Toponimia
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Los iberos, nuestros verdaderos antepasados (y no los hispanorromanos como la mentira histórica sigue manteniendo aún hoy en día), muestran en sus pensamientos, escritos y actuaciones en general, una gran inteligencia que, en el terreno práctico, se reviste con ropas de trabajo y se llama “sentido común”. Tal inteligencia brilla, espléndida, también en el campo de la Toponimia. El topónimo ibérico es “un retazo de la conversación en lengua ibérica” que, aglutinado, constituye una “forma” (nombre propio) que cumple una función diferenciadora (Bisaurín, por ejemplo, identifica a una montaña entre todas las demás del mundo). Pero esa forma encierra, además, un •contenido” explícito en el retazo de la conversación, un contenido que es precisamente la descripción del lugar (en este caso, puesto que es un orónimo, de una montaña), de modo que identificación y descripción son las dos funciones del topónimo ibérico que se corresponden exactamente con sus dos elementos, forma y contenido. Dado que una descripción detallada conduciría a una forma excesivamente larga, resulta inevitable un ejercicio de selección inteligente de la nota más característica (elemento diferenciador), que, siendo comprendida y aceptada por todos, conduzca a la fijación y repetición, primero, y al entendimiento permanente, después.
Para una perfecta descripción, nuestros antepasados se servían frecuentemente del símil o comparación: son los “topónimos imaginativos”. Me refería a ellos ya en el apartado C) de la Introducción a mi primera obra toponímica, El misterio de la Ribagorza. Orígenes, historia y cultura a través de la Toponimia, y en obras posteriores he ido estudiando muchos otros. Así, el perfil de una montaña recortándose sobre el azul del cielo, les sugería la imagen de “un hombre o una persona muerta” (Nerill, Erill Castell, Erill la Vall, Comasema…), de “una cabra muerta en la cima” (Ansils), de “una muñeca (juguete) para la niña” (Fonchanina), de “las ondulaciones de la faz” (Chiribeta), de “un pollino” (Prukimá); o la línea de la costa dibujará “un biberón de bebé” (Tuyent), “una cuna” (Cala Guia), “la boca de una persona con sus carrillos a modo de playas y la úvula o campanilla que las separa”(Mondragó), “un perro” (Cala Nau), “un puño” (Cala Matzoc), “una marmita” (Punta Topina), etc. La comparación está siempre implícita en la metáfora, y ésta consiste en “trasladar el sentido recto de las cosas en otro figurado” Pues bien, también usaron nuestros antepasados de la metáfora, y en este capítulo vamos a conocer una de las más hermosas, si no la que más, que se hayan escrito jamás en cualquiera de las lenguas españolas.
Empezaremos por hacer una breve, pero “orientada”, descripción de la montaña. Sin ser una de las altas cimas pirenaicas (no sobrepasa los 2.670 metros) es la más conocida y frecuentada de la Jacetania. Dejamos el coche en el llano de Lizara, cerca del refugio (1.540 mts.). Salimos por la izquierda de éste, tomando un camino bien marcado y señalizado en decidida dirección NO, y en 15 minutos pasamos por el cerro de La Casa (1.550), lugar desde el que parte un camino por la derecha que va, en primer lugar a La Paúl de Bernera y que, por el momento, dejamos inexplorado. Seguimos en nuestra dirección inicial y en 15 minutos más llegamos a una fuente muy copiosa, de la Fonfría (1.630), con abundante chorro y abrevadero. El camino continúa por praderíos y, en un trecho, junto a una valla de piedras secas. A nuestra derecha, la empinada ladera que asciende al Plano de Fetás; a la izquierda, abajo, el ancho barranco de La Espelongueta l´Onso. Nuevos hitos del camino son la fuente de la Fonfría de la Val d´Arriba, Las Vueltas de Fetás y el refugio de igual nombre; arriba, al Oeste, bien visible, el Puntal Alto del Foratón. Nosotros detenemos nuestra ascensión en el Collado del Foratón, a 2.032 mts.
Volvemos junto al cerro de La Casa para tomar ahora aquel camino, a la derecha, que habíamos dejado inexplorado. Este camino, llamado del Puerto o de los Puertos, toma dirección NE, llega muy pronto a una cabaña o refugio, llamado de Ordelca, continúa ascendiendo por el barranco de este mismo nombre, alcanza un refugio forestal (de Bernera), enseguida La Plana de la Mistresa (2.010 mts) que es un amplio rellano de pastos y, muy próxima, La Paul de Bernera, una cubeta herbosa y con bastante agua, situada a 1.090 mts. de altitud y en la que nos detenemos, como hicimos en el Collado del Foratón, en posición bastante simétrica respecto de la cumbre del Bisaurín.
Es ya el momento de explicar aquella metáfora. Si trazáramos una línea imaginaria entre el Collado del Foratón y La Paúl de Bernera, desde ella y hacia la cima podríamos imaginar la parte superior (cráneo, frente, ojos y nariz) de un ser humano, más concretamente de un varón. Allí se alojan la ancha cima que, por la derecha, NE, desciende hacia el collado de Secús, las extensas graveras y pedreras por debajo de la cima, la Collada del Baste, el Alto de Fetás y la Faxa Alta de este nombre, la parte superior del Ruabe de Fetás. En el Collado del Foratón, lado Oeste, situamos la oreja derecha de aquel varón, y en La Paúl de Bernera, lado Este, la izquierda; por debajo de la línea imaginaria queda parte de la mandíbula superior y la inferior en su totalidad. Esta parte de la cara (desde las patillas por los pómulos y labio superior hacia abajo) está cubierta de barba. En sentido propio, la barba es el conjunto de pelos que cubre esta parte de la cara. La traslación semántica consiste en que los pelos de la barba pasan a ser los millones de plantas herbáceas que crecen en esta parte inferior de la montaña. Y de igual modo que una barba varonil puede ensancharse y prolongarse, pender hacia abajo, aquellas plantas herbáceas invaden los aledaños de la montaña: desde el Collado del Foratón más hacia la izquierda y arriba, llegando al Puntal Alto del Foratón; por toda la depresión de la Espelongueta, por Ordelca y las laderas bajas (Oeste) de Napazal y Peña Mediodía, Plana de la Mistresa, Paúl de Berbera, gradas herbosas que ascienden desde ésta al Collado de Secús…
Una característica común a toda la zona de “las barbas” (que constituye un claro y vistoso ejemplo del elemento diferenciador mencionado al principio) es un intenso color amarillo, particularmente notable desde la segunda quincena de julio y meses de agosto y septiembre, precisamente cuando los ganados han acudido a los pastos de montaña, y cuando los turistas, excursionistas y montañeros convierten el plano y camino de Lizara hasta el Collado del Foratón en un constante ir y venir. La coloración se debe, en lo fundamental, a una herbácea de regular altura, de la familia de las gramíneas, que toma muy pronto aquel color y que es bastante persistente. Mi informador, Ängel Casajús, de Aragüés del Puerto, cree que el aspecto y la mala calidad (es basta y poco deseada por los ganados) se deben a la pobreza del suelo. Además, sigue diciendo, hay muchos cardos grandes, de forma circular y de muy poca alzada, que extienden sus hojas a modo de corona alrededor de un núcleo de color muy amarillo; su vistosidad hace que sean cuidadosamente cortados, disecados y puestos como adorno en diversos rincones del hogar. Los llaman “cardo de broxas” y su nombre científico es Carlina acaulis.
Bisaurín es un topónimo hermoso por su contenido. Pero también por la forma, puramente iberovasca y que ha llegado inalterada y brillante hasta nuestros días. El “retazo de la conversación” se compone de tres vocablos o formas simples. La primera es bizar, barba, conjunto de pelos que cubre parte de la cara; en una frase o expresión ponderativa, como es Bisaurín, puede resultar adecuado utilizar, en su traducción al castellano, el número plural: “las barbas” o “unas barbas”. Desde un punto de vista sintáctico, bizar cumple función de complemento directo y se inscribe al principio del párrafo. El segundo de los elementos es auri, que el D.Retana define como “intensivo vizcaíno de ori, amarillo”. La traducción al castellano será, por tanto, “muy amarillo”; pero cumpliendo en la oración una función de determinante calificativo del objeto directo, habrá de acomodarse en género y número a los de aquel: (una barba) muy amarilla, o (unas barbas) muy amarillas. Añadamos respecto de auri que su ámbito de aplicación es mucho más extenso que el vizcaíno que se le atribuye, pues ya lo encontramos en su día en el mallorquín Orioles (forma histórica documentada Auriolez), y nuevamente en Aurín, río afluente del Alto Gállego. Por último, el elemento más importante, el sujeto, función que cumple el pronombre relativo n, que se traduce por “el que” (también “la que” o “lo que”) más la forma correspondiente del verbo auxiliar izan (ser, estar, tener, parecer, etc.) que, generalmente va implícita. En este topónimo, la acepción adecuada del auxiliar es la de tener (tiene), con lo que la oración se convierte en transitiva, pues, en conclusión, n vale por el que tiene o la que tiene.
Las dos acomodaciones a que dan lugar estas tres formas no pueden ser más sencillas. En la primera, bizar-auri, encontramos elipsis al final del primer término, biza(r), y posterior encuentro de vocales iguales, biza-auri = biz(a)auri. La segunda, auri-n, es una yuxtaposición necesaria, pues la elipsis al final del primer término conduciría a un encuentro de consonantes imposible, aur(i)n, y, además, el texto resultaría ininteligible, bizaurn.. La traducción, por consiguiente, y según hablemos de una montaña o de un pico, será: “la que tiene (o “el que tiene”) unas barbas muy amarillas”
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