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Berdún (21)

Altoaragonesa

Berdún es una villa (ya desde el año 1.004) que no puede pasar desapercibida por varios motivos. Para empezar, se sitúa junto a la carretera N-240 de Pamplona a Jaca, en su costado izquierdo; su emplazamiento, al que luego nos referiremos en extenso, es realmente espectacular, objeto de atención y de admiración generalizada, tanto que constituye (es uno de los ejemplos más notorios de toda la geografía ibérica) lo que vengo llamando en “mi” Toponimia un sobresaliente y seguro “hecho diferenciador”; es el centro más importante (desde que el pantano de Yesa destruyó el también bellísimo pueblo de Tiermas) de la llamada Canal de Berdún, un inmenso corredor que se extiende desde Puente la Reina de Jaca hasta Yesa, drenado por el río Aragón al que la orografía obliga a discurrir de E a O durante un largísimo trecho mientras no logra recuperar su trayectoria normal N-S; fue “la puerta grande” en la comunicación de los antiguos reinos de Navarra con Aragón y a la inversa, con decisiva trascendencia histórica; es, por último, la cabeza del municipio de La Canal de Berdún que agrupa, junto a ella,  las localidades de Biniés, Majones, Villarreal de la Canal, Martes y el despoblado de Huértalo.

Al interés de la población (está declarada conjunto histórico-artístico del camino de Santiago) se corresponde el de su topónimo, que es lo prevalente para nosotros. Terminando en –dun, como lo hace, resultará inevitable la vieja y estúpida cantinela celtista del sufijo –dunun, a la que ya nos referimos al estudiar Rapún; en efecto, lo afirma así Marco en su Toponimia, pag. 162, y le copian, entre otros, Antonio Ubieto, Los pueblos y los despoblados I, pag. 240, y los autores de Huesca, Guía turística del Altoaragón, Ed. Pirineo, pag. 23. Por otra parte, hay quien prefiere identificarla con “la antigua y famosa Virodunun”, como Broto Aparicio en su Pirineo Aragonés, pag.  28, o los autores de La Jacetania, RUTASCAI nº 41 (Prames), pag. 100. Pero en este concurso de afirmaciones sin ningún fundamento, quien se lleva la palma del triunfo o acierto es Agustín Faus Costa, autor de una Guía de los valles de Ansó y Echo, Ed. Pirineo, y que afirma en su pag. 42: “Dada su privilegiada situación, todo el pueblo tuvo que ser en sus principios un dominante castro ibérico”.

Comprobemos si la intuición de Agustín Faus se corresponde con la realidad o, al menos, si el origen del topónimo  Berdún es ibérico. Insistimos muy frecuentemente en que los topónimos ibéricos son generalmente descriptivos, y acabamos de afirmar que el emplazamiento de esta villa constituye un espléndido hecho diferenciador. Por consiguiente, ¿contendrá la forma Berdún la descripción de aquel emplazamiento?. La villa se extiende sobre el plano superior, muy llano, de un cerro que se levanta solitario y exento sobre una gran llanura. Lo describe bien Madoz: “En el centro de un llano de 4 horas de largo y 2 de ancho, se eleva un montecito aislado de unos 200 palmos de altura, plano en su superficie, cuya circunferencia es de 3.380 palmos aragoneses”, (un palmo aragonés = 12 dedos = 192,237 milímetros, según Pablo Lara Izquierdo, Sistema aragonés de pesos y medidas, Guara Editorial, Zaragoza 1.984). El cerro tiene una forma de un tronco de cono muy oblongo, con amplísimas caras al sur y al norte, y muy breves y cerradas por el este y el oeste. Todo  el  perímetro  de   aquella  circunferencia  es un espléndido mirador sobre el llano, y, desde el   plano superior, la superficie lateral del tronco de cono es una bajada continua y muy pronunciada, en algunos puntos hasta impracticable.

Precisamente, este punto de las bajadas desde el pueblo al llano circundante requiere atención detenida. El cortísimo tramo de carretera que va desde la N-240 hasta el pueblo, empieza muy pronto a encaramarse , una curva tras otra, por la vertiente sur. Es ésta la menos inclinada, y permite, no sin alguna dificultad, el trazado de la vía de acceso principal y hasta el asentamiento de algunas casas, aquí y allá, que casi llegan a dar apariencia de calle. Al coronar el cerro estamos en el lado este, con un hermoso mirador, no lejos de la iglesia y con dos carteles indicadores de “Salida”: uno mira a nuestra espalda e indica el camino que acabamos de ascender; otro, al frente, nos lleva por todo el costado norte, que es una especie de paseo sin construcciones hacia el exterior y con vistas inmensas. Llegamos al mirador del oeste y, enseguida, ya por el costado sur, volvemos a enlazar con la carretera por la que ascendimos hasta la villa. Confirmado: la única bajada para vehículos desde el pueblo al llano es la que he utilizado. Busco más información y me la facilitan con toda amabilidad un hermano del Alcalde, primero, y éste mismo, después. Hay muchas otras bajadas: una hacia la Huerta de la Villa que, en realidad, son tres, pues hay una para tractores, otra para caballerías y una tercera de peatones; otras para La Nava, Campo de Aviación, Casa Andrés, etc. En realidad, pequeños caminos o senderos, algunos un tanto difíciles, lo hay casi tantos como destinos en las inmediaciones. En conclusión, la superficie lateral troncocónica es enteramente una muy acusada bajada; en ella, se han trazado una bajada principal para vehículos, otra bajada para tractores y, finalmente, varias bajadas más para caballerías y personas.

La lengua iberovasca disponía de la voz bera que tuvo diversas funciones. Fue un verbo, recogido en el Dic. Retana con la adición del sufijo contaminante –tu ( o du), de modo que bera(tu) vale, en infinitivo, por “bajar”. La casi absoluta falta de flexión del verbo ibérico hace que bera valga también por el indeterminado (“se baja”) y por lo que Azkue llama “agente de tercer grado”, participio activo en castellano, que debemos traducir por “el que baja”, que, precisamente en esta función y valor, hallaremos en el próximo capítulo dedicado al río Beral. Valía asimismo por adjetivo calificativo, “bajo” o “lugar bajo”, por adverbio de lugar, “debajo”, y finalmente, lo que nos interesa en este capítulo, por un sustantivo postverbal, acción y efecto de bajar, esto es, “bajada”. Tenemos ya el primer elemento de la composición (o derivación) Berdún, que no es otro que la forma bera que, en la acomodación o sutura con el segundo elemento, parece haber seguido la regla general de elipsis al final del primer término.

Llegamos al punto crucial de este análisis. Si el segundo elemento de esta composición o derivación que es Berdún no tiene nada que ver con el supuesto sufijo céltico –dunun , puesto que lo hemos descalificado como “estúpida cantinela celtista”, ¿qué es en realidad este segundo elemento –dun?. Nos lo explica muy bien R. Mª de Azkue en su Diccionario Vasco-Español-Francés, cuya reseña, como casi siempre, ha pasado intacta al Dic. Retana de Autoridades. Dice el gran patriarca de la Filología Vasca: “-dun, sufijo derivativo de adjetivos que indica posesión… Es uno de los sufijos derivativos que más vitalidad tienen en la lengua. Hace veces del verbo “tener” acompañado del relativo “que”… Es muy curioso el verbo duntu (hacerse propietario), formado de este sufijo. Difícil será hallar otra palabra independiente derivada de una partícula”. Así pues, -dun, sufijo y por ello Berdún derivación, debe ser traducido por “que tiene” o “el que tiene”.

Pero si aún cupiese alguna duda sobre la naturaleza iberovasca de –dun, reparemos en el siguiente argumento. En la documentación histórica, el topónimo que nos ocupa presenta repetidamente la forma Berdum, terminado en m y no en n. Véanse, por ejemplo, un documento de octubre de 1.162, otorgado en Huesca por el rey Alfonso II en el que se cita a Michael Petriz “in Berdum”. Alguien que no conozca en absoluto la lengua ibérica podría pensar que esta variante viene a reventar nuestra tesis, puesto que el iberovasco –dun no tiene ninguna variante –dum. Bien al contrario, la confirma plenamente. En la lengua ibérica, y según resulta de multitud de textos epigráficos, la consonante nasal apicoalveolar sonora /n/ en posición final de palabra, se representaba frecuentemente con el signo correspondiente a la nasal bilabial sonora /m/. He aquí algunos ejemplos extraídos de mi obra (pendiente de publicación) Nosotros, los iberos. Interpretación de la lengua ibérica.:

-okun, tierra de sembradío, escrito okum en la Tésera Fröehner.

-igun, repugnancia, asco, escrito igum en el Bronce de Torrijo del Campo (Teruel).

-gun(e), entonces, en aquel tiempo, escrito gum(e) en el mismo documento.

Este cambio de signo n por m, sólo en posición final y nunca en la inicial o en la intermedia, es nota muy característica de la lengua ibérica, que pervive durante tola la época de bilingüismo y, desde luego, más allá del año 1.162.

Pretender medir el caudal de agua de una fuente riente y saltarina entre piedras y plantas con un metro rígido resultará tarea imposible y hasta descabellada. Igual sucede con el método comparativo en la lengua ibérica: hemos visto (Rapún) como la terminación –un nada tenía que ver con el céltico –dunun y sí con el ibérico –une; aquí, la terminación –dun tampoco es céltica y sí ibérica (-dun); nos toparemos con construcciones ibéricas de nombre terminado en –u al que viene a unirse el relativo n, por ej., udu + n, “el que tiene mango”; o, simplemente, multitud de voces ibéricas acabadas en –un, (sun, taun, -tun, aun, -tasun, etc.) muy anteriores y bien alejadas del celtismo.

En conclusión, ber(a)-dun = Berdún, “el que tiene bajadas”, literalmente, o si se quiere, “el que tiene una gran bajada”.

 

 

 

 

 

 

 

 


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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