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Broto (12)

Altoaragonesa

El nombre de lugar Broto tiene gran parecido o semejanza con las voces castellanas brote, brotón, brotar (supuestamente, del latín abortare), y esta semejanza, esencia del método comparativo, más el hecho de que la flora sea la propia de un valle de alta montaña, con suelos fértiles y húmedos, ha consolidado la tesis de que tal topónimo vale por “brotes, vegetación, espesura”. Poco importa para los autores de esa tesis ( y de otras 20.000 más de igual estilo que pululan por nuestra ciencia lingüística: cátedras, tesis doctorales, obras de eruditos muy diversos, simples obras de divulgación, enciclopedias, heráldica, las convicciones y tradiciones que conforman el “saber popular”) que el lugar de Broto tuviera su origen y nombre, presumiblemente, unos 6.000 años antes del nacimiento de la lengua castellana y, con igual reserva, 4.300 antes de que la loba amamantara a Rómulo y Remo. Ni importa nada el hecho de la existencia de la lengua ibérica ( a diferencia de las llamadas “lenguas celtibéricas” que no son sino un puro cuento chino) manifestada tangiblemente en más de, por el momento, 2.000 textos epigráficos de inmenso valor, histórico-social y político en unos casos, religioso-moral-didáctico-filosófico y poético en otros. Ni que esta lengua fuese el medio de comunicación y de entendimiento en toda Iberia (España entera, islas incluídas, Portugal y buena parte de Francia) durante los siete mil años anteriores a la llegada de los genocidas romanos, y que, ya en régimen de bilingüismo y de progresivo abandono, haya llegado viva hasta nuestros días en amplias zonas de Navarra y del País Vasco. Ni, en fin, el sentido común y las evidencias constantes e irrefutables, de la pervivencia de nuestra lengua primitiva, incrustada en el castellano y también en las otras lenguas y dialectos romances, y dominante, en pleno esplendor y belleza, en nuestra Toponimia. E importa poco porque la entente romano-católica, triunfante y avasalladora, constituída en “España de los Señores”, ha mantenido su imperio, en el campo político-social y económico (ciertamente, con fuertes convulsiones desde la difusión de las ideas de la Ilustración) hasta caer seriamente herida con la Constitución de 1.978; pero, en cambio, en lo cultural, sigue presentando un muro imbatible ante el cual, lo sé, mis esfuerzos han de resultar insuficientes.

En el ámbito espacial se puede hablar de Broto a tres niveles que, de mayor a menor, son los siguientes:

- Valle de Broto, conformado por el río Ara, situado en el Pirenneo Central entre los valles de Tena y Serrablo por el O y de Vió y Solana al E, que comprende, al N, los valles de Otal y Ordesa lindantes con Francia y que se alarga por el S hasta el anticlinal de Jánovas. Comprende Berroy, Broto, Asín, Ayerbe, Bergua, Buesa, Fiscal, Frajén, Llinás. Oto, Sarbisé, Torla, Biu y Yosa. Comunica con Francia por el puerto de Cerbillonar (Madoz).

- Municipio de Broto, que linda con los términos de Yésero y Torla al N, Fanlo al E, Fiscal al SE, Yebra de Basa al S y Hoz de Jaca al O. Comprende, además de la villa de Broto, los lugares de Asín, Bergua, Buesa, Oto y Sarbisé.

- Villa de Broto, capital del valle de su nombre, situada a 905 metros de altitud, con 474 habitantes y proceso demográfico regresivo. Monte de pinos, abetos, hayas, robles, bojes y pastos. Prados, cereales y patatas. Ganado bovino y ovino. Turismo muy potenciado por la proximidad del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. El topónimo se refiere, como veremos, a este ámbito local, y, más concretamente, a su emplazamiento en relación con losnúcleos habitados más próximos.

En efecto, pese a sus 905 metros de altitud sobre el nivel del mar, Broto se sitúa en el fondo de una profunda hondonada, de modo que para acceder a todos y cada uno de aquellos núcleos hay que realizar fuertes ascensiones, grandes subidas. Así, la carretera paralela al Ara que viene de Fiscal y Sarbisé, pasado el último edificio de Broto, emprende la ascensión con varias lazadas, y tomando un corto desvío a la derecha, alcanzaremos los 1.033 metros de Torla; seguimos hasta el Puente de los Navarros y, por la izquierda (Ordesa a la derecha), valle de Bujaruelo arriba, llegamos al final de la vía rodada, en S. Nicolás de Bujaruelo (1.340 m.). Desde aquí, una dura ascensión de dos horas y cuarto nos lleva a coronar el puerto (2.250 m.) con Francia y a tomar la carretera francesa que desciende hasta Gabarnie. Pero si seguimos por la vía principal, sin tomar el desvío a Torla-Ordesa-Bujaruelo, llegaremos a los lugares de Biu y Fragén, a derecha e izquierda respectivamente de la carretera, y después a Llinás de Broto (1.232 metros), en un valle perpendicular y suspendido sobre el Ara. Volvemos a la villa de Broto y cubrimos la corta distancia que nos separa de Oto, lugar desde el cual emprendemos el camino al ahora despoblado de Yosa, a 1.361 metros de altitud. En la margen derecha, Ayerbe de Broto, a 1.187 metros. “Por el camino que recorre la orilla del barranco Forcos puede llegarse a los poblados- algunos deshabitados- de Bergua, Basarán y Otal… Por la margen izquierda del Ara, otro antiguo poblado, el de Asín de Broto, a 1.103 m.” (Santiago Broto Aparicio, El Pirineo Aragonés). No acaban aquí las grandes subidas: cerca de Ayerbe si sitúa, según los historiadores, el monasterio de S. Pedro de Castillón, anterior al año 962; la ermita de Nuestra Señora de Murillo se emplaza a 1.470 metros, la de San Mamés…

La lengua iberovasca dispone de la voz porro, con su variante obligada borro (ya conocemos que la oclusiva bilabial, sea sonora o sorda, junto a la vocal /o/, muestra un único signo) que el Diccionario Retana define como “panza, parte saliente de una barrica, de una botella o de un vaso cualquiera”. Pero la Toponimia ibérica demuestra que esta voz tuvo acepciones más amplias e incluso más primitivas y substantivas que la recogida por el Diccionario. En efecto, la encontramos en su día en el topónimo Porroduno, que designa a una “collada” (collado), no lejano a Las Vilas de Turbón; o en el mallorquín Porreres (porro-eretz), “al lado de la cuesta”, que describe a la perfección el emplazamiento de esta villa justamente al pie del cerro de Montesión. Esa acepción más primitiva y genuina de porro es, por consiguiente, “cuesta” o subida para ascender a un collado o cerro de forma redondeada, con panza, lo que excluye las cortadas, riscos y precipicios. Y con este valor se comprende a la perfección el significado del verbo iberovasco porroka, “rendirse de fatiga”. Y esta voz, con su significado propio de subida o cuesta, es la raíz presente en el topónimo Broto, a la que viene a unirse el sufijo –to que, por su complejidad, merece punto y aparte.

El mismo Diccionario antes citado dice de –to que es un sufijo “diminutivo de nombres hoy casi en desuso…”. En euskera tiene variantes –tto (no así en ibérico que carecía de consonantes dobles), y también –ko, -no, -ño, -txo, -txu. Pero añade de inmediato: “Algunos, como sucede con su sinónimo –ko, lo han usado como aumentativo”. He aquí una situación curiosa: una misma forma, aquí el sufijo –to, puede tener valor distinto y aún contrapuesto. No debemos sorprendernos demasiado pues, si observamos detenidamente, este fenómeno ha llegado vivo hasta nuestros días, muy especialmente en lenguaje afectivo o familiar. Veamos, por ejemplo, qué sucede con el sufijo –on. Aplicado a ciertos nombres (hombre-hombrón, cesto-cestón, remojo-remojón,…) tiene indudable valor aumentativo. Pero en aquel lenguaje, y en ciertos ámbitos dialectales, pasa a tener un valor diminutivo, bien cariñoso, bien indicativo de mínima o pequeña entidad: así, de zagal (muchacho) se deriva zagalón, que se aplica a un muchachito pequeño o desvalido; de puyada (subida) se sigue puyadón, corta, pequeña o endeble escalera que facilita el cambio de nivel. También en castellano habitual: cuerda-cordón, calleja-callejón, etc. Llegados a este punto, ¿qué valor, si aumentativo o diminutivo tenía el sufijo –to en lengua ibérica?. ¿Qué matiz añade este sufijo a la raíz borro en el topónimo Broto?. Por fortuna, el método comparativo arroja bastante luz sobre el tema y podemos afirmar que el sufijo –to tiene en lengua ibérica valor, generalmente, aumentativo. Veamos, por ejemplo, el topónimo, también mallorquín, Ameto (d´Ameto, Dameto) que, hecha la comprobación sobre el terreno, nos muestra que los robles (ametz) son muy grandes y corpulentos; o el ribagorzano Arteto, “la encina o carrasca grande”. En cambio, con valor diminutivo, tan solo lo hemos contrastado en el pequeño valle (g-aran-to) ribagorzano de Garanto.

En definitiva, Broto es una derivación de la lengua iberovasca, formada por la raíz borro más el sufijo aumentativo –to. La unión se efectúa por yuxtaposición necesaria: borro-to. Pero la enorme fuerza de compresión interna, siempre en busca del acortamiento por disminución silábica, se manifiesta aquí acudiendo a otro expediente ya repetido (Gratal, Grañén, Graus, Barbastro…) y muy frecuente: la síncopa de vocal tras oclusiva (aquí /o/ tras /b/), seguida de r (aquí /R/) y de igual vocal, con lo que borro-to = b(o)rro-to = Broto, que significa, obviamente, “grandes subidas o subidones”.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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