Toponimia
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El apellido Bellostas es bastante conocido en el Alto Aragón y se encuentra asimismo en otros territorios, en especial los más próximos, como por ejemplo Navarra. Todos tienen origen –aunque pueda ser remoto- en la pequeña aldea de Las Bellostas, perteneciente al municipio de Ainsa-Sobrarbe. Brevemente descrita así por A. Castán, Lugares del Alto Aragón: “Lugar de 10 habitantes; a 1.110 m de altitud. Tenía 73 h en 1.900. Se cita en el año 814. Accesos desde la carretera del Guarga –por Puimorcat- y desde Paúles de Vero. Hábitat de aspecto abierto con las viviendas dispersas entre huertos y parcelas cerealistas, ocupando la fuente un espacio central. Construcciones de mampostería, losa y teja; arruinadas ya, casa Tejedor y La Abadía, ésta con ventana del XVI… Casa torreada de Molinero, edificio exento alzado en el siglo XVI; la torre tiene tres plantas… Parroquial de S. Ramón, obra del románico rural transformada entre el siglo XVI-XVIII; en el ábside, pintura mural del románico de transición. Al este discurre el cauce del río Isuala, cuyo largo descenso ofrece paisajes de ensueño. Alimentaba las ruedas de dos molinos, uno fechado en 1.627 que se diseñó con dos cuerpos… sillares grandes almohadillados… bloques ciclópeos en vanos e ingreso a los cárcavos y mampuesto en el tejido de paños… la sala de moler es abovedada… El molino de Las Bellostas es construcción antigua, sorprendente y de imprescindible conservación”.
Entre el apellido Bellostas y el topónimo Las Bellostas hay una cierta discordancia que, desconfiado y escamado, me obliga a recelar: ¿Y si, como tantas veces ocurre, estuviésemos ante una corrupción emanada de un poderoso “cultureta”?. Lo de poderoso se refiere a catedrático o profesor, cronista, secretario real o episcopal, gobernador u obispo… Lo de corrupción consiste en suponer que, dado que Bellostas termina en –as (desinencia del femenino plural), realmente estamos ante un nombre o sustantivo (desconocido e incierto) pero que exige el artículo determinante “las”. Vale la pena investigar … y de inmediato la sospecha toma cuerpo: Antonio Ubieto Arteta, Historia de Aragón. Los pueblos y los despoblados I, nos dice que se llamó Bellostas entre 1.495 y 1.646; Las Bellostas desde 1.713. Ya sabemos que en esta fecha actuó el cultureta. Pero, ¿y antes del 1.495?, ¿cuál fue el étimo originario?. En la obra Documentos de la colegiata de Santa María de Alquézar, de Mª Dolores Barrios Martínez, nos topamos con el documento nº 228, de fecha 22 de junio de 1.264, en el que se menciona a los “homines de Bellosta”; con el nº 232, de fecha 7 de mayo de 1.265, “antiquiores de Bellosta”; y con el nº 251, de 3 de julio de 1.273, “l´abat de Bellosta”. Por último, la interpretación del topónimo pondrá en evidencia que no hay sustantivo alguno, por lo que el artículo determinado Las es fruto de la apariencia y, como sucede habitualmente en lengua ibérica, del repetido axioma “semejanza igual a error”. Pero procedamos con orden:
Captar el sentido completo y profundo del topónimo Bellosta nos obliga a dar un gran salto atrás en el tiempo, hasta situarnos en pleno período Neolítico, por ejemplo, en el año 3.000 a. de C. Quiero remarcar que los datos que voy a facilitar son absolutamente ciertos y fiables, ya que son nuestros propios antepasados, los iberos, los que van a hablar sobre el tema en cuestión, que no es otro que los cuervos. El hombre neolítico seguía cazando, pescando, recolectando frutos, tallando la piedra; pero la profunda evolución se había concretado, sobre todo, en la agricultura y la ganadería, el asentamiento en núcleos poblacionales totalmente estables, en la aparición de la familia trigeneracional y fuertemente unida, en diversas actuaciones artesanales, en el pulimentado de la piedra… La agricultura, siempre presente en cualquier área, constituía la principal fuente de riqueza en muchas de ellas; en especial, el cultivo de cereales (trigo, avena, cebada, centeno, “escalla”, “mixtura”, mijo…) era capital para personas y animales domésticos. Este cultivo tenía tres condicionamientos serios: la naturaleza de los suelos, suaves, “dulces”, ligeros en algunos casos y, en otros, fuertes, duros, fatigosos; relacionado con éste, la eficacia y solidez de los aperos de labranza, del arado en especial que, rústico y frágil, limitaba la eficacia de la labor; finalmente –tercero- la sazón, la humedad, “la lluvia oportuna”, constantemente suplicada a La Madre, y cuya falta podía desatar hambrunas terribles, dramáticamente descritas en los textos epigráficos. De estos tres condicionantes, los dos primeros “han pasado a la historia”; pero el tercero, la necesidad de agua, sigue siendo determinante en bastantes áreas de secano. Es momento de introducir al cuarto de los actores, los antes mencionados cuervos. Nombre genérico de cuervos, grajos, grajas, grajillas, cornejas, arrendajos, estorninos, etc. que en lengua ibérica presentan multitud de nombres específicos: bela, bele, belex, belexega, belaiska…, con un denominador común: su extrema voracidad que les llevaba a consumir toda la semilla superficial, a escarbar y devorar la cubierta, a arruinar totalmente los sembrados y, con ello, a anular cosechas vitales para el sustento. Aves gregarias, con bandas o bandadas que alcanzaban a veces los miles de ejemplares, se constituyeron en enemigo mortal y obsesivo para nuestros sufridos antepasados. Dejemos que hablen éstos:
Un texto epigráfico sumamente conocido, que se conserva en la Biblioteca Nacional de París, es la llamada Tésera Fröehner o de Kontrebia Belaiska (¡horror!). En la línea de lo expuesto, dice así: Luto az(i) al iz(an) okunza. Au(l) lo egon gub(i) ir(i)s(i) belaizka-z. Su traducción es la siguiente: En lo posible, preparar las tierras de sembradío depositando la semilla profundamente. Aún falto de sueño, vigilar con un arco que alcance a los cuervos. Otro texto ibérico, el ya clásico de Iglesuela del Cid (Teruel), se expresa así: Igon, ige(ri), ini(usi), ildu belez, epan; traducido, significa: Tener más, gozar, matar cuervos, se acabó. Pero la impotencia –pese a su vigilia y esfuerzos- de nuestros antepasados ante la calamidad, les lleva a suplicar a La Madre todopoderosa, como se hace en el Plomo de Solaig (Castellón): I(re) unz(i) tir(a): Belex air(a)…: A Ti el vaso de súplicas: Que los cuervos desaparezcan…
Como no podía ser de otro modo, la plaga de los cuervos se erige en elemento diferenciador de muchos topónimos. Entre los ya estudiados, recordemos por ejemplo Bielsa < bele za, que da sucesivamente bel(e)za y Bielsa, gran cantidad de cuervos; o Bellestar (de Ribagorza y del Flumen) que procede de belex tara > belextar(a) y Bellestar, con significado de los cuervos de las ramas; o Blecua < belega gar, que da b(e)leg(a)w(a)r, Blegua(a) y Blecua, “los cuervos del trigo”. En esta misma línea, el bien documentado Bellosta.
En Bellostas vamos a encontrar montañas que presentan algunos cortados que parecen muy a propósito para la nidificación de los cuervos; hay agua abundante (río, arroyo, fuentes, molino…) como la que inunda la carretera a la salida de Puimorcat; no faltan los huertos y, muy especialmente, se produce “mistura, trigo y centeno, avena, algo de escalla, mijo…”(Madoz). En definitiva, un paraíso para los córvidos. Bellostas es una composición integrada por bele o bela, cuervo, a la que se aglutina ozte, multitud. El encuentro se resuelve con elipsis al final del primer término: bel(e)ozte; por último, el artículo determinado a, la, que se une con igual elipsis, belozt(e)a. La palatalizción, bellosta, y una /s/ paragógica nos llevan al Bellostas actual, que significa literalmente “la multitud de cuervos”.
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