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B. Código moral.

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Hace mucho tiempo leí en alguna parte algo así como que “una religión sólo se justifica si comporta un código moral bueno, útil, conveniente”. Acepté la idea y la he utilizado como contraste: por ejemplo, los dioses romanos no eran buenos ni malos, no eran seres éticos, eran más bien energías que empleaban sus poderes sin regirse por ningún sistema moral. De hecho, la mitología clásica es un compendio de tipos delectivos y de conductas inmorales, generalmente sin sanción; componen una historia muy divertida, imaginativa, en la que no falta la violación, el incesto, el estupro y el rapto; ni el asesinato, el genocidio, la tortura, la mutilación, el odio y la venganza, la mentira y el engaño, el robo y el hurto… Sería exagerado afirmar que los ciudadanos romanos imitaban a sus dioses habitualmente; pero sí resulta innegable que la religión no les proporcionó un modelo a seguir, un conjunto de pautas de conducta que actuara como “autofreno moral inhibitorio”. El honrado paterfamilias, por ejemplo, tenía derecho a  asesinar a su esposa e hijos, sin justificación alguna. Y Roma llegó a ser una sociedad poderosa pero corrupta, en la que cualquier vicioso y miserable, desde un punto de vista moral, podia alcanzar la gloria, el poder y hasta el favor popular, tal como Julio César, “el marido de todas las esposas y la esposa de todos los maridos”. Este perfil moral del romano se constituye en pieza clave para la comprensión de la historia y su relación con los demás pueblos, en especial, con el ibérico.

Pero, ni siquiera la posesión de un código moral bueno, útil y conveniente, será suficiente para legitimar una religión si está imbuída de fanatismo. La inmensa soberbia y la megalomanía subsiguiente arrancan del torpe convencimiento de ser “el pueblo elegido”, “el preferido por Dios” y, por ello, legitimado para someter, convertir o masacrar al infiel. El desconocimiento de los derechos ajenos, la consideración de que el enemigo es una simple cosa, la obligación de unificar el mundo bajo el imperio del único dios verdadero, el ser brazo armado de la divinidad, el alcanzar y preservar la pureza de la raza humana, el ser radicalmente distintos y hasta incompatibles con los vecinos y otras aberraciones similares, hacen que aquel código moral se reduzca al consumo interno y se revista con un insufrible manto de hipocresía. La soberbia y el fanatismo están detrás de todas las grandes tragedias de la humanidad. Un tremendo episodio de ésta, tan sangriento como poco conocido, tuvo lugar en el norte de África (área poblacional del antiguo tronco bereber) cuando el fanatizado ejército árabe-musulmán borró con sangre una antiquísima y hermosa civilización, de la que partían las gentes que, tras atravesar el estrecho y alcanzar “la orilla del Norte”, pasaban a llamarse iberos. Sí, es cierto, Iberia tiene raíces africanas, pero no musulmanas.

El código moral o conjunto de pautas de conducta “activa” el mecanismo de la conciencia, de modo que cada acto humano merece de inmediato una valoración o calificación positiva, negativa o indiferente, según siga aquellas pautas, las quebrante o no las afecte. Hagamos una sucinta exposixión de estas normas que La Madre ha impreso en el alma humana:

1. Amor. Ya no del hombre hacia La Madre sino de aquel hacia sus semejantes. Para evitar más  repeticiones, nos remitimos a “A. Religión. El alma, a-1″, en esta misma sección.

2. Justicia. La Madre, que es la justicia suprema y cuya decisión determinará el destino de las almas, quiere que las relaciones personales estén presididas también por la justicia. El ibero lo sabe y suplica que actúe: “La justicia precisa”, demanda en el Plomo de Caudete de las Fuentes; “El camino justo” en el de Solaig. Y junto a estas demandas genéricas, otras más concretas: “Ojala que mi destino fuese el compromiso de afrontar innumerables veces … a los mezquinos”; “quiero intentar que se impidan las afrentas”, como la anterior en el Plomo de Vall d´Uxó.

3. Paz. El Refugio de La Madre, el cielo, es calificado repetidamente como el lugar “de paz y bienestar”. Pero en las relaciones sociales la paz se quiebra por la ira o cólera: “Apártame de la ira”, se pide en el Plomo de Pech Mahó. La envidia, por su parte, impide el amor y trae la discordia: “Que no caigamos en la envidia salvaje” y ”castiga la envidia venenosa”, en ese mismo texto. El ibero, falsamente calificado de belicoso y salvaje, acude a la violencia de la guerra solamente movido por la defensa de sus creencias, su tierra, su dignidad, su libertad:  ”El odio de éstos nos oprime”, tésera de estaño de Ampurias; “La Bestia cocea”, kálato de S. Miguel de Lliria; “¡Rompamos las cadenas!”, medio denario de plata de Liedres (Guadalajara); “Privados de tierra”, tésera en forma de concha de la colección Pellicer; “Somos un grupo de la ciudad incendiada y humeante”, tésera en forma de pez de esa misma colección; finalmente, la añoranza de la paz perdida: “Ojalá tuviera el valle un aspecto delicado, con las matas de cereal echando muchos hijuelos, ojalá…”, vaso de Lliria.

4. La verdad. ¿Quién si no La Madre puede mostrarnos la verdad en las mil encrucijadas y arcanos que la vida nos presenta continuamente?. La petición surge rotunda y lacónica: “Concédenos el don de la verdad” (Plomo de Solaig). Similar a ésta, otra petición en el mismo plomo: “Que nos guíes”, y aún insiste: “Guíanos”. Más puntuales, estas súplicas: “Líbranos… de prosperar en la ciudad de engaños mil” y, en el mismo Plomo de Vall d´Uxó, “que las cosas de la ciudad no me subyuguen”.

5. El perdón. De La Madre para nuestras debilidades y caídas, pero tambien el nuestro para el prójimo. En el Plomo de Solaig, escuetamente se demanda “El perdón”. Más expresivamente se suplica en el Plomo de Pech Mahó: “Que no nos tengamos rencor”, o que nos libre “del resentimiento que devora”.

6. La humildad. Luce aquí la irreductible contraposición con la soberbia romana. Un formidable alegato ante La Madre para que acoja al difunto es este panegírico de la Estela de Clunia (Burgos): “El que se humillaba… llama a la puerta”; y en el mismo soporte, “Del humilde fluye apariencia de niño”. En el orden negativo, se ruega a La Madre que nos libre “del peligro de la jactancia”, o “Líbrame el camino de ambiciones y vanidades”.

7. El trabajo. Nueva contraposición con la concepción propia del imperio romano, basado en el trabajo del vencido, en la explotación, la rapiña, la holgazanería propia. Los testimonios ibéricos son, en este punto, incontables. Entresacamos los siguientes: “Dame diligencia en el trabajo”, o también, “ímpetu en el trabajo”; “líbrame el alma de la apatía”, “de la holgazanería de la ciudad de engaños mil”, “del trabajo insufrible”, del “cansancio que mata”, “de la fatiga”; “que el progreso acostumbrado tire también de mí”, “progresar en la forma acostumbrada”, etc. Por el contrario, los comodones y holgazanes son despreciados hasta el punto de que carecen de dignidad personal, de honor.

8. Prudencia. Es fácil arrepentirse pero mucho más difícil adoptar la prudencia precisa en todo momento: “Que tengamos mucha prudencia en el modo de hablar” (Plomo de la Serreta de Alcoi); “Dame prudencia en el obrar” (Plomo de Caudete de las Fuentes) y, en este mismo texto, “Imploro para mí la prudencia”. Maravilloso el símil de la tésera del Castro de las Cogotas, en Cardeñosa, Ávila: “La liebre avisada (prudente) desconfía de los ronquidos”.

9. Honor. El buen nombre, la consideración y el respeto de terceros, se consigue con toda una vida o trayectoria de bondad, honradez, probidad, trabajo… Resulta emocionante que ya apareciese como bien anhelado en aquel tiempo remoto y duro: “Que el honor se convierta en vela resplandeciente” (Plomo de la Serreta de Alcoi); o que se suplique concisamente “el honor” en Pech Mahó. No falta una cierta manifestación del honor post-mortem: “Un funeral digno de nosotros, con hachas encendidas” (Plomo de Pech Mahó).

10. Fortaleza. En una tésera hallada en Bareia (Viana, Navarra) que reproduce los cuartos traseros de un animal, se lee: “El hueso duro aguanta el golpe”, todo un canto a la fortaleza de ánimo. “Que nos libres de la debilidad”, “que nos mantengamos en pie”, “que seamos tranquilos y firmes”, peticiones contenidas en el plomo de la Serreta de Alcoi.

11. Valentía. Hay unanimidad (que incluye a los cronistas del enemigo) acerca del valor que los iberos muestran en todo momento y circunstancia. Nace del convencimiento de que sus principios y valores merecen ser defendidos hasta el fin. Con independencia de los muchos episodios históricos que hemos podido conocer, existen declaraciones tan rotundas como la siguiente:”El cobarde que huye sucumbe” (Inscripción de Granada). Otra, bien expresiva, grabada sobre una falkata,dice así: “Conmigo el enclenque alcanza al hombrachón”.

12. Templanza. Parece ser que la moderación, la contención en el disfrute de comida, bebida, sexo, etc. pudo ser un punto débil en la actitud diaria del ibero. Pero de ello se sigue siempre una mala conciencia, puesta de manifiesto en multitud de textos epigráficos que veremos en otro momento. “Quiero, sobre las pasiones, la ira del látigo” (Plomo de Vall d´Uxó). En la misma línea, el exceso de templanza, una cierta abulia, merece crítica tajante: “Líbranos de que actuemos todos desganadamente” (Plomo Serreta de Alcoi); “Líbranos de las consecuencias del hastío” (Plomo de Vall d´Uxó); “de que yo sea seco y arisco”, en ese mismo documento.

13. Solidaridad. Tiene diversas manifestaciones. En primer lugar, entre pueblos vecinos con ocasión de grandes sequías (Texto del Cerro de la Bámbola, Bilbilis), o de vientos secos y abrasadores (Plato de Abengibre) o de enormes riadas (Gran Bronce de Botorrita). En segundo lugar, las peticiones habituales a La Madre de carácter general: “Que sean acogidos todos los muertos” (Pech Mahó); “Actúa aclarando el farfullar del torpe para que pueda hablar”, y “Guiarás los pasos del hermano”, también en el mismo Plomo. Por último, la relación amistosa: “Que cuides… de que hagamos amigos (Serreta de Alcoi); “Que disminuya mi soledad” (Caudete de las Fuentes); “La amistad” (Recipiente de arcilla de Ullastret). 

14. Libertad. A esta condición del ser humano, tan consustancial a la idiosincrasia ibera, dedicaremos toda una entrada en este blog. Pero, aquí, es el lugar obligado para exponerla con relación al código moral. Este mandato o conjunto de normas que La Madre imprime en la conciencia, es tan completo y perfecto que resiste con ventaja cualquier comparación. Pero lo que eleva a la civilización ibera por encima de cualquier otra conocida es el maravilloso espíritu de libertad que la informa. El ibero es libre, y por ello reponsable, de cumplir o no estos dictados. Y si no los sigue, no aparecen las terribles amenazas, las conminaciones aterradoras que lo coarten y esclavicen. La Madre activa su conciencia permanentemente, para que no reincida, para que no cargue su debe de forma irreparable, para que el juicio que sigue a la muerte pueda desembocar en la acogida de su alma en el lugar de paz y bienestar para siempre, junto a Ella. Veamos este bellísimo texto contenido en la Tésera de Uxama (Osma, Soria) en el que habla la conciencia: “Tenemos tendencia a la mentira y la equivocación, somos de naturaleza vacilante y turbia, sacamos faltas, de ánimo tembloroso, nos corrompemos; vivimos con arrogancia, esperando alcanzar fama; con apariencia de glotones y gozadores de la pasión lividinosa”. ¡Qué cercanos a nosotros siguen estando nuestros antepasados iberos!.

 

 


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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