Toponimia
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Algunas veces, el resultado del estudio etimológico de un topónimo es totalmente claro y seguro desde un punto de vista lingüístico, y desde el semántico de la mayor verosimilitud. Pero si ese resultado trata de una actividad humana tal que cultivo o explotación que ha desaparecido en el transcurso de los siglos y se ha perdido memoria de ella, la comprobación será imposible y el estudio permanecerá en el limbo de los justos (por cierto, una de las mil supercherías y artificiosidades inventadas por el dogmatismo y la soberbia católicas, felizmente arrumbada; es de esperar que sigan igual camino otras mil y una, igualmente ofensivas para la inteligencia humana, tales como el celibato eclesiástico, la indignidad de la mujer para acceder al orden sacerdotal, la infalibilidad del Papa, la Asunción de la Virgen en carne mortal, etc.), a la espera de un dato, noticia o informe que lo redima y permita su entrada en la “gloria” de la letra impresa. Esta situación es vieja conocida mía y un buen número de interpretaciones, que a mi entender son seguras, siguen rondando por mi cabeza hasta que, de súbito, se enciende una luz y, como ahora, pasa al nutrido grupo de los resueltos.
Besurta es un topónimo reactualizado. El enorme tirón que los lugares hermosos del más alto Pirenneo están produciendo, por una parte, y la necesidad, por otra, de regular la entrada y proteger el medio ambiente, han convertido a La Besurta en un enclave básico. En efecto, la pista que parte de la inacabada carretera a Francia, a la altura de Aiguapasa, es el último tramo de acercamiento motorizado, puesto que es obligatorio abandonar el vehículo en las inmediaciones del Hospital; aquí mismo, un servicio de autobuses, desde julio a septiembre, cada media hora, nos acercará al Pllan de Besurta y allí nos dejará en libertad para seguir cualquier camino de la encrucijada que es La Rencllusa.
Al llegar a La Besurta vemos de inmediato, a la derecha, una ladera de pino negro aclarado, tan aclarado que da la sensación que ha habido, en algún tiempo, intervención de la mano del hombre. Por otra parte, los elementos lingüísticos, las formas que intervienen en la composición son todas ellas bien conocidas, fundamentales en la lengua ibérica, y el contenido del topónimo resulta resplandeciente. En primer lugar, el prefijo be-, “el be- de la Toponimia” como decía Azkue, que significa debajo de. A continuación, el sustantivo zur, madera, tanto la madera como material (zure) como los maderos o partes y piezas de madera, bien diferenciado del concepto árbol (abe, suhaintze), elemento del mundo vegetal sin manipulación. Si a zur, madera o madero, se le une el sufijo colectivo –di, se forma una voz, zurdi, que ha de tener un valor próximo a “maderería” o, abiertamente, a serrería o aserradero. Por último, siempre al final de la composición, el artículo determinado a. Be-zur-di-a significa, por tanto, debajo de(e)l aserradero.
La composición que acabamos de hilvanar presenta un fenómeno fonético que, sin perjuicio de que lo estudiemos más ampliamente con ocasión de otros topónimos (Belarta, Sanarta, Llert(a), etc.), debemos mencionar, al menos, en esta ocasión. Cuando un elemento de la composición termina en -di (-gi) y es seguido por otro que tiene vocal inicial, se elide la i apareciendo, por epéntesis, la oclusiva dental sonora t: idi-aurean > itaurean (Azkue). Pero en el caso que nos ocupa y otros más que veremos, no hay necesidad de acudir a epéntesis alguna – que es tan excepcional en lengua ibérica – pues bastará con aplicar una vez más las normas de acomodación y las reglas fonéticas que ya nos son conocidas de antiguo. En la unión o sutura bezurdi-a se produce:
1. Elipsis al final del primer término: bezurd(i)a.
2. Ensordecimiento de la oclusiva dental sonora d tras consonante continua ( aquí, la r).
Pero mis informantes de Benás, bien seleccionados, no solo no tienen noticia alguna de tal trabajo de aserramiento de troncos en aquel paraje, sino que me muestran su escepticismo: larga distancia, dificultad del transporte, opciones mucha más próximas…Así pues, Besurta, junto con otros, al limbo. Pero un buen día llega a mis manos un interesante libro, Huesca, pueblos y gentes, fotografías de Julio Soler Santaló 1.902-1.913, editado por la Diputación Provincial de Huesca, 1.990, en cuyas páginas 47 y 48 figuran sendas bellísimas fotografías: en la primera, en una ladera cubierta de astillas y “crosteros”, cuatro hombres escuadran unos troncos que serán magníficas vigas; en la segunda, los hombres trabajan con las características sierras manuales del pasado siglo las vigas cuarteadas. Se configura de este modo un auténtico aserradero, y los pies de página suenan a gloria: “Benasque. Renclusa. Cuarteando vigas”, y “Benasque. Renclusa. Trabajando las vigas”. El aserradero de La Renclusa, justamente encima de Besurta, patentiza el significado de este topónimo: “debajo del aserradero”.
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