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Castarnés (202)

Altoaragonesa

Castarnés es un lugar muy pequeño perteneciente al municipio de Montanuí, en la comarca de Ribagorza. Si partimos desde Graus en dirección a Capella y eje del Isábena arriba, una vez sobrepasado Bonansa, cuando la carretera emprende un largo descenso hacia el curso del Baliera y poco antes de llegar a éste, un desvío a la izquierda nos llevará a la aldea. Es curioso que, mientras el llamado eje del Isábena sigue descendiendo, el desvío a Castarnés, estrecho pero bien asfaltado, emprende una fuerte subida y, como resultado de ello, el emplazamiento del pequeño lugar resulte espectacular: parece como si se alojara en el fondo de un seno en forma de U en posición horizontal, desde el que se domina a gran altura el curso final del Baliera que busca al Noguera Ribagorzana, en las tierras catalana-aragonesas del entorno de El Pont de Suert. Unido al lugar, sobre un puntón rocoso que se desploma hacia las profundidades, el castillo de Castarnés. Pero, en el fondo de aquel seno y por sus brazos a derecha e izquierda, un caos de cerros desiguales en alturas y volúmenes configura un paisaje intrincado, quebrado, cuya sola contemplación produce dolor en las piernas. A mediados de noviembre, los quejigos, dominadores absolutos del paisaje, todavía no han soltado ni una sola de sus ilusiones de primavera y verano, y los tonos ocres y verdosos encarnan el otoño. Pero aquí llega la mano del hombre y deja su impronta: aprovechando la ladera más favorable, la minúscula planicie, el cuello de unión entre cerros, un centenar de menguados pradecillos se acomodan en el caos. Cada uno de ellos es como una plazuela verde y limpia (de vegetación, se entiende, porque de boñigas…), rodeada, presionada por el bosque. No cuesta gran esfuerzo imaginar a nuestros antepasados iberos talando los quejigos, creando el espacio herboso que habrían de aprovechar vacas y terneras. Ni ver (los ha habido hasta hace relativamente poco tiempo) cómo lobos y osos acechaban desde la espesura preparando el ataque, siempre contra la parte más débil, el novillo, defendido con toda la bravura del mundo por una madre curtida en cien batallas.

De Castarnés dice Adolfo Castán en Lugares del Alto Aragón: “Lugar de 15 habitantes; a 1.044 m, de altitud…Aparece en el año 979, en la documentación de Alaón. La población monta a horcajadas sobre un espinazo rocoso cortado a pico hacia el cauce del río Baliera. En la cresta septentrional se arracima el caserío y en la meridional las torres del castillo se aferran a los pitones calcáreos. La calle Única reparte viviendas que mantienen los volúmenes de siempre bajo paraguas de teja, con renovaciones normales como cierre de fibrocemento en la iglesia o paredes lavadas con cemento. La parroquial está dedicada a la Virgen de la Collada; es del siglo XVIII; nave y ábside rectangulares. La fortificación dibuja un recinto cuadrado con dos cubos en diagonal –siglo XVI -; fue residencia de la familia Azcón y centro de una baronía que también incluía a Escané. En las afueras, ermita de Nuestra Sra. de Burás, románico de aspecto rústico y simple –siglo XII -; nave cubierta con bóveda de cañón –destechada- , puerta a mediodía, mínimo presbiterio y cabecera semicircular orientada cubierta con bóveda de horno”.

Al llegar a Castarnés, me apeo en un pequeño espacio enlosado junto a la iglesia. De inmediato oigo un tolón-tolón que llega desde cinco vacas que pacen en un prado muy inclinado por debajo del pueblo. “No empezamos mal”, pienso. Pero continuamos mucho peor; dos perros escandalosos y agresivos se me enfrentan; uno de pequeña alzada tiene toda la planta de “perro de atura”, ladra mucho cumpliendo su función de denunciar al extraño, se planta fijo frente a mí pero me da la impresión de que saldrá huyendo en cuanto le amenace. El segundo es harina de otro costal: más grande, negro, desrabotado, ladra poco pero lanza un gruñido continuo al tiempo que muestra los colmillos; además, gira continuamente hacia mi izquierda como si quisiera sorprenderme por detrás. Doy un salto al frente, al tiempo que exclamo ¡Perrrr! Y ambos bichos salen huyendo, con mayor escándalo si cabe. (Perro, derivado de ¡perr!, es, seguramente la palabra más horrible de la lengua castellana, la más innoble y, quizá, una de las más feas de todas las lenguas del universo).

- “No tenga miedo, que no muerden”, grita una señora que ha aparecido en el portal de su casa.

- “No se preocupe, que no les dejaré”. Y tras este saludo entablamos una larga conversación.

En Castarnés “viven” sólo de las vacas, no hay otra cosa: algunos huertecillos, en una casa tienen cerdos además de las vacas, en tiempos hubo unas pocas ovejas… El vacuno es de vientre, no se ordeña ni un litro de leche. Las reses permanecen en el monte durante casi todo el año, hasta Navidad, si la nieve lo permite. Hay que “recordarlas” con mucha frecuencia, cambiarlas de prado cuando la falta de hierba o el exceso de boñigas lo impone y, si se puede, traerlas a la cuadra cuando están próximas a parir. El trabajo por aquellas sendas y montes es durísimo: “Mire, yo no sabría hacer lo que hace Vd., pero si Vd. tuviese que hacer lo que hago yo, enseguida me devolvería la vara”, me comenta. Las vacas, sobre todo cuando tienen un ternero muy pequeño a su lado, son temibles, muy vivas y bravas; en otro caso, mucho menos, pero no obstante siempre hay alguna cosa, como hace pocos días que una vaca empujó a un vecino contra la pared…

Antes de entrar en la polémica levantada en torno al topónimo Castarnés, digamos que en este lugar y en la comarca próxima se oye Castarné, que así consta en carteles e indicadores diversos, que, según nos aseguran, siempre ha sido así. No les consta Castarnés, ni mucho menos Castarner, Casterner o Casterné.

La solución que lo más granado de nuestra ciencia ha dado al topónimo Castarnés es una de las muestras más palmarias de la necesidad de la toponimia real, de la falsedad del método comparativo o formal, de la ceguera y fanatismo del frente hispanorromano-visigótico-católico que, aún hoy, emponzoña, buena parte de nuestra historia y cultura. Vamos a encontrar, como siempre, la ignorancia y/o desprecio de la lengua ibérica, la necesidad de resolver un problema sin el menor apoyo sensato, el milenario afán religioso-católico de llevar el agua a su molino, la confianza en las invenciones de estos escribas… En el primer volumen de su obra Estudis de toponímia catalana, Joan Corominas asegura que Ll puede convertirse en –r- entre vocales… los dos Casterner de la Ribagorza provienen ciertamente de castellum nigrum (años 815, 979, 987, 1023, 1044…). Y refuerza el aserto con otros ejemplos: Castarlenas, cerca de Benavarri, contiene también castellum (lo que es de todo punto falso), Barruera es llamado constantemente Vallis Ursaria (lo que constituye una nueva fantasía del copista). En similares términos, en el volumen II de la misma obra, pág. 66. Ya de forma más directa y extensa, en la entrada Casterner de su obra Onomasticon Cataloniae, de la que traducimos (está escrita en catalán) los siguientes párrafos: “La etimología menos arriesgada y sin problemas nos la ofrece la documentación medieval con la forma Castellum Nigrum… La justificación geográfica, tanto de castellum como de nigrum parece ser incuestionable a la vista de la realidad de los dos topónimos (¿). La justificación lingüística del étimo propuesto es también clara. Podemos explicar la evolución de Castellum > caster, ya que el paso –LL > r se encuentra testificado en otros lugares… Y el paso de nigrum a ner tampoco presenta dificultades…”. Pero el gran erudito catalán no las tiene todas consigo, y después de haber caído en la trampa latinista y católica, recela de todo lo anterior y dice: “A pesar de la evidencia aparentemente concluyente de le explicación anterior, nos inquieta la existencia de aquel Casternui, lugar poco importante que jamás llamó la atención de escribas y notarios. El aspecto del nombre es indudablemente prelatino. Nos preguntamos si la forma Castellum Nigrum de los documentos medievales no será en realidad una refacción semiculta sobre una forma popular con Casterné…”

Hizo muy bien Corominas en dudar del rigor de escribas y notarios, y muy mal en no seguir su intuición y consagrar el error. Porque Castarnés (esta es la forma exacta con arreglo a la etimología y aún no olvidada en la práctica) es una composición ibérica de las más sencillas y claras que puedan encontrarse en toda la Toponimia ibérica. El principio o primer elemento casta es la voz ibérica kasta, que con el valor de clase, índole, condición, casta, ha llegado, desde los textos epigráficos ibéricos y desde multitud de otros topónimos, viva e intacta hasta nuestros días. A ella viene a unirse arnes, ganado salvaje de cualquier clase. La acomodación se efectúa mediante elipsis al final del primer término: kasta-arnes > kast(a)arnes, con encuentro de vocales iguales. Habida cuenta de que, como hemos visto, los vecinos del lugar “viven” sólo del vacuno, podemos traducir Castarnés como “la clase de ganado vacuno salvaje o asilvestrado”. Y la satisfacción que siento cuando abandono el lugar es tan honda que me compensa de la falta de cualquier otra.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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