953: “mundo alejado y silencioso, como un inmenso cementerio. Vasto valle de la Ribereta, parecido a un fabuloso cráter apagado, que habría hecho pensar en un paisaje lunar, si no hubiera sido por las manchas de nieve que perduraban en los flancos más sombríos. Una especie de océano de piedras grises que va a morir a los pies de una alta muralla vertical, de color gris oscuro. Mundo calcinado y sediento. Calcáreo por todas partes”.

David Aloy y Agustí Jolis, Los Pirineos. Del cabo de Creus a Jaca se expresan así: “Se trata de un macizo ciclópeo calcáreo, de arquitectura especial con grandes picos, paredes, torres, agujas y cilindros, en terrazas y relieves paralelos, donde la roca caliza juega con la luz ofreciendo una variada gama de coloridos. Los pireneistas franceses F. Schrader y H. Rusell, a finales del siglo pasado y Juli Soler Santaló a principios dl actual (XIX y XX), nos legaron los primeros testimonios excursionistas de esta montaña…Por parte francesa Raymond d´Espouy encontró en el Cotiella sua últimos afanes pirenaicos, por lo que después de su muerte en 1.955, se quiso rendir homenaje a este caballero de la montaña, dando su nombre a la segunda cumbre del macizo, hasta entonces innominada”.

Mucho más personal es la descripción de Michel Sébastien en Cimas pirenaicas: “El gris y el ocre del Cotiella se imponen al verde, el cascajo aplasta la hierba y el árbol. La roca calcárea acentúa la sequedad. Una verdadera etapa de la sed, por un paisaje que cautiva a causa de sus aspectos grandiosos. Aquí el hueso agujerea la piel. Estamos ante una montaña descarnada, esquelética, árida. Hay que ir al Cotiella por múltiples razones. Constituye sin la menor duda uno de los más bellos miradores de la vertiente sur, equivalente en cierto modo al pico del Midí de Bigorre…Los desprendimientos se imponen a la vegetación…La canícula estival resulta muy dura en este terreno calcáreo y a causa de la fuerte reverberación”.

Es, sin embargo, Fernando Biarge, obra citada, quien se extiende más en la apreciación: “es una fortaleza poderosa y solitaria, mundo aparte de las otras montañas pirenaicas. Terrazas paralelas, muros enamorados de la posición vertical, torres y cilindros coronando peñas y surgiendo del mismo suelo, planos inclinados, losas o coronas. Todo un increíble ambiente de ruina donde predomina la piedra desmenuzada. Detalles que recoge la toponimia del lugar en Lloseta, Pico Llosa, las Louseras o Coronas. Con el añadido de unos colores uniformes, distintos, curiosos, el toque de gracia del Cotiella… Pacífico amontonamiento de delgadas capas cretácicas, superpuestas con orden y elegancia, un poco inclinadas al sur, sin fracturas ni hundimientos. Logra, por efecto de la gelifracción, componer a su pie un inmenso tapiz de piedra – gleras, canchales, tarteras, pedreras, cantaleras, derrumbaderos -, de diferentes tamaños, angulosas y planas, que proporcionan la singular apariencia de Cotiella. Porque más que hablar de su belleza o esbeltez sería imprescindible resaltar su prodigiosa originalidad… Mundo de piedra fracturada, singularmente roto, erosionado y disgregado. Masas de fuerza y de silencio. Paisaje alejado de los cánones pirenaicos, seco, árido y duro. Diferente, extraño, difícil, singular. Y también espléndido. País de la sed, el calor y la desolación, abrasado por la reverberación del sol y un tanto uniforme en su presentación”. Cita asimismo la impresión de Rusell: “montaña orgullosa y árida, cuya altitud y aspecto africano me intrigaban…Una especie de esqueleto solitario y lúgubre apenas cubierto de carnes ardientes… con el aire lamentable, caduco y consternado de un viejo volcán que va a apagarse…quemada por todas partes, parece una montaña de cenizas”.

La coherencia es máxima y se reparten y repiten los epítetos: calcárea, árida, seca, pelada, descarnada, erosionada, esquelética, abrasada; y se multiplican las imágenes: tapiz de piedra, viejo volcán, cráter apagado, inmenso cementerio, aspecto africano, mundo calcinado y sediento, quemada por todas partes, montaña de cenizas… Pero, ¿son tan solo imaginaciones o quizá todo ello es fruto de un incendio gigantesco en tiempos muy lejanos?. ¿Puede la Toponimia real prestar algún servicio o transmitir una información?.

En los pasajes finales del trabajo dedicado a Punta Suelza (nº anterior) hablábamos de una “ruta de los topónimos de fuego”, que se iniciaba en ella y concluía en Cotiella. En esa ruta, a modo de hitos, la Punta Fuelsa, la sierra de Fubillons, Sarabillo, Punta Calva… Insistíamos en el carácter terminante, declarativo, de un hecho real conocido por nuestros antepasados y descrito en el topónimo: Suelza significa “abrasada por el fuego”, sin comparaciones ni dudas. Ciertamente que sería demasiado aventurado afirmar que un mismo incendio calcinó un área tan extensa, pero que ambos extremos de esa ruta sufrieron los efectos de “un fuego poderoso”, que quedaron calcinados, no ofrece dudas.

Porque también Cotiella nos habla de fuego. Es una composición ibérica cuyo primer elemento es kota, falda, falda de una montaña. Tiene un derivado, kotillun, con igual valor. A kota se une el, contracción de erre-al; ya sabemos que erre vale por quemar, y al por potencia o poder; por consiguiente “quemado poderosamente” o mejor “calcinado, abrasado”. La unión kota-el se efectúa con elipsis al final del primer término: kot(a)el. Por último, el artículo determinado a, siempre al final de la composición y que debemos traducir en este caso (concordancia con “falda”, femenino) por “la”. La composición completa kotela ha sufrido los efectos de dos fenómenos fonéticos posteriores: la diptongación e > ie (Cotiela) y la palatalización de la consonante lateral apicoalveolar (Cotiella). Tan categórico como el de Suelza, el significado de Cotiella es “la falda de la montaña calcinada”.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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