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Cerésola – 384 (a)

Altoaragonesa

Regreso desde Gillué y Fablo a la carretera de La Guarguera y, por ella, continúo en dirección a Lanave y Sabiñánigo. Veo personas en el Molino Escartín y siento por arriba, a la derecha el casi extinguido pálpito de los despoblados de Villacampa, Bescós y Fenillosa. Enseguida, también por la derecha, la pista “blanca” con destino a Cerésola, en regular estado para un vehículo todoterreno cuando, como ahora -31 de mayo de 2.015-, la falta de lluvia encoge el corazón de los pocos héroes que se aferran al modo de vida tradicional de este desolado país. Un ciervo se ve sorprendido en mitad de ella, se detiene, gira sobre sí mismo y, con un majestuoso salto, salva el ribazo de la derecha y desaparece en el bosque. Es un símbolo de la vida salvaje escasamente perturbada y quizá, me temo y lo siento en el alma, no por mucho tiempo. Llegado al lugar, debajo de las arruinadas casas entre las que descuella sobremanera el bien mantenido caserón de Juan Domingo, el dueño de ésta parece esperarme sentado a la sombra, mientras contempla con desánimo los campos resecos y el cielo huraño: como no llueva enseguida, todo perdido… Cerésola no ha conocido el asfalto ni el más mínimo tendido eléctrico; unas pocas placas solares permiten el funcionamiento restringido del alumbrado, la televisión y el frigorífico; cuenta con un generador pero resulta muy caro y solo se pone en marcha en casos de extrema necesidad. La situación es muy mala: quiérase o no los gastos aumentan, la producción rinde poco y si encima viene una sequía como ésta “no sé qué vamos a hacer”.

Según Madoz, Cerésola contaba con 6 vecinos y 27 almas en 1.845; el padre de mi informante alcanzó a ver las casas en pie y habitadas en la primera mitad del siglo XX. En la parte más alta (norte) del plano inclinado en que se asentaba el pueblo, la iglesia románica del siglo XII restaurada, como la vecina de Arruaba, por Amigos del Serrablo. Hoy, me dice, tiene goteras, y la Asociación “no tiene un duro”. El documento nº 310 de la Colección diplomática de la Catedral de Huesca habla de Ciresola, forma ésta muy importante para mí pues me brinda el camino correcto para la interpretación del topónimo.

Estamos al pie del lugar, donde me ha dejado la pista de acceso. Hacia el norte, escalonadas, las diversas construcciones ascienden hasta el punto más alto, señalado por la torre de la iglesia que emerge sobre la nave y ábside ocultas desde aquí. A mi izquierda, oeste, y separada del núcleo, una nave agrícola nueva. Frente a mí, en el plano más próximo, la casona de Juan Domingo, bien mantenida, con las placas solares y alguna maquinaria. En este primer plano, costado izquierdo, una casa arruinada, sin cubierta y con el muro del este derruido, aparece coronada con una gran masa de hiedra; subo hasta ella y tomo nota de la enorme pujanza de la planta trepadora. Más arriba, por este mismo lado, otro edificio grande, también sin cubierta, tiene asimismo hiedra en el ángulo noreste; observo su interior, sin entrar, y veo hiedra en sus cuatro paramentos. No hay calle alguna y, por senda empinada y difícil, llego a la parte superior, giro a la derecha, hacia la iglesia y me sitúo en el ábside: la restauración, me dicen, empezó por retirar la hiedra que cubría esta parte, pero ahora ha vuelto a trepar por el ábside, tapiza su cubierta de lajas y pugna por llegar a la de la nave. Otras masas bajas de hiedra en algunos muros derruidos… No cabe duda de que la altura, la humedad, la insolación o la falta de ella, el suelo, son factores determinantes para la proliferación de la planta.

Ciresola es un topónimo ibérico en cuya composición figura en primer lugar el sustantivo zira, hiedra. Por ello se inscribe en una amplia familia en la que figuran también Zirés (Bonansa), cuyo estudio publiqué muchos años atrás en mi obra De Ribagorza a Tartesos; o Siresa (Echo), Ceresa, Ceresuela… En segundo lugar, eze, verde, que se une a zira mediante elipsis al final del primer término: zir(a)eze. Por último, el sufijo –ola, lugar de. Recordemos composiciones y derivaciones ibéricas en las que aparece este sufijo, tales como Llitarola, Alberola, Buniola, Mariola, Andritxol, etc. Se acomoda mediante elipsis al final del primer término, Zires(e)ola. La traducción de Ciresola, evidente, será “el lugar de la hiedra verde”.

 


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