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Amor – IV (37)

Textos epigráficos

Es cierto que los iberos eran gentes religiosas, que creían en una Madre que, al final de la vida, acogería su alma en “el refugio de paz y bienestar”. Pero esta Madre que estaba en todas partes, con súbitas apariciones, y que tenía poderes ilimitados, les imponía rigurosas normas de conducta, no sólo para evitar los castigos de todo tipo (corporales, familiares, económicos…), incluso las reconvenciones e inquietudes interiores, sino para poder afrontar con éxito el “pórtico”, “paso” o “puerta”, muy dificultoso, de entrada en aquel Refugio. En consecuencia, constituían un pueblo con sólidos principios morales, presentes en cada momento y aspecto de sus vidas: laboriosos hasta la extenuación, era timbre de gloria no mostrar fatiga jamás; respetuosos de los derechos ajenos, muy especialmente el de propiedad, creían que la madre les privaría de bienes o cosas del mismo orden de las adquiridas ilegítimamente; poseedores de un sorprendente sentido de igualdad, tenían prohibida la jactancia y debían mostrarse siempre humildes; obligados al socorro mutuo, temían los terribles castigos que la insolidaridad, y no digamos la crueldad, habría de acarrearles… Era, en definitiva, un pueblo muy civilizado en el que el desarrollo material iba muy a la zaga del espiritual y de su manifestación moral.

En el mosaico de pobladores prerromanos y pre-cristianos del mundo conocido, los iberos eran “la sal de la tierra”. Pero del análisis de los mensajes que nos envían constantemente, a través de los topónimos y especialmente de los textos epigráficos, surge una nota diferenciadora, rayana en lo sublime: es su “chispa” que, llámese ingenio, genialidad, agudeza, humor o ironía, aparece en cualquier momento. Incluso en el de la muerte y sepelio de un ser muy querido. No nos cuesta esfuerzo alguno imaginar a una viuda, realmente desolada, gemir ante el sepulcro en el que se de deposita el cadáver del esposo muy amado, ni escuchar sus protestas de amor eterno, de fidelidad inalterable y duradera… Y aquí, en este momento de dolor y futuro, surge la “chispa”, con sorna que tiene mucho de realismo, de desconfianza, de duda, de convencimiento de la flaqueza propia del ser humano. Y ello lo vamos a leer en el siguiente texto escrito en un plato tartésico (es impropio para una lápida o estela), trascrito por Alonso García en la página 25 de su repetida obra:

A). Trascripción.

O-BI(PI)-Z-I-N-GO-GO(KO)-GA(KA)-BE(PE)

B). Secuencia.

OBIZINKOKABE

C). Lectura.

Obi zin koka-be.

D). Análisis morfológico.

Obi: n.: sepultura, fosa.

zin: n.: juramento.

koka: n.: caja. El DRALV incluye el verbo koka(tu), caber, contener, colocar, del que koka es agente de tercer grado: la que contiene, en la que cabe o en la que se coloca

-be: sufijo local que indica la parte baja: bajo, debajo. Tiene variante –pe y uno y otro pueden ser asimismo prefijos de uso frecuente en Toponimia.

E). Análisis fonético.

1. La hermosa composición obi-zin (juramento de sepultura) no puede dar por elipsis al final del primer término un inaceptable ob-zin.

2. Observemos como la dualidad de formas –be/-pe , que ha llegado hasta la actualidad, muestra la ambivalencia oclusiva sonora/ oclusiva sorda de los signos ibéricos.

F). Traducción literal.

“Juramento de sepultura, bajo la caja”.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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