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Ballobar es una población de 1.019 habitantes (año 2.002), situada a 145 metros de altitud, en la orilla derecha, aguas abajo, del río Alcanadre, a la que se accede desde la carretera general (orilla izquierda) mediante un corto desvío de 200 metros que nos lleva hasta el puente medieval de tres ojos, elemento sumamente característico en la imagen de la villa. Como también lo son las conocidas “Ripas de Ballobar”, escarpes arcillosos en la misma orilla (derecha) del río, “abismales ripas en las que existen numerosas cuevas excavadas en la roca”, al decir de la Guía turística del altoaragón, Huesca, de Editorial Pirineo. Sobre la ripa, la ermita de San Juan Bautista, a la que acudían las parejas el día de su boda para ejecutar el llamado “salto de la novia”, ritual de fertilidad. El camino ascendente hasta lo alto está perfectamente descrito en la página 149 de la obra Comarcas orientales de Huesca, de Eladio Romero. Un tercer hecho muy notorio es que el río pasa lamiendo, siempre por la misma orilla, los muros o tapiales de algunas casas, lo que, conociendo las grandes avenidas que suelen producirse, llama poderosamente la atención. El conjunto formado por las ripas, el casco urbano (puente incluído) y el río tan próximo, constituye una fachada o frente de acusada personalidad.
El término municipal, integrado en la comarca del Bajo Zinca, tiene una extensión de 137,7 kms2, y, junto a la “fachada” descrita, consta de otras dos áreas perfectamente definidas y diferenciadas. La primera, triangular, es el extenso terreno comprendido entre los ríos Alcanadre y Zinca, (que se unen muy cerca de la población) por dos lados, y el límite con el de Chalamera por el tercero o Norte. Los suelos aluviales, la escasa profundidad de las capas freáticas y la disponibilidad de riegos (acequia de Ballobar, desde el Alcanadre, entre otras), hacen que prospere una hermosa y rica huerta, con frutales, forrajes, hortalizas, etc. Es completamente llano, perfectamente nivelado por los aportes aluviales que “enrasan”, y la misma condición se observa al otro lado del Zinca (izquierda hidrográfica), ya por los términos municipales de Bellver, Oso y Zaidín. Así pues, frente a las ripas de la orilla izquierda no hay en muchos kms., incluso más allá del Zinca, ninguna formación montañosa, ningún contrafuerte que acanale el territorio y, menos aún, que forme una cubeta u hondonada entre alturas o montañas.
La tercera y más extensa de las áreas citadas se sitúa a espaldas y por encima del frente o fachada sobre el Alcanadre. Por el N y O limita con el término de Ontiñena, y aquí, a Poniente, hay un punto en que se reúnen las mugas de Ballobar y Ontiñena con las de Peñalba y Candasnos.; por el S limita con los términos de Candasnos y Fraga. Se trata de una extensión de muchos miles de Has. que participa de las característica monegrinas, por la naturaleza y origen de los suelos, por la aridez y vegetación características. El piso es generalmente llano, si bien lo surcan algunos barrancos, como el de Valsalada que llega a la población desde las alturas de la sierra de S. Gregorio, y se forman zonas deprimidas y cuestas; abundan los suelos llamados rendxina parda, arcillo-limosos, ricos en carbonato cálcico y pobres en materia orgánica, en los que el pastoreo de ganado lanar contribuía a su mejora. Esencialmente cerealistas, en tiempos pasados tenía el trigo una importancia capital, tanto que Madoz, en 1.850, aún lo consideraba el primero de sus productos, junto con la cebada y la avena; pero la mecanización, la racionalización y ordenación de cultivos ha relegado el del trigo en favor de la cebada que domina absolutamente, hasta el punto que en amplias zonas se da, prácticamente, el monocultivo. La explotación de las fincas se hacía mayoritariamente en régimen de propiedad, aunque también se daban el arrendamiento y la aparcería. Las fincas eran grandes, con algunos casos de latifundio, como la tan vieja y litigiosa dehesa llamada Los Cuartos del Marqués, cuyas vicisitudes arrancan de la muerte intestada de la heredera de los Moncada, Doña Catalina de Aragón, a finales del siglo XVI (ver Comarca del Bajo Cinca, Gob. de Aragón, pag. 165).
La larga descripción del término municipal que acabamos de efectuar tiene una finalidad evidente: demostrar que en Ballobar no existe valle alguno, si hablamos con propiedad. El concepto “valle: llanura de tierra entre montes o alturas”, tiene su esencia en el cerco o dominio que ciertas formaciones orográficas ejercen sobre una extensión más o menos llana; de aquí se sigue el hecho de que las aguas de manantiales, pluviales o de deshielo, por gravedad, discurran hacia el fondo del valle, y en esta línea, tomen movimiento hacia el punto más bajo, formándose una corriente fluvial de caudal y pendiente variables. Pues bien, nada de esto se da en el lugar de Ballobar. Simplificando, para no hacer la exposición demasiado larga, el término se estructura como una alfombra que cubre los peldaños de una escalera: por el O-NO, la sierra de San Gregorio (mayoritariamente en Ontiñena) constituye el primero y más elevado de los escalones; sigue hacia el E la amplísima llanura monegrina y cerealista descrita en el párrafo anterior que forma el segundo escalón y que llega hasta el frente o frontera de las ripas, la población y el río; tras el descenso vertiginoso hacia el Alcanadre, el escalón más bajo, tercero y último, en el que se integra el cauce de este río, la zona de huerta, el cauce del Zinca y la llanura aluvial de la ribera izquierda, ya perteneciente a otros municipios. Sería una gran impropiedad llamar “valle” a esta estructura escalonada y, desde luego, nuestros antepasados, los iberos, no la cometieron jamás. Para utilizar con propiedad al concepto valle, deberíamos referirnos al “valle del Alcanadre” o al “valle del Zinca”, que exceden en muchísimo al ámbito descrito por el topónimo Ballobar.
Y es que la toponimia formal, la que impera en las cátedras y en la ciencia española, la que dice seguir el método comparativo externo, parece dedicarse, en realidad , a un juego infantil que podemos llamar “el de las parejas de estampitas o cromos”. Toma un cromo nuevo y hasta ahora desconocido, Ballobar, y le busca pareja comparándolo con la inmensa cantidad de cromos conocidos y clasificados por orden alfabético. Se acude para ello, en primer lugar, a una gran caja o diccionario en cuyo exterior se lee LATÍN. Si en ésta hay otro cromo que también empiece por Ball- , el problema está resuelto, ya que el latín, la lengua culta por excelencia, la propia de los romanos maravillosos y salvadores que nos dieron un lugar en el mundo civilizado, tiene preeminencia absoluta y excluyente. “Afortunadamente”, contamos con el latín vallis-e, que, además, tiene presencia frecuente en Toponimia. Luego, no hay duda, Ballobar es un topónimo románico pues deriva de vallis. El resto, obar, se cuadra a martillazos (recordemos Santallestra, de Santa Liestra, Listra, Lixtra o como sea). Tenemos también el nombre latino lupus, con un derivado luparis, que han dado en castellano “lobo” y “lobar” (de los lobos”, luego vallis luparis > val-lobar es el étimo buscado y encuadrado dentro de la “docta romanidad”. Es cierto que vallis aparece en multitud de topónimos, ya castellanos (Valdemoro, Valdejunquera, Valsalada,etc.), ya de otras lenguas romances (Vallfogona, Vall d´Úxó, Valldigna, etc.), y que incluso los lobos no fueron extraños a la fauna de la zona (Madoz habla, en 1.850, de “ caza de…algunos lobos y zorros”). Pero todas estas apariencias y consideraciones quedan reducidas a la nada ante dos afirmaciones fundamentales e incontestables: Ballobar no es un valle (1ª), y Ballobar, topónimo de Iberia, (la presencia de los iberos, ya en la Edad de los Metales, está certificada por los yacimientos del barranco de Valdragas), puede tener origen ibérico (2ª). La lástima es que el Ayuntamiento de Ballobar se haya dejado seducir por cantos de sirena y haya adoptado el “Valle Lupari” (documento de octubre de 1.100) en el escudo de la villa.
Ballobar es un composición de la lengua ibérica, cuyo primer elemento es bal o bala, que significa, gavillas, haces de trigo, mieses. Su presencia en toponimia ibérica es frecuentísima: recordemos Balgornera (bal-gorni-eraantsi, “las haces de trigo contagiadas de la roya”), Balagai (bala-gai, “mieses suficientes”) y anunciemos que aparecerá en Valencia y Palencia, entre otros. El segundo elemento es oparo, en abundancia, en gran cantidad. También tuvimos ocasión de contemplarlo en la composición Calobra (kalo-oparo-a, “cal en abundancia”). Reparemos en los étimos de las voces castellanas “bala” (de paja) y “cal”.
Si contemplamos una composición bala-oparo el enlace se efectúa con elipsis al final del primer término; si partimos, en cambio, de bal-oparo hay yuxtaposición necesaria. En cualquier caso, desde la composición inicial a la forma final, se dan tres fenómenos fonéticos tan habituales en lengua ibérica que vienen a certificar la exactitud del análisis:
- caída de la vocal átona final: balopar(o).
- palatalización de /l/ a /L/: ballopar.
- no diferenciación ibérica entre ba-pa: ballobar.
El significado verdadero del topónimo Ballobar no puede resultar más evidente: “Mieses en abundancia”. ¿O no?.
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