Toponimia



Inicio > Toponimia > Altoaragonesa > Cofita (45)

Cofita (45)

Altoaragonesa

Es un hecho fundamental para la fonética del vasco antiguo ( y por ende, para la del ibérico), además de elemental y reconocido por la doctrina propia y mejor informada, que aquella lengua dispuso de tres series de consonantes oclusivas: sonoras (b,d,g), sordas (p,t,k) y aspiradas, que representaremos con las grafías ph, th y kh. Centrándonos en la consonante oclusiva aspirada ph, diremos que tuvo una enorme operatividad que se manifiesta en un sinfín de voces con ph inicial o intermedia, recogidas en el Dic. Retana de Autoridades. Más aún, en un ámbito amplio como el vasco, con multitud de variedades dialectales, sin textos escritos en protovasco y, por consiguiente, con transmisión oral escasamente normalizada, el campo de aplicación del fonema ph debió ser prácticamente general, como pone de relieve la toponimia, aportando más y más nombres que, conteniendo la /f/, solamente pueden ser interpretados sustituyéndola por la oclusiva sorda correspondiente, la /p/, con lo que tanto la forma del topónimo como su contenido se explican a la perfección.

Pese a la evidencia y fertilidad de este hecho, afamados intérpretes de la toponimia “de escayola” sientan un principio fundamental: “este topónimo empieza por /f/ o la contiene, luego no puede ser vasco”. De este modo, abren una vía de agua, mejor un río caudal, en su obra; hurtan a la cultura euskérica e ibérica un gran número de voces propias, espléndidas por su belleza o significación, para buscar alguna analogía con el latín, céltico, sánscrito o sorotáptico, aunque tal búsqueda conduzca a aberraciones tan graves y palmarias que producen sonrojo. En fin, así está la ciencia toponímica hasta hoy.

En nuestra obra inicial, El misterio de la Ribagorza, estudiábamos los topónimos Fonchanina (de phontxa+nini+a) y Bafalui (de bapho+al+ui). En mi obra De Ribagorza a Tartesos (año 2.002) se analizan Fadas, Fantoba, Forcat, Fet, Finestras, Binifons, Magarrofas, Sanfeliu y Fangonielles, además de Cofita que, sustancialmente, reproduzco aquí. En mi tercera y, por ahora última, obra de Toponimia, Baliaride, se recogen los análisis de Albufera, Alfabia, Benialbúfar, Bialfás, Binifaldó, Dalofra, Defla, Fangar, Farda, Fartaritx, Fela, Felanitx, Femenía, Ferragut, Ferritges, Ferrutx, Ferrutxelles, Fetget, Ficat, Figuera, Fontgata, Fontpella, Formentor, Fornalutx, Fornells, Fornés, Fotja, França, Freu, Frígola, Fullós, Furaca, Magalaf, Magaluf, Picafort, Rafaubeltx y Refila. Una simple comprobación externa (ver que todas y cada una de las voces o formas que contienen /f/ está amparada por otra del Dic.Retana con /p/ o /ph/en su lugar), bastaría para demostrar la realidad de la tesis de “la /f/ procedente de /p/”.

Me he referido en repetidas ocasiones a una causa de desnaturalización de los topónimos ibéricos, consistente en el afán de los escribas, religiosos o laicos, por acercar a formas latinas, o al menos biensonantes para los romanistas, lo que, a sus oídos, sonaba extrañamente, introduciendo para ello variaciones injustificadas. Cofita es un buen ejemplo, pues aparece documentada en el año 1.128 como “Confita”, y la explicación parece bastante razonable: no existe en latín voz alguna que tenga la raíz cof- , si bien se puede formar este grupo, que no raíz, con el prefijo co-, indicativo de compañía o de participación, y una raíz que tenga f- al inicio, por ejemplo, fratrer; en cambio, la raíz conf- es abundantísima, con palabras de la máxima familiaridad y frecuencia, tal que confessio,

confiter, conficio, confero, etc. Se dan pues los presupuestos necesarios para acercar una voz extraña como Cofita, a una forma latina o latinoide, Confita, más asumible, y ello sin contar con el inmenso elenco de voces con comm- o conm-. Afortunadamente, aquel intento latinizante no prosperó y este topónimo ha llegado hasta hoy respetando la fonética del étimo ibérico primitivo.

Cofita es un lugar perteneciente al municipio de Fonz, de rancia prosapia ribagorzana, pero incluído hoy en la comarca del Zinca Medio. Cuenta con unos 260 habitantes. Las tierras de Cofita fueron donadas por su señor, Pedro de Zameira, a la orden del Temple en el año 1.146. Fueron los templarios quienes construyeron la iglesia de recios muros, de la que hablamos a continuación, en el siglo XIII. Llegamos a Cofita por la carretera de Fonz a Monzón, tomando un desvío a la derecha que nos lleva, al poco, en una plaza bien cuidada, donde dejo el coche junto a la iglesia de Santa Magdalena, iglesia sin culto y sin sitio. El primero lo perdió a favor de otra próxima, moderna y vulgar; el segundo se lo roban las construcciones civiles que ocultan totalmente sus fachadas norte y oeste, y aún la acosan por el sur. He de dar la vuelta por la izquierda para avanzar por un ancho camino rural, paralelo a un canal de riego, y situarme delante y debajo de la fachada norte de la iglesia oculta, porque el emplazamiento del templo más antiguo, según me ha enseñado la experiencia, suele ser el punto más idóneo para vislumbrar el contenido de los topónimos imaginativos.

He venido a buscar un “codé” o estuche en el que se guarda la piedra de afilar. El codé es uno de los “trastes” o instrumentos más antiguo, típico y útil de los “dalladós” o segadores con dalla (dalle) que se ha venido usando hasta hace cuatro días. Algunos eran bastante artísticos, hechos de asta, grabados o no, con una tapita acoplada a manera de cierre, con el fondo estanco para retener el agua; pero, en general, eran más rústicos, metálicos, adaptados a la forma de la piedra: algo roma y delgada por los extremos, que iba ganando en grosor hacia el centro, para, a continuación, ir disminuyendo armoniosamente hacia el otro extremo, en simetría perfecta. Algunos dalladores ponían un poco de hierba en el fondo del estuche para que la piedra sobresaliera un tanto, lo que facilitaba su extracción; otros lo hacían un poco más corto que la piedra con el mismo fin. Lo llevaban fijo a la cintura, sujeto al cinturón, hacia el costado derecho si el segador era diestro, o hacia el izquierdo en caso contrario (“donde ahora llevan el móvil”, me decía un socarrón), y, con un corto movimiento de la mano más hábil, la sacaban ya en disposición de “picar” la dalla, previamente puesta en vertical y apoyada sobre el mango, a lo largo del filo, acompasadamente.

Por encima de la huerta de Cofita y del río Zinca, en la orilla derecha de éste, un paredón rocoso contiene las frecuentes avenidas y muestra, desde el observatorio del pueblo, el plano descendente a la perfección. El talud vertical es de consistencia blanda, quizá yesosa o terrosa, y el río, al socavarlo por debajo, provoca algunos derrumbes, como uno más reciente que se advierte hacia el lado izquierdo, ligeramente aguas abajo (sur), marcado por un entrante en sombra. Esta pared tiene un color un tanto blanquecino y su base resalta notoriamente sobre el rojizo de la huerta de aluvión: hacia el sur, el verde y el pardo de la vegetación dejan una punta roma que va ganando grosor a medida que subimos junto al río; llegados al centro del paredón, la visión se reproduce ahora en disminución hasta el remate, también en punta roma, y todo por debajo de la meseta que pertenece al lugar de Enate. La visión que se nos ofrece al otro lado del río sugiere, con toda nitidez y perfección, la imagen de un codé o estuche (castellano, colodra) para la piedra de afilar.

Cofita es una composición de la lengua iberovasca, de total regularidad morfológica, fonética y semántica. Consta tan solo de dos elementos aglutinados. El primero es kopa, sustantivo que según el Dic. Retana vale por “cuezo pequeño, estuche en el que el segador tiene la piedra de afilar”. Vale aquí cuanto hemos dicho sobre la oclusiva aspirada /ph/, como fase de transición entre la sorda /p/ y la fricativa labiodental sorda /f/. A buen seguro que, según variantes dialectales e, incluso, modismos locales y personales, este sustantivo sonó, en ocasiones “kopa”, como declara el Diccionario, “kofa”, según se advierte en este topónimo Cofita, y, finalmente, “kopha”, como inevitable fase de transición entre las anteriores. El segundo elemento es itai, contracción de igitai, que vale por “hoz”. Pertenece este nombre a una rica familia de términos en la que reincluyen ita, siega; itaite, idem; itai(tu), segar; igita, siega; igitaidun, segador, igitandu, segar, etc.

La acomodación o sutura entre ambos elementos, kofa-itai, se produce siguiendo la norma primera y fundamental de la aglutinación: la elipsis al final del primer término, de modo que kof(a)-itai >kofitai. Aún nos queda por reseñar otro fenómeno fonético de constante aparición, cual es la caída de la vocal átona final, ayudado en este caso por una repetición fónica muy cercana, que podría concitar la concurrencia de la haplología: kofitai > kofita(i).

La traducción del topónimo Cofita es bien sencilla y describe a la perfección la imagen (topónimo imaginativo) que la visión de la orilla derecha suscita en el observador: “El estuche de la piedra de afilar la hoz”.


Temas: , , , ,

 

Desarrollo: Interesa.es

© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

RSS