Toponimia
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Es el nombre de una antiquísima villa que, siempre el fanatismo, pasó a llamarse Santa María de Buil en 1.713. Según nos cuenta Madoz, se componía de las aldeas de Sarratillo, Urdiales, Lacecina (¿), Gabardilla, Sarrato, Sarratías, Bruello y Lines. Tuvo ayuntamiento propio en 1.834, En 1.960-70 se une a Arcusa, Castellazo, Javierre, Las Bellostas, Mondot, Olsón y Paúles para formar el nuevo municipio de Alto Sobrarbe. Poco después (1.970-80) se integra con Ainsa en el de Ainsa-Sobrarbe. Los núcleos antes citados que conformaron el municipio de 1.834 cuentan hoy, en conjunto, con una población de 26 habitantes; en 1.857 reunían 131.
Desde Ainsa por Guaso y La Torrecilla alcanzamos el desvío a la izquierda señalizado con Santa Mª de Buil e Iglesia de San Martín. El firme de este ramal es nuevo y está en perfectas condiciones pese a su estrechez, subidas y constantes curvas. Accedemos a un altiplano con diversos desvíos hacia algunas aldeas. En la parte baja del cerro, la iglesia románica de S. Martín. Contemplamos su ábside trilobulado, llegamos a la puerta principal abierta de par en par, bajo cuyo dintel un gato muy familiarizado con los visitantes nos da la bienvenida; echa a andar delante de nosotros y nos espera bajo el dintel de otra puerta más pequeña en la fachada opuesta. La escasa luz apenas nos permite vislumbrar el interior con vanos y columnas pintadas. La desnudez es total y parece que los responsables han optado por la solución de facilitar la inspección a todo el mundo al tiempo que se previenen de posibles rapiñas. El gato se echa a un lado como mostrándonos el camino sin asfaltar que llanea un trozo y asciende luego hasta la iglesia de Santa María que queda a la derecha. Hacia la izquierda sigue la senda hacia el mirador del castillo, al pie de cuyo torreón desmochado la vista es sencillamente espectacular; no en balde se asegura que desde la fortaleza se establecía comunicación visual con las de Ainsa y Alquézar. Entre Santa María y la senda del castillo, una casa que, por fortuna, está habitada…
La villa de Buil se entronca directamente con la más antigua historia del Viello Sobrarbe, más aún, forma parte esencial de este pasado. Este país, tan rico en leyendas y hechos míticos como pobre en documentos y datos históricos ciertos y esclarecedores, pudo haber contado con algunos minúsculos condados o señoríos cristianos, cuyo origen, duración, extensión y coordinación con los territorios cristianos circundantes no está, en absoluto, bien determinada. En Buil existió uno de estos señoríos, constituído en fecha incierta, sometido al poder sarraceno muy probablemente en la razzia de Al-Malik (hijo de Almanzor) del 1.006, y recuperado por los cristianos en tiempos de Sancho el Mayor de Navarra. En la obra de D. Antonio Durán Gudiol De la marca superior de Al-Andalus al reino de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, pag. 127, se relata cómo en aquella razzia los moros destruyeron Binueste y amenazaron el monasterio de S. Juan de Matadero, con lo que se rindieron las demás fortalezas sobrarbenses pasando el territorio al dominio musulmaán. “Rendición testificada por un nostálgico documento citado por García Aznárez de Buil en 1.057, quien, después de comprometerse a tributar el diezmo de las rentas de sus propiedades en el término del castillo del que gozó siempre su familia, libertad reconocida y respetada siempre por los reyes así cristianos como sarracenos desde los tiempos de Almanzor, antiguo rey de Córdoba, cuando los paganos reinaban sobre nosotros, hasta los de Ramiro I, pasando por Sancho el Mayor, en cuyo reinado arrebatamos el castillo de Buil de las manos de los sarracenos y lo entregamos a los cristianos”. En este momento de la reconquista aparecen los primeros tenentes del castillo, citándose a “Enneco Lópiz in Buil” el 25 de mayo de 1.036. Por otra parte, por las mismas fechas (primer tercio del siglo XI) se debió iniciar la construcción de San Martín de Buil.
Junto a la historia, el arte. La iglesia de S. Martín fue declarada Monumento Histórico-Artístico en 1.972. De ella dicen Angel Canellas y Angel San Vicente en Aragón (vol. 4 de La España románica) que “es de planta rectangular con tres ábsides semicirculares y tres naves, más una torre adosada a los pies…una sacristía y un gran arcosolio que cobija la puerta de acceso-lado Norte- más una pequeña caja con tejadillo a dos vertientes, adosada al muro Sur. Pero de todo esto, lo esencialmente románico son los tres ábsides en hemiciclo y parte de los muros norte y sur…De todos modos, la disposición de las arquerías de San Martín de Buil es excepcional. En la mitad inferior de dichas bandas el aparejo es de soga y tizón en sentido vertical; un grueso baquetón corre por debajo. Tienen cornisa de sencillos sillares prismáticos apoyados sobre canetes troncopiramidales que, como estacas, aguantan este voladizo sobre el que desciende el tejado cónico de piedras planas”.
En la documentación histórica el topónimo Buil aparece repetidamente, con algunas variaciones formales que vamos a sistematizar en dos grupos:
a) Topónimos con sílaba inicial Bo- : Boil (p.ej. Eximino Sangez in Boil, 27-4-1.069); Boyl (p.ej. Sanioanz in Boyl, nov. de 1.092); Boile (p.ej. Tiçon in Boile, mayo de 1.128); Boyle (p.ej. Don Remiro…in Boyle, julio de 1.110); Boill, (p.ej. Don Remiro in Boill, julio de 1.110).
b) Topónimos con sílaba inicial Bu- : Buil (p.ej. Senior Lop Sanz in Buil, nov. de 1.090); Buile (p.ej. Arnal Mir Paliarenis in Buile, oct. de 1.162); Buille (p.ej. Arnal Mir in Buille, oct. de 1.138); Builo (p.ej. Exemeno Gacez in Builo, 22-4-1.090).
Todas las formar recogidas en a) responden a un étimo bohilli (variantes bohülu-bohüli) que significa “avispas”. ¿Y las comprendidas en b)?. Pues también, porque, en perfecto paralelismo, la lengua ibérica contaba con la forma buhilli (variante buhülli) con idéntico valor de “avispas”. Esta estrecha correspondencia entre las variantes del topónimo y las del étimo ibérico demuestran, a nuestro entender, el acierto en la interpretación.
Porque la comprobación sobre el terreno habrá de ser sumamente difícil, por los grandes cambios medioambientales, de población humana, de vida animal, de insecticidas y plaguicidas… Aún así, lo intento: en la calle, justamente delante de los tres escalones de la entrada sur de la iglesia de S. Martín, vigilado atentamente por el gato, veo unos insectos voladores a ras de suelo: me agacho y observo; sí, son avispas de un género algo distinto a las tan habituales de largo abdomen y rayas negro-amarillas tan conspicuas; se detienen de vez en cuando y penetran en unos orificios de unos 7-8 mm. de diámetro, perfectamente circulares, abiertos en la tierra de los intersticios de las piedras. En la casa habitada, junto a Santa María, la dueña (en la que adivino enseguida una buena formación cultural), recuerda que, cuando ella era joven, por una grieta abierta en un muro de la iglesia que me señala, salían constantemente avispas; también las había en los troncos de maderos, en los marcos de ventanas y puertas, en el campo. “Creo que antes, cuando había más gente, también se veían más avispas”, concluye. Y hasta ahí me ha sido posible llegar.
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