Toponimia
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Todos los autores, autóctonos o foráneos, que se han manifestado sobre el vascuence o vasco antiguo convienen en señalar, como nota más genuina o reseñable de esta lengua, la de su enorme, insondable antigüedad. En contraste, resulta paradójico, cuando menos, el convencimiento que una caterva de autores manifiesta sobre la relativa modernidad del pueblo ibero y, por ende, de su lengua: más o menos, sobre los siglos VII-V a. de C., coincidiendo con una serie de hechos o manifestaciones culturales, tales que el hallazgo de ciertas obras de arte, de yacimientos muy complejos en la Edad del Hierro, de textos epigráficos, acuñación de moneda…Esta tesis que supone la aparición en la Península de un “pueblo nuevo”, surgido de no se sabe donde, emparentado no se sabe con quien, algo así como las setas en otoño o, mejor, por generación espontánea, constituye un dislate tan enorme, trae consigo tal cantidad de errores, entorpece de tal modo el conocimiento de nuestro pasado y cultura, que habré de volver sobre ella más extensamente, si necesario fuere en repetidas ocasiones. Ciñéndome, por ahora, a aquella insondable antigüedad, es cierto que hay hechos objetivos e indiscutibles que la evidencian. Se trata, en primer lugar, de una lengua casi exclusivamente aglutinante, carácter este contrapuesto a “lengua de flexión” y que la encuadra en la época prerromana; después, la Toponimia y la Antroponimia tienen en común una esencia descriptiva de lugares o personas, sin abstracción alguna, lo que entronca con la actitud más primitiva del ser humano; finalmente, el vascuence o vasco antiguo (y, lo que es lo mismo, el ibérico) muestra una ingente cantidad de raíces que no son sino imitaciones, con repetición y cadencia, de sonidos de la naturaleza en toda su extensión (fuerzas, fenómenos, elementos, hechos, gritos…) que son, primero, sustantivados, y que, después, con formas derivativas, conforman familias de palabras. En este número incluimos precisamente dos topónimos onomatopéyicos como son Barrancs y Mulleres.
Buena parte de las aguas que, con dirección S-N , llegan hasta el Forau de Aigualluts, desciende por el valle de Barrancs (las aguas salen), cuya extensa cabecera, divisoria de aguas, se inicia al E en el pico de Salencas, cuello y torre del mismo nombre, pico Margalida, Tempestades, Malaía, Coronas y pico Maldito. Para recorrer este valle se parte del refugio de La Rencllusa y, por el collado, llegaremos al Pllan de Aigualluts; desde aquí, en dirección S, a la palanca del Salterillo y por la orilla izquierda, aguas abajo del barranco y del ibón de Barrancs, por un caos de piedras, se llega al collado de Salencas (2.810 m), entre el pico de Salencas (2.992 m) a la izquierda (Este) y el de Margalida (3.244 m) a la derecha (Oeste). Al otro lado de la divisoria, un largo descenso junto al barranco de Salencas, hasta el puente de igual nombre en la N-230, al norte del embalse de Baserca.
La voz genérica barranco, designando a una corriente de agua discontinua, es una de las más frecuentes, si no la primera, en la toponimia altoaragonesa, sea barranco o barranc, barranquet, barranquizo, barranquiel, barrancón, además de barranquera, barranca, barrancada, barranquiá, esbarrancá, etc. El estudio del valle, barranco, río, ibón, collado y pico de Barrancs nos dará oportunidad de estudiar el verdadero étimo de la voz barranco. El Diccionario Retana de Autoridades nos presenta la palabra arro o arru, con significado de barranco. Al decir de Antonio Arnáiz y Jorge Alonso, Minoicos, cretenses y vascos, un estudio genético y lingüístico, la voz arru, con el significado antedicho, es común al ibero-tartésico, etrusco, minoico y euskera. Para nosotros es segura su presencia en la toponimia ibérica: Sarrón (tza-arro-n), Arrom (arro-oma), Arro (en Sobrarbe y también en Ribagorza), etc. Pero, junto a arro, el mencionado Diccionario nos presenta otra voz en la que, extrañamente, nadie ha reparado: se trata de la onomatopeya arra, la cual, ya en la fase sustantiva, vale por “el ruido producido por la salida del agua”, o mejor, “ruido estridente del arrastre de objetos pesados, caída de aguas, etc.”. La presencia de esta raíz en barranco, vista la salida de aguas, incluso con cascadas, las avenidas determinadas por su régimen discontinuo y torrencial, los arrastres de todo tipo, su violencia y fragor con ocasión de las tormentas, parece más que probable. Pero sólo estamos empezando: arra presenta un “frente descubierto”, un “hueco susceptible de ser rellenado” con una consonante protética; recordemos Bisaurri (b-iza-urri), Bisalibons (b-iza-al-bontz), Bonansa (b-onan-tza), Borneta (b-orna-eta), y otros muchos, de donde se sigue la probabilidad de b-arra. Por último, y ésta es la prueba concluyente, el extraño y poco frecuente sufijo –anko, que el repetido Diccionario traduce simplemente por de; pero esta forma ibérica ha llegado en voces vivas hoy mismo, en los recónditos ámbitos pirenaicos donde la voz barranco, con todos sus derivados, alcanzó mayor difusión, de modo que, observando los matices semánticos que tal sufijo introduce en estas voces vivas, podremos fijar cabalmente su verdadero significado. Aparece, por ejemplo, en estarranco, “palo delgado y retorcido que ni sirve como tal palo o vara ni como combustible”; en pozanco, pozo que, si grande, está mal hecho, o que resulta prácticamente inútil; en ixadanco, azada grande, muy molesta de uso, inútil , y algunos otros; en todo caso, matiz de desproporción, inutilidad, daño, peligro. Éste es el verdadero sufijo que sigue a b-arra, salida violenta de aguas, arrastres, daños; en definitiva, b-arra-anko, con elipsis al final del primer término por encuentro de vocales iguales, barr(a)anko, es el étimo de esta genuina voz ibérica que ha pasado al castellano. A la vista de este análisis, no sorprende que Corominas, tras acertar en su catalogación (“sin duda prerromano”) se limite a rebatir las tesis griega, pre-céltica y ligur, sin poder aportar ni la más mínima sugerencia u orientación. Por otra parte, muy importante, la etimología de barranco arroja luz sobre otras voces tales como arrancar o arrastrar, estudiadas en mi Diccionario Etimológico del Ribagorzano de Campo.
Sobre el étimo barranco, el dialecto benasqués (mal llamado patués) actuó provocando el apócope de la vocal final, barranc(o), y añadiendo una s pluralizante, Barrancs. El sentido profundo de este topónimo es “la salida de aguas (de la montaña, del ibón, del valle) y el arrastre de piedras”; en traducción sintética, “los barrancos”.
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