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Buira (171)

Altoaragonesa

                         

 Con apenas un centenar de habitantes, el municipio de Bonansa tiene de casi todo: algún núcleo deshabitado como Gabarret; otro que lo estuvo pero que ha recuperado un pequeño censo, como Bibils (lo de “Bibiles”, como lo de “Anciles”, es horroroso; tan solo cabe esperar que no cunda el ejemplo y aparezcan los Suiles, Alines, Oncines…); otro que se mantiene con un único habitante, Espulla; otros tan mínimos como Zirés y Torre de Buira; alguno tan variopinto como Buira. Precisamente de este último vamos a tratar, empezando por la descripción que hace Adolfo Castán en su obra Lugares del Alto Aragón: “Aldea de 18 habitantes, a 1.120 m de altura. Alimentaba 34 h. en 1.900. Comunicada desde la población leridana de Pont de Suert –entrada no señalizada- por pista asfaltada muy estrecha. Aparece en los censos ribagorzanos de 1.381 y 1.385. Oficialmente no tenía población en los años 1.980 y en 1.991 lo ocupaban seis vecinos. Pueblo disperso y sin calles, solamente trozos de pista que van llegando a cada una de las casas sueltas –cinco- , ubicadas en la ladera solana que mira al valle del Noguera. Todas son de mampostería y teja. La arruinada iglesia de San Hilario también está independizada, tapada por árboles y tapizada de hiedra; puede que conserve basamento románico; hay un crismón entre sus muros, pero su cabecera poligonal nos recuerda que fue rehecha en el siglo XVI. De aquí procede una arqueta del siglo XIV que está en el Museo de Lérida. Ermita de la Virgen de la Mola -siglo XVII-; nave y ábside rectangulares; puerta con arco de medio punto en los pies flanqueada por ventanas de observación, óculo encima y espadaña; la imagen del siglo XIII de la titular se guarda en Pont de Suert y el frontal de San Hilario en Lérida…”. A corta distancia, salvado el barranco de Buira, llegamos a Torre de Buira, aldea de 6 habitantes.

Pequeño y, en apariencia, carente de toda importancia, Buira no posee, pero tiene todo el derecho a poseerlo, un extraordinario patrimonio artístico-religioso al que acabamos de aludir. Nos detendremos en su descripción y situación, siguiendo la exposición que hace Antonio Naval Más en su hermosa y templada obra Patrimonio emigrado, editado por Publicaciones y Ediciones del Alto Aragón, Huesca 1.999. Obra hermosa porque a lo largo de toda ella hay una convivencia íntima entre el arte, la nostalgia y la reivindicación; obra templada en la que la moderación de sentimientos y calificativos no cesa en momento alguno, ni siquiera en el título, en el que se prefiere una impropiedad –el patrimonio como conjunto de bienes y derechos de una persona física o jurídica no puede emigrar en sentido propio- o un eufemismo, antes que utilizar unos apelativos más acordes con la realidad, como serían, según los casos, expoliado, robado, sustraído, retenido injustamente, etc. Vamos con la descripción:

Arqueta del siglo XIV, en Lérida. La arqueta ingresó en el Museo de Lérida en 1.903, como se deduce del Boletín Eclesiástico de la Diócesis. Es de madera estucada y policromada, con cantoneras de chapa y herrajes de forja. Lleva como inscripción IHS, en doble cartela. La tapa es abombada. Interiormente está revestida de tela de la misma época. Todo el trabajo está datado en el siglo XIV. Sus dimensiones son 16,5 x 27,5 x 18 centímetros… Puede ser una arqueta relicario. Ha llamado siempre la atención por la variedad y delicadeza de los motivos decorativos de animales, principalmente aves, considerándose siempre como un trabajo de destacada calidad por esta riqueza decorativa y su acabado.

Frontal de San Hilario, en Lérida. Procede la la ermita de la Virgen de la Mola, de donde fue llevada a la iglesia parroquial de Buira…De allí la sacó en 1.902 Joan Fusté Vila, Director del Museo del Seminario de Lérida, a donde lo llevó…Es de madera tallada, pintada al temple, de 89, 5 x 139 c. Se data en el siglo XII-XIII, y debíó ser repintado en el XV-XVI. El titular es S. Hilario de Poitiers entre doce obispos. Se le presenta de forma semejante a un Jesucristo en Majestad, rodeado de símbolos de los evangelistas, de los que se conservan dos. También están incompletas las inscripciones. Ha llegado en estado muy mutilado, pero como Fusté escribió en 1.933, el estado de conservación es sumamente deplorable, pero fue restaurado. Ahora permite hacerse una idea exacta de cómo era originalmente, sin adulterarlo ni prestarse al equívoco… El retablo tiene mucho interés. Quizá estamos ante una pieza singular, aunque no única, que es testimonio de más remotas épocas. Iconografía, técnica, rasgos formales, tienen bastante de excepcionales…En definitiva, estamos hablando del testimonio de la presencia de un cristianismo antiguo en comunidades comarcales con manifestaciones constructivas y artísticas peculiares. Sus rasgos arcaizantes son igualmente importantes y deben tenerse en especial consideración por lo que puedan desvelar para entender el peculiar desenvolvimiento y autonomía, en concreto, de la cultura e historia de la Ribagorza.

En tiempos en que la falta de cultura hacía que la mayoría de las personas quedaran indiferentes ante valiosísimas piezas como las descritas, cuando las condiciones de conservación eran generalmente malas y hasta infames, cuando muchos párrocos y obispos encontraban en la venta de las mismas una sustanciosa fuente de ingresos, cuando el robo y el hurto eran habituales, la visión y el trabajo de ciertas personas, como el obispo de Lérida José Messeguer Costa al crear el Museo Católico Diocesano, resulta sumamente encomiable, útil y digna de agradecimiento. Las obras eran recogidas, depositadas en el Museo, conservadas y, en muchos casos, restauradas. Todo ello se hacia sin merma de los derechos de las parroquias, pues el propio obispo era el encargado de velar por los intereses de las mismas. Es concluyente el siguiente texto de Joan Fusté Vila, director del Museo: “Una vez más precisa recordar que los objetos mal custodiados en ermitas, iglesias parroquiales o casas rectorales, siempre que no sean necesarios para el culto, deben ingresar en los museos: las parroquias nada pierden con ello, pues mantienen íntegros sus derechos, y, en cambio, disminuye grandemente las probabilidades de un robo”. Nociones tan básica e incontrovertibles como que el depósito es un contrato traslativo de la posesión pero no del dominio, que el depositario recibe la cosa ajena con la obligación de guardarla y restituirla, que el depositante está obligado a reembolsar los gastos de conservación de la cosa depositada, etc.,  pertenecen al campo de los principios generales del Derecho, que no pueden jamás verse afectados por el voluntarismo de Consorcios y Amigos. La solución del contencioso podrá verse dificultada y retardada por la sinrazón, argucias y hasta premoniciones de violencia, pero entretanto llega (y llegará), resulta paradójica la lamentación de catalanofobia hecha precisamente por quienes la fomentan.

Finalizada la digresión, volvemos a nuestro cometido propio, la toponimia. El topónimo Buira nos recuerda a otro ya estudiado, Seira; pero no seamos nosotros, sempiternos denostadores de la semejanza como base del método comparativo, los que caigamos en el mismo error: la solución debe residir en el contenido no en la forma, esto es, en la descripción del lugar. Nos va a servir de ayuda, una vez más, para alcanzarla la magnífica obra de Villar, Sesé y Ferrándiz Flora del Pirineo aragonés, y, más concretamente, el volumen primero, plantas Pteridophitas, con familias varias de las que entresacamos las especies siguientes: Pteridium aquilinum, nombres vulgares helecho común, falaguera, falguera, feleguera, felce; Athyrium filix-femina, helecho hembra; Dryopteris filix-mas, helecho macho; Dryopteris dilatata, etc. En general, se crían en claros de bosque húmedo  (pastos, prados y herbazales), hayedos, abetales, pinares, fondos de barrancos y colubios, etc. Todas las especies mencionadas aparecen representadas en el área de Bonansa, según los mapas que figuran en aquella obra, llegando en algún caso a hacer mención expresa de tal lugar. La observación personal sobre el terreno de algunos helechos queda perfectamente contrastada con el trabajo de los científicos: Buira es tierra de helechos.

En lengua ibérica “helecho” se dice ira. Ahora sí podemos confirmar la semejanza entre Seira y Buira pues, recordemos, Seira era una composición formada por tze, montón, gran cantidad, e ira, helecho, “gran cantidad de helechos”. Pero en Buira, a pesar de la ventaja que supone contar con un elemento, el segundo, ya conocido, el primero se resiste. De hecho he iniciado diversos caminos interpretativos sin que ninguno de ellos me convenciera. ¿Qué podía ser ese enigmático bu- inicial?. El DRAE tan solo presenta bu como una flexión del verbo haber, “que el haya”, manifiestamente inadecuada. Tampoco hay solución con pu- , ni con las diversas posibilidades de estar ante una forma (abu, ebu, ibu, apu, etc.) que hubiera sufrido aféresis de vocal inicial. Hasta que un día, trabajando en algo bien distinto (cosa que suele suceder bastantes veces), la onomatopeya bor-bor, me doy de bruces con la forma bur-bur, locución adverbial que vale por “en abundancia”. Ahora sí: la solución es perfecta desde el punto de vista semántico, pero sobre todo desde el punto de vista de acomodación y fonético. La composición bur-ira muestra elipsis al final del primer término, bu(r)-ira, más justificada si cabe por la insoslayable haplología: burira > buira. Al fin puedo ofrecer a mis lectores el significado de Buira: “helechos en abundancia”.  

 


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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