Toponimia



Inicio > Toponimia > Altoaragonesa > Castillazuelo (65)

Castillazuelo (65)

Altoaragonesa

Del latín castellum proceden el catalán castell, el castellano castillo y el gallego–portugués castelo, con lo que la Península Ibérica se tupe con una red de topónimos derivados tales que Castillejo. Castilleja y Castillejos, Castejón, Castellón, Castelló, Castilló, Castelao, Castellars, Castellazo, etc. Por otra parte, la lengua castellana dispone del sufijo de diminutivo –uelo, con variante –zuelo, presente en muchos derivados, como mozuelo < mozo, polluelo < pollo, locuela < loca, ladronzuelo < ladrón, bribonzuelo < bribón, balconzuelo < balcón…. Resultaría materialmente imposible, dada la soberana estupidez del método comparativo que impera en nuestra “ciencia” toponímica, por una parte, y de la pasión fagocitaria del castellano, por otra, que un nombre de lugar como Castillazuelo, no fuese engullido por esta lengua tan hermosa y rica, pero tantas veces degradada a instrumento del nacionalismo españolista que hemos padecido hasta 1.978. En consecuencia, no cabe ninguna sorpresa ante textos como éste: “Se eleva sobre la actual población los restos del primitivo castillo, de época renacentista, que da nombre a la población” (Huesca, Guía turística del Altoaragón, de Editorial Pirineo).

Tenemos que hacer un alto. Llega hasta mí la voz de un lector que parece un tanto nervioso o molesto, mientras me espeta: “¡Ya está bien, Sr. Mascaray!. ¿Acaso se atreve a afirmar o a sugerir que Castillazuelo no tiene nada que ver con castillo, Castilla, castejón, Castellón y otros derivados de castellum?. ¡Lo suyo es manía!, o, quizá, una broma, una tomadura de pelo. ¡Un respeto, por favor!”. Trato de apaciguarlo, sobre todo para que me permita seguir con mi exposición en calma, sin interferencias: “No, no se trata de una broma, aunque he de reconocer que me divierto mucho, que estoy gozando como un cosaco. Nada más lejos de mi intención que faltarle al respeto; bien al contrario, entiendo que mi mejor muestra de consideración y estima es, precisamente, deshacer los inmensos entuertos y falacias que nos han estado vendiendo durante siglos los vencedores, los señores, los de siempre. ¿Podemos seguir?”.

Por supuesto que entre Castillazuelo y cualquier derivado de castellum no existe absolutamente ninguna relación, por sorprendente que parezca, cumpliéndose una vez más mi axioma de “semejanza igual a error”. Con todo, el aparente retruécano “Castillazuelo no tiene castillo” (hablando en términos toponímicos) cuando en términos reales, además de la semejanza, sí lo tiene, requiere una larga explicación, la cual se compondrá de argumentación genérica o fundamental, en primer lugar, y específica o análisis del topónimo en concreto, después. Con obligada concisión, vamos con la argumentación genérica:

1. Los iberos fueron los primeros habitantes civilizados de la Península (también de las islas Baleares y Canarias, y del O, S y SE de Francia). Su nombre no era el de una etnia determinada (“ibero” no es un concepto étnico) sino que fue el apelativo aplicado a las gentes que, procedentes del N de África, se establecían en Iberia (“la orilla del Norte”) o en Ispania (“la costa del Norte”). Llevaban consigo la cultura neolítica, la Gran Revolución del Neolítico (agricultura, ganadería, artesanía, piedra pulimentada, vivienda estable, organización familiar y política, religión monoteísta, etc.). Por ello, el Neolítico avanza al paso de los iberos y llega a diversas áreas y lugares con muchos siglos de diferencia

 2. Con el nivel actual de conocimiento y grado de extensión y perfeccionamiento de la investigación arqueológica, todo apunta a una primera presencia de estas gentes en la Península en el milenio VIII a. de C. Los hallazgos son constantes y lo serán muchos más. En un alto en este mismo trabajo, veo imágenes de un enterramiento con varios cientos de cuerpos “que permitirá avanzar en el conocimiento del género de vida de aquel pueblo”. El ibero, como pueblo libre, desaparece en el año 19 a. de C, a manos de los genocidas romanos. Unos 8.000 años de vida activa, libre, laboriosa, inteligente, de un pueblo dotado de una moralidad acrisolada, de una maravillosa filosofía vital, configuran por completo un país admirable, con raíces muy profundas, con tallos, ramas, hojas y frutos semienterrados, de modo que basta con soplar un poco, aventando el polvo de los siglos, de los errores, de la ignorancia y la tendenciosidad, para que luzca la más antigua y hermosa civilización nacida y desarrollada en el mundo occidental.

3. En el aspecto que atañe más directamente a mi trabajo, el lingüístico, la lengua ibérica llegó hasta el último rincón de la Península y aún la sobrepasó. Nos lo demuestran los topónimos ibéricos que son más del 80% si atendemos a la toponimia mayor. Además de la toponimia, la epigrafía, con más de 2.000 documentos recuperados hasta el momento, nos brinda una completísima y apasionante información. Las llamadas lenguas celtíberas son pura falacia. Reparemos aquí, solamente, en la naturaleza aglutinante de la lengua, que se manifiesta en largos párrafos en apariencia inextricables, pero que, una vez aprehendida su naturaleza, construcción y régimen, deviene en un sistema reglado por el sentido común, perfectamente inteligible. Por ejemplo, vamos a ver como la forma histórica Castillazolo resulta de la aglutinación rigurosamente ortodoxa de tres voces bien conocidas y notorias.

Entremos en la argumentación específica o análisis del topónimo. Nos sorprende, de inmediato, que siendo Castilla (Castella) un nombre terminado en vocal aparezca el diminutivo con variante –zuelo, la cual parece reservada para los nombres terminados en consonante: bribón > bribonzuelo; lo regular sería Castill(a) > Castilluela. A continuación, Castilla, que es del género femenino (“la Castilla rural”, “ancha es Castilla”) recibe el sufijo en género masculino: Castilla-zuelo, faltando a la obligada concordancia. Todo ello nos induce a pensar que, probablemente, el término final –zuelo no sea un afijo diminutivo. ¿Qué es entonces?. La aparición histórica (jueces Laín Calvo y Nuño Rasura, conde Fernán González en 923-970) de Castella (nombre primitivo) hace que los escribas modifiquen el popular y auténtico Castillazolo. Un documento del 1.095 (Ubieto Arteta, Colección diplomática de Pedro I) contiene Castellazol, y otros posteriores hablan de Pelegrinus de Castellazol, Petrus de Castellazolo, Raimundus de Castellazolo, etc. Zol o zolo, ambas sin diptongación, bien pueden contener una voz ibérica, tal que olo, avena, o más bien, zolo, variante de zulo y zilo, agujero, concavidad, hoyo, boche. Conviene recordar aquí aquel palgar-olo > Pallaruelo en castellano y Pallarol en catalán, significando en ambos casos “el terreno costanero sembrado de avena”.

Olvidándonos ya del latín castellum, presentamos una voz ibérica del máximo interés: se trata del sustantivo kasta, que significa clase, condición, índole, especie, naturaleza. Como vemos por su forma y acepciones, estamos ante el étimo del castellano “casta” (“tener casta”, “ser de buena o mala casta”, “de noble casta”, “de casta le viene al galgo”…), con lo que nos topamos con otra voz ibérica que ha llegado intacta hasta hoy. Está sobradamente documentada y citaré tan solo algunos ejemplos ya publicados por mí: kasta-ara-lena > Castarlenas; kasta-n-eze-a > Castanesa; kasta-elixa > Castelix. Y a modo de confirmación, el poeta oficial de la corte omeya Ibn Darraj al Kastali, de origen bereber (no árabe), citado por Pedro Aguado Bleye en su Historia de España, I, página 412, antropónimo compuesto de kasta, naturaleza, condición, y alik, potente. A este primer elemento se une ilar, alubia, judía, de modo que kast(a) –ilar >kastilar, “especie de judías”. Por último se aglutina zolo, hoyo, concavidad, agujero, también con elipsis al final del primer término: kastila(r)-zolo >kastilazolo; con palatalización kastillazolo, y con diptongación Castillazuelo, “especie de judías de hoyo o boche” literalmente. Esto es (como diría un pedante) “epatante”. De un supuesto castillejo hemos pasado a una clase de judías. Habrá que justificarlo bien.

Si bien existía alguna variedad autóctona de la cuenca del Mediterráneo, es con el descubrimiento de América cuando las alubias o judías (habichuelas, mongetes, fabes, fesols, etc.) alcanzan gran difusión y consumo en Europa a través de España. Es una planta leguminosa perteneciente a la familia Phaseolus; de aquí derivan los nombres fesol y fesolet. Pero la autóctona del Mediterráneo era de otra familia botánica llamada Vigna. Se dice que era originaria de India y E de África. Es la que comieron griegos, romanos …e iberos (véase en Mallorca el topónimo Cutilar, “un poco de alubias”). También la cultivaron los árabes. Existen multitud de variedades: judión, garrafó, blanca redonda, blanca riñón, morada redonda, morada larga, arrocina, de la Virgen, canela, verdina, caparrón, de Gernika y de Tolosa… La autóctona, la del género Vigna unguiculata, la que es muy apreciada en el Ampurdán donde la llaman fesolet, se conoce en castellano con el nombre de “carilla”, de tamaño pequeño, globosa, un poco arriñonada, colores diversos y con el ombligo blanco rodeado de una mancha oscura, lo que le da aspecto de tener un hoyo, agujero o boche.

Para hacer la comprobación me presento en Castillazuelo con muchos temores. Además, sábado por la mañana, está cerrado tanto el Ayuntamiento como el Centro de Interpretación del Bero. Tras varios intentos fallidos, la suerte me sonríe. El dueño del bar-restaurante Casa Marilla entiende al momento lo que busco, hace un gesto de aquiescencia, sale y, al instante, se presentan dos vecinos, de los pocos que van quedando con afición al trabajo de los huertos, muy atentos y cordiales: “A ver, ¿qué quiere saber Vd. de las judías de Castillazuelo?”. Me interrumpen al momento: “Sí, sí, son unas judías pequeñas, un poco arriñonadas, de un color canela más o menos oscuro, con un punto blanco rodeado de una mancha negra. Se suelen criar rastreras aunque también se pueden encañar. Son muy finas y buenas. También se hacen en otros pueblos como Pozán, Huerto, Estadilla… Las llamamos “de careta”. Si quiere comprarlas, seguro que las encontrará en Abadías de Barbastro”. Sorprendente pero cierto: Castillazuelo, kat(a)-ila(r)-zolo >kastillazolo, significa con toda precisión y realismo “la especie de judías de agujero o de hoyo). Ver para creer.


Temas: , , , ,

 

Desarrollo: Interesa.es

© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

RSS