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Candasnos (44)

Altoaragonesa

Mª Luisa Ledesma Rubio, en su obra Cartas de población del Reino de Aragón en los siglos medievales, Instituto Fernando el Católico (C.S.I.C), Zaragoza 1.991, páginas 197-199, incluye un documento de fecha enero de 1.217, otorgado en Xixena por Ozenda, priorisa del monasterio, asistida por quienes ostentan cargos en la comunidad, por el que se da el término de Candasnos a 37 pobladores para que cultiven sus tierras a cambio de un tributo anual. Pues bien, en este documento se menciona el topónimo Campoasinorum en tres ocasiones, y su variante Campiasinorum en otras nueve. Resulta evidente la mentalidad y el proceso que condujo a la transformación del nombre, antiquísimo y popular, de Candasnos en los latinajos antedichos. El propósito es el de siempre: borrar cualquier vestigio de la cultura ibérica, como si aquellos fieros y orgullosos iberos, bien que derrotados, humillados y esclavizados, integrantes de la España de los Siervos, constituyeran todavía un peligro potencial para el frente romano-católico, triunfante en la España de los Señores. El proceso se inicia con la consideración de que la sílaba inicial Can- bien podría proceder del latín campus-i, y las dos siguientes, -dasnos, fruto de una contracción “de asnos> d´asnos> dasnos”. La hipótesis, ciertamente, no se aguanta en pie (aunque mayores aberraciones se han cometido), y el resultado es una interpretación que, además de falsa, puede parecer ofensiva para los habitantes del lugar. Sugiero a los vecinos de hoy que, siguiendo las enseñanzas de la catolicísima Reina Isabel (una de las figuras más repugnantes de la Historia de España), y de su cohorte de inquisidores, arzobispos, confesores y frailes fanáticos, “condenen en estatua” a todos los sustentadores de este infundio, empezando por el copista Andree, autor material del referido documento.

Metido en el análisis morfológico del topónimo Candasnos, aparece en primer término el nombre kando, niebla. La habitual elipsis al final del primer término nos conduce a Cand-, lo que resuelve no sólo aquella sílaba primera, sino también la consonante inicial de la segunda. Pero la relación Candasnos/niebla abre de inmediato el túnel del tiempo y me lleva, imparable, hasta uno muy lejano y añorado, cincuenta años atrás. Permíteme, lector amigo, una pequeña digresión.

En el invierno del 1.956 al 57, yo era un jovencísimo Maestro Nacional (había estado esperando alcanzar los 19 años para solicitar pueblo) en Peñalba (nombre no corrompido, Penalba). Según norma, había jurado, de rodillas, “lealtad a los principios del Movimiento Nacional”, en presencia del alcalde, D. Crisóstomo Royo, hombre probo, inteligente, que asumió sobre mí una especie de tutela, muy a distancia pero afectuosa, pues conocía a mi familia por sus viajes a Campo, donde ejercía su profesión de tratante de cerdos (gorrinero) y donde aún se le menciona como “El Sordo de Peñalba”. Recuerdo que, un domingo por la mañana, tras mis inocentes escarceos del sábado noche, me topé con él en la calle, me hizo un gesto de aproximación, y en voz muy queda, me espetó: “Ya te ví anoche…¡Ejem!. Haz fuego pero que no se vea el humo…”. Compartía alojamiento en la modesta pensión de B. del B. con el párroco, el Veterinario J.Y.S. y el Profesor de Música J.T.P contratado por el Ayuntamiento, éstos dos últimos buenos amigos. Bebíamos agua procedente de una balsa que, en un vaso puesto al trasluz, brindaba el espectáculo de docenas de bichitos rojos, frenéticos, que, sin embargo, debían de ser del todo inocuos. Pagaba por el hospedaje completo 600 ptas. al mes. Eran tiempos difíciles, duros: muchos de los hombres del pueblo y también jóvenes se trasladaban a las obras del pantano de Mequinenza para ganar un jornal; las cosechas eran habitualmente malas, si no nulas, pues la falta de lluvias impedía la germinación de la semilla o el crecimiento del trigo y, en tal situación, se lanzaba al ganado ovino por los campos para aprovechar cualquier resto, tal como sucedió, tristemente en el año de mi magisterio. Pero el recuerdo más imborrable y grato está en la escuela y mis alumnos, pues quiso la fortuna que me encontrase con un grupo de niños, algunos sumamente inteligentes, capaces de entender y retener con avidez mis enseñanzas, a veces un tanto heterodoxas, y, en general, alegres y bien educados. Fui feliz en aquella aula, y muchos rostros, nombres y apellidos (Quibus, Carreras, Gros, Lerín, Frauca, etc.) me han acompañado siempre.

Vuelvo a la niebla. Una noche de invierno se detuvo junto a la puerta de la pensión un coche grande, ostentoso, un “haiga”, del que se apearon tres individuos, dos con aspecto extranjero y el tercero, con aires de señorón y acento andaluz. Echaban pestes de la niebla que les había envuelto ya en Lérida pero que, a partir del pueblo anterior, Candasnos, se había convertido en impenetrable, lo que, unido al desconocimiento de la carretera, la defectuosa señalización horizontal y la noche, les había aconsejado dejar la ruta cuando, llegando a Peñalba, vieron una luz a la derecha, para pedir cena y alojamiento. Tras la frugal comida y con muchas horas de noche por delante, entablaron conversación con los cuatro “fijos”; nos fueron identificando y yo quedé para el final:

- “Y tú, ¿quién eres?”, me lanzó el andaluz.

- “Soy el maestro de escuela”.

- “Ya. ¿Y cuántos años tienes?.

- “Diecinueve”.

No se detuvo. Como hiena que había olfateado sangre, continuó:

- “ ¿Y cuánto ganas al mes?”.

- “Setecientas cincuenta pesetas”

Ví que se regodeaba, me escrutó de arriba abajo y remató:

- “¿Y a ti no te farta una mano, un pie ni ná de ná?.

Sentí un nudo en la garganta hecho de rabia, de injusticias viejas, de odio, y guardé un hosco silencio. Podía haberle dicho mil cosas, entre ellas que, antes de tomar posesión en Peñalba, me había matriculado como alumno libre en la Facultad de Derecho de Zaragoza, había comprado los libros correspondientes al primer curso y que, por los anchos e inacabables caminos monegrinos, leía y estudiaba a la vez, de modo que Peñalba fue mi primera Universidad.

Las nieblas van asociadas a situaciones anticiclónicas frías de invierno. Las más características son las de irradiación, “que se forman por el enfriamiento de la masa de aire en contacto con el sustrato frío y el consiguiente proceso de condensación del vapor de agua del mismo” (Enciclopedia Temática de Aragón, vol. V, pag. 99, de Ediciones Moncayo). Estas nieblas son muy habituales y persistentes durante los inviernos de toda el área monegrina. Pero, ¿porqué especialmente en el tramo Candasnos-Peñalba?, o al menos, ¿porqué nuestros antepasados las mencionan solamente en el topónimo Candasnos?. Para intentar obtener alguna respuesta me presento en Candasnos y la Fortuna viene en mi ayuda: en un pequeño bar, no lejos de la Casa Consistorial, un grupito de personas departe tranquilamente; en ausencia del dueño, uno de los presentes se pone ante la máquina y me sirve un exquisito café-cortado. Este hombre, tan amable, bien podría ser, por su edad, uno de mis alumnos de Peñalba; pero no, es de Candasnos, buen conocedor del pueblo, de su entorno y de todas sus peripecias; observo al punto que se trata de una persona inteligente pues tiende a explicar los hechos por las causas que los determinan. Por ello, cuando le planteo mi bienextraña pregunta, tras una corta reflexión, contesta:

- “Tiene una explicación: por la parte de Bujaraloz (este pueblo, en la secuencia Fraga-Candasnos-Peñalba-Bujaraloz, siguiendo la carretera nacional, ocuparía un extremo) sopla el cierzo del NO o el bochorno del SE mucho más que aquí; igual sucede por la parte de Fraga, de modo que entre Candasnos y Peñalba queda una zona menos ventilada y propicia para las nieblas”

Candasnos es un topónimo ibérico, lo cual resulta normal si atendemos al primitivo poblamiento de la zona, del que se conocen los yacimientos de la Edad del Bronce de Valdeladrones, Valpatao y Cabezo de la Vieja. Se trata de una composición de la que ya conocemos su primer elemento, kando, niebla. El segundo es el verbo azi, crecer, intensificarse, espesarse, que también puede ser adjetivo con valor de grande, creciente, espesa. Por último, el adverbio de lugar nontsu, donde, aproximadamente, poco más o menos.

Los fenómenos fonéticos que observamos son los siguientes:

1. En el enlace kando-azi, elipsis al final del primer término: Kand(o)azi.

2. En la acomodación azi-nontsu, elipsis al final del primer término: az(i)nontsu.

3. En el segundo término, azi, pronunciación dorsodental /s/ de la fricativa interdental /z/.

4. En el tercer término, nontsu, simplificación de la consonante doble ts, inexistente en lengua ibérica, hasta s (nonsu). Caída de la vocal átona final: nons(u). En la secuencia kandasnons, haplología de la segunda n: kandasno(n)s.

La traducción propia del topónimo Candasnos es: “donde poco más o menos se espesa la niebla”.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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