Toponimia



Inicio > Toponimia > Altoaragonesa > Caboregs (Camporrells) (52)

Caboregs (Camporrells) (52)

Altoaragonesa

Todos los topónimos cumplen, sin excepción, una función identificativa aunque, en ocasiones, el fenómeno de la isotoponimia obligue a concreciones especiales, como, por ejemplo, Monzón de Río Zinca y Monzón de Campos, o Baiona (Francia) y Baiona (Pontevedra). Cumplen generalmente otra función, la descriptiva, tomando en consideración un hecho o un elemento “diferenciador” que se da con especial relieve o intensidad en el lugar descrito; y decimos generalmente porque, en ocasiones y por razones artificiales (religiosas, históricas, poéticas…) que nada tienen que ver con el medio natural, aparecen verdaderos bodrios como “Veracruz”, “Sangre de Cristo”, “Villa de D. Fadrique”, y un largo etcétera.

En su función descriptiva, el topónimo hace referencia a un “lugar”, a un espacio suficientemente localizado y diferenciado por el uso y la tradición. “Lugar”, por consiguiente, es concepto muy comprensivo: valle, llanura, monte, montaña, río, lago, tierra, campo, población, etc. Incluso cuando parece que se aplica estrictamente a un núcleo de población, a un casco urbano, el análisis lingüístico nos mostrará, en muchas ocasiones, una difusión hacia el espacio geográfico circundante, como, por ejemplo y según veremos, Benasque, que describe el fondo del valle o terreno en que se asienta la población. Todo ello trae como consecuencia el que ciertos nombres genéricos (los mencionados y otros más) se repitan habitualmente y se erijan en conceptos básicos dentro de la Toponimia real. Vamos a referirnos a cuatro de ellos: valle, monte, tierra, campo.

Cuando un estudioso de la Toponimia, que carece de cualquier noción clara y sensata sobre la lengua ibérica, se enfrenta al análisis de un topónimo ibérico (en sentido geográfico, “situado en Iberia”) cuyo contenido o significado presenta dificultades, puede optar por una de estas soluciones:

- Conformarse con una toponimia “light”, sin alcohol, azúcar, cafeína, grasa o esencia, que se dedica a la recogida y sistematización de todos los nombres propios, antiguos y modernos, de lugares grandes, medianos y mínimos, clasificados por términos y partidas, con todas sus formas: actual, históricas, populares. Como el no entrar en el objeto de la ciencia llamada Toponimia puede dejar mucho espacio libre, se suele rellenar acudiendo a la oikonimia (nombres de las casas), observaciones sobre léxico, repeticiones, pérdidas, etc. Existen publicadas multitud de obras de este tenor, como Toponimia y cartografía, Gobierno de Navarra, Pamplona 1.991; los muchos libritos de Toponimia de Ribagorza, autores varios,Diputación General de Aragón, dirección de Javier Terrado; los dos volúmenes de Mikel Velasco, Diccionario etimológico de los nombres de los pueblos, villas y ciudades de Navarra, Pamiela, Pamplona 1.996 y Diccionario etimológico de los nombres de los montes y ríos de Navarra, Pamiela, Pamplona 2.000; muy recientemente, Toponimia tensina, de de Ana Mª Escartín Santolaria, Comarca Alto Gállego, Huesca2.007. Se trata, en general, de obras valiosas, puesto que recogen y fijan topónimos que, sin ellas y en buena parte, caerían en el olvido, pero que no se adentran en el análisis de los topónimos; son “trabajos toponímicos preliminares”, punto de partida para la ciencia toponímica strictu sensu, por lo que, al intitularse como “Toponimia”, pueden contrariar al lector curioso que se siente defraudado.

- Intentar desentrañar la naturaleza, composición y significado del nombre de lugar. Ante el nombre propio desconocido, el autor ha de recurrir necesariamente a la comparación, buscando la semejanza con otros nombres conocidos. Es lo que pomposamente se denomina “método comparativo”, rebautizado por mí, con ánimo ridiculizador, como “emparejamiento de cromos”. Incurre en el tremendo absurdo de elevar una simple apariencia de semejanza, generada por la casualidad, en clave determinante del análisis lingüístico, lo que le priva de todo valor. No puedo detenerme más en este punto, pero sí enunciaré, una vez más, uno de los principios fundamentales de “mi” Toponimia: semejanza igual a error.

 Pues bien, cuando la semejanza se establece por medio de alguno de aquellos nombres habituales en Toponimia (valle, monte, tierra, campo) u otro de semejante tenor, el estudioso intuye que está en el buen camino, lanza un suspiro de alivio y cree tener resuelto, en esencia, el problema acometido. Se aferra a la apariencia y, envalentonado, busca algo que parezca verosímil para explicar el resto de la composición. Manda, obliga, el “cuadre” de las formas: es la toponimia formal, vacía ligera y falsa. Poco importa que el significado global nada tenga que ver con la realidad, parece correcto formalmente, y esto es lo que cuenta. Veamos unos cuantos ejemplos:

- Con val (bal, vall, valle, balla, valli…): Ballabriga, Ballobar, Balcarca, Baldellou, Balagai, Balgornera, Balldemosa, Baliaride, etc.

- Con mon (mont, mons, monte, monta, monto…): Monzón, Monesma, Montanui, Montaniana, Montot, Montidiego, Montaure, Montuiri, etc.

- Con terra (tierra, terre, terren…): Tierrantona, Terraza, Torrueco (Terroco), Terrer, etc.

- Con campo (camp, campa, campi…): Campo, Campiés, Campol, Campodarbe, Campanet, Camporrells, Candasnos, etc.

Todos estos ejemplos ya han sido analizados por mí, la mayoría, publicados, y el resto, espero, lo serán en el futuro. Ni uno solo de ellos contiene, en realidad, el nombre sugerido.

Un ejemplo perfecto de lo que acabamos de exponer es el topónimo Caboregs, forma primitiva, no mixtificada, perfectamente descriptiva de un hecho diferenciador muy notorio, nombre verdadero, en realidad, de la localidad conocida desde hace muchos siglos como Camporrells. Siendo que el nombre actual es aceptado sin discusión alguna, usado con toda generalidad, que tiene raíces muy antiguas (aunque falsas), ¿qué pretendo?, ¿poner una pica en Flandes?, ¿sembrar la discordia?. La respuesta es bien simple y breve: me gusta ( y, estoy seguro, también a más de un lector) que brille y se conozca la verdad, aunque sea por unos instantes, aunque parezca intrascendente, sin esperar nada, porque el mundillo de las filias y fobias, del hacer o no, del tejemaneje, de la politiquilla municipal, provincial o autonómica, eso sí que es, en verdad, intrascendente…

Siguiendo la exposición de Joan Corominas (Onomasticon cataloniae, III, 225) vemos que la primera mención del lugar, año 1.063, responde a la forma Caboregs; enseguida, 1.067, aparece una leve modificación, Caborrels, y ya en 1.103 la mixtificación plena en Camporrells, que se perpetúa con ligeras variantes (Camporels, Camporrels, Camporells) desde fechas inmediatas. Aparecen, además, nombres de barón como Berengarius de Campo Borrellus. Pues bien, el autor, que ha visto en las formas mixtificadas uno de aquellos nombres básicos en Toponimia (campo) se aferra a éste (es su tabla de salvación) y supone (mal) que las dos formas primeras de 1.063 y 1.067 tenían asimismo m, Ca(m)boregs y Ca(m)borrels, con lo que queda el camino expedito para la interpretación de Caboregs como un Campo-Borrellus > Campo(bo)rrell(u)s, “campos bermejos o rojos”, cuadrada a martillo en lo fonético e irreal y absurda en lo semántico.

Pero, si no hay “campo” alguno, ¿de dónde proceden las dos sílabas iniciales de Caboregs?, ¿qué significan?. Tampoco aquí vamos a solucionar la cuestión con un supuesto término ibérico kabo; sería demasiado fácil y, de ese modo, la lengua ibérica habría sido descifrada hace muchos siglos.

La solución está, por una parte y como siempre, en el conocimiento del léxico ibérico: la nunca suficientemente ponderada capacidad del pueblo vasco de conservar sus tradiciones y, muy especialmente, su lengua, nos resuelve esta primera cuestión. Por otra parte, la labor de entendimiento de la naturaleza aglutinante de esa lengua (ibérica, vasco antiguo o iberovasca), de las normas que la rigen y de su estructura y régimen general, completará la interpretación. Así pues, léxico y conocimiento de la naturaleza, estructura y régimen conjuntamente. El léxico nos facilita la voz kabi, barranco, que es el primer elemento de una composición. Se une o aglutina a un segundo término y, en la acomodación o sutura, se cumple la primera regla fundamental: la elipsis al final del primer término, de modo que kab(i) >kab. Ese segundo término empezará por o para completar kab-o; se trata de ore, masa, caudal. Por último, tercer elemento, gez(al), según el Dic. Retana de Autoridades, aguas sulfurosas.

En la composición kabi-ore-gezal observamos, además de la elipsis mencionada kab(i)ore, haplología de la segunda e, kaboreg(e)zal; además, pronunciación apicoalveolar de la fricativa interdental sorda z, kaboregs-al; por último, utilización tan solo de gez, aguas sulfurosas, sin la concurrencia de al, indicativo de poder, potencia, fuerza. La traducción, literal y propia a la vez, es “el barranco de caudal de aguas sulfurosas”.

José Antonio Adell y Melchor Jesús Montori, en su obra La Litera, villas y lugares, La Voz de La Litera, 1.988, nos dicen en la página 130 que “no en vano la localidad cuenta con balneario de aguas sulfatadas, calcáreas, nitrogenadas y sulfhídricas”, y en la página 142 incluyen una fotografía del mismo. Asimismo, en La Litera, CAI- Prames, página 102: “La zona (de Camporrells) es rica en fuentes de agua, una de ellas sulfurosa, que se aprovechaban en el pequeño balneario que desde hace algunos años permanece cerrado”. Los iberos conocieron el manantial libre y vieron como sus aguas discurrían por la superficie hasta formar un barranco, y así denominaron al lugar. ¿Será posible que no logre erradicar esa estúpida toponimia formal?.


Temas: , , , ,

 

Desarrollo: Interesa.es

© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

RSS